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Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

Agentes del caos (14 page)

BOOK: Agentes del caos
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Pero valdría la pena. De un solo golpe se destruiría toda la conducción de la Hegemonía. Habría un revuelo y en la confusión quizá fuese factible escapar. Pero todos los que participaban en esa misión tenían que considerarse hombres muertos hasta que el Consejo fuera eliminado. Había una cierta libertad en considerarse ya muerto uno mismo. Todo hombre tenía que morir algún día, y si ese día era hoy, se podía pensar en darle algún significado a esa muerte, darle algún peso… Ya se pensaría en cómo sobrevivir una vez que la misión estuviera finalizada.

Johnson vio cómo otro agente más de la Liga subía por las escalinatas y penetraba en el edificio.

Miró su reloj. La sincronización era importante y debía ser muy precisa. Dentro de veintisiete minutos, el ataque al Ministerio comenzaría. Dos minutos más tarde, los cincuenta agentes que ahora estaban diseminados por todo el Ministerio para eludir que los descubriesen convergerían sincronizadamente sobre los pasillos que rodeaban la Sala del Consejo y efectuarían la segunda tarea de distracción. En ese momento la atención de los Custodios estaría dividida entre el ataque frontal y el atentado a la Sala del Consejo.

A la vez, Johnson y seis hombres más habrían convergido sobre la sala de bombeo, sin despertar sospechas, por caminos separados, sin siquiera insinuar un Acto No Permitido.

Dentro de la sala de bombeo, Jeremy Daid tendría que lograr que los Custodios abrieran la puerta unos segundos después que los agentes convergieran afuera; no más de cinco segundos después que la sola presencia de un grupo hubiera hecho saltar las Cápsulas en el pasillo.

Era necesaria una precisión enorme que cada hombre debía lograr en forma independiente. Era algo que asustaba si uno lo pensaba demasiado. Una mala sincronización y se acabaría todo: los Custodios harían saltar todas las Cápsulas del edificio, accionándolas manualmente si no lo hacía el Custodio Maestro.

Johnson miró nuevamente su reloj. Faltaban veinticinco minutos. Había estimado diecinueve minutos para hacer el recorrido, sin prisa, desde la cuadra hasta la puerta de la sala de bombeo. De acuerdo con este cálculo debería emprender la marcha dentro de seis minutos…

Sintió que su tensión aumentaba a medida que los segundos pasaban lentamente. El plan exigía una perfección absoluta, y había muchos hombres involucrados, muchos factores. Demandaba un orden más absoluto que el de la misma Hegemonía…

Faltaban tres minutos…

Se limpió las manos en el guardapolvo, y alisó la tela contra su cuerpo mientras acomodaba el bulto de la pistola sobre su cadera.

Un minuto.

Miró hacia la bóveda encima de su cabeza, vio el sol que apenas penetraba a través del material opaco, y pensó que era muy poco probable que volviera a verlo otra vez.

¡Ya!

Boris Johnson salió lentamente del parque, cruzó la calle y comenzó a ascender por la escalinata que conducía a la entrada del Ministerio, cuidando de no moverse con mayor rapidez que los diez o doce Protegidos que se encontraban en torno de él.

Llegó a la entrada flanqueada por dos Custodios que estudiaban silenciosamente a los Protegidos que entraban en el edificio. Johnson contuvo la respiración mientras franqueaba la puerta frente a los Custodios; una revisión de papeles en ese momento le arruinaría la sincronización.

Pero los Custodios lo miraron como si no existiera, y por una vez agradeció su arrogante indiferencia.

Ahora estaba en la sala principal. Había dos grupos de ascensores, cerca de la entrada, con la leyenda «Personal autorizado solamente». Los Visores lo contemplaban amenazadores desde las paredes, las Cápsulas aguardaban con su cargo mortal. Debía mirar su reloj para controlar el tiempo, pero el gesto tendría que ser casual.

Se rascó la nariz pasando el reloj delante de los ojos rápidamente al hacerlo. Faltaban dieciséis minutos. Todo bien hasta ese momento.

Se encaminó lentamente hacia la escalera mecánica del fondo de la sala. «Tengo que usar dos minutos», pensó. Pasó Custodios que iban hacía los ascensores, Protegidos que venían de la escalera mecánica, saludó a dos operarios de Mantenimiento que se le cruzaron, y llegó a la escalera.

Vaciló un instante antes de subir, preguntándose si podría arriesgar otra mirada al reloj. Echó un vistazo al Visor y la Cápsula que estaban en el techo, encima de la escalera, y decidió no hacerlo.

Calculando que faltarían unos catorce minutos, subió a la escalera móvil. La sala de bombeo estaba cuatro pisos más arriba, y calculaba dos minutos por tramo de escalera.

El viaje por la escalera parecía de una lentitud desesperante mucho mayor que lo que pensaba. En cada uno de los descansos intermedios tuvo que resistir la gran tentación de mirar su reloj, pero los Visores y Cápsulas lo convencieron de que no podía hacer otra cosa.

Finalmente llegó al cuarto piso y bajó de la escalera. Tengo que controlar la hora aquí, se dijo. Paseó la vista por el pasillo que tenía delante con el aire de un Protegido preocupado en no llegar tarde a una cita con algún funcionario gruñón, y miró rápidamente su reloj. Un Visor de la pared lo observó y pasó el dato a la computadora, pero ésta pareció considerar el gesto como inocuo. Johnson dio un respiro de alivio.

Faltaban cinco minutos. Tenía poco más de cinco minutos para llegar hasta la puerta de la sala de bombeo, pero una llegada anticipada sería tan desastrosa como una llegada tarde.

Comenzó a caminar por el corredor, pasando puertas numeradas, Visores y Cápsulas, unos tras otros, y recorriendo mentalmente el camino: hasta el final del pasillo, doblar a la derecha por otro pasillo, seguir hasta el extremo, girar a la izquierda y caminar otros cincuenta metros hasta la puerta de la sala de bombeo.

Johnson avanzó despacio sintiendo los Visores del Custodio Maestro de Mercurio sobre sus espaldas e imaginando que podían ver la pistola láser y la cápsula de gas a través de sus vestimentas, que cada Cápsula que pasaba estaba a punto de saltar, que caminaba demasiado despacio, que era sospechoso… pero sabiendo que una espera frente a la puerta de bombeo sería fatal…

Un Custodio que pasó en la dirección opuesta lo miró sin verlo, dos hombres de Mantenimiento pasaron y lo saludaron, y al cabo llegó a un pasillo que cortaba el suyo en ángulo recto. Vio a Guilder, uno de sus seis hombres, que avanzaba por ese pasillo y a otro agente, Jonás, unos diez metros más atrás. No les prestó atención y cruzó la intersección sin cambiar de paso, sabiendo sin mirar que Guilder y Jonás habían doblado y estaban detrás de él, espaciados, y que lo seguían a la sala de bombeo.

Al final del pasillo había una intersección en T por la cual dobló a la derecha hacía un pasillo más poblado. Había docenas de Protegidos y unos cuantos Custodios que marchaban en ambas direcciones. ¡Bien! Él, Guilder y Jonás ya no formarían un grupo tan notorio, moviéndose en la misma dirección entre esa multitud… Y ahí estaba Wright, unos doce metros más adelante, pasando a esos dos Custodios. Los recorridos individuales comenzaban a converger de acuerdo con lo planificado.

Johnson siguió por el pasillo, aceleró un poco el paso y se fue acercando a Wright. Al llegar al siguiente cruce en T, estaba a menos de ocho metros de éste. Hizo una pausa cuando Wright giró a la izquierda, y se arriesgó a echar una mirada al reloj. Faltaban tres minutos para la hora cero.

Johnson giró a la izquierda y siguió de cerca a Wright, que estaba disminuyendo un poco su paso. Al doblar pudo ver que a Guilder y Jonás los separaban menos de seis metros, y que el primero estaba doblando a menos de ocho metros de donde él estaba. ¡Todo iba resultando! ¡Convergían perfectamente!

Paseó la vista por el pasillo y vio los Visores y Cápsulas sobre las paredes, cada diez metros, y varias puertas blancas. Unos treinta metros más adelante pudo distinguir una puerta oscura, revestida de plomo gris, con un cartel rojo que sabía que decía «Solamente Personal Autorizado», y un Visor y una Cápsula justo debajo del cartel. Era la sala de bombeo.

En el otro extremo del pasillo, más allá de la sala de bombeo pudo ver a dos hombres que venían en dirección opuesta, hacia él y hacia la sala de bombeo: Poulson y Smith, separados por unos diez metros y acercándose entre sí. Y ahora Ludowiki doblaba la esquina, a menos de cinco metros de Smith. ¡Era perfecto!

Johnson apresuró la marcha a medida que Wright se retrasaba, calculando que él, Wright, Poulson, Smith y Ludowiki se juntarían en la puerta de la sala de bombeo en menos de dos minutos, y que Guilder y Jonás los alcanzarían en ese preciso instante.

«En este momento», pensó Johnson, «los hombres de la plaza deben de estar cruzando la calle y cargando contra la escalinata del Ministerio». Los podía imaginar… Y también a los agentes del parque, cargando como un solo hombre contra la multitud de Protegidos, derribando a algunos tal vez, provocando el pánico en los demás… Los ciento cincuenta agentes de la Liga llegando al pie de la escalinata, disparando con sus pistolas láser, quizá subiendo sin oposición hasta que los Custodios saliesen por la puerta principal…

Y la batalla campal que habría en esos momentos entre los agentes de la Liga y los Custodios, cuerpos calcinados que rodaban por los escalones, Protegidos que gritan y que huyen, el aire lleno del olor dulzón y desagradable de la carne quemada…

Y más arriba la Sala del Consejo cerrada herméticamente, mientras que en la sala de bombeo, a unos metros delante de él, las bombas activándose y alimentando de aire vivificador la Sala del Consejo, aire que momentos después estaría cargado de muerte…

«En cualquier momento», pensó Johnson a medida que se acercaba a la puerta grisácea que estaba a diez metros escasos, cuando Wright casi se detenía a unos cinco metros de él, cuando Smith, Poulson y Ludowiki se acercaban a la puerta, y cuando ya podía oír los pasos de Guilder y de Jonás muy cerca detrás de él… «En cualquier momento empieza la segunda operación de distracción…». Visualizó a los cincuenta agentes de la Liga que se abalanzaban sobre los pasillos situados alrededor de la Sala del Consejo. Saltarían docenas de Cápsulas y el anillo de pasillos se transformaría en una trampa mortal radiactiva donde entregarían sus vidas por la causa de la Democracia, al mismo tiempo que…

Johnson y otros seis agentes convergían frente a la puerta de la sala de bombeo. Supuso que la imagen sería recibida por el Visor y transmitida a la computadora en las entrañas del Ministerio…

Johnson desenfundó su pistola láser, y sus seis hombres lo imitaron.

Luego oyó una rápida sucesión de explosiones y golpes secos, y saltaron los tapones de todas las Cápsulas del pasillo. Vio cómo el tapón de la Cápsula situada sobre la puerta de la sala de bombeo saltaba al aire, seguido por una nube de humo blanco, y supo que la radiación, invisible pero mortal, estaba inundando el pasillo. Entonces…

Vladimir Khustov miró contento toda la Sala del Consejo: las paredes enchapadas en blanco que ocultaban una capa de plomo, las pequeñas rejillas del zócalo por las cuales podría circular el aire; la pantalla de televisión que tenía delante, sobre la mesa de nogal, la consola portátil de control y comunicación que estaba a su lado, los tanques plateados con su regulador en un rincón de la sala. Khustov sonrió despreciativamente mientras miraba los rostros nerviosos de los demás Consejeros, la máscara apacible de robot de Constantin Gorov, y a ese cretino de Torrence que se servía otro whisky de la garrafa que había sobre la bandeja de plata en el centro de la mesa.

Khustov se rió, se sirvió un pequeño vaso de vodka y tomó un sorbo, saboreando el escozor de la bebida sobre los labios.

—No veo lo cómico de la situación, Vladimir —protestó Torrence mientras vaciaba la mitad de su vaso de un solo trago—. Hemos visto a docenas de agentes conocidos de la Liga afuera y podemos presumir que están armados. Y hay más dentro del edificio mismo. Están por todos lados, y no me gusta, con plan o sin él.

«
¡Cobarde!
», pensó Khustov con desdén. «Torrence es peor que un cobarde: es un anacronismo, un ser que correspondería mejor a ese terrible milenio antes de la Hegemonía, cuando estábamos divididos en cientos de naciones y todas se atacaban… Es a esa época a la que pertenece. Hasta un idiota puede ver que Jack sirve al Orden solamente porque en esta época es el único camino al poder. No comprende al Orden para nada; si pudiera entender se daría cuenta de la inutilidad de oponerse a él; no comprende lo inútil que es este intento de la Liga porque no puede creer que todo esté totalmente controlado. Es probable que ni siquiera crea que el Orden total sea posible, de lo contrario no perdería su tiempo y esfuerzo en esas interminables maniobras políticas. Si comprendiera a la Hegemonía se daría cuenta de que toda la estructura, las computadoras, los Custodios, todo está conmigo y contra él».

Sirviendo al Orden, asegurando la paz y la prosperidad Khustov sabía que se servía a sí mismo, pues toda la Hegemonía, hasta el último planeta visitado por los hombres, hasta el último Protegido, configuraban una trama de Orden absoluta y eterno, y él, Vladimir Khustov, estaba en su centro. Servía bien al Orden y el Orden le devolvía la atención. Era el mejor de los mundos y no había Torrence que pudiera destruirlo…

—El plan —dijo Khustov tranquilamente— no tiene fallos. Los Custodios están esperando a esos agentes de la Liga en la plaza, y garantizo que ninguno de ellos llegará a la puerta del Ministerio; y aunque lo lograran, ¿de qué les serviría? ¿Cómo pueden pretender franquear la entrada y abrirse paso a través de un edificio lleno de Visores, Cápsulas y Custodios?

—A eso quería llegar —dijo Torrence, terminando su whisky y sirviéndose otro en un movimiento continuo—. Ni siquiera Johnson es tan estúpido como para creer que esos hombres puedan lograr algo. De modo que van a actuar de distracción, como un señuelo. Los que me preocupan son los otros agentes de la Liga, los que están dentro del edificio. ¡Quién sabe qué harán! Estás hilando demasiado fino, Vladimir. Sabemos que hay por lo menos cuarenta agentes de la Liga dentro del edificio, y algunos están bastante arriba en la jerarquía de la organización. ¿Por qué no vamos a lo seguro y hacemos saltar todas las cápsulas del edificio para liquidarlos?

—Lo que me sorprende es que tú, Jack, con tu… capacidad para los trucos, no puedas descubrir el truco de Johnson. Los hombres que están afuera del edificio sirven para hacernos creer que los que están dentro son la verdadera fuerza de ataque —dijo Khustov—. Pero es igualmente obvio, si piensas un poco, que Johnson tiene que saber que los agentes que hay dentro del Ministerio tampoco pueden lograr nada. ¿Crees que intentarán tomar esta sala por asalto? En cuanto lo intenten, esta sala se cierra en forma hermética y los pasillos que nos rodean se inundan de radiación. Estaríamos seguros sin un solo Custodio dentro del edificio, y eso Johnson debe de saberlo. Así que el truco es doble: los dos grupos son de distracción.

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