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Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

Agentes del caos (9 page)

BOOK: Agentes del caos
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A Torrence no le importaba la popularidad en sí. Lo importante era que el periodo de gobierno de un Consejero era de diez años, y varios caducaban en poco tiempo. Si podía crearse una imagen más favorable que la del Consejo, como había hecho Khustov, quizás podría hacer elegir a uno o dos más de sus secuaces en el Consejo. Si llegaba a ser lo suficientemente popular, hasta podría llegar a afectar el criterio del Custodio Maestro en la selección de Consejeros, ya que la armonía interna dentro del Consejo parecía ser uno de los factores que tenía en cuenta. Nunca es demasiado temprano para iniciar una campaña, pensó. Especialmente si en realidad Vladimir tiene de su lado a la Hermandad.

Pero eso era poco probable. «Vladimir tiene razón cuando dice que los de la Hermandad son fanáticos estrafalarios», pensó. Pero la insinuación de una componenda era una buena arma para usar contra Vladimir de vez en cuando. Gorov, por ejemplo, era más máquina que el mismo Custodio Maestro. Si alguna vez su voto llegaba a ser importante, esta vinculación de Vladimir con la Hermandad podría ser la clave para ganarlo…

Torrence subió al escenario, se detuvo ante la tribuna y revisó los papeles que tenía delante. El discurso de hoy se refería a la influencia benéfica del Orden sobre el Arte, que para Torrence era lo mismo que la influencia de las sandeces sobre las pamplinas. La verdad era que ya casi no quedaba nada sobre lo cual pronunciar discursos. La paz y la prosperidad podían mencionarse de vez en cuando, pero no todas las veces. Los Protegidos no se sentirían exactamente contentos al enterarse de que se instalarían Visores y Cápsulas en todas las viviendas. Por muy buenas razones no era político que un Consejero criticara abiertamente a otro. Tampoco era político atacar a la Liga o a la Hermandad, pues sería darles publicidad gratuita. De modo que había que hablar de trivialidades, como el Arte. Los Protegidos no prestaban atención a lo que uno decía, de todos modos. Lo único importante era mostrar la cara.

Torrence miró hacía el equipo de televisión. El director hizo una seña. Estaba en el aire.

—Protegidos de la Hegemonía —comenzó—. Es correcto que estemos aquí reunidos en el Museo de Cultura, pues el Arte y la Cultura son los logros más importantes de toda civilización y la Hegemonía del Sol constituye el más alto grado de civilización al cual puede aspirar la raza humana. A veces tendemos a olvidar que durante el Milenio de las Religiones, el Arte, al igual que el Hombre, estaba a merced de cientos de doctrinas y teorías antagónicas. Hoy es difícil para nosotros darnos cuenta de que el Arte de ese oscuro periodo era llevado por cualquier camino, arrastrado por las pautas estéticas de cualquier culto idiota o inadaptado social que…

De repente hubo un revuelo en el fondo del auditorio. Torrence vio que la puerta trasera brillaba con un resplandor rojizo y luego se desplomaba hacía adentro. En el vano había dos hombres con pistolas láser. Torrence se pasó el dedo por la garganta —la señal para que se suspendiera la transmisión televisiva— y se arrojó detrás de la tribuna en el momento que varios Custodios saltaban sobre el escenario para protegerlo.

—¡Gas! —gritó alguien, y los Protegidos comenzaron a gritar y aullar. Torrence se asomó por el borde de la tribuna y vio una nube de vapor espeso y verde que cubría el fondo del auditorio. Reconoció el gas: era Nervolin, un tóxico de contacto que provocaba una muerte instantánea a quien tocara…

En la parte delantera del auditorio los Protegidos saltaban de sus asientos, chillando de terror, y corrían sin dirección. El gas alcanzó a los operarios de televisión, que se desplomaron en silencio, instantáneamente, muertos antes de caer al suelo.

Torrence pasó por un largo momento de pánico total. El gas avanzaba lentamente hacía la tribuna. La única salida estaba obstruida por el gas verde.

Pero el momento de terror pasó cuando Torrence se dio cuenta de que quien había lanzado la granada de gas lo había hecho con muy, pero con muy mala puntería. La nube era demasiado pequeña para llenar el auditorio, y ahora se estaba disolviendo rápidamente. El Nervolin era un gas usado para controlar disturbios, y los Custodios lo empleaban para levantar cortinas y escudar un avance, de modo que era necesario que sus efectos tóxicos se disiparan rápidamente. Para ser efectiva, la granada tendría que haber caído cerca de la tribuna, pero no lo habían logrado. Alguien había cometido un error, o quizás no pudo apuntar bien debido al contraataque de los Custodios que había en el edificio.

Torrence se puso de pie. El gas ya casi se había dispersado. Los operarios de televisión estaban muertos, pero él estaba a salvo y los Protegidos comenzaban a calmarse. Torrence rió, un poco para aliviar la tensión, pero un poco divertido también.

Era una típica muestra de la chapucería de la Liga, pensó.

Ni siquiera podían…

De repente vio una pequeña esfera volando sobre las cabeza de los Protegidos. En un gesto involuntario se agazapó nuevamente detrás de la tribuna, pero casi con la misma rapidez volvió a erguirse cuando se dio cuenta de que era una bomba anunciadora.

—¡Muera el Consejo Hegemónico! —proclamó una voz fuerte y latosa—. ¡Viva el Caos! ¡Sepan que el Vicecoordinador Jack Torrence ha sido destruido por la Hermandad de los Asesinos!

—¡La Hermandad! —exclamó Torrence—. ¿Y no la Liga…? —Hizo una seña rápida a los Custodios—. ¡Evacuen la sala! —ordenó—. ¡Nunca se puede saber qué va a hacer la Hermandad! ¡Salgamos de aquí!

Torrence descendió del escenario, los Custodios formaron un círculo alrededor de él y lo escoltaron rápidamente fuera del auditorio, hacia la antesala.

Todavía dentro de su círculo de hombres armados, Torrence se alejó unos diez metros de la puerta del auditorio y luego se volvió para mirar a la masa de Protegidos atontados que salían del salón.

Permaneció allí hasta que la antesala quedó vacía. «¡Hay algo extraño en todo esto!», pensó. «Primero, la Hermandad salva a Vladimir, y luego intentan asesinarme a mí. Quizá me equivoqué, después de todo, y Vladimir realmente tenga un arreglo con la Hermandad. Por suerte estos fanáticos locos parecen ser tan incompetentes como los secuaces de Johnson. De todos modos, habrá que hacer algo. Quizá… sí, claro, no importa si Vladimir está confabulado con la Hermandad o no. Pienso usar esto en contra de él. ¿Por qué no? Es una prueba concreta. Quizá convenza a Gorov, al menos, y lo atraiga a mi campo. Quedaríamos seis a cuatro; y con uno más que se pase de bando, el Consejo quedaría inmovilizado y se forzaría una elección general. ¡Quién sabe…!».

—El auditorio está evacuado, señor —dijo el jefe de la guardia de Jack Torrence—. Me autoriza…

BUUUUM.

En ese instante se oyó el rugido terrible de una explosión dentro del auditorio, y después otro de igual volumen cuando el techo se derrumbó. Una enorme nube de humo y polvo salió por la puerta destrozada y el edificio tembló. Torrence quedó tendido en el suelo, y los Custodios, más fuertes, tuvieron serías dificultades para mantenerse en pie.

Todavía atontado, Torrence se puso de pie y se asomó al auditorio, con los ojos afectados por el humo. No obstante, pudo ver que en el lugar donde había estado el estrado se encontraba un enorme agujero. El cielo raso, encima del agujero, también estaba perforado, y se podía ver la habitación de arriba por el orificio.

Restregándose los ojos Torrence se volvió hacía la antesala. «¡Esto no tiene sentido!», pensó. «Una bomba, y justo después que la Hermandad intentó envenenarme con gas. ¿Por qué…?».

¡A menos… a menos… que fuera la Liga la que había puesto la bomba! ¡Dos intentos de asesinato en pocos minutos! Esa tenía que ser la respuesta; ambos atentados no podían ser parte del mismo complot de la Hermandad. Sabrían que si el gas fracasaba, se evacuaría el auditorio de inmediato, y que la bomba como reaseguro era inútil.

A pesar de los dos atentados, Jack Torrence no pudo reprimir una risa seca y corta. ¡La Hermandad, con su intento chapucero de envenenarlo, le había salvado la vida! Si no hubiera sido por el atentado, habría estado sobre el escenario al estallar la bomba y hubiera quedado untado en lo que quedaba de techo…

Torrence hizo una mueca. No por eso era menos enojoso este asunto. «La Liga no es tan inofensiva, después de todo», pensó. «Vladimir tiene razón en una cosa al menos: la Liga debe ser destruida lo antes posible. ¡Al diablo con el costo! ¡Pueden llegar a tratar de hacer una cosa así de nuevo!».

«Pero, después de eliminar a la Liga Democrática, tendremos que acabar con la Hermandad», pensó Torrence. «Y Vladimir tendrá que aceptarlo. Si no lo hace será una comprobación de que es un aliado de la Hermandad, y hasta sus Consejeros amaestrados se volverán contra él. Aun cuando sea un aliado de la Hermandad no podrá oponerse. ¡Cuando hayamos acabado con la Liga y con la Hermandad le habrá llegado la hora al señor Vladimir Khustov en persona!».

6

En ciertas oportunidades es sensato introducir un verdadero factor fortuito en vuestras acciones en contra de un orden existente. El problema reside en que el azar, por definición, no puede ser planeado. Sin embargo la emoción humana es un factor fortuito, y se podría decir que servir los intereses del propio sistema endocrino es servir al caos.

GREGOR MARKOWITZ,
La teoría de la entropía social
.

«Absurdo, absurdo, totalmente absurdo!», pensó Constantin Gorov, mientras Jack Torrence continuaba vociferando, ostensiblemente en contra de Khustov, pero en realidad con los ojos puestos sobre todo el Consejo Hegemónico.

—… Y estoy comenzando a preguntarme por qué estás tan interesado en eliminar a la Liga, Vladimir —decía Torrence, su rostro delgado enrojecido por una ira que, Gorov estaba seguro, era simulada— en tanto que a la Hermandad de los Asesinos la consideras una simple molestia que debe ser tolerada. Al menos supongo que la consideras una molestia, ¿no?

Khustov frunció el ceño.

«Más sobreactuación absurda», pensó Gorov.

—¿Qué significa ese comentario? —dijo el Coordinador Hegemónico.

Torrence hizo una pausa y miró a cada uno de los Consejeros a los ojos antes de proseguir. Cuando la vista del Vicecoordinador se encontró con la de Gorov, éste tuvo una idea bastante clara de los planes de Torrence. ¡Todas esas absurdas rencillas políticas! ¡Uno casi podía pensar que el Consejo Hegemónico existía simplemente para proporcionar una arena política para idiotas como Torrence y Khustov en vez de ser un complemento humano del Custodio, cuyo solemne deber era elevar al máximo el Orden y asegurar paz y prosperidad a la raza humana!

—Ni yo mismo sé qué significa —dijo Torrence finalmente—. Lo único que tengo por seguro son los hechos: que el Consejo saque sus propias conclusiones. Hecho: La Liga Democrática trató de asesinarte, Vladimir, y la Hermandad te salva, de modo que se comprende que estés decidido a destruir a la Liga, pero eres un poco más… favorable a la Hermandad. Hecho: es un secreto a voces que nosotros dos somos… pues… rivales, podríamos decir, de un modo caballeresco, claro está. Hecho: la Hermandad, que hace poco te salvó la vida, acaba de atentar contra mi vida. Pero ¿quién soy yo para sacar conclusiones? Este Consejo está compuesto por adultos suficientemente inteligentes. Creo que son capaces de llegar a sus propias conclusiones.

—¡Estoy harto de tus insinuaciones encubiertas, Torrence! —rugió Khustov. Luego, más calmo, prosiguió—: Debo recordarte que la Liga Democrática trató de matarnos a los dos. La Liga es la amenaza principal. Te recuerdo que la Hermandad de los Asesinos es una logia de fanáticos religiosos. ¿Quién sabe por qué hacen lo que hacen? —Miró fijamente a Torrence, con una sonrisa tensa y amenazadora—. Quizá deba recordarte, Torrence, que te guste o no te guste, todavía soy el Coordinador Hegemónico. Acusarme sin fundamentos de traición puede ser interpretado como un acto de traición en sí. Sería mejor que midieras tus palabras.

—¿Traición contra quién, Vladimir? —dijo Torrence—. ¿O contra qué? ¿Contra la Hegemonía? ¿Contra el Custodio? ¿Contra este Consejo? ¿O simplemente contra Vladimir Khustov? ¿O quizá contra la Hermandad de…?

—¡Ya te has extralimitado! —gritó Khustov con el rostro rojo de ira, ahora genuina.

Constantin Gorov no se pudo contener. ¡Esos idiotas se estaban comportando en la forma exacta que quería la Hermandad!

—Consejeros, ¡por favor! —dijo Gorov—. ¿No ven lo que está ocurriendo? ¡Esta es la razón por la cual la Hermandad le salvó la vida, Consejero Khustov! Esta es la razón por la que intentó asesinar al Consejero Torrence… si es que de veras fue un atentado.

—¿Qué estás balbuceando ahora, Gorov? —dijo Khustov—. ¿Otra vez con esas estupideces acerca de la Teoría de la Entropía Social? ¡Es como para pensar que eres miembro de la Hermandad de los Asesinos tú también! A veces me pregunto si acaso crees en esa charlatanería mística de Markowitz acerca del «Caos inevitable».

—Para oponerse racionalmente a fanáticos religiosos —dijo Gorov serenamente—, hay que tratar de comprender su dogma. De otro modo sus actos se vuelven totalmente impredecibles.

—¿Hay que suponer que tú puedes predecir los actos de la Hermandad? —dijo Torrence con sarcasmo.

—Hasta cierto punto —respondió Gorov ignorando el tono—. La Teoría de la Entropía Social dice que una Sociedad Ordenada como lo es la Hegemonía, puede tolerar cada vez menos factores fortuitos a medida que su control se vuelve más completo De modo que, obviamente, la estrategia de la Hermandad es introducir tales factores fortuitos. En otros términos, uno puede predecir que sus actos serán impredecibles.

—¡Esos son sofismas dialécticos sin sentido! —gritó el Consejero Ulanuzov.

«¡Qué ciegos e ignorantes!», penso Gorov.

—De ninguna manera —dijo con tranquilidad—. Este asunto es un ejemplo perfecto de la lógica de la Hermandad, casi podríamos decir de la intencionada falta de lógica. Al aparecer aliados al Coordinador en contra del Consejero Torrence, fomentan el conflicto dentro del Consejo. Y tanto uno como otro le están haciendo el juego a la Hermandad. ¿No se dan cuenta de que…?

—¡Bueno, basta de esto! —dijo Khustov.

—¡Sí! ¡Basta! —asintieron varios Consejeros.

—Debo decir que por esta vez estoy de acuerdo con nuestro buen Coordinador —dijo Torrence—. Estas especulaciones teóricas no nos llevan a ninguna parte. El problema de fondo es el siguiente: ¿Estás de acuerdo, Vladimir, en que la destrucción de la Hermandad es igualmente importante que la eliminación de la Liga?

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