Read Agentes del caos I: La prueba del héroe Online
Authors: James Luceno
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
—Estás herido —le dijo Elan al oído, con lo que parecía auténtica preocupación.
El
Reina
se estremeció levemente.
—La velocidad luz —murmuró Showolter, más para sí mismo. Intentó centrarse en Elan—. Tengo que sacarte de aquí. Capo volverá con refuerzos —realizó un intento inútil de ponerse en pie y señaló al equipaje—. En mi maleta… analgésicos y vendas.
Vergere se puso detrás de él con sus ojos rasgados llenos de lágrimas.
—Déjame ayudarte —le dijo.
Ahuecando sus delicadas manitas, se las llevó a los ojos. Se frotó las palmas de las manos y las aplicó a la herida de Showolter. Apretó la mandíbula al sentir un dolor intenso pero pasajero, y luego cogió aire lentamente y no sin esfuerzo.
—¿Mejor? —preguntó Vergere.
—Sí —le dijo él, completamente atónito.
—Es una curación temporal. Necesitarás atención médica.
Él asintió comprensivo, se puso en pie y recargó su arma láser. Abriendo la puerta con precaución, escudriñó el pasillo.
—Nos vamos —dijo él—. Localizar a mis refuerzos es nuestra única posibilidad.
—Pero tú no sabes a quién estás buscando —le recordó Elan.
Showolter asintió, sombrío.
—Espero que me reconozcan a mí.
Elan le ofreció su hombro como apoyo, y los tres se dirigieron hacia las zonas comunes de las cubiertas inferiores.
Han salió a toda velocidad de los aseos portátiles, cerrando la puerta tras él como para impedir que algo horrible escapase de allí.
—Apuesto lo que sea a que ahí ha estado un gamorreano —gruñó a Droma—. No pueden irse a sus propios aseos. Tienen que ensuciar los nuestros.
—¿Sueles tener ese mal humor por las mañanas? —preguntó Droma. Han le miró con desdén.
—No, así es como me levanto cuando no he dormido nada.
El ryn le quitó importancia al asunto con un chasquido de la lengua.
—Yo no te pedí compartir el camarote. No me importaba ir con la carga. Han se detuvo en seco en el pasillo.
—A mí no me importa compartir el camarote. Lo que no aguanto es tener toda la noche tu cola en mi cara.
Droma frunció el ceño.
—Los ryn nos vemos obligados a cambiar de postura a menudo. Nunca dormimos dos veces en el mismo lugar.
—Reservaré el salón de baile para la próxima vez —dijo Han, sarcástico—. ¿Te daría eso suficiente espacio?
—Somos un pueblo supersticioso —explicó Droma mientras continuaban hablando—. Nunca comemos tres veces en el mismo plato, y tenemos muchos rituales con respecto a los fluidos corporales…
Han alzó las manos.
—No quiero saberlos —miró a Droma—. ¿Pero tú por qué sigues a bordo? Me dijiste que bajarías en Vortex.
Droma se encogió de hombros.
—Decidí que tendría más suerte si me llevaban a Ralltiir desde Bilbringi.
—Ya —dijo Han lentamente—. Pero yo pensaba que sólo tenías billete hasta Vortex.
Droma adoptó una mirada dócil.
—La verdad es que guardé parte de lo que ganaste en la partida de sabacc para poder continuar a bordo.
—Muy bonito —resopló Han.
La anterior agresividad del ryn volvió a aparecer.
—¿Me negarías una modesta remuneración, cuando no te cobré nada por la lectura de las cartas?
Han se detuvo de nuevo.
—¿Cobrarme? Pero si fuiste tú el que empezaste.
—No recuerdo que me lo impidieras en ningún momento.
—Lo hice por educación.
—Imposible —dijo Droma—. No sabes lo que es eso.
—Oye, si tú supieras la gente de la que me rodeo…
—¿Clientes ricos y famosos del negocio de mecánica de naves?
—Yo…, bueno, qué más da —dijo Han.
Poniéndose la mochila al hombro, apretó el paso, suponiendo que las cortas piernas del ryn le impedirían seguirle. Tras veinte largas zancadas dejó a Droma atrás, dobló una esquina en el pasillo y luego otra. Entonces unos potentes brazos salidos de la nada le agarraron desde atrás, apretándole con fuerza y dándole la vuelta.
—¡Han! —dijo su interceptor, agarrándose a él como si le fuera la vida en ello—. No tengo ni idea de cómo te metió Scaur en esto, pero te aseguro que me alegro de verte.
—¿Scaur? —dijo Han cuando finalmente se dio cuenta de quién era—. ¿Showolter? ¿Qué…?
—Nos atacaron en el camarote, Han. Agentes que trabajan para los yuuzhan vong. Mataron a dos de los míos. Yo di a uno de ellos, pero el otro consiguió escapar… Un rodiano de aspecto sospechoso llamado Capo. Probablemente tenga refuerzos a bordo, y seguramente nos estarán buscando ahora mismo. Tienes que encontrar un sitio seguro para esconderlas.
Han vio que Showolter estaba señalando a Elan y Vergere.
—¿Y qué es tan importante…?
—Son yuuzhan vong —dijo Showolter con voz ronca—. Desertoras. Han se quedó boquiabierto mientras las miraba con atención. Luego volvió a centrarse en Showolter.
—¿Cómo has…?
—¿Éste es tu compañero? —preguntó el agente de la SINR. Han se giró, vio a Droma junto a él y frunció el ceño.
—Éste es…
—Sólo hasta Bilbringi, Han —dijo Showolter con repentina debilidad.
—¿Han? —preguntó Droma ligeramente sorprendido.
Showolter se desplomó contra la pared del pasillo y se cayó al suelo, y se quedó sentado, mientras Han se arrodillaba frente a él.
—El personal de refuerzo se reunirá contigo en Bilbringi. Ellos se ocuparán de la siguiente etapa del traslado —gruñó el oficial, dolorido.
Han se dio cuenta de que tenía sangre en las manos y contempló el hombro de Showolter.
—Estás herido.
Showolter negó con la cabeza.
—No tenemos tiempo. Mándame un médico, estaré bien.
Han se levantó y cogió a un duro, miembro de la tripulación, que pasaba por allí.
—Hay que trasladar a este hombre a la enfermería —dijo—. Inmediatamente, ¿lo entiendes?
El duro balanceó nervioso su cabeza redonda.
—Sí, señor, inmediatamente.
Han le dio un empujón para ponerle en marcha y se agachó para hablar con Showolter.
—¿Tienes un arma?
Showolter le miró a los ojos y asintió.
—¿La necesitas?
Han cogió la mano de Showolter para impedir que sacara el arma de la funda del hombro.
—No, la necesitas tú…, por si te encuentran.
Showolter cerró los ojos al sentir el dolor recorriendo su cuerpo.
—Vete ya, Han.
Han se volvió hacia las desertoras.
—Vosotras dos os venís conmigo. Si me dais algún problema os encerraré a las dos en un armario hasta el final del viaje, ¿entendido?
La mujer resopló, pero la pequeña alienígena asintió.
—Estamos en tus manos.
Han alzó el dedo índice.
—Recordad bien eso.
No habían recorrido ni diez metros cuando oyó a Droma preguntar.
—¿Han?
—Es mi nombre en clave —le dijo Han sin darse la vuelta.
—¿Eres un agente secreto?
Han se detuvo y se dio la vuelta.
—Quédate al margen, Droma. Esto no tiene nada que ver con las cartas. Droma ladeó la cabeza.
—¿Dónde vas a esconderlas? ¿En tu camarote? Conozco esta nave mejor que tú. El único sitio seguro son las cubiertas inferiores, donde podrás mezclarlas entre la gente.
Han lo pensó un momento y asintió sombrío.
—Vale. Vamos.
Se dirigieron al turboascensor más cercano. Estaban ya ante ellos cuando de repente el
Reina
sufrió una sacudida lo bastante potente como para que Elan perdiera pie. Mientras Droma la ayudaba a levantarse, Han se acercó rápidamente a una ampolla de observación cercana. En lugar de ver el caos morado y blanquecino de la velocidad luz, veía cómo el espacio local se fracturaba en prolongadas líneas luminosas. Han vio que las líneas se tornaban puntitos, antes de desaparecer y alargarse de nuevo. Finalmente, los puntitos giraron y se convirtieron en un campo de estrellas. Un planetoide grande y abrupto apareció a media distancia, a la luz de un sol rojizo y lejano.
—Nos han desviado —dijo, no sin asombro.
Droma miró la hora en un monitor temporal de la pared del pasillo.
—Es demasiado pronto para que sea Bilbringi…
Su voz quedó ahogada por el estruendo de las sirenas. Los altavoces retumbaron en la estancia.
—Señores pasajeros, se ruega presten atención —comenzó a decir alguien en Básico estándar—. Les habla el capitán. Asaltantes desconocidos nos han obligado a regresar al espacio real. Sus cómplices se encuentran a bordo y ya han tomado el puente.
—Asaltantes —dijo Han entre dientes—. No son asaltantes, van a por alguien en especial.
—¿Seguro? —preguntó Droma cauteloso.
Han recordó otra ocasión en la que se vio separado de Chewie y del
Halcón
, mientras reservaba unos billetes para viajar en el crucero de lujo
Dama de Mindor
, junto a Fiolla, una compañía mucho más agradable que el ryn que ahora tenía al lado. Aquella nave también había sufrido un extraño ataque pirata… dirigido por el traidor hombre de confianza de Fiolla, Magg.
—Estoy más que seguro —replicó Han.
—¡Son los míos! —dijo Elan, en un ataque de pánico—. Han traído un dovin basal para arrastrar la nave —agarró a Han por el brazo, clavándole las cortas uñas—. Por favor, no dejes que nos encuentren… ¡Por favor!
—Nuestros escudos han sido inutilizados —prosiguió el capitán—. Y nuestros perseguidores están a punto de alcanzarnos. Hemos hecho llamadas de auxilio. Estoy seguro de que alguien acudirá en nuestra ayuda. Pero mientras tanto, mantengan la calma, por favor. Repito, es importante que todos mantengamos la calma.
—No hay quién le entienda —dijo Leia, señalando a Luke y a Mara mientras iba de un lado a otro en su apartamento de Coruscant—. Me dice que soy incapaz de comprender su sufrimiento y no se le ocurre otra cosa que irse a quién sabe dónde.
—Podrás sacarlo de Corellia, pero nunca podrás sacar a Corellia de él —comentó Mara desde el sofá.
Luke sonrió débilmente.
—Leia, no es la primera vez que Han hace algo así. ¿Recuerdas cuando él y yo nos fuimos a la Estación de Investigación Crseih?
—Esto es distinto —dijo Leia, negando con la cabeza—. Vale, quizás extrañe los viejos tiempos, pero aquella excursión tenía más que ver con su rechazo a un puesto en el ejército —se sentó frente a su hermano y a su cuñada—. Lo que está haciendo no tiene nada que ver con la nostalgia o con tener sentimientos encontrados. Lo hace por Chewie.
—Pero eso es normal —le dijo Mara, comprensiva.
—El dolor y la confusión, sí —dijo Leia—, pero creo que ahora busca venganza —suspiró profundamente—. Vino a verle un viejo amigo, un hombre llamado Roa. Y se fueron a Ord Mantell. ¿Por qué iban a acercarse tanto a espacio enemigo, si no fuera porque Roa tenía algún tipo de información?
—¿Pero de qué tipo? —preguntó Luke—. Los yuuzhan vong que podrían considerarse responsables directos de lo sucedido en Sernpidal están muertos. El propio Han se encargó de ello en Helska 4.
—Luke, si eso le sirviera de consuelo, ahora no andaría por ahí —dijo Leia.
Luke se dio cuenta de que tenía razón.
—Aun así, Han no suele tomar medidas precipitadas.
Leia se mordió el labio inferior.
—Cuando Han y yo nos conocimos, casi me convenció de que era tan temerario como parecía —prosiguió Luke—. Pero Obi-Wan dijo algo que jamás olvidaré. Dijo que en Han había mucho más de lo que parecía a simple vista, y que había mucha sustancia bajo su ruda superficie —sonrió al recordarlo, y miró a Leia—. Obi-Wan dijo también que sólo alguien muy especial podría tener a un wookiee por compañero…, y que no cualquier wookiee se dedicaría a recorrer la galaxia en compañía de alguien como Han.
Leia sonrió con tristeza.
—No tienes que recordarme que Han es especial. Ése es precisamente el problema. Él necesita ese tipo de compañía. Chewie y Han, no sé, parecían apoyarse el uno al otro. Chewie controlaba a Han —se obligó a sonreír, y se giró hacia Mara—. Siento desahogarme con vosotros dos. Ni siquiera os he preguntado qué tal estáis.
—Yo me siento con mucha más fuerza —dijo Mara sin añadir nada más. Leia sonrió para sus adentros, pensando en lo mucho que le importaba Mara. Se preguntó cómo podía haber llegado a desconfiar de ella.
—Creía que ibais a regresar a Yavin 4 —dijo al cabo de un momento. Luke y Mara se miraron con complicidad.
—¿Te han informado de que ha desertado una yuuzhan vong? Leia le miró con los ojos como platos.