Read Agentes del caos I: La prueba del héroe Online
Authors: James Luceno
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
—Pero los augurios sugieren actuar con precaución —intervino Harrar. El estratega tomó la palabra.
—En este momento del proceso hay que pensar bien el plan de batalla.
Si avanzamos demasiado despacio daremos a la Nueva República la posibilidad de iniciar un contraataque contra nuestros flancos. Pero si avanzamos demasiado rápido correremos el riesgo de encontrar más resistencia de la que estamos preparados para afrontar.
Malik Carr gruñó.
—Ya están en camino desde Sernpidal las naves de guerra adicionales. Con ellas podremos enfrentarnos al enemigo y distraerlo en muchos frentes. Por otro lado, quizá podamos encontrar un acceso más sutil a Coruscant —miró a Nom Anor—. ¿Qué pasa con esas criaturas hutt de las que he oído hablar, Ejecutor? ¿Son una amenaza?
Nom Anor dio un paso adelante.
—Me he reunido en varias ocasiones con Borga
El Hutt
, con mi disfraz de intermediario, claro está, y es un placer para mí informarles de que los hutts están más interesados en llegar a un acuerdo que en entrar en guerra, ni siquiera por defender su territorio. Su sector del espacio es bastante amplio e incluye muchos planetas, uno de los cuales han puesto ya a nuestra disposición, que podrían modificarse fácilmente para cultivar coral yorik y otros recursos. Por tanto, no es descartable un breve desvío por el Espacio Hutt. También he enviado a varios de mis agentes a propagar desinformación en vistas de vuestra llegada.
—Bien hecho —dijo el comandante de la nave de batalla—. ¿Qué pasa con los Jedi?
Harrar esbozó una sonrisa.
—Sus días también podrían estar contados. Hemos hecho progresos para provocar una crisis en su seno, infiltrando entre ellos a uno de los nuestros: la Sacerdotisa Elan.
—Incluso hemos entregado unas cuantas victorias menores a la Nueva República en el Sector Meridian y en Ord Mantell, para corroborar el irremplazable valor de nuestra agente —añadió el comandante Tla.
Harrar interrumpió, ansioso.
—Nosotros creemos que Elan se halla ahora mismo camino de un encuentro con los Jedi.
El Sacerdote se detuvo cuando vio un heraldo en la entrada del centro de mando, con un villip en los brazos. El heraldo se acercó a Nom Anor, acariciando al villip para que se activara. Nom Anor indicó que le trajeran uno de sus villip, y lo contempló en plena transformación, adoptando el aspecto de uno de sus inferiores en rango.
—Ejecutor —comenzó a decir la imitación del subordinado—. Un grupo de sus agentes, los que se hacen llamar Brigada de la Paz, se han tomado la molestia de intentar devolvernos algo que parecíamos haber perdido.
Nom Anor abrió los ojos, sorprendido.
—No será Elan —dijo, esperando no tener razón.
—Ella misma, Ejecutor.
—¿Qué? —dijo Harrar, alarmado—. ¿Qué significa esto?
—¿Cómo es posible? —preguntó Nom Anor—. La Brigada de la Paz nunca fue informada de la fingida deserción de Elan. Y lo que es más, tú mismo me contaste que la Brigada de la Paz estaba de misión en el Espacio Hutt.
—Y así era, Ejecutor… Al menos hasta que se enteraron de la deserción y la captura de Elan.
El rostro de Nom Anor se contrajo, mortificado.
—¿Quién les informó?
—No he podido averiguarlo.
—Esto es ridículo —gritó Harrar—. ¿Y cómo planean rescatarla?
—Al parecer han sido informados del sistema que se empleará para trasladarla a Coruscant.
El villip de Nom Anor reflejó su expresión de rencor.
—Imposible. Hasta yo tuve dificultades para desentrañar los subterfugios de la Nueva República. La ruta que emplearán es un secreto celosamente guardado incluso dentro del Departamento de Inteligencia.
—Yo sólo sé que la Brigada de la Paz planea atacar una nave de pasajeros que se dirige a Bilbringi —dijo el subordinado—. Han convencido al menos a uno de sus superiores inmediatos para que les ayude, y tienen un dovin basal en su poder.
—Debemos hacer lo posible para que no interfieran —la furia de Harrar fue creciendo mientras hablaba—. Cueste lo que cueste.
Nom Anor indujo a su villip a que recuperara su forma original y mandó salir al heraldo. Los comandantes Tla y Malik Carr miraban fijamente a él y al Sacerdote.
—¿Algo va mal, Ejecutor? —preguntó Malik Carr finalmente, arqueando la ceja difuminada.
Nom Anor echó una rápida mirada a Harrar.
—Un posible contratiempo respecto a nuestra agente —les dijo. Recuperó el control de su indignación, hizo un gesto negativo y clavó la mirada en Malik Carr—. Nada que no podamos solucionar. Aunque igual necesito su fragata más veloz, comandante.
—Somos marido y mujer —dijo Showolter al agente askajiano apostado en la primera puerta de embarque de estribor del
Reina del Imperio
. La nave estaba en órbita estacionaria sobre el planeta Vortex—. Evacuados hace poco de Sernpidal.
—Allí fue donde cayó la luna, ¿no? —preguntó el agente.
—Por desgracia, sí.
—¿Cómo llamabais vosotros a esa luna? Recuerdo haberlo oído en las noticias…
—Tosi-karu.
—Eso —el casi humano de complexión fornida miró a Vergere—. ¿Eso va con vosotros?
—Ella —corrigió Showolter—. Es nuestra criada.
El oficial de embarque asintió sin mucha seguridad, y devolvió a Showolter los documentos de identidad y los billetes.
—Su camarote está en la cubierta veinticuatro, en el dique doce. Bienvenidos a bordo y que tengan buen viaje.
Showolter cogió a Elan de la mano y la guió junto a Vergere al banco de tubos de traslado entre cubiertas más cercano: anchos cilindros que funcionaban como turboascensores, pero sin vagones. Los pasajeros eran absorbidos por los campos retropropulsores y podían ascender o descender a voluntad, ya fuera por los tubos de ascenso o por los de caída.
El
Reina
estaba despertando de la noche relativa, y las clamorosas multitudes de refugiados se alineaban ante los mostradores de alimento específicos para cada especie, o buscaban comida. Los androides iban de un lado a otro, realizando tareas que se suponía estaban por debajo de la dignidad de los seres vivos.
Pese a embarcar sin problemas, y a lo fácil que había sido el viaje de Myrkr a Vortex, Showolter se mantuvo alerta por si alguien los vigilaba o seguía, ya fuesen agentes de la SINR o alguien desconocido. Vergere atraía algunas miradas de curiosidad, pero casi todo el mundo estaba demasiado ocupado velando su sitio en cubierta como para interesarse demasiado por ella. Aun así, Showolter sabía que no se podría relajar mientras los agentes de apoyo no contactaran con él.
El camarote era mucho más espacioso de lo que se esperaba, con un saloncito de estar, un sillón, una mesa y unas sillas, además de cuatro camas plegables. Metió a las dos desertoras en la habitación y echó un vistazo al pasillo antes de cerrar la puerta con cerrojo.
—Hogar, dulce hogar —dijo—. Hasta mañana al menos.
—¿Y qué pasará entonces? —preguntó Elan mientras se sentaba en una de las camas.
—Te lo diré cuando llegue el momento.
Ella negó con la cabeza sin dejar de mirarle.
—Sigues sin confiar en mí.
—No es nada personal —dijo—. Sólo sigo el procedimiento.
—Eso se lo dirás a todas tus desertoras —le dijo Vergere desde otra de las camas, sobre la que se paró como un ave gigante.
Showolter depositó el equipaje en una esquina y se aseguró de que la puerta que daba a la
suite
contigua estaba cerrada. Estaba a punto de ponerse cómodo cuando alguien llamó a la puerta de entrada.
Sacando la pistola láser de la funda, se colocó junto al umbral.
—¿Quién es?
—Servicio de habitaciones —dijo una voz profunda en un Básico con acento corelliano.
—No hemos pedido nada.
—Cortesía del capitán Scaur —respondió el hombre del pasillo—. También les invita a su mesa esta noche.
—Eso puede arreglarse.
—Se lo comunicaré al capitán.
Showolter bajó el arma y abrió el cerrojo de la puerta. Entró un hombre alto y moreno, de apariencia peligrosa, seguido de un rodiano.
—Soy Darda —anunció el hombre—. Éste es Capo.
Verde, de complexión gruesa y con una nariz casi humana, Capo tenía cierta elegancia y un aire garboso. Al ver a Elan y a Vergere, atrajo la atención de su compañero hacia ellas.
—¿Dónde habéis abordado? —preguntó Showolter.
—Aquí, en Vortex. Estábamos delante de vosotros en la cola de embarque.
Showolter sonrió.
—Sí, os vi. ¿Estáis los dos solos?
—Hay otros tres a bordo —dijo Darda—. Mezclados entre los refugiados. Seguramente los veremos en la cena.
Showolter asintió.
—¿Dónde está vuestro camarote?
Darda señaló con su barbilla cuadrada a la puerta que daba a la
suite
de al lado.
—Justo a vuestro lado.
—Conveniente —dijo Showolter—. Parece que alguien en el cuartel general hizo los deberes —miró a Capo—. ¿Dónde sueles trabajar tú, Capo?
—En Bilbringi —dijo el rodiano, apretándose las manos.
Showolter volvió a mirar a Darda.
—¿Y tú?
—Últimamente en Gamorr, pero me devolverán a Coruscant después de esta operación.
Showolter pareció sorprenderse.
—¿De verdad? ¿Quién es vuestro nuevo jefe?
Darda abrió la boca para responder cuando se oyó a alguien llamando a la puerta.
Showolter les indicó que guardaran silencio y alzó la pistola láser una vez más.
—¿Quién es?
—Servicio de habitaciones —respondió una voz humana.
Los tres agentes de SINR intercambiaron miradas de desconcierto. Showolter indicó a Darda y a Capo que se metieran en la
suite
de al lado, y a Elan y Vergere que se quedaran quietas. Cuando la puerta se cerró detrás de Capo, Showolter se acercó a la entrada.
—No hemos pedido nada.
—Cortesía del capitán Scaur —respondió el hombre del pasillo—. También les invita a su mesa esta noche.
—Eso puede arreglarse.
—Se lo comunicaré al capitán.
Con un movimiento rápido, Showolter escondió el arma debajo de un cojín del sillón, cogió dos sillas, las puso dando la espalda a la puerta, y abrió. Un humano musculoso y una atractiva bothana entraron, presentándose como Jode Tee y Saiga Bre’lya.
Astutamente, Showolter les indicó que tomaran asiento en las sillas y les preguntó dónde habían embarcado.
—Llevamos en la nave desde Ord Mantell —dijo la bothana después de mirar fijamente a Elan y Vergere.
—¿Estáis los dos solos?
—Se supone que hay otros dos que han embarcado en Anobis, pero todavía no se han puesto en contacto con nosotros.
—¿Dónde está vuestro camarote? —preguntó Showolter a Jode Tee.
—A diez puertas de aquí, en el lado de estribor.
—Conveniente —Showolter se sentó en el sillón, frente a ellos, colocando la mano disimuladamente sobre la pistola oculta—. ¿Dónde tenéis vuestra base?
—En Bilbringi —dijo Jode Tee.
—¿Y tú, Saiga?
—En Ord Mantell.
La puerta que daba al pasillo se abrió y por ella apareció Darda con la pistola láser levantada y agarrada con las dos manos. Showolter le miró un momento a los ojos y soltó una carcajada para que no se oyera el ruido que pudiera hacer la puerta al abrirse.
—¿Iba en serio lo de cenar en la mesa del capitán? —preguntó él.
—Más quisiera yo —dijo Saiga, sonriendo.
Showolter sacó la pistola con fría eficacia y disparó. El proyectil relampagueó entre Jode Tee y la bothana, dando a Darda de pleno en el pecho. Darda salió disparado hacia atrás como si le hubiera golpeado un gundark, pero consiguió disparar un tiro que dio a Jode Tee en la espalda, empujándolo hasta el sofá.
Showolter y Saiga cayeron al suelo. Al mismo tiempo, Vergere saltó de su cama para proteger a Elan, llevándola hasta un rincón del camarote y plantándose entre la Sacerdotisa y el peligro.
Capo cruzó la puerta, arrastrándose boca abajo, con el arma estirada frente a él y disparando sin cesar. Los proyectiles láser rebotaban sibilantes por el camarote. Showolter rodó por el suelo hasta que dio contra el panel de la pared del pasillo. Sin otro sitio adonde ir, se arriesgó a disparar hacia la puerta, pero Capo ya se había apartado de allí. Showolter rodó por donde había llegado y consiguió ponerse de rodillas, pero Capo le tenía en la mira y disparó. El proyectil le dio en el hombro izquierdo, justo debajo de la clavícula, y le hizo dar un giro completo. El olor a ropa quemada y calcinada le saturó la nariz. Pero, mientras caía al suelo, los sonidos de disparos le indicaron que Saiga se había unido a la pelea.
Se oyó un grito desgarrador, seguido de un lamento agónico. Showolter parpadeó, abrió los ojos y vio a un Capo herido, arrastrándose hacia la puerta del pasillo de la
suite
de al lado; y a Saiga, que había caído de espaldas, apretándose con la mano el agujero que el láser había abierto en el centro del pecho.
Showolter se puso en pie y se acercó tambaleante al camarote contiguo, con el arma levantada en su mano temblorosa. Capo ya estaba a medio camino del pasillo, y lo único que consiguió el disparo de Showolter fue que se diera todavía más prisa. Showolter se cayó contra la puerta, la cerró y echó el cerrojo. Con el hombro humeante, volvió a meterse en su camarote.
Sus dedos no encontraron pulso en la garganta de Jode Tee. Miró rápidamente a Elan y a Vergere, y se arrastró hasta Saiga, que se había apoyado en la puerta de entrada.
—¿Le ha dado, Mayor? —preguntó ella débilmente.
Showolter negó con la cabeza.
—¿Quiénes eran?
—No lo sé, pero sabían la contraseña.
La bothana abrió los ojos de par en par.
—¿Nuestro código?
—El mismo que me dieron a mí.
—¿Entonces cómo supiste que éramos nosotros?
—Uno de ellos dijo que había estado trabajando en Gamorr. Creo que el que les dio esa información no sabía que hace mucho tiempo que dejamos ese piso franco.
Saiga murmuró un lamento.
—Saiga —dijo Showolter rápidamente—. Dijiste que teníamos a dos más a bordo.
Parpadeando lentamente, asintió.
—¿Quiénes son? ¿Cómo os dijeron que nos pusiéramos en contacto? Saiga. ¡Saiga!
Ella se quedó con los ojos en blanco. Una exhalación final salió de sus pulmones y murió.
Showolter miró a su alrededor. Se giró y se sentó en el suelo.