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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (29 page)

BOOK: Aleación de ley
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—Eso incluye cuidados básicos y un poco de medicina —dijo Marasi—. Además de completos cursos de anatomía.

Wayne frunció el ceño.

—Espera. Anatomía. Eso quiere decir todas las partes de la anatomía.

Marasi se ruborizó.

—Sí.

—Entonces…

—Entonces fue muy popular en clase observar mis reacciones, al parecer —dijo ella, todavía ruborizándose—. Y prefiero no abundar en eso en este momento, Wayne, gracias. Esto necesita puntos, Waxillium.

—¿Puedes hacerlo?

—Hum… nunca he trabajado con nadie vivo antes…

—Eh —dijo Wayne—. Yo me pasé meses entrenando mis bastones de duelo con muñecos antes de golpear a mi primera persona real. Es casi igual.

—No pasará nada, Marasi —dijo Waxillium.

—Tantas cicatrices… —dijo ella en voz baja, como si no advirtiera lo que él había dicho. Miraba su pecho y sus costados, y parecía estar contando antiguas heridas de bala.

—Hay siete —respondió él suavemente, volviendo a colocarse la venda y amarrándola con fuerza.

—¿Te han disparado siete veces? —preguntó ella.

—Muchos tiros no son letales, si sabes cómo cuidarlos —dijo Waxillium—. En realidad no…

—Oh —dijo ella, llevándose una mano a los labios—. Quiero decir, solo tenemos datos de cinco. Tienes que hablarme de los otros dos en algún momento.

—Bien —respondió él. Hizo una mueca al levantarse. Señaló su camisa.

—Oh, hermano —dijo ella—. Ha costado trabajo sacarla, ¿no? Me impresiona que te hayan disparado tantas veces. De verdad.

—Que te peguen un tiro no es tan impresionante —advirtió Wayne—. No hace falta mucha habilidad. Lo que es duro es esquivar las balas.

Waxillium bufó al meter el brazo por una manga.

Marasi se levantó.

—Me daré media vuelta para que puedas vestirte —dijo, y empezó a volverse.

—Darte la vuelta —murmuró Waxillium.

—Hum, sí.

—Para que pueda vestirme.

—Un poco tonto, supongo.

—Un poco —dijo él, sonriendo y metiendo el brazo en la otra manga. Empezó a abrocharse los botones. Wayne parecía tan divertido que tenía problemas para permanecer de pie.

—Muy bien —respondió ella, llevándose las manos a la cara—. Me doy cuenta de que a veces me acaloro un poco. ¡No estoy acostumbrada a que me exploten cosas, a que me disparen, ni a encontrar a mis amigos sentados y sangrando con la camisa quitada cuando entro en los sitios! Todo esto es muy nuevo para mí.

—No pasa nada —dijo Waxillium, poniéndole una mano en el hombro—. Hay cosas mucho peores que ser auténtica, Marasi. Además, Wayne no era mucho mejor cuando empezó en esto. Se ponía tan nervioso que empezaba…

—Eh —dijo Wayne—, no me vengas ahora con eso.

—¿Qué? —preguntó Marasi, bajando las manos.

—Nada —replicó Wayne—. Vamos. Tendríamos que ponernos en marcha, ¿no? Si el señor Miles el Asesino sigue vivo, querrá dispararnos, ¿no? Y aunque le dispare a Wax (tiene un montón de experiencia, ya sabes), creo que es mejor evitarlo por hoy.

—Tiene razón —dijo Waxillium, poniéndose el chaleco y luego las pistoleras. Dio un respingo.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó Marasi.

—Está bien —dijo Wayne, abriéndoles la puerta—. Casi estuve a punto de que me volaran mi bello trasero antes, si lo recuerdas, y no oí ni una pizca de la compasión que le muestras a él.

—Es diferente —respondió Marasi, adelantándolo.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Porque yo puedo curarme?

—No, porque, aunque te conozco desde hace muy poco tiempo, estoy segura de que a un nivel u otro, te mereces que te hagan volar de vez en cuando.

—Auch. Eso es duro.

—¿Pero es falso? —preguntó Waxillium, poniéndose la chaqueta. Estaba bastante estropeada.

—No he dicho que no lo sea, ¿no? —respondió Wayne, y estornudó—. Sigue moviéndote, lentorro. ¡Herrumbres! Le pegan un tiro a un hombre y se cree que puede tomarse toda la tarde. ¡En marcha!

Waxillium lo dejó atrás. Se obligó a sonreír, aunque empezaba a sentirse tan hecho polvo como su chaqueta. No había mucho tiempo. Miles se había quitado la máscara, pero obviamente esperaba haberlo matado. Ahora sabía que lo habían derrotado, y eso lo pondría aún más nervioso.

Si Miles y su gente iban a buscar más aluminio, lo harían pronto. Esta noche, probablemente, suponiendo que hubiera un envío. Waxillium esperaba uno pronto: había leído algo en los periódicos, donde la Casa Tekiel alardeaba de sus nuevos vagones blindados.

—¿Qué vamos a hacer cuando volvamos? —preguntó Wayne en voz baja mientras se dirigían a su tren—. Vamos a necesitar un lugar seguro donde hacer planes, ¿no?

Waxillium suspiró, sabiendo lo que pretendía Wayne.

—Probablemente tienes razón.

Wayne sonrió.

—¿Sabes? —dijo Waxillium—. No estoy seguro de que pudiera llamar «seguro» a ningún lugar cercano a Ranette. Sobre todo si tú estás allí.

—Es mejor que explotar —dijo Wayne felizmente—. Casi.

14

Waxillium llamó a la puerta de la casa. Se hallaba en un típico barrio de Elendel. Vibrantes y hermosos castaños flanqueaban cada acera de la calle empedrada. Incluso después de siete meses en la ciudad, los árboles seguían llamándole la atención. En los Áridos, los árboles tan grandes como estos eran raros. Y aquí había una calle entera llena de ellos, casi todos ignorados por sus habitantes.

Wayne, Marasi y él se encontraban en el porche de la estrecha casa de ladrillo. Antes de que Waxillium tuviera la oportunidad de bajar la mano, la puerta se abrió. Una mujer esbelta y de largas piernas apareció en el umbral. Su cabello oscuro estaba recogido en una cola que le llegaba hasta los hombros, y llevaba pantalones marrones y una chaqueta larga de cuero al estilo de los Áridos sobre una camisa blanca de encaje. Le echó una mirada a Waxillium y Wayne y luego cerró de golpe la puerta sin decir palabra.

Waxillium miró a Wayne, y los dos dieron un paso al lado. Marasi los miró confundida hasta que Waxillium la cogió por el brazo y la apartó.

La puerta volvió a abrirse, y la mujer asomó una escopeta. Miró a los dos hombres y entornó los ojos.

—Contaré hasta diez —dijo—. Uno.

—Vamos, Ranette —empezó a decir Waxillium.

—Dos tres cuatro cinco —dijo ella en rápida sucesión.

—¿De verdad tenemos que…?

—Seis siete ocho.

Alzó el arma, apuntándolos.

—Muy bien… —dijo Waxillium, bajando los peldaños. Wayne lo siguió, sujetando con la mano la gorra del cochero.

—No nos irá a disparar de verdad, ¿no? —susurró Marasi.

—¡Nueve!

Llegaron a la acera junto a los altos árboles. La puerta se cerró de golpe tras ellos.

Waxillium inspiró profundamente, se dio media vuelta y contempló la casa. Wayne se apoyó contra uno de los troncos de los árboles, sonriendo.

—Ha ido bien —dijo Waxillium.

—Ajá —respondió Wayne.

—¿Bien? —exclamó Marasi.

—No nos ha disparado a ninguno —dijo Waxillium—. Nunca se puede estar seguro con Ranette. Sobre todo si Wayne está presente.

—Eh, eso sí que es injusto —dijo Wayne—. Solo me ha disparado tres veces.

—Te olvidas de Callingfale.

—Eso fue en el pie. Apenas cuenta.

Marasi arrugó los labios, estudiando el edificio.

—Tenéis amistades curiosas.

—¿Curiosas? No, solo está enfadada —Wayne sonrió—. Así es como muestra afecto.

—¿Disparándole a la gente?

—Ignora a Wayne —dijo Waxillium—. Ranette puede ser brusca, pero apenas le dispara a nadie que no sea él.

Marasi asintió.

—Entonces… ¿deberíamos irnos?

—Espera un momento —dijo Waxillium. A su lado, Wayne empezó a silbar, luego comprobó de nuevo su reloj de bolsillo.

La puerta volvió a abrirse, y Ranette se asomó, apuntándolos con la escopeta.

—¡No os marcháis! —exclamó.

—Necesito tu ayuda —respondió Waxillium.

—¡Y yo necesito que metas la cabeza en un cubo de agua y cuentes lentamente hasta mil!

—Hay vidas en juego, Ranette —gritó Waxillium—. Vidas inocentes.

—No te preocupes —le dijo Wayne a Marasi—. A esta distancia, los perdigones probablemente no serán letales. Pero asegúrate de tener los ojos cerrados.

—No estás ayudando, Wayne —dijo Waxillium con tranquilidad. Estaba seguro de que Ranette no iba a disparar. Bueno, razonablemente seguro. Tal vez.

—Oh, ¿de verdad quieres que ayude? —dijo Wayne—. Vale. ¿Tienes todavía esa pistola de aluminio que te di?

—Guardada aquí atrás. Sin balas.

—¡Eh, Ranette! —llamó Wayne—. ¡Tengo una bonita pistola para ti!

Ella vaciló.

—Espera —dijo Waxillium—. Yo quería esa…

—No seas crío. ¡Ranette, es un revólver hecho enteramente de aluminio!

Ella bajó la escopeta.

—¿De verdad?

—Sácala —le susurró Wayne a Waxillium.

Waxillium suspiró y buscó bajo su chaqueta. Alzó el revólver, atrayendo algunas miradas de los transeúntes que pasaban. Varios de ellos se dieron media vuelta y se apresuraron a volver por donde habían venido.

Ranette dio un paso adelante. Era atraedora, y podía reconocer la mayoría de los metales simplemente quemando hierro.

—Vaya. Deberíais haber mencionado que traíais un soborno. ¡Esto podría ser suficiente para que os perdone!

Bajó los peldaños, la escopeta al hombro.

—¿Te das cuenta —dijo Waxillium entre dientes—, que este revólver vale lo suficiente para comprar una casa entera llena de armas? Creo que debería pegarte un tiro por esto.

—Los modos de Wayne son misteriosos e incomprensibles —dijo el propio Wayne—. Lo que da, puede volver a retomarlo. Y así sea escrito y ponderado.

—Ponderarás mi puño en tu cara —Waxillium fingió una sonrisa cuando Ranette los alcanzó. Entonces, reacio, entregó el revólver.

Ella lo examinó con ojo experto.

—Liviano —dijo—. Ninguna marca de fabricante estampada en el cañón ni la culata. ¿De dónde habéis sacado esto?

—De los desvanecedores.

—¿De quiénes?

Waxillium suspiró. «Venga ya.»

—¿Cómo puede no saber quiénes son los desvanecedores? —estalló Marasi—. Han aparecido en todos los periódicos de la ciudad de los dos últimos meses. La gente no habla de otra cosa.

—La gente es estúpida —dijo Ranette, abriendo el revólver y comprobando las recámaras—. Me parece molesta… y me refiero a los que me caen bien. ¿Tiene también balas de aluminio?

Waxillium asintió.

—No tenemos balas de pistola. Solo unas cuantas de rifle.

—¿Cómo funcionan? —preguntó ella—. Más fuerte que el plomo, pero mucho más liviano. Menos poder inmediato, obviamente, pero se romperán al alcanzar su objetivo. Podrían ser muy letales si alcanzan el punto adecuado. Y eso suponiendo que la resistencia del viento no frene demasiado las balas antes de que lleguen a su objetivo. El alcance efectivo sería menor. Y serían muy abrasivas para el cañón.

—No la he disparado —dijo Waxillium. Miró a Wayne, que sonreía—. La hemos estado… ejem, reservando para ti. Y estoy seguro de que las balas son de una aleación mucho más pesada que el revólver, aunque no he tenido posibilidad de probarlas todavía. Son más livianas que las de plomo, pero no tanto como serían si fueran de aluminio casi puro. El porcentaje sigue siendo alto, pero la aleación debe resolver la mayoría de esos problemas.

Ranette gruñó. Señaló ausente a Marasi con la pistola.

—¿Quién es el adorno?

—Una amiga —contestó Waxillium—. Ranette, nos están buscando. Gente peligrosa. ¿Podemos pasar?

Ella se guardó el revólver en el cinturón.

—Bien. Pero si Wayne toca algo, cualquier cosa, le volaré los dedos de un tiro.

Marasi se mordió la lengua mientras los conducían al edificio. No le hizo mucha gracia que se refirieran a ella como «un adorno». Pero tampoco le hacía gracia que le pegaran un tiro, así que callarse parecía prudente.

Era buena en eso. Llevaba más de dos décadas de su vida entrenándose en ello.

Ranette cerró la puerta tras ellos, luego se dio la vuelta. Sorprendentemente, los cerrojos de la puerta se cerraron solos, girando en sus molduras y chasqueando. Había casi una docena de ellos, y su súbito movimiento hizo que Marasi diera un respingo. «En el Letal Nombre del Superviviente, ¿qué…?»

Ranette dejó la escopeta en una cesta junto a la puerta (parecía que la guardaba allí como la gente corriente dejaba sus paraguas), y luego se internó en el estrecho pasillo. Agitó una mano, y una especie de palanca junto a la puerta interior se movió. La puerta se abrió y se dirigió hacia ella.

Ranette era alomántica. Naturalmente. Por eso había podido reconocer el aluminio. Mientras llegaban a la puerta, Marasi estudió el artilugio que la había abierto. Había una palanca de la que se podía tirar, que a su vez movía una cuerda, una polea y una palanca al otro lado.

«Hay una a cada lado —advirtió Marasi mientras atravesaban el umbral—. Puede abrir las puertas desde cada dirección sin tener que levantar una mano.» Parecía una frivolidad. ¿Pero quién era ella para criticar cómo utilizaba otra persona la alomancia? Esto sería útil si ibas a menudo con las manos llenas.

El salón al otro lado había sido convertido en un taller. Había grandes mesas de trabajo en los cuatro costados, y en las paredes habían clavado clavos para colgar una impresionante variedad de herramientas. Marasi no reconoció ninguno de los aparatos que abarrotaban las mesas, pero había un montón de abrazaderas y engranajes. Un perturbador número de cables eléctricos serpenteaba por el suelo.

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