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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (24 page)

BOOK: Aleación de ley
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Salió del armario roto, luego alzó algo. Parecían una especie de naipes.

—¿Una pista? —preguntó ella ansiosamente.

—Son desnudos —dijo él, ojeándolos—. Antiguos. Probablemente de antes de que nuestros bandidos compraran este lugar —ojeó unas cuantas más, luego las arrojó al agujero—. Al menos los guripas encontrarán algo divertido.

La miró. Parecía… acosado, los ojos en la sombra, un lado del rostro iluminado por la ventana abierta.

—¿Y qué pasó? —preguntó ella en voz baja—. Contigo, quiero decir. A menos que no quieras contarlo.

Él se encogió de hombros.

—En realidad no sabía qué estaba haciendo, y me dejé llevar por el pánico. Creo que tal vez quería que me capturaran. Nunca quise dispararle a aquel tipo. Solo quería su bolsa, ¿sabes? El viejo Dedosmuertos me capturó fácilmente. Ni siquiera tuvo que arrancarme una confesión.

Wayne guardó silencio un instante.

—Lloré todo el tiempo. Tenía dieciséis años. Era solo un chiquillo.

—¿Sabías que eras alomántico?

—Claro. Por eso me fui a los Áridos, pero eso es otra historia. El bendaleo es difícil de hacer. El bismuto y el cadmio no son metales que se encuentren en la tienda de la esquina. No sabía mucho de feruquimia entonces, aunque mi padre era feruquimista, así que tenía cierta idea. Pero almacenar salud requiere oro.

Se acercó y se sentó en el suelo junto a ella.

—Sigo sin saber por qué me salvó Wax. Deberían de haberme ahorcado. Maté a un buen hombre. Ni siquiera era rico. Era contable. Hacía obras de caridad para todo el que lo necesitaba; escribía testamentos, leía cartas. Todas las semanas transcribía las cartas de los mineros que no sabían escribir, para que pudieran enviarlas a sus familias en la ciudad. Descubrí muchas cosas sobre él en el juicio, ¿sabes? Vi a sus hijos llorando. Y su esposa…

Wayne buscó en el bolsillo y sacó algo. Un papel.

—Recibí una carta suya hace unos meses.

—¿Te escriben cartas? —dijo Marasi.

—Claro. Les envío la mitad de lo que gano. Así alimento a sus hijos, ¿sabes? Supongo que tiene sentido, ya que maté a su padre. Uno fue a la universidad —vaciló—. Todavía me odian. Me envían cartas para hacerme saber que no me han perdonado, que ningún dinero les devolverá a su padre. Tienen razón. Pero aceptan el dinero, que ya es algo.

—Wayne… —dijo Marasi—. Lo siento,

—Sí. Yo también. Pero algunos errores no pueden arreglarse solo con lamentarlo. No se pueden reparar, hagas lo que hagas. Las pistolas y yo no nos llevamos bien desde entonces. Mi mano empieza a temblar cuando empuño una, se sacude como un puñetero pez fuera del agua. ¿No es curioso? Es como si mi mano pensara sola.

El sonido de pasos desde la escalera y unos instantes después entró Waxillium. Alzó una ceja al verlos sentados en el suelo.

—Oye, nos hemos estado sincerando, aquí —dijo Wayne—. No vengas a estropearlo todo.

—Ni se me ocurriría —respondió Waxillium—. He hablado con los mendigos de la zona. Los desvanecedores han estado transportando algo grande, metiéndolo y sacándolo del edificio y a un barco. Lo han hecho en varias ocasiones, siempre de noche. Por su tamaño parece que no era solo cargamento: sospecho que algún tipo de maquinaria.

—Hum —dijo Wayne.

—Hum, en efecto. ¿Y tú?

—Encontré una caja —dijo Wayne, mostrando la caja de puros—. Oh, y más dinamita. Por si quieres abrir un nuevo canal o algo.

—Tráela. Podría ser útil.

Waxillium cogió la caja de puros.

—Hay unas cuantas fotos de desnudos también —advirtió Wayne, señalando el armario—. Están tan ajadas que apenas se pueden ver las partes buenas —vaciló—. Las damas no llevan pistola, así que probablemente no te interesarán de todas formas.

Waxillium hizo una mueca.

—La caja de puros es cara —dijo Marasi, levantándose—. Es improbable que perteneciera a alguno de los ladrones comunes, a menos que se la quitaran a alguien. Pero mira. Han escrito unos números en la parte de dentro.

—Así es —dijo Waxillium. Entornó los ojos, y luego miró a Wayne, que asintió.

—¿Qué? —dijo ella—. ¿Sabes algo?

Waxillium le lanzó de nuevo la caja a Wayne, quien se la guardó en el bolsillo de la chaqueta. Era tan grande que quedó asomando.

—¿Has oído alguna vez el nombre de Miles Dagouter?

—Claro —dijo ella—. Miles Cienvidas. Es vigilante en los Áridos.

—Sí —respondió Waxillium, sombrío—. Vamos. Creo que es hora de que hagamos un viaje. Mientras lo hacemos, te contaré unas cuantas historias.

11

Miles se detuvo junto a la barandilla y encendió su puro. Aspiró varias veces antes de que tirara, y luego soltó lentamente una vaharada de humo entre los labios.

—Los han visto, jefe —dijo Tarson, que se acercaba. Llevaba un brazo en cabestrillo; la mayoría de los hombres estarían todavía en cama después de recibir un tiro como el suyo. Pero Tarson era un brazo de peltre y tenía sangre koloss. Sanaría rápidamente.

—¿Dónde? —preguntó Miles, bajando la mirada y estudiando la disposición del nuevo escondite. Además de Tarson, el único que lo acompañaba aquí arriba era Clamps, el tercero en el mando.

—Están en la vieja fundición —dijo Tarson. Todavía llevaba puesto el sombrero de Wayne—. Estuvieron hablando con los mendigos de la zona.

—Tendríamos que haberlos arrojado a todos al canal —gruñó Clamps, rascándose la cicatriz del cuello.

—No voy a empezar a matar mendigos, Clamps —dijo Miles en voz baja. Llevaba un par de revólveres de aluminio; brillaban a la luz eléctrica de la gran cámara—. Te sorprendería lo rápidamente que una cosa así se puede volver en tu contra: vuelve la clase más baja de la ciudad contra nosotros, y todo tipo de información inconveniente llegará a los alguaciles.

—Sí, claro —dijo Clamps—. Por supuesto. Pero, quiero decir, esos mendigos… vieron cosas, jefe.

—Wax las habría descubierto de todas formas —respondió Miles—. Es como una rata. Te lo encuentras donde menos desees que esté. En cierto modo, eso lo vuelve predecible. ¿Asumo que tus trampas explosivas, aunque prometiste que no fallarían, no resultaron efectivas?

Clamps tosió en su mano.

—Lástima —dijo Miles. Cogió su encendedor de plata, que todavía tenía en la mano tras haber encendido el puro, y se lo guardó en el bolsillo. Tenía el signo de los vigilantes de Verdadero Madil. Los otros hombres se sentían incómodos al verlo. Miles lo conservaba de todas formas.

El espacio ante ellos carecía completamente de ventanas. Grandes y brillantes luces eléctricas colgaban del techo, y los hombres emplazaban forjas y moldes. Miles era escéptico. ¿Una fundición bajo tierra? Pero el Señor Elegante había prometido que sus conductos y ventiladores eléctricos retirarían el humo y harían circular el aire. Con los hornos eléctricos había mucho menos humo.

Esta sala era muy curiosa. Un gran túnel se perdía en la oscuridad a la izquierda de la cámara, con vías férreas en el suelo. Los principios, decía el Señor Elegante, de una vía subterránea en la ciudad. ¿Cómo atravesaría los canales? Tendría que pasar por debajo, supuso. Una extraña imagen.

De momento, ese túnel era solo una prueba. Recorría una breve distancia hasta un gran edificio de madera, donde Miles podía acuartelar al resto de sus hombres. Tenía otros treinta o así. Por ahora, traían cajas de suministros y lo que quedaba de su aluminio. No había mucho. De un solo golpe, Wax casi había destruido a los desvanecedores.

Miles fumó su puro, reflexivo. Como siempre, recurría a su mente de oro, que le daba fuerzas y revigorizaba su cuerpo. Nunca se sentía enfermo, nunca carecía de energía. Seguía necesitando dormir, y seguía envejeciendo, pero aparte de eso, era prácticamente inmortal. Mientras tuviera suficiente oro.

Ese era el problema, ¿no? El humo se enroscaba ante él, retorciéndose sobre sí mismo como las brumas.

—¿Jefe? —preguntó Clamps—. El Señor Elegante está esperando. ¿No vas a ir a recibirlo?

Miles exhaló humo.

—Dentro de un momento —Elegante no era su dueño—. ¿Cómo va el reclutamiento, Clamps?

—Va… Necesitaré más tiempo. Un día no es suficiente, sobre todo después de que la mitad de nosotros fuera masacrada.

—Cuidado con lo que dices.

—Lo siento.

—Wax tenía que entrar en escena tarde o temprano —dijo Miles en voz baja—. Cambia las reglas, y es cierto que perdimos muchos más hombres de los que me habría gustado. Sin embargo, al mismo tiempo somos afortunados. Ahora que Waxillium ya ha intervenido, podemos adelantarnos a él.

—Jefe, los hombres hablan —dijo Tarson, inclinándose hacia delante—. Dicen que Wax y tú… que nos tendisteis una trampa. —Se echó atrás, como si esperara una reacción violenta.

Miles siguió fumando, y consiguió contener su estallido inicial de ira. Estaba mejorando en eso. Un poco.

—¿Por qué dicen eso?

—Antes eras vigilante de la ley y todo eso…

—Sigo siéndolo —dijo Miles—. Lo que hacemos no está fuera de la ley. No de la verdadera ley. Oh, los ricos harán sus propios códigos, nos obligarán a vivir según ellos. Pero nuestra ley es la ley de la humanidad misma.

»Los hombres que trabajan para mí tienen la bula de la reforma. Su trabajo aquí diluye sus anteriores… infracciones. Diles que estoy orgulloso de ellos, Clamps. Soy consciente de que han vivido algo traumático, pero sobrevivieron. Nos enfrentaremos al mañana con mayores fuerzas.

—Se lo diré, jefe.

Miles contuvo una sonrisa. No podía decidir si las palabras eran adecuadas o no: no estaba hecho para prédicas. Pero los hombres necesitaban convicción por su parte, así que mostraría convicción.

—Quince años —dijo en voz baja.

—¿Jefe?

—Quince años pasé en los Áridos, tratando de proteger a los débiles. ¿Y sabes qué? Nunca mejoró. Todo ese esfuerzo no significó nada. Los niños seguían muriendo, las mujeres continuaban siendo violadas. Un hombre no era suficiente para cambiar las cosas, no con la corrupción que hay aquí en el corazón de la civilización —dio una calada a su puro—. Si vamos a cambiar las cosas, tenemos que cambiarlas aquí primero.

«Y que Trell me ayude si me equivoco.» ¿Para qué había creado Trell a hombres como él, sino para enmendar errores? Las Palabras de Instauración incluso contenían una larga explicación del trellismo y sus enseñanzas que demostraban que hombres como Miles eran especiales.

Se dio la vuelta y avanzó por la pasarela. Se extendía como un balón por la cara norte de la enorme nave. Tarson y Clamps se quedaron atrás; sabían que le gustaba estar solo cuando se veía con el Señor Elegante.

Miles abrió la puerta al fondo y entró en el despacho del Señor Elegante. Por qué necesitaba un despacho aquí, no lo sabía; tal vez controlaría con más atención las operaciones de esta nueva base. El Señor Elegante había querido que estuvieran aquí desde el principio. A Miles le molestaba haber tenido que acabar aceptando la oferta: eso lo ponía todavía más bajo el pulgar de su patrocinador.

«Unos cuantos buenos robos y ya no lo necesitaremos —se dijo Miles—. Entonces podremos mudarnos a otra parte.»

El Señor Elegante era un hombre de cara redonda con barba veteada de gris. Estaba sentado ante su escritorio tomando una taza de té, vestido con un traje extremadamente elegante y caro de seda negra con un chaleco turquesa. Cuando Miles entró, estaba estudiando un periódico.

—Sabes que no me gusta el olor de esas cosas —dijo el Señor Elegante sin levantar la mirada.

Miles siguió fumando de todas formas.

El Señor Elegante sonrió.

—¿He oído decir que tu viejo amigo ya ha localizado tu anterior base de operaciones?

—Capturaron a unos cuantos hombres —dijo Miles simplemente—. Solo era cuestión de tiempo.

—No son muy leales a tu causa.

Miles no tenía ninguna respuesta a eso. Los dos sabían que la mayoría de sus hombres trabajaban por dinero, y no por ningún objetivo grandioso.

—¿Sabes por qué me gustas, Miles? —preguntó el Señor Elegante.

«No me preocupa especialmente si te gusto o no te gusto», pensó Miles, pero se mordió la lengua.

—Eres cuidadoso —continuó el Señor Elegante—. Tienes un objetivo, crees en él, pero no dejas que nuble tu visión. De hecho, tu causa no es muy diferente de la de mis asociados y yo. Creo que es un objetivo digno, y tú un digno líder —el Señor Elegante le dio la vuelta a su periódico—. El tiroteo del último robo amenaza con socavar mi confianza en lo que he dicho.

—Yo…

—Perdiste los nervios —dijo el Señor Elegante, con voz fría—, y por tanto perdiste el control de tus hombres. Por eso sucedió este desastre. No hubo ningún otro motivo.

—Sí que lo hubo. Waxillium Ladrian.

—Tendrías que haber estado preparado para él.

—Se suponía que no iba a estar allí.

El Señor Elegante sorbió su té.

—Vamos, Miles. Llevabas puesta una máscara. Sabías que había una posibilidad de que acudiera.

—Llevaba una máscara —respondió Miles, controlándose con esfuerzo—, porque soy un hombre de cierta fama. Wax no era el único que podría haberme reconocido.

—Un argumento válido, supongo. Pero con lo dramático que insistes en ser: cargamento que desaparece, en vez de ser robado sin más, me pregunto por qué evitas ser reconocido.

—El dramatismo sirve a un propósito —replicó Miles—. Se lo he dicho. Mientras la policía viva en la duda de cómo nos llevamos el cargamento, cometerán errores.

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