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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (10 page)

BOOK: Aleación de ley
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Waxillium había visitado la mansión Yomen una vez en su juventud, pero en esa ocasión el gran salón estaba vacío. Ahora estaba lleno. Filas y filas de mesas se alineaban en el suelo de madera de la cavernosa sala; tenía que haber más de un centenar. Damas, lores, cargos electos, y la elite adinerada se movía y charlaba en bajos murmullos, todos vestidos con sus mejores galas. Joyas chispeantes. Trajes negros con pañuelos de colores. Mujeres con vestidos a la última moda; colores intensos, faldas que llegaban al suelo, gruesas capas externas con montones de pliegues y encajes. La mayoría de las mujeres llevaban chalecos ajustados en la parte superior, y los escotes eran ahora mucho más bajos de lo que recordaba en su infancia. Tal vez simplemente se fijaba más.

—¿Qué decía, Waxillium? —preguntó Steris, volviéndose a un lado y dejándola que le ayudara a quitarse la chaquetilla. Llevaba un bonito vestido rojo que parecía calculadamente diseñado para estar completamente a la moda sin ser demasiado atrevido.

—Simplemente hacía un comentario sobre el tamaño de esta reunión, querida —dijo Waxillium, doblando la chaquetilla y entregándosela, junto con su sombrero hongo, a un criado que esperaba—. He acudido a bastantes saraos desde mi regreso a la ciudad, y ninguno era tan enorme. Prácticamente parece que han invitado a media ciudad.

—Bueno, esto es algo especial —dijo ella—. Una boda entre dos casas muy bien conectadas No querrían dejar a nadie fuera. Excepto, naturalmente, a aquellos que hayan dejado fuera a propósito.

Steris tendió el brazo para que él lo tomara. Waxillium había recibido una detallada explicación durante el trayecto en carruaje sobre cómo debía sostenerlo exactamente. Su brazo encima del de ella, tomando su mano levemente, los dedos entrelazados bajo su palma. Parecía horriblemente antinatural, pero ella insistió en que comunicaría el significado exacto que pretendían. De hecho, cuando entraron en el salón de baile, atrajeron bastantes miradas interesadas.

—Lo que está dando a entender —dijo Waxillium—, es que el propósito de este banquete de bodas no es quién está invitado, sino quién no.

—Exactamente —contestó ella—. Y, para cumplir ese propósito, todos los demás deben estar invitados. Los Yomen son poderosos, aunque crean en el fragmentismo. Horrible religión. Imagine, adorar al mismísimo Ojos de Hierro. De todas formas, nadie ignorará una invitación a esta celebración. Y, por eso, los ignorados no solo se encontrarán sin una fiesta a la que asistir, sino que serán incapaces de organizar sus propias diversiones, ya que cualquiera que pudieran haber querido invitar estará aquí. Eso los obliga o bien a asociarse con otros que tampoco han sido invitados (reforzando por tanto su estatus de parias) o a quedarse sentados en casa, pensando en cómo han sido insultados.

—En mi experiencia —dijo Waxillium—, ese tipo de infelices reflexiones conducen a una altísima probabilidad de que te peguen un tiro.

Ella sonrió, saludando con elaborado aprecio a alguien al pasar.

—Esto no es los Áridos, Waxillium. Es la Ciudad. Aquí no hacemos esas cosas.

—No, ya veo. Pegarle un tiro a la gente sería demasiado caritativo para los habitantes de la Ciudad.

—Aún no ha visto lo peor —señaló ella, saludando a alguien más—. ¿Ve a esa persona que se ha dado la vuelta? ¿El hombre grueso de pelo largo?

—Sí.

—Lord Shewrman. Un invitado célebremente horrible. Es aburridísimo cuando no está borracho y un completo bufón cuando lo está… que he de añadir es la mayor parte del tiempo. Probablemente es la persona más desagradable en toda la alta sociedad. La mayoría de los presentes preferiría pasarse una hora amputándose uno de sus propios dedos que pasarse unos instantes charlando con él.

—¿Entonces por qué está aquí?

—Por el factor insulto, Waxillium. Los que fueron ignorados se sentirán aún más molestos al saber que Shewrman estuvo aquí. Pero incluyendo unas cuantas malas aleaciones como él (hombres y mujeres que son completamente indeseables, pero no se dan cuenta), la Casa Yomen está diciendo en esencia: «Incluso preferimos pasar el tiempo con esta gente que con ustedes.» Muy efectivo. Muy desagradable.

Waxillium bufó.

—Si alguien intentara algo así de grosero en Erosión, acabaría colgado de los talones de una viga del techo. Si tiene suerte.

—Hum. Sí.

Un criado se acercó, indicándoles que los siguieran hasta una mesa.

—Comprenda —continuó Steris en voz más baja—, que ya no respondo a su actuación de «hombre de frontera ignorante».

—¿Actuación?

—Sí —dijo ella, distraída—. Es usted un hombre. La perspectiva del matrimonio hace que los hombres se sientan incómodos, y se aferran a la libertad. Por tanto, ha empezado a entrar en regresión, lanzando comentarios salvajes para provocar una reacción en mí. Es su instinto de independencia masculina: una exageración inconsciente que pretende socavar la boda.

—Asume usted que es una exageración, Steris —dijo Waxillium mientras se acercaban a la mesa—. Tal vez es lo que soy.

—Se es lo que se elige ser, Waxillium. En cuanto a la gente que hay aquí, y las decisiones tomadas por la Casa Yomen, yo no hice esas reglas. Tampoco las apruebo: muchas son inconvenientes. Pero es la sociedad en la que vivimos. Por tanto, hago de mí algo que pueda sobrevivir en este entorno.

Waxillium frunció el ceño mientras ella zafaba el brazo y besaba afectuosamente en las mejillas a unas cuantas mujeres de una mesa cercana; parecía que eran parientas lejanas. Él se llevó las manos a la espalda y sonrió cortésmente a todos los que venían a saludarlos.

Había hecho una buena exhibición de sí mismo estos últimos meses mientras se relacionaba con la alta sociedad, y la gente lo trataba de forma más amistosa que antes. Incluso apreciaba a algunos de los que se acercaron. Sin embargo, la naturaleza de lo que estaba haciendo con Steris seguía incomodándolo, y le resultaba difícil disfrutar de la conversación.

Además, tanta gente en un solo sitio seguía haciendo que le picara la espalda. Demasiada confusión, demasiado difícil controlar las salidas. Prefería las fiestas más pequeñas, o al menos las que se esparcían por gran número de salas.

Los novios llegaron, y la gente se levantó para aplaudir. Lord Joshin y Lady Michelle; Waxillium no los conocía, aunque se preguntó por qué hablaban con un hombre harapiento que parecía un mendigo, todo vestido de negro. Por fortuna no parecía que Steris pretendiera arrastrarlo junto a aquellos que esperaban para felicitar a los recién desposados lo más pronto posible.

Pronto, sirvieron la comida a las primeras mesas. La cubertería de plata empezó a castañear. Steris mandó a un criado que preparara su mesa; Waxillium se pasó el tiempo inspeccionando la sala. Había dos balcones, uno a cada extremo de la sala rectangular. Parecía haber espacio para cenar allá arriba, aunque no habían preparado ninguna mesa. Hoy los utilizaban los músicos, un grupo de arpistas.

Majestuosas lámparas colgaban del techo, seis enormes en el centro, dotadas de miles de chispeantes piezas de cristal. Doce más pequeñas colgaban a los lados. «Lámparas eléctricas —advirtió—. Antes de la conversión debió ser horrible encender todas esas luces.»

El coste total de una fiesta como esta aturdía sus sentidos. Podría haber alimentado Erosión durante un año con lo que se estaba gastando aquí en una sola noche. Su tío había vendido el salón de baile Ladrian unos cuantos años antes, pues era un edificio separado, en un barrio distinto del de la mansión. Eso hacía feliz a Waxillium: por lo que recordaba, era tan grande como este. Si todavía fuera suyo, la gente podría esperar que celebraran fiestas lujosas como esta.

—¿Bien? —preguntó Steris, tendiendo de nuevo su brazo mientras el criado regresaba para conducirlos hasta su mesa. Waxillium pudo ver a Lord Harms y a Marasi, la prima de Steris, sentados ya a la mesa.

—Estoy recordando por qué me marché de la Ciudad —dijo Waxillium sinceramente—. Aquí la vida es condenadamente dura.

—Muchos dirían lo mismo de los Áridos.

—Y pocos han vivido en ambos sitios. Hacerlo aquí es un tipo distinto de dureza, pero sigue siendo duro. ¿Marasi vuelve a acompañarnos?

—Así es.

—¿Qué es lo que le pasa, Steris?

—Es de los Estados Exteriores y quería tener la posibilidad de asistir a la universidad aquí en la Ciudad. Mi padre se apiadó de ella, ya que sus padres no tenían medios para ello. Permite que viva con nosotros mientras duren sus estudios.

Una explicación válida, aunque pareció surgir de los labios de Steris demasiado rápidamente. ¿Era una excusa ensayada o Waxillium estaba asumiendo demasiado? Fuera como fuese, la discusión quedó interrumpida cuando Lord Harms se levantó para saludar a su hija.

Waxillium le estrechó la mano a Lord Harms, tomó la de Marasi y se inclinó, y luego se sentó. Steris empezó a hablar con su padre de la gente que había advertido que estaban presentes o que estaban ausentes, y Waxillium apoyó los codos sobre la mesa, escuchando a medias.

«Una sala difícil de defender —pensó, ausente—. Apostar francotiradores en esos balcones funcionaría, pero haría falta uno en cada uno, vigilando para asegurarse de que nadie elimina al otro.» Alguien con un arma lo bastante potente (o los poderes alománticos adecuados) podría abatir a los francotiradores desde abajo. Las columnas bajo los balcones también serían un buen refugio.

Cuanta más cobertura hubiera, mejor sería la situación si estabas en inferioridad numérica. No es que uno quisiera estar jamás en inferioridad numérica, pero rara vez había estado en una pelea donde no fuera así. Por eso buscaba cobertura. Al descubierto, un tiroteo se reducía a quién podía abatir a más hombres con sus armas. Pero cuando podías esconderte, la habilidad y la experiencia empezaban a compensar. Tal vez esta sala no sería un lugar demasiado malo para luchar después de todo. Se…

Vaciló. ¿Qué estaba haciendo? Había tomado su decisión. ¿Tenía que seguir tomándola cada pocos días?

—Marasi —dijo, obligándose a iniciar una conversación—. Su prima me dice que ha iniciado estudios universitarios.

—Estoy en mi último año.

Él esperó que continuara explicándose, pero no lo hizo.

—¿Y cómo le van los estudios?

—Bien —respondió ella, y bajó la mirada, sujetando la servilleta.

«Qué productivo», pensó él con un suspiro. Por fortuna, parecía que se acercaba un delgado sirviente. El hombre empezó a servirles vino.

—La sopa vendrá enseguida —explicó con leve acento de Terris, las vocales abiertas, y un leve tono nasal.

La voz hizo que Waxillium se quedara de piedra.

—La sopa de hoy —continuó el sirviente— es una deliciosa sopa de marisco, sazonada con una pizca de pimienta. Creo que les parecerá exquisita.

Miró a Waxillium, los ojos chispeando de diversión. Aunque llevaba una nariz postiza y peluca, desde luego eran los ojos de Wayne.

Waxillium gruñó en voz baja.

—¿A mi señor no le gustan las gambas? —preguntó Wayne con horror.

—La sopa es bastante buena —dijo Lord Harms—. La he probado en una fiesta de Yomen antes.

—No es la sopa —contestó Waxillium—. Es que acabo de recordar que se me ha olvidado hacer algo.

«Como estrangular a alguien.»

—Regresaré dentro de un momento con la sopa, milores —prometió Wayne. Incluso tenía una falsa línea de pendientes de Terris en las orejas. Naturalmente, Wayne era en parte terrisano, como el propio Waxillium, como testificaban sus habilidades feruquimistas. Eso era raro en la población; aunque casi una quinta parte de los Originadores eran de Terris, no tenían tendencia a casarse con otras etnias.

—¿No parece familiar ese sirviente? —preguntó Marasi, volviéndose para verlo marchar.

—Debe de habernos servido la última vez que estuvimos aquí —respondió Lord Harms.

—Pero no estuve con vosotros la última…

—Lord Harms —intervino Waxillium—, ¿hay alguna noticia de su pariente? ¿La que fue secuestrada por los desvanecedores?

—No —dijo Harms, tomando un sorbo de vino—. Malditos sean esos ladrones. Estas cosas son absolutamente inaceptables. ¡Deberían confinar esa conducta a los Áridos!

—Sí —dijo Steris—, en cierto modo socaba el respeto a la autoridad cuando ocurren cosas así. ¡Y el robo dentro de la ciudad! Terrible.

—¿Cómo fue? —preguntó de pronto Marasi—. ¿Lord Ladrian? Me refiero a vivir donde no había ley.

Parecía verdaderamente curiosa, aunque su comentario se ganó una mirada de reproche por parte de Lord Harms, quizá por sacar a colación el pasado de Waxillium.

—A veces fue difícil —admitió Waxillium—. Allí fuera, alguna gente cree que pueden coger lo que quieran. Les sorprendía que alguien se opusiera. Como si yo fuera una especie de aguafiestas, el único que no comprendía el juego que todos estaban practicando.

—¿Juego? —dijo Lord Harms, frunciendo el ceño.

—Es una forma de hablar, Lord Harms —dijo Waxillium—. Verá, todos parecían pensar que si tenías habilidad o ibas bien armado, podías coger lo que quisieras. Yo era ambas cosas, y en vez de coger nada, los detenía. Les parecía sorprendente.

—Fue muy valiente por su parte —dijo Marasi.

Él se encogió de hombros.

—No fue valentía, de verdad. Son cosas que me vinieron encima.

—¿Incluso detener a los Surefires?

—Fueron un caso especial. Yo… —se detuvo—. ¿Cómo sabe eso?

—Las noticias de los Áridos vuelan —dijo Marasi, ruborizándose—. La mayoría son escritas por alguien. Las puedes encontrar en la universidad o en la librería adecuada.

—Oh.

Incómodo, Waxillium cogió su copa y bebió un poco de vino.

Mientras lo hacía, algo se le metió en la boca. Casi lo escupió sorprendido. Se contuvo. A duras penas.

«Wayne, de verdad que voy a estrangularte.» Se pasó el objeto a la mano, haciendo como que tosía.

—Bueno —dijo Steris—, es de esperar que los alguaciles se encarguen pronto de esos rufianes y podamos regresar a la paz y la ley.

—La verdad es que no creo que sea probable —dijo Marasi.

—Niña —reprochó Lord Harms con severidad—. Ya es suficiente.

—Me gustaría oír lo que tiene que decir, mi señor —dijo Waxillium—. Por el puro placer de la conversación.

—Bueno… está bien… supongo.

—Es simplemente una teoría que tengo —dijo Marasi, ruborizándose—. Lord Ladrian, cuando era usted vigilante en Erosión, ¿qué población tenía la ciudad?

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