—Hola, Wax —dijo el hombre alegremente. Alzó el reloj—. ¿Puedo cambiarte por esto?
Waxillium cerró rápidamente la puerta tras él.
—¿Wayne? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Mirando tus cosas, socio —respondió Wayne. Alzó el reloj, apreciándolo—. ¿Qué vale, tres o cuatro barras? Tengo una botella de buen whisky que podría valer lo mismo.
—¡Tienes que marcharte de aquí! —dijo Waxillium—. Se supone que debes estar en Erosión. ¿Quién vigila el lugar?
—Barl.
—¡Barl! Es un bellaco.
—Yo también.
—Sí, pero tú eres el bellaco que yo elegí para hacer el trabajo. Al menos podrías haber enviado a Miles.
—¿Miles? —dijo Wayne—. Socio, Miles es un ser humano horrible. Prefiere dispararle a alguien antes de molestarse en averiguar si el tipo es culpable o no.
—Miles mantiene limpia su ciudad —dijo Waxillium—. Y me ha salvado la vida un par de veces. Y además no tiene nada que ver. Te dije que vigilaras Erosión.
Wayne se llevó la mano al sombrero.
—Cierto, Wax, pero ya no eres vigilante de la ley. Y yo tengo cosas importantes que hacer. —Miró el reloj, luego se lo guardó en el bolsillo y dejó en su lugar una botellita de whisky en la repisa—. Ahora, señor, tengo que hacerle unas cuantas preguntas.
Sacó una libretita y un lápiz del interior de su sobretodo.
—¿Dónde estuvo la noche pasada a eso de medianoche?
—¿Qué signifi…?
Las campanillas de la puerta volvieron a interrumpir a Waxillium.
—¡Herrumbre y Ruina! Es gente de clase alta, Wayne. He pasado meses convenciéndolos de que no soy un rufián. Necesito que te largues de aquí.
Waxillium dio un paso adelante, intentando conducir a su amigo hacia la salida del fondo.
—Vaya, esa es una conducta sospechosa, ¿no? —dijo Wayne, anotando algo en su libreta—. Esquivando preguntas, actuando ansioso. ¿Qué oculta, señor?
—Wayne —dijo Waxillium, agarrando al otro hombre por el brazo—. Una parte de mí aprecia que hayas venido hasta aquí a sacarme de quicio, y me alegro de verte. Pero este no es el momento.
Wayne hizo una mueca.
—Das por hecho que estoy aquí por ti. ¿No te parece un poco arrogante?
—¿Para qué si no estarías aquí?
—Envío de alimentos —dijo Wayne—. Un tren salió de Elendel hace tres días y llegó a Elendel con todo el contenido de un vagón vacío. He oído que recientemente has perdido dos cargamentos propios por obra de esos «desvanecedores». He venido a interrogarte. Bastante sospechoso, como decía.
—Sospechoso… Wayne, he perdido dos envíos. ¡Es a mí a quien han robado! ¿Por qué me convierte eso en sospechoso?
—¿Cómo voy a saber yo cómo funciona tu retorcida mente de genio criminal, socio?
Sonaron pasos ante la puerta. Waxillium miró la puerta, luego a Wayne.
—Ahora mismo, mi mente de genio criminal se pregunta si puedo esconder tu cadáver en algún sitio donde no llame demasiado la atención.
Wayne sonrió, dando un paso atrás.
La puerta se abrió.
Waxillium se dio media vuelta para ver a Limmi abrir mansamente la puerta. En el umbral esperaba un hombre corpulento con un traje muy elegante, empuñando un bastón de madera. Tenía unos bigotes que caían hasta su grueso cuello, y su chaleco estaba adornado por un pañuelo rojo oscuro.
—¡… digo que no importa a quién esté atendiendo! —decía Lord Harms—. ¡Querrá hablar conmigo! Teníamos una cita y…
Lord Harms se detuvo, advirtiendo que la puerta estaba abierta.
—¡Ah!
Y entró en la sala.
Lo siguió una mujer de aspecto severo y cabello dorado sujeto en un tenso moño (su hija, Steris), y una mujer más joven a quien Waxillium no reconoció.
—Lord Ladrian —dijo Harms—. Considero muy impropio hacerme esperar. ¿Y a quién recibe en vez de a mí?
Waxillium suspiró.
—Es mi viejo…
—¡Tío! —dijo Wayne, dando un paso adelante y alterando la voz para parecer brusca y perder todo su acento rural—. Soy su tío Maksil. Me presenté de forma inesperada esta mañana, mi querido señor.
Waxillium alzó una ceja mientras Wayne avanzaba. Se había quitado el sombrero y el sobretodo, y se había pegado en el labio superior un bigote falso de aspecto realista y algunas canas. Encogía el rostro para mostrar unas cuantas arrugas extra alrededor de los ojos. Era un buen disfraz que le hacía parecer quizás unos cuantos años mayor que Waxillium, en vez de diez años más joven.
Waxillium miró por encima del hombro. El sobretodo estaba doblado en el suelo junto a uno de los sillones, el sombrero encima, un par de bastones de duelo cruzados sobre la pila. Waxillium ni siquiera había advertido el cambio: naturalmente, Wayne lo había hecho mientras estaba dentro de una burbuja de velocidad. Wayne era un deslizador, un alomántico de bendaleo, capaz de crear una burbuja de tiempo comprimido a su alrededor. A menudo empleaba ese poder para cambiar de disfraz.
También era nacidoble, como Waxillium, aunque su habilidad feruquimista (sanar rápidamente de las heridas) no era muy útil si no se dedicaba a combatir. Con todo, las dos formaban una poderosa combinación.
—¿Tío, dice? —preguntó Lord Harms, estrechando la mano de Wayne.
—¡Por parte de madre! —dijo Wayne—. No por parte Ladrian, naturalmente. De lo contrario, estaría dirigiendo este lugar, ¿no?
No hablaba como era costumbre en él, pero esa era la especialidad de Wayne. Decía que las tres cuartas partes de un disfraz estaban en el acento y la voz.
—Llevo mucho tiempo queriendo venir a ver cómo está el chaval. Ha tenido un pasado algo revuelto, ya sabe. Necesita una mano firme para asegurar que no vuelva a esas desagradables costumbres.
—¡A menudo he pensado lo mismo! —dijo Lord Harms—. Supongo que tenemos permiso para sentarnos, ¿no, Lord Ladrian?
—Sí, por supuesto —respondió Waxillium, dirigiendo con disimulo una mirada de reproche a Wayne. «¿De verdad? —decía esa mirada—. ¿Estamos haciendo esto?»
Wayne tan solo se encogió de hombros. Luego se volvió y tomó la mano de Steris e inclinó amablemente la cabeza.
—¿Y quién es esta encantadora criatura?
—Mi hija, Steris —Harms se sentó—. ¿Lord Ladrian? ¿No había avisado a su tío de nuestra llegada?
—Me sorprendió tanto su llegada que no he tenido oportunidad —dijo Waxillium. Tomó la mano de Steris e inclinó también la cabeza ante ella.
Ella lo miró de arriba abajo con expresión crítica, y luego sus ojos se volvieron hacia el sobretodo y el sombrero del rincón. Su expresión se agrió. Sin duda había asumido que eran suyos.
—Esta es mi prima Marasi —dijo Steris, indicando a la mujer que tenía detrás. Marasi era morena y de ojos grandes, con brillantes labios rojos. Agachó recatadamente la cabeza en cuanto Waxillium se volvió hacia ella—. Ha pasado casi toda su vida en los Estados Exteriores y es bastante tímida, así que por favor no la inquiete.
—Ni lo soñaría —dijo Waxillium. Esperó hasta que las mujeres estuvieron sentadas junto a Lord Harms y luego tomó asiento en el sofá más pequeño frente a ellos, de cara a la puerta. Había otra salida de la sala, pero había descubierto que había un tablón flojo en el suelo, lo cual era ideal. De esta forma, nadie podía entrar sorprendiéndolo. Vigilante o lord, no le apetecía que le pegaran un tiro por la espalda.
Wayne se sentó en una silla a la derecha de Waxillium. Todos se miraron unos a otros durante un largo instante. Wayne bostezó.
—Bueno —dijo Waxillium—. Tal vez debería empezar preguntando por su salud.
—Tal vez —respondió Steris.
—Esto… sí. ¿Cómo está de salud?
—Bien.
—Igual que Waxillium —añadió Wayne.
Todos se volvieron hacia él.
—Ya saben, está aquí y no en cama. Ejem. ¿Eso es caoba?
—¿Esto? —dijo Lord Harms, alzando su bastón—. En efecto. Es herencia familiar.
—Mi señor Waxillium —intervino Steris con voz cortante. No parecía gustarle hablar de nimiedades—. Quizá podamos saltarnos las palabras huecas. Todos sabemos la naturaleza de esta reunión.
—¿Ah, sí? —preguntó Wayne.
—Sí —dijo Steris, la voz fría—. Lord Waxillium. Tiene usted una desafortunada reputación. Su tío, con el Héroe descanse, manchó el apellido Ladrian con su reclusión social, sus ocasionales incursiones intrépidas en la política, y su aventurerismo descarado. Usted viene de los Áridos, lo que no hace sino aumentar la pobre reputación de la casa, sobre todo considerando sus insultantes acciones a diversas casas durante sus primeras semanas en la ciudad. Por encima de todo, su casa está casi arruinada.
»Nosotros, sin embargo, nos encontramos con circunstancias desesperadas propias. Nuestro estatus financiero es excelente, pero nuestro apellido es desconocido en la alta sociedad. Mi padre no tiene ningún heredero varón al que conferirle el apellido familiar, así que una unión entre nuestras casas tiene todo el sentido.
—Cuánta lógica por su parte, querida —dijo Wayne, el acento de clase alta surgiendo de sus labios como si hubiera nacido con él.
—Naturalmente —dijo ella, todavía mirando a Waxillium. Buscó en su bolso—. Sus cartas y conversaciones con mi padre han sido suficientes para persuadirnos de sus serias intenciones, y durante estos últimos meses en la ciudad su comportamiento público ha demostrado ser más prometedoramente sobrio que su grosería inicial. Así que me he tomado la libertad de redactar un acuerdo que creo que complace a nuestras necesidades.
—¿Un… acuerdo? —preguntó Waxillium.
—Oh, estoy ansioso por oírlo —añadió Wayne. Se metió ausente la mano en el bolsillo y sacó algo que Waxillium no pudo distinguir.
El «acuerdo» resultó ser un gran documento, al menos de veinte páginas de largo. Steris le tendió una copia a Waxillium y otra a su padre, y se quedó con otra para sí.
Lord Harms tosió en su mano.
—Sugerí que anotara sus pensamientos —dijo—. Y… bueno, mi hija es una mujer muy concienzuda.
—Ya lo veo —contestó Waxillium.
—Te sugiero que nunca le pidas que te pase la leche —añadió Wayne entre dientes, para que solo Waxillium pudiera oírlo—. Ya que parece probable que te lanzara una vaca, solo para asegurarse de que hace el trabajo a conciencia.
—El documento consta de varias partes —dijo Steris—. La primera es un esbozo de nuestra fase de cortejo, donde hacemos claros progresos, aunque no demasiado acelerados, hacia el compromiso. Nos tomamos el tiempo suficiente para que la sociedad empiece a asociarnos como pareja. El compromiso no debe ser demasiado rápido para que no parezca un escándalo, pero no puede ser tampoco demasiado lento. Ocho meses, según mis cálculos, cumplirían nuestros propósitos.
—Comprendo —dijo Waxillium, repasando las hojas. Tillaume entró, trayendo una bandeja con té y pasteles, y la depositó en una mesita junto a Wayne.
Waxillium sacudió la cabeza, cerrando el contrato.
—¿No le parece un poco… encorsetado?
—¿Encorsetado?
—Quiero decir… ¿no tendría que haber espacio para el romance?
—Lo hay —dijo Steris—. Página trece. Tras el matrimonio, no habrá más de tres encuentros conyugales por semana y no menos de uno hasta que se proporcione un heredero adecuado. Después de eso, se aplica el mismo número a un lapso de dos semanas.
—Ah, claro —dijo Waxillium—. Página trece.
Miró a Wayne. ¿Era una bala lo que se había sacado del bolsillo? Wayne jugueteaba con ella entre sus dedos.
—Si no es suficiente para satisfacer sus necesidades —añadió Steris—, la siguiente página detalla los adecuados protocolos de amantes.
—Espere —dijo Waxillium, apartando la mirada de Wayne—. ¿Su documento permite amantes?
—Naturalmente. Son un simple hecho de la vida, y por eso es mejor tenerlas en cuenta que ignorarlas. En el documento encontrará usted los requerimientos para su potencial amante junto con los medios por los cuales se mantendrá la discreción.
—Comprendo —dijo Waxillium.
—Naturalmente —continuó Steris—, yo seguiré las mismas indicaciones.
—¿Planea usted echarse un amante, mi señora? —preguntó Wayne, alzando la cabeza.
—Deberían permitírseme mis propios escarceos —contestó ella—. Normalmente el objeto de elección es el cochero. Me abstendré hasta que se produzcan herederos, naturalmente. No debe de haber ninguna confusión respecto al linaje.
—Naturalmente —dijo Waxillium.
—Está en el contrato —dijo ella—. Página quince.
—No dudo de que lo esté.
Lord Harms tosió de nuevo en su mano. Marasi, la prima de Steris, mantuvo una expresión neutra, aunque se había estado mirando los pies durante la conversación. ¿Por qué la habían traído?
—Hija —dijo Lord Harms—, quizá deberíamos dirigir la conversación a temas menos personales durante un momento.
—Muy bien —dijo Steris con sequedad—. Hay unas cuantas cosas que quería saber de usted. ¿Es un hombre religioso, Lord Ladrian?
—Sigo el Camino —respondió Waxillium.
—Hum —dijo ella, dando un golpecito con los dedos en el contrato—. Bueno, es una opción segura, aunque algo aburrida. Yo, por ejemplo, nunca he comprendido por qué la gente sigue una religión cuyo dios prohíbe específicamente adorarlo.
—Es complicado.
—Eso dicen los caminantes. Con el mismo tono con el que intentan explicar lo simple que es su religión.
—Eso también es complicado —dijo Waxillium—. Una forma simple de complicación. ¿Es usted supervivencialista, supongo?
—Lo soy.
«Maravilloso», pensó Waxillium. Bueno, los supervivencialistas no eran demasiado malos. Algunos, al menos. Se levantó. Wayne seguía jugueteando con aquella bala.
—¿Le apetece a alguien un poco de té?
—No —dijo Steris, agitando la mano, mientras revisaba su documento.
—Sí, por favor —contestó Marasi en voz baja.
Waxillium cruzó la habitación para dirigirse a la mesita.
—Esas estanterías son muy bonitas —dijo Wayne—. Ojalá tuviera estanterías como esas. Vaya, vaya, vaya. Y… listo.
Waxillium se dio media vuelta. Los tres invitados se habían vuelto a mirar las estanterías, y al hacerlo, Wayne había empezado a quemar bendaleo y lanzó una burbuja de velocidad.
La burbuja tenía un metro y medio de diámetro, e incluía solo a Wayne y Waxillium, y una vez emplazada, Wayne no podía moverla. Años de familiaridad permitieron a Waxillium discernir el límite de la burbuja, que estaba marcada por una leve ondulación del aire. Para los que estaban dentro de la burbuja, el tiempo fluía mucho más rápidamente que para los de fuera.