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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (23 page)

BOOK: Aleación de ley
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Marasi cogió la pistola, vacilante.

—Para disparar con una pistola el truco es permanecer firme —dijo Waxillium—. Usa ambas manos, encuentra un sitio donde agazaparte si puedes y apoya las manos en él. No tiembles, tómate tu tiempo, y asegúrate de apuntar. Es mucho más difícil dar en el blanco con una pistola, pero eso es debido en parte a que la gente suele comportarse de manera más descuidada con ellas. La misma naturaleza del rifle te anima a apuntar, mientras que el primer impulso con la pistola parece ser apuntar vagamente y apretar el gatillo.

—Sí —dijo ella, sopesando el arma. Era engañosamente pesada—. Ocho de cada diez alguaciles que disparan con pistola contra un criminal a tres metros de distancia fallan.

—¿De verdad?

Ella asintió.

—Bueno —dijo Waxillium—. Supongo que Wayne no tiene por qué sentirse tan mal.

—¡Eh!

Waxillium la miró.

—Una vez lo vi intentar dispararle a alguien a tres pasos de distancia. Le dio a la pared que él mismo tenía detrás.

—No es culpa mía —gruñó Wayne—. Las balas son traicioneras. No tendrían que rebotar. El metal no bota, y eso es una verdad como el titanio.

Ella comprobó el pequeño revólver para asegurarse de que tenía puesto el seguro, y luego se lo guardó en el chamuscado bolso.

El escondite de los desvanecedores resultó ser un edificio de aspecto inocente cerca de un muelle del canal. Dos pisos de altura, con el techo plano y ancho, numerosas chimeneas. Montones de oscuras cenizas y escoria se amontonaban a lo largo de una de las paredes del edificio, y parecía que no habían limpiado las ventanas desde la Ascensión Final.

—Lady Marasi —preguntó Waxillium, comprobando su revólver—, ¿te sentirías terriblemente ofendida si te sugiero que esperes en el carruaje mientras exploramos? Es probable que el lugar esté abandonado, pero no me sorprendería que hayan dejado atrás unas cuantas trampas.

—No —respondió ella, temblando—. No me importaría. Creo que sería lo mejor.

—Te llamaré cuando estemos seguros de que el lugar está despejado —dijo él, y entonces alzó su pistola y le asintió a Wayne. Salieron del carruaje y corrieron agachados hasta el lateral del edificio. No se dirigieron a la puerta. En cambio, Wayne saltó… y Waxillium debió de haberlo empujado, porque el hombre se elevó más de tres metros y aterrizó en el tejado. Waxillium lo siguió, saltando con más gracia y aterrizando sin ruido. Se dirigieron a la esquina más apartada, donde Wayne se descolgó y le dio una patada a una ventana. Waxillium fue tras él.

Marasi esperó unos cuantos minutos llenos de tensión. El cochero no dijo ni una palabra, aunque le oyó murmurar para sí «no es asunto mío». Waxillium le había pagado lo suficiente para que estuviera callado.

No sonó ningún disparo. Al cabo de un rato, Waxillium abrió la puerta del edificio y le hizo señas. Ella bajó corriendo del carruaje y se acercó.

—¿Bien? —preguntó.

—Dos cables conectados a explosivos —dijo Waxillium—. Nada más peligroso que pudiéramos encontrar. Aparte del olor corporal de Wayne.

—Es el olor de lo increíble —dijo Wayne desde dentro.

—Vamos —invitó Waxillium, abriéndole la puerta.

Ella entró, pero luego vaciló en el umbral.

—Está vacío.

Esperaba fraguas y equipo. En cambio, la cavernosa sala estaba vacía, como un aula durante unas vacaciones de invierno. La luz entraba por las ventanas, aunque muy tenue. La cámara olía a carbón y fuego, y había zonas ennegrecidas en el suelo.

—Los dormitorios están ahí arriba —dijo Waxillium, señalando al otro lado de la fundición—. La cámara principal tiene el doble de altura durante la mitad del edificio, pero el otro lado tiene un segundo piso. Parece que podían alojar a unos cincuenta hombres ahí dentro, hombres que podrían actuar como obreros de la fundición durante días para mantener la fachada.

—¡Ajá! —dijo Wayne desde una zona oscura en la parte izquierda de la sala. Ella oyó una sacudida metálica, y entonces la luz inundó la sala cuando él empujó la pared, que se descorrió para dar acceso al canal.

—¿Se ha abierto con mucha facilidad? —preguntó Waxillium, corriendo a acercarse. Marasi lo siguió.

—No lo sé —respondió Wayne, encogiéndose de hombros—. Con bastante.

Waxillium inspeccionó la puerta. Se deslizaba sobre ruedas en un pequeño canal abierto en el suelo. Pasó los dedos por el hueco y al retirarlos se frotó la grasa que encontró.

—La han estado utilizando —dijo Marasi.

—Exactamente.

—¿Y? —preguntó Wayne.

—Si estaban haciendo cosas ilegales aquí —dijo Marasi—, no querrían abrir todo un lado del edificio con ninguna frecuencia.

—Tal vez lo hacían para seguir con la pantomima —replicó Waxillium, poniéndose en pie.

Marasi asintió, pensativa.

—¡Oh! Aluminio.

Wayne sacó sus bastones de duelo y se dio media vuelta.

—¿Qué? ¿Dónde? ¿Quién dispara?

Marasi notó que se ruborizaba.

—Lo siento. Quería decir que deberíamos comprobar si hay algún resto de aluminio en el suelo. Ya sabes, de forjar o fabricar armas. Eso nos dirá si este sitio es realmente el escondite, o si la fuente de Wayne intentó guiarnos a una mala aleación.

—Fue sincero —dijo Wayne—. Noto este tipo de cosas —estornudó.

—Te creíste que Lessie era de verdad bailarina, la primera vez que la viste —dijo Waxillium, poniéndose en pie.

—Eso es distinto. Era una mujer. Son buenas mintiendo. El Dios del Más Allá las hizo así.

—Yo… no estoy segura de cómo interpretar eso —dijo Marasi.

—Con una pizquita de cobre —dijo Waxillium—. Y una buena dosis de escepticismo. Como todo lo que dice Wayne.

Extendió la mano.

Marasi frunció el ceño y alzó la palma. Él dejó caer algo en ella. Unos trocitos de metal que parecían haber sido rascados del suelo, cuando se enfriaron. Eran plateados, livianos, y oscuros por los bordes.

—Los encontré en el suelo, cerca de las secciones ennegrecidas —dijo Waxillium.

—¿Aluminio? —preguntó ella, ansiosa.

—Sí —respondió él—. Al menos, no puedo empujarlo con la alomancia, lo que, junto con su aparición, es suficiente indicativo —la estudió—. Tienes buena cabeza para este tipo de cosas.

Ella se ruborizó. «Otra vez. ¡Herrumbre y Ruina! —pensó—. Voy a tener que buscar una solución a esto.»

—Se trata de desviaciones, Lord Waxillium.

—¿Desviaciones?

—Números, pautas, movimientos. La gente parece errática, pero en realidad siguen pautas. Encuentra las desviaciones, aísla el motivo de por qué se desvían, y a menudo aprenderás algo. Aluminio en el suelo. Es una desviación.

—¿Y hay otras, aquí?

—La puerta de apertura —dijo ella, señalando a un lado—. Esas ventanas. Están manchadas con demasiado hollín. Si tuviera que hacer una deducción, lo pusieron allí quemando una vela junto al cristal para ennegrecerlo y que nadie pudiera asomarse.

—Tal vez es algo natural —repuso Waxillium—. Por las fraguas.

—¿Por qué iban a estar esas ventanas cerradas durante el calor de las fraguas? Esas ventanas se pueden abrir con facilidad, y lo hacen hacia fuera… por lo que no deberían tener ningún hollín. No mucho, al menos. O bien las dejaron cerradas mientras trabajaban para ocultar lo que había aquí dentro, o las oscurecieron de manera intencionada.

—Muy astutos —dijo Waxillium.

—Así que la cuestión es, ¿qué han estado metiendo y sacando del edificio a través de esa gran puerta lateral? Algo lo bastante importante para que la abrieran, incluso después de tomarse tantas molestias con las ventanas.

—Esa parte, al menos, es fácil —dijo Waxillium—. Han estado robando trenes de carga, así que han estado introduciendo esos cargamentos.

—Lo cual implica que lo han estado enviando a alguna parte después de robarlo… —dijo Marasi.

—Lo cual nos da una pista —asintió Waxillium—. Han estado metiendo y sacando cosas de este lugar a través de los canales. De hecho, los canales podrían ser la explicación de por qué sacan el cargamento de los trenes tan fácilmente.

Se dirigió hacia la puerta.

—¿Dónde vas?

—Voy a echarle un vistazo al exterior —dijo él—. Vosotros dos continuad hacia los dormitorios. Decidme si veis alguna… desviación, como las llamas —vaciló—. Deja que Wayne entre primero. Podríamos haber pasado por alto alguna trampa. Es mejor que explote él y no tú.

—¡Eh! —dijo Wayne.

—Lo digo con todo el cariño —dijo Waxillium, saliendo por el lado abierto del edificio. Luego volvió a asomarse—. Y tal vez te vuele la cara y nos ahorre tener que mirar ese horror.

Con eso, se marchó.

Wayne sonrió.

—Que me aspen. Qué bueno es verlo actuar de nuevo como es él.

—¿Entonces no fue siempre tan solemne?

—Oh, Wax ha sido siempre solemne —dijo Wayne, limpiándose la nariz con un pañuelo—. Pero cuando está en su mejor momento, hay siempre humor detrás. Vamos.

La condujo a la parte trasera del edificio. Había una cajita junto a la pared, los explosivos que habían descubierto y desarmado, supuso ella. El techo era más bajo aquí. Wayne subió unas escaleras, y le indicó que esperara.

Ella echó un vistazo alrededor, buscando algo que hubieran dejado atrás, pero solo consiguió dar unos cuantos respingos cuando le pareció ver algo por el rabillo del ojo. Esta parte de la cámara estaba muy oscura.

¿Estaba tardando Wayne demasiado? Vaciló, y por fin decidió subir las escaleras.

Dentro estaba oscuro. No como boca de lobo, pero sí lo suficiente para que ella debiera poder ver lo que hacía… pero no podía. Vaciló a medio camino, luego decidió que era una idiota y continuó subiendo.

—¿Wayne? —preguntó, nerviosa mientras llegaba al final de las escaleras. El piso superior estaba iluminado por unas cuantas ventanas, ennegrecidas de hollín, a pesar de que estaba en una zona donde no había fraguas ni moldes. Eso reforzó su teoría. Y su nerviosismo.

—Está muerto, joven —dijo una voz anciana y distinguida desde la oscuridad—. Lamento tu pérdida.

El corazón de Marasi se detuvo.

—Sí —continuó la voz—, era simplemente demasiado guapo, demasiado listo, y demasiado sobresaliente en todos los aspectos de su existencia para que se le permitiera vivir —alguien abrió una ventana, dejando entrar la luz y revelando el rostro de Wayne—. Me temo que hicieron falta cien hombres para abatirlo, y él mató solo a uno. Sus últimas palabras fueron: «Dile a Wax… que es un capullo integral, y que sigue debiéndome
cinco billetes

—Wayne —susurró ella.

—No pudo evitarlo, socia —dijo él, volviendo a su propia voz, que era completamente diferente—. Lo siento. Pero no tendrías que haber subido aquí.

Señaló un rincón, donde había unos cuantos cartuchos contra la pared.

—¿Más explosivos? —preguntó ella, sintiéndose desvanecer.

—Sí. No los vimos en la primera exploración. Estaban preparados para estallar cuando se abriera el pestillo de un baúl en el rincón.

—¿Había algo dentro del baúl?

—Sí. Explosivos. ¿No estabas escuchando?

Ella lo miró con mala cara.

—No —dijo él, riendo—. No sé qué espera Wax que encontremos aquí. Lo han dejado limpio.

A la luz de la ventana abierta, ella pudo distinguir una habitación de techo bajo. Bueno, más bien un altillo. Wayne y ella podrían entrar sin bajar la cabeza, él a duras penas. Waxillium tendría que agacharse.

Los tablones del suelo eran irregulares y había clavos sobresaliendo en algunas partes. Ella fantaseó con levantar uno y encontrar alguna pista oculta, pero mientras cruzaba la habitación, advirtió que podía ver la planta de abajo. En realidad no había ningún espacio para esconder nada.

Wayne comprobó en unos armarios empotrados en la pared, en busca de explosivos, luego dio golpecitos por si había compartimentos ocultos. Marasi miró alrededor, pero decidió rápidamente que aquí no había nada. Aparte, tal vez, de los explosivos.

Los explosivos.

—Wayne, ¿qué clase de explosivos son?

—¿Hum? Oh, corrientes. Lo llaman dinamita. Se usa para abrir agujeros en la roca allá en los Áridos. Es fácil de conseguir, incluso en esta ciudad. Estos son los cartuchos más pequeños que he visto nunca, pero básicamente son lo mismo.

—Oh —ella frunció el ceño—. ¿Estaban dentro de algo?

Él vaciló, luego se volvió a mirar el baúl.

—Hum.

Metió la mano y sacó algo.

—No estaban dentro de nada, pero alguien usó esto para guardar el fusible y el detonador.

—¿Qué es eso? —preguntó ella, acercándose.

—Una caja de puros —respondió él, dejándola verla—. Magistrados ciudadanos. Una marca cara. Muy cara.

Ella examinó la caja. La tapa estaba pintada de dorado y rojo, con la marca dibujada en grandes letras. No quedaba ningún puro, aunque sí parecía que habían escrito algunos números a lápiz en el interior de la tapa. No le encontró ningún sentido a la secuencia.

—Se lo enseñaremos a Wax —dijo Wayne—. Estas son las cosas que le gustan. Probablemente lo llevará a esbozar una gran teoría sobre cómo nuestro jefe fuma puros, y eso le permitirá detectarlo entre la multitud. Siempre hace cosas así, desde que empezamos a trabajar juntos —Wayne sonrió, recuperó la caja de puros, y siguió rebuscando en los armarios.

—Wayne —dijo Marasi—. ¿Cómo acabaste trabajando con Waxillium?

—¿No estaba en ninguno de tus informes? —preguntó él, dando golpecitos en el lado de un armario.

—No. Se considera un misterio.

—No hablamos mucho del tema —dijo Wayne, la voz apagada, la cabeza dentro del armario—. Me salvó la vida.

Ella sonrió, se sentó en el suelo, y apoyó la cabeza contra la pared.

—Probablemente es una buena historia.

—No es lo que estás pensando —dijo él, sacando la cabeza—. Iban a colgarme en Lejano Dorest. El vigilante de allí.

—¿Por error, supongo?

—Depende de tu definición de esa palabra concreta —respondió Wayne—. Maté a un hombre. Inocente.

—¿Fue un accidente?

—Sí. Solo pretendía robarle —vaciló, miró el armario, abstraído. Sacudió la cabeza, luego se metió dentro a cuatro patas, empujó con fuerza y rompió la pared del fondo.

Eso no era lo que ella esperaba oír. Se acomodó, las manos alrededor de las piernas.

—¿Eras un delincuente?

—No muy capaz —dijo Wayne desde dentro del armario—. Siempre he tenido un problema para no llevarme las cosas. Las trinco, ¿sabes? Y de pronto las veo en mis manos. Era bueno en ello, y tenía algunos amigos… Me convencieron de que debería ir un poco más allá. Que fuera dueño de mi destino, dijeron. Que empezara buscando dinero, luego robara con armas y demás. Así que lo intenté. Y maté a un hombre. Padre de tres hijos.

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