—Yo… —el joven parecía aliviado—. Gracias.
Wayne le hizo un guiño.
—Ahora resiste a todo lo que te pregunte de aquí en adelante.
Empezó a toser y dejó caer la burbuja de velocidad.
—… que no pueda oír —decía Brettin—, detendré esto ahora mismo.
—¡Bien! —gritó Wayne—. Chico, dime para quién trabajas.
—¡No te diré nada, guripa!
—¡Habla o te cortaré los dedos de los pies! —gritó Wayne.
El chico le siguió el juego, y Wayne le ofreció a los alguaciles unos buenos cinco minutos de discusión antes de encogerse de hombros y marcharse.
—Se lo dije —comentó Brettin.
—Sí —respondió Wayne, tratando de parecer enfadado—. Supongo que tendrán que seguir trabajando en ellos.
—No funcionará —dijo Brettin—. Estaré muerto y enterrado antes de que esos hombres hablen.
—No tendremos esa suerte —dijo Wayne.
—¿Cómo?
—Nada —dijo Wayne, olfateando el aire—. Creo que los bollos han llegado. ¡Excelente! Al menos este viaje no será una completa pérdida de tiempo.
—Así que no estamos seguros de lo que sucedió —dijo Waxillium, sentándose en el suelo junto a la larga hoja de papel cubierta con sus resultados genealógicos—. Las Palabras de Instauración incluían una referencia a otros dos metales y sus aleaciones. Pero los antiguos creían en dieciséis metales, y la Ley de Dieciséis tiene una naturaleza tan fuerte que no puede ignorarse. O bien Armonía cambió cómo funciona la alomancia, o nunca la comprendimos realmente.
—Hum —dijo Marasi, sentada en el suelo con las rodillas a un lado—. No esperaba eso de ti, Lord Waxillium. Sabía lo de vigilante de la ley. Metalúrgico, tal vez. ¿Pero filósofo?
—Hay relación entre ser vigilante y ser filósofo —dijo Waxillium, sonriendo ociosamente—. El cumplimiento de la ley y la filosofía tratan de cuestiones. Me atrajo la ley por la necesidad de encontrar respuestas que nadie más podía, de capturar a los hombres que todo el mundo consideraba inalcanzables. La filosofía es similar. Cuestiones, secretos, enigmas. La mente humana y la naturaleza del universo… los dos grandes acertijos del tiempo.
Ella asintió pensativa.
—¿Qué fue para ti? —preguntó Waxillium—. No suele verse a una joven de posibles estudiando leyes.
—Mis posibles no son tan… importantes como puedan parecer —dijo ella—. No sería nadie sin el patronato de mi tío.
—Con todo.
—Historias —dijo ella, sonriendo con tristeza—. Historias sobre el bien y el mal. La mayoría de la gente que una conoce, no son ni una cosa ni la otra.
Waxillium frunció el ceño.
—No estoy de acuerdo. La mayoría de la gente parece básicamente buena.
—Bueno, tal vez según una definición. Pero parece que hay que perseguir una cosa, el bien o el mal, para ser importante. La gente de hoy… parece que son buenos, o a veces malos, principalmente por inercia, no por decisión. Actúan según los impulsa lo que les rodea.
»Es como… bueno, piensa en un mundo donde todo está iluminado con la misma luz modesta. Todos los lugares, interiores o exteriores, iluminados por una luz uniforme que no puede cambiar. Si, en este mundo de luz común, alguien de repente produjera una luz que fuera significativamente más brillante, sería notable. Por el mismo razonamiento, si alguien consiguiera crear una habitación que estuviera oscura, sería notable también. En cierto modo, no importa lo intensa que fuera la iluminación inicial. La historia funciona igual.
—El hecho de que la mayoría de la gente sea decente no hace que su decencia valga menos para la sociedad.
—Sí, sí —dijo ella, ruborizándose—. Y no estoy diciendo que desearía que todo el mundo fuera menos decente. Pero… esas luces brillantes y esos lugares oscuros me fascinan, Lord Waxillium… sobre todo cuando son dramáticamente diferentes. ¿Por qué, por ejemplo, un hombre educado en una familia básicamente buena (rodeado por buenos amigos, con un buen trabajo y medios satisfactorios), empieza a estrangular mujeres con cables de alambre y a hundir sus cuerpos en los canales?
»Y a la inversa, consideremos que la mayoría de los hombres que se marchan a los Áridos se adaptan al clima general de sensibilidades laxas de allí. Pero otros, unos pocos individuos notables, deciden llevarse consigo la civilización. Un centenar de hombres, convencidos por la sociedad de que «todo el mundo lo hace a su manera», se dedican a hacer las cosas más rudas y despreciables. Pero un hombre dice que no.
—En realidad no es tan heroico —dijo Waxillium.
—Estoy segura de que no te lo parece.
—¿Has oído alguna vez la historia del primer hombre que capturé?
Ella se ruborizó.
—Yo… sí. Sí, digamos que la he oído. Peret
el Negro
. Violador y alomántico… brazo de peltre, creo. Entraste en la comisaría de los vigilantes, miraste el tablón de anuncios, arrancaste su retrato y te lo llevaste. Volviste tres días más tarde con él cruzado en la silla de tu caballo. De todos los hombres del tablón escogiste al criminal más difícil y peligroso.
—Es el que valía más dinero.
Marasi frunció el ceño.
—Miré ese tablón de anuncios —dijo Waxillium—, y pensé para mis adentros: «Bueno, es probable que cualquiera de estos tipos me mate. Así que bien puedo elegir el que más vale.» Necesitaba el dinero. No había comido otra cosa en tres días sino tasajo y judías. Y luego fue Taraco.
—Uno de los bandidos más grandes de nuestra época.
—Pensé que con él podría conseguir unas botas nuevas. Le había robado a un zapatero unos cuantos días antes, y pensé que si entregaba al tipo, podría sacarme un par de botas nuevas.
—Creí que lo habías capturado porque mató a un vigilante en Faradana la semana anterior.
Waxillium negó con la cabeza.
—No me enteré de eso hasta después de entregarlo.
—Oh —entonces ella sonrió ansiosa—. ¿Y Harrisel Hard?
—Una apuesta con Wayne —dijo Waxillium—. No pareces decepcionada.
—Esto tan solo lo hace más real —respondió ella. Sus ansiosos ojos brillaron de forma casi depredadora—. Tengo que anotar esto.
Buscó en su bolso y sacó una libreta y un lápiz.
—¿Y qué es lo que te motivó a ti? —preguntó Waxillium mientras ella garabateaba las notas—. ¿Estudias por deseo de convertirte en heroína, como en las historias?
—No, no. Solo quería aprender de los héroes.
—¿Estás segura? Podrías convertirte en vigilante, ir a los Áridos, vivir estas mismas historias. No creas que no puedes porque eres una mujer; la alta sociedad puede hacerte creer eso, pero más allá de las montañas no importa. Allí no hay que llevar vestidos de encajes ni oler a flores. Puedes colgarte unos revólveres del cinto y hacer tus propias reglas. No lo olvides: la Guerrero Ascendente fue una mujer.
Ella se inclinó hacia delante.
—¿Puedo confesarte una cosa, Lord Waxillium?
—Solo si es salaz, personal o embarazoso.
Ella sonrió.
—Me gustan los vestidos de encajes y oler a flores. Me gusta vivir en la ciudad, donde puedo disfrutar de comodidades modernas. ¿Te das cuenta de que puedo pedir comida de Terris a cualquier hora de la noche, y recibirla?
—Increíble.
En efecto lo era. Él no se había dado cuenta de que eso era posible.
—Por mucho que me guste leer sobre los Áridos, y aunque pueda visitarlos, no creo que se me diera bien vivir allí. No me gusta la suciedad, la mugre y la falta general de higiene personal —se inclinó hacia delante—. Y, siendo completamente sincera, no tengo ningún problema en dejar que hombres como tú sean los que se cuelguen los revólveres al cinto y le disparen a la gente. ¿Me convierte eso en una terrible traidora a mi sexo?
—No lo creo. Pero eres bastante buena tiradora.
—Bueno, puedo dispararle a cosas. ¿Pero a las personas? —se estremeció—. Sé que la Guerrero Ascendente es un modelo para las mujeres que quieren realizarse. Tenemos clases al respecto en la universidad, por el amor de Preservación, y su legado está escrito en la ley. Pero no quiero ponerme pantalones y ser ella. A veces me siento como una cobarde al admitirlo.
—No importa —dijo él—. Tienes que ser tú misma. Pero nada de eso explica por qué estás estudiando leyes.
—Oh, quiero cambiar la ciudad —dijo ella, animándose—. Aunque pienso que perseguir a los criminales y agujerearlos con trozos de metal que se mueven a alta velocidad es una forma terriblemente ineficaz de hacerlo.
—Pero puede ser divertido.
—Deja que te enseñe una cosa.
Rebuscó un poco más en su bolso, y sacó unos papeles doblados.
—Antes mencioné cómo la gente en general reacciona en respuesta a lo que la rodea. ¿Recuerdas nuestra discusión sobre los Áridos, y cómo a menudo allí hay más vigilantes por habitante que aquí? Y, sin embargo, el crimen está más extendido. Es resultado del entorno. Mira aquí.
Le tendió unos papeles.
—Es un estudio —dijo—. Lo estoy haciendo yo misma. Trata de la naturaleza del delito relacionado con el entorno. Mira aquí, se discuten los factores principales que han reducido los crímenes en algunas secciones de la ciudad. Contratar a más alguaciles, colgar a más criminales, ese tipo de cosas. Son de eficacia media.
—¿Qué es esto de aquí abajo? —preguntó Waxillium.
—Renovación —dijo ella con una gran sonrisa—. Este caso es donde un hombre rico, Lord Joshin, compró varias parcelas de terreno en una de las zonas menos recomendables. Empezó a renovar y a limpiar. Los delitos se redujeron. No cambió la gente, solo el entorno. Ahora esa zona es una sección segura y respetable de la ciudad.
»Lo llamamos la teoría de las “ventanas rotas”. Si un hombre ve una ventana rota en un edificio, es más probable que robe o cometa otros delitos, ya que piensa que no le importa a nadie. Si todas las ventanas están cuidadas, todas las calles limpias, todos los edificios encalados, entonces los delitos se reducen. Igual que un día caluroso puede irritar a una persona, una zona dilapidada puede convertir a un hombre corriente en un delincuente.
—Curioso —dijo Waxillium.
—Naturalmente, no es la única respuesta. Siempre habrá gente que no responda a sus alrededores. Como he mencionado, me fascinan. Siempre he sido buena con los números y las cifras. Veo este tipo de pautas y me pregunto. Limpiar unas cuantas calles puede ser más barato que emplear a más alguaciles, pero puede reducir los delitos en mayor grado.
Waxillium miró los estudios, luego a Marasi. Ella sintió un arrebato de emoción en las mejillas. Había algo cautivador en ella. ¿Cuánto tiempo llevaban aquí? Él vaciló y luego sacó su reloj de bolsillo.
—Oh —dijo ella, mirando el reloj—. No deberíamos estar charlando así. No con la pobre Steris en sus manos.
—No podemos hacer más hasta que regrese Wayne —dijo Waxillium—. De hecho, ya tendría que haber vuelto.
—Está aquí —dijo la voz de Wayne desde el pasillo.
Marasi dio un respingo y dejó escapar un gritito.
Waxillium suspiró.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?
Wayne asomó la cabeza en la esquina. Llevaba puesto un sombrero de alguacil.
—Oh, un ratito. Me pareció que los dos teníais un momento de «gente inteligente». No quería interferir.
—Muy listo por tu parte. Tu estupidez puede ser infecciosa.
—No utilices tus palabras raras conmigo, hijo —dijo Wayne, entrando. Aunque llevaba un sombrero de alguacil, por lo demás iba vestido con su sobretodo y pantalones, los bastones de duelo en las caderas.
—¿Lo lograste? —preguntó Waxillium, levantándose, y extendiendo luego la mano para ayudar a incorporarse a Marasi.
—Pues claro… me comí algunos bollos. —Wayne sonrió—. Y los sucios guripas incluso pagaron por ellos.
—¿Wayne?
—¿Sí?
—Nosotros somos sucios guripas.
—No, ya no —dijo él orgullosamente—. Somos ciudadanos independientes preocupados por sus deberes cívicos. Y por comernos los bollos de los sucios guripas.
Wayne sonrió.
—No parecen tan apetitosos cuando se los describe así.
—Oh, estaban buenos —Wayne rebuscó en el bolsillo de su sobretodo—. Os he traído algunos. Pero se han aplastado un poco.
—No me digas —dijo ella, palideciendo.
Wayne, sin embargo, se echó a reír y sacó un papel que agitó ante Waxillium.
—La localización del escondite de los desvanecedores en la ciudad. Junto con el nombre de su reclutador.
—¿De verdad? —dijo Marasi ansiosamente, corriendo para coger el papel—. ¿Cómo lo has conseguido?
—Whisky y magia.
—En otras palabras —dijo Waxillium, acercándose y leyendo el papel por encima del hombro de Marasi—. Wayne no paró de hablar rápido. Buen trabajo.
—¡Tenemos que ponernos en marcha! —dijo Wayne con urgencia—. Ir allí, encontrar a Steris y…
—Ya no estarán allí —dijo Waxillium, cogiendo el papel—. No después de que hayan capturado a varios de sus miembros. Wayne, ¿conseguiste hacerte con esto sin que los alguaciles se enteraran?
Wayne se hizo el ofendido.
—¿Tú qué crees?
Waxillium asintió. Se frotó la barbilla.
—Deberíamos ir lo antes posible. Llegar al escenario antes de que se enfríe demasiado.
—Pero… —dijo Marasi—. Los alguaciles…
—Les daremos un soplo anónimo cuando hayamos visto el lugar —dijo Waxillium.
—No será necesario —añadió Wayne—. Preparé una mecha.