Aleación de ley (16 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

BOOK: Aleación de ley
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—Esto no es los Áridos —continuó Brettin—. ¿Cree que puede hacer lo que se le antoje? ¿Cree que puede coger una pistola y tomarse la justicia por sus propias manos?

Se encontraban en las cocinas de la mansión Yomen, en un área lateral que los alguaciles habían reservado para llevar a cabo sus interrogatorios. No había pasado mucho tiempo desde el final de la pelea. Lo suficiente para que empezaran los problemas.

Aunque todavía le resonaban los oídos por el ruido de los disparos, Waxillium podía oír también gemidos y gritos en el salón de baile mientras atendían a los asistentes a la fiesta. Más allá, podía oír los cascos de los caballos y el estruendo de algún automóvil en el patio de la mansión mientras la elite de la ciudad huía en grupos a medida que iban siendo liberados. Los alguaciles hablaban con cada persona, asegurándose de que estaban bien y cotejando sus nombres con la lista de invitados.

—¿Bien? —exigió Brettin. Era el comisario general de la comisaría de su octante. Probablemente se sentía muy amenazado por los robos que tenían lugar durante su mandato. Waxillium podía imaginar cómo sería estar en su posición, recibiendo todos los días las presiones de los poderes superiores que no estaban nada contentos.

—Lo siento, comisario —dijo Waxillium tranquilamente—. Las viejas costumbres son como el acero fuerte. Tendría que haberme contenido, ¿pero habría sido distinto? ¿Habría visto usted cómo secuestraban a unas mujeres y no habría hecho nada?

—Tengo un derecho legal y una responsabilidad que usted no tiene.

—Tengo un derecho moral y responsabilidad, comisario.

Brettin se enfurruñó, pero las tranquilas palabras lo calmaron un poco. Se volvió a un lado al ver que un oficial vestido de marrón con uno de sus sombreros redondos entraba y saludaba.

—¿Bien? —preguntó Brettin—. ¿Cuáles son las noticias, Reddi?

—Veinticinco muertos, capitán —dijo el hombre.

Brettin gruñó.

—¿Ve lo que ha causado, Ladrian? Si hubiera mantenido la cabeza gacha como todos los demás, esa pobre gente seguiría viva. ¡Ruina! Esto es un desbarajuste. ¡Podría mandar a la horca…!

—Capitán —interrumpió Reddi. Dio un paso adelante y habló en voz baja—. Discúlpeme, señor. Pero fueron bajas de los bandidos. Veinticinco muertos, señor. Seis capturados con vida.

—Oh. ¿Y cuántos civiles muertos?

—Solo uno, señor. Lord Peterus. Le dispararon antes de que Lord Ladrian empezara a contraatacar. Señor —Reddi miraba a Waxillium con una mezcla de asombro y respeto.

Brettin miró a Waxillium, luego cogió a su teniente por el brazo y lo alejó un poco. Waxillium cerró los ojos, respiró suavemente, y captó parte de la conversación.

—¿Quiere decir… dos hombres… a treinta y uno ellos solos?

—Sí, señor…

—¿… heridos…?

—… Huesos rotos… no demasiado serio…, arañazos y magulladuras…; iba a disparar…

Silencio, y Waxillium abrió los ojos para descubrir al comisario general mirándolo. Brettin despidió a Reddi, y luego volvió junto a él.

—¿Bien? —preguntó Waxillium.

—Parece que es un hombre de suerte.

—Mi amigo y yo llamamos su atención —dijo Waxillium—. Y la mayoría de los invitados ya habían agachado la cabeza cuando empezaron los disparos.

—Rompió usted algunos huesos con sus proezas alománticas —dijo el comisario general—. Habrá egos heridos y lores furiosos. Vendrán a mí con sus quejas.

Waxillium no dijo nada.

Brettin se inclinó, acercándose.

—Lo conozco —dijo en voz baja—. Sabía que tarde o temprano tendría que hablar con usted. Así que dejémoslo claro. Esta es mi ciudad, y yo tengo la autoridad aquí.

—¿Eso es todo? —preguntó Waxillium, sintiéndose muy cansado.

—Lo es.

—¿Entonces dónde estaba usted cuando los bandidos empezaron a dispararle a la gente a la cabeza?

El rostro de Brettin se puso rojo, pero Waxillium le sostuvo la mirada.

—No voy a dejarme amenazar por usted —dijo Brettin.

—Bien. No he dicho nada amenazante todavía.

Brettin siseó en voz baja, luego señaló a Waxillium, clavándole un dedo en el pecho.

—Mantenga la boca cerrada. Medio estoy pensando en meterlo en la cárcel para que pase allí la noche.

—Entonces hágalo. Tal vez por la mañana haya terminado de pensar la otra mitad y podamos tener una conversación razonable.

El rostro de Brettin se puso aún más rojo, pero sabía, igual que Waxillium, que no se atrevería a meter a un lord en la cárcel sin una justificación importante. Brettin por fin se dio media vuelta, agitando despectivo una mano, y salió de la cocina.

Waxillium suspiró, se puso en pie y recogió su sombrero hongo del mostrador donde lo había dejado. «Armonía nos proteja de los hombres con poco seso y demasiado poder.» Se puso el sombrero y se dirigió al salón de baile.

El salón estaba casi vacío de invitados, y los novios se habían marchado en el carruaje de Lord Yomen a un lugar donde pudieran recuperarse de la impresión. Había casi el mismo número de alguaciles y médicos en la sala. Los heridos estaban sentados en el entresuelo de madera ante la salida: parecía que había unas veinte o treinta personas. Waxillium advirtió a Lord Harms sentado ante una mesa a un lado, la cabeza gacha y la expresión meditabunda. Marasi intentaba consolarlo. Wayne estaba sentado también a la mesa, con aspecto aburrido.

Waxillium se acercó a ellos, se quitó el sombrero, y se sentó. Descubrió que no sabía qué decirle a Lord Harms.

—Eh —susurró Wayne—. Toma.

Le tendió algo por debajo de la mesa. Un revólver.

Waxillium lo miró, confuso. No era suyo.

—Pensé que querrías uno de estos.

—¿Aluminio?

Wayne sonrió, los ojos chispeando.

—Lo cogí de la colección que están haciendo los alguaciles. Al parecer había diez. Pensé que podrías venderlo. Gasté un montón de bendaleo luchando con esos tipos. Necesito dinero para sustituirlo. Pero no te preocupes. Dejé en el lugar de la pistola un bonito dibujo que hice cuando la cogí. Toma.

Le tendió algo más. Un puñado de balas.

—También cogí esto.

—Wayne —dijo Waxillium, acariciando los largos y estrechos cartuchos—, ¿te das cuenta de que son balas de rifle?

—¿Y?

—Que no caben en un revólver.

—¿No? ¿Por qué no?

—Porque no.

—Qué tontería fabricar así las balas, ¿no?

Parecía aturdido. Naturalmente, la mayor parte de las cosas relacionadas con las armas de fuego aturdían a Wayne, que era mejor lanzándole a alguien una pistola que tratando de disparar con ellas.

Waxillium sacudió divertido la cabeza, pero no devolvió la pistola. Quería una. Guardó el revólver en una de sus sobaqueras y se volvió hacia Lord Harms.

—Mi señor —dijo—. Le he fallado.

Harms se frotó la cara con un pañuelo. Estaba pálido.

—¿Por qué se la han llevado? La soltarán, ¿verdad? Dijeron que lo harían.

Waxillium guardó silencio.

—No lo harán —dijo Lord Harms, alzando la cabeza—. No han soltado a ninguna de las otras, ¿verdad?

—No —respondió Waxillium.

—Tiene que recuperarla —Harms cogió la mano de Waxillium—. No me importan ni el dinero ni las joyas que me han quitado. Eso puede sustituirse, y la mayoría estaba asegurada de todas formas. Pero pagaré cualquier precio por Steris. Por favor. ¡Ella va a ser su prometida! ¡Tiene que encontrarla!

Waxillium miró a los ojos del hombre, y vio miedo en ellos. Las bravatas que pudiera haber mostrado en encuentros anteriores eran todo fachada.

«Es curioso lo rápido que la gente puede dejar de llamarte bellaco y vagabundo cuando necesitan tu ayuda», pensó Waxillium. Pero si había algo que no podía ignorar, era una sincera petición de auxilio.

—La encontraré —dijo—. Lo prometo, Lord Harms.

Harms asintió. Entonces, lentamente, se puso en pie.

—Déjeme que le ayude a llegar al carruaje, mi señor —dijo Marasi.

—No —respondió Harms, rechazándola—. No. Solo déjame… solo déjame que me siente en el carruaje un rato. No me marcharé sin ti, pero por favor déjame un ratito a solas.

Se apartó, dejando a Marasi de pie con las manos a la espalda.

Ella se sentó, asqueada.

—Desea que la hubiera rescatado a ella y no a mí —dijo en voz baja.

—Bueno, Wax —intervino Wayne—. ¿Dónde dijiste que estaba el tipo que me quitó el sombrero?

—Te dije que escapó después de que le disparara.

—Esperaba que se le hubiera caído el sombrero, ¿sabes? Cuando te pegan un tiro se suelen caer las cosas.

Waxillium suspiró.

—Me temo que todavía lo llevaba puesto cuando se escapó.

Wayne empezó a maldecir.

—Wayne —dijo Marasi—. Es solo un sombrero.

—¿Solo un sombrero? —exclamó él, angustiado.

—Wayne está bastante unido a ese sombrero —dijo Waxillium—. Cree que le da buena suerte.

—Da buena suerte. Nunca me he muerto con el sombrero puesto.

Marasi frunció el ceño.

—Yo… no estoy segura de cómo responder.

—Es una reacción común a Wayne —dijo Waxillium—. Por cierto, quería darle las gracias por su oportuna intervención. ¿Le importa si le pregunto dónde aprendió a disparar así?

Marasi se ruborizó.

—En el club femenino de tiro de la universidad. Estamos bastante bien situadas en la competición contra otros clubes de la ciudad. —Hizo una mueca—. Supongo que… ninguno de esos tipos a los que les disparé sobrevivió.

—No —dijo Wayne—. Los atravesó bien atravesados. ¡El que estaba cerca de mí dejó sus sesos por toda la puerta!

—Oh, cielos —Marasi se puso pálida—. Nunca esperé…

—Es lo que pasa cuando se le dispara a alguien —señaló Wayne—. Como mínimo, alguien tiene el buen sentido de morirse cuando te tomas la molestia de dispararle. A menos que pases por alto algo vital. ¿Ese tipo que se llevó mi sombrero?

—Le di en el brazo —dijo Waxillium—. Pero tendría que haberle hecho más daño. Tenía sangre koloss con toda seguridad. Tal vez fuera también un brazo de peltre.

Eso hizo callar a Wayne. Probablemente estaba pensando lo mismo que Waxillium: una banda como esta, con estos números y tan buenas armas, tendría probablemente un par de alománticos y feruquimistas entre ellos.

—Marasi —dijo Waxillium; se le había ocurrido algo—. ¿Steris es alomántica?

—¿Qué? No. No lo es.

—¿Está segura? Puede que lo ocultara.

—No es alomántica —dijo Marasi—. Ni feruquimista. Puedo prometerlo.

—Bueno, una teoría al garete —comentó Wayne.

—Tengo que pensar —dijo Waxillium, tamborileando los dedos sobre la mesa—. Hay demasiadas cosas en estos desvanecedores que no tienen sentido —sacudió la cabeza—. Pero, por ahora, debo darle las buenas noches. Estoy agotado, y si puedo tener la osadía de decirlo, usted lo parece también.

—Sí, por supuesto —dijo Marasi.

Se levantaron y se encaminaron hacia la salida. Los alguaciles no los detuvieron, aunque algunos dirigieron a Waxillium miradas hostiles. Otros parecían incrédulos. Unos pocos parecían asombrados.

Esa noche, como las cuatro anteriores, no había brumas. Waxillium y Wayne acompañaron a Marasi hasta el carruaje de su tío. Lord Harms estaba sentado dentro, mirando al frente.

Mientras llegaban, Marasi cogió a Waxillium del brazo.

—Tendría que haber ido a por Steris primero —dijo en voz baja.

—Usted estaba más cerca. La lógica dictaba que la salvara primero.

—Bueno, sea cual sea el motivo —dijo ella, con voz aún más baja—, gracias por lo que hizo. Yo… Gracias.

Parecía como si quisiera decir algo más, lo miró a los ojos, y entonces se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Antes de que él pudiera reaccionar, se dio media vuelta y se subió al carruaje.

Wayne se detuvo junto a Waxillium mientras el carruaje se ponía en marcha en la calle oscura, las herraduras resonando sobre el pavimento.

—¿Así que vas a casarte con su prima? —preguntó.

—Ese es el plan.

—Asombroso.

—Es una joven impulsiva a la que doblo en edad —dijo Waxillium. «Una joven aparentemente inteligente, hermosa, e intrigante que también es una excelente tiradora.» Antaño, esa combinación lo habría dejado completamente absorto. Ahora apenas le dirigió un pensamiento de pasada

Se dio media vuelta.

—¿Dónde te alojas?

—Todavía no estoy seguro —dijo Wayne—. Encontré una casa cuyos habitantes están fuera, pero creo que vuelven esta noche. Les dejé algo de pan como agradecimiento.

Waxillium suspiró. «Tendría que haberlo imaginado.»

—Te dejaré una habitación, siempre que prometas no robar demasiado.

—¿Qué? Yo nunca robo, socio. Robar está mal. —Se pasó una mano por el pelo y sonrió—. Aunque tal vez tenga que cambiarte por un sombrero hasta que recupere el otro. ¿Necesitas pan?

Waxillium negó con la cabeza y llamó a su carruaje para que los llevara de regreso a la mansión Ladrian.

7

La mañana después del asalto al banquete de bodas, Marasi se detuvo ante la impresionante mansión del 16 de Ladrian Place, sujetando su bolso con ambas manos. Siempre le gustaba sujetar algo cuando estaba nerviosa, una mala costumbre. Como decía el profesor Modicarm: «Las pistas visuales obvias deben ser evitadas por el agente de la ley, no vaya a ofrecer de manera inadvertida una pista sobre su estado emocional.»

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