Alera (11 page)

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Authors: Cayla Kluver

BOOK: Alera
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Dejé el libro e intenté concentrarme en el asunto más acuciante: qué decirle a Steldor si volvía. Era posible que hubiera salido con Galen de nuevo esa noche, o que esperara regresar a nuestros aposentos cuando estuviera seguro de que yo me había ido a la cama. En cualquier caso, estaba claro que no quería hablar conmigo. Teniendo en cuenta sus últimos ataques de ira, quizá sería sensato no interponerse en su camino.

Como si me hubiera leído el pensamiento, Steldor entró en la habitación en ese momento. Lo hizo tan silenciosamente que no me di cuenta de que estaba allí hasta que se aclaró la garganta. Di un respingo, arrastrada repentinamente fuera de mis pensamientos, y miré hacia la puerta, desde donde él me sonreía con expresión burlona. Pero al cabo de un momento, cuando salió de las sombras y se colocó a la luz de la lámpara, me di cuenta de que estaba anormalmente pálido, casi como si estuviera enfermo. Tampoco era habitual verlo tan cansado: se dejó caer pesadamente en el sofá y se desperezó estirando los brazos por encima de la cabeza. Me sentía incapaz de adivinar de qué humor se encontraba, pero pensé que no se sentía bien.

―¿Te encuentras bien? ―pregunté, insegura.

―Me he encontrado mejor.

―No has venido a cenar. Quizá te pueda traer...

―No tengo hambre.

Me quedé callada, sin saber cómo continuar. Entonces vi la jarra de cerveza que había en la mesita de delante del sofá.

―Quizá un poco de cerveza sea de ayuda ―sugerí, deseando que me dijera qué era lo que sucedía.

―Cerveza es precisamente lo que no necesito ―declaró. Antes de que pudiera comprender esa afirmación, me preguntó con tono cansado―: ¿Por qué me esperabas levantada?

―Para hablar contigo ―respondí, pues la sinceridad me parecía la mejor opción.

―Ah.

Empecé a comprender que esa conversación sería unilateral.

―Quiero disculparme ―continué, tragándome el nudo que se me había formado en la garganta― por varias cosas.

―Disculpas aceptadas. Estás perdonada.

Fruncí el ceño y me retorcí las manos sobre el regazo, pues no parecía que las cosas fueran bien.

―¡Ni siquiera he dicho por qué me estoy disculpando! ―protesté.

Él esbozó una mueca y se llevó una mano a la cabeza como reacción al tono de mi voz. Al hacerlo, la manga del brazo derecho se deslizó hacia abajo y vi que llevaba una venda en el antebrazo.

―Tienes toda mi atención ―gruñó mientras hacía un gesto con el brazo en la dirección hacia donde yo me encontraba.

―No hace falta levantar la voz. De todas formas, me disculpo.

Decidí empezar por el principio, con la esperanza de parecer más segura de lo que me sentía.

―Siento no haberte dicho cuáles eran mis sentimientos hacia Narian. Me equivoqué al ocultártelo.

No estaba del todo segura de si debía abordar ese tema, incluso a pesar de que sabía que, probablemente, era el más importante, pero Steldor no reaccionó; en lugar de eso, parecía satisfecho de escucharme. Reuní coraje y continué:

―Siento haberme ido de palacio sin decírselo a nadie y sin llevarme ningún guardia; siento no haber sido sensata y haberme negado a regresar contigo, y...―hice una mueca, pues sentí el fuerte aguijón de la culpa― siento haberte mordido.

Steldor continuaba callado, pero ahora, en lugar de darme ánimos, me resultaba irritante. A pesar de ello insistí.

―Y siento muchísimo que, debido a mi obstinación... ―me esforzaba por encontrar la manera de evitar decir que el capitán de la guardia loa había amonestado―, tú y tu padre hayáis tenido desavenencias.

De nuevo, el silencio fue la respuesta y me pregunté si no se habría quedado dormido. Suspiré y me levanté para irme al dormitorio, pero justo en ese momento él empezó a hablar con voz apagada.

―Estás perdonada ―dijo, repitiendo las mismas palabras de antes, pero esta vez lo dijo con convicción.

Sonreí un poco y fui hacia mi dormitorio. No era tan ingenua como para esperar una disculpa por su parte.

―Alera ―dijo él. Me di la vuelta y vi que se había sentado en el sofá. Me miraba con una expresión claramente sincera―. En el futuro, me gustaría que me lo dijeras, antes de salir...

Hizo una extraña pausa y me di cuenta de que, al tratar con mujeres, estaba acostumbrado a seducir, a dar órdenes o a mostrar indiferencia. Dudaba que hubiera empleado antes un tono tan respetuoso para formular una petición a alguien de mi sexo. De hecho, que yo supiera. Steldor no se había quedado sin saber qué decir en toda su vida. Esa súbita vulnerabilidad me derritió el corazón: sus rasgos hermosos y jóvenes lo eran doblemente ahora que no adoptaba una expresión altiva.

―Lo prometo ―dije en voz baja, impidiendo que terminara la frase.

Steldor volvió a tumbarse en el sofá y yo entré en mi dormitorio. Por primera vez sentía afecto por mi esposo.

Faltaban tres semanas para la celebración del cumpleaños de Miranna. Durante ese tiempo nuestras vidas siguieron cierto orden. Cuando me despertaba, desayunaba en mis aposentos; luego iba a la capilla para la plegaria de la mañana y más tarde me encontraba con los miembros del servicio en la sala de la Reina. Cuando era necesario me reunía con los escribientes de palacio para redactar las cartas, invitaciones y anuncios que había que enviar. Por las tardes recibía las visitas o era la anfitriona de algún acto palaciego, o de una reunión para tomar el té. Luego me dedicaba a hacer lo que deseara: pasear por el jardín, leer, trabajar en mis bordados o pasar el rato con mi hermana y mi madre. Cenaba con mi familia, incluido mi padre, que había recuperado su orgullo y se sentada a la misma mesa que yo. Steldor siempre estaba demasiado atareado para cenar con nosotros, cosa que mis padres encontraban desconcertante. Parecía ser que durante el reinado de mi padre, el rey nunca había estado tan ocupado, y yo no estaba segura de si Steldor se inventaba excusas para evitarme o de si mi corpulento padre era más aficionado a la comida. Poco después de la cena, me retiraba a mis aposentos para empezar con la misma rutina al día siguiente.

Conocía poco las actividades diarias de Steldor, excepto que seguía unos horarios excesivamente irregulares. A veces llegaba a nuestras habitaciones al final de la tarde para cambiarse de ropa y se marchaba sin decir ni una palabra. Nunca regresaba antes que de que yo estuviera en la cama, y cuando me volvía por la mañana, él ya se había ido. Otras veces no regresaba en toda la noche, y lo oía entrar para cambiarse de ropa a la salida del sol, y luego se marchaba inmediatamente para retomar sus deberes, como si no dormir noche tras noche fuera lo más natural del mundo. Lo veía poco, y en el mejor de los casos intercambiábamos unas pocas palabras cuando nos cruzábamos. A pesar de ese mínimo contacto, su irritabilidad conmigo había aumentado considerablemente después de la tierna respuesta que había tenido a mis disculpas. Parecía que por cada acto amable o sensible que realizara hacia mí, tuviera la necesidad de compensarlo mostrándose especialmente malévolo. No hace falta decir que ese comportamiento caprichoso no aumentaba mi deseo de estar en su compañía; de la misma forma, él no parecía desear la mía. Me preguntaba si tenía ese temperamento variable con todo el mundo o si lo reservaba especialmente para mí.

Justo unos días antes del cumpleaños de Miranna, fui a mi rincón favorito, el jardín que se extendía desde la parte trasera del palacio hacia la sección norte de la ciudad amurallada. En esa época del año el aire estaba impregnado de la fragancia d ellas flores, y los olmos, los robles, los castaños y las moreras ofrecían una refrescante sombra. Avancé por uno de los caminos que dividían el jardín en cuatro secciones mientras escuchaba el canto de los pájaros y dejaba vagar mi mente. Me detuve a observar una de las fuentes de mármol, pues los chorros de agua de los surtidores brillaban al sol y su sonido era casi hipnotizador. Me perdí en mis pensamientos, ajena a mi alrededor, hasta que una voz me arrancó de mis ensueños.

―¡Aquí estás! ―gritó Miranna, que venía corriendo por el camino hacia mi con una expresión de alegría que resultaba casi insultante.

Cuando llegó a la fuente, me cogió del brazo y tiró de mi hacia palacio mientras hablaba a tal velocidad que tuve que emplear todo mi poder de concentración para tener alguna idea de qué me estaba diciendo.

―¡Te he estado buscando por todas partes, Alera! Acabo de hablar con papá y ha insinuado que va a anunciar algo durante la celebración de mi cumpleaños. Casino me atrevo ni a desearlo, pero creo que sé de qué se trata, ¡en ese caso será un cumpleaños que no olvidaré nunca!

No intenté persuadirla de que me contara qué era lo que sospechaba, pues pensé que ya me lo diría si deseaba que yo lo supiera. Pero, dado su entusiasmo, era fácil suponer que Temerson, ese tímido joven por quién ella mostraba interés desde hacía un año, tenía algo que ver con ello. Miranna me llevó a sus aposentos sin dejar de hablar de que necesitaba elegir el vestido perfecto, que su peinado tenía que ser impecable y de que tenía que decidir ambas cosas antes de empezar a pensar en la diadema. Tenía las mejillas ruborizadas, y sus ojos azules bailaban mientras me contaba todas sus preocupaciones. Me sentí realmente alegre al verla moverse de esa forma por su habitación, con los rizos flotando en el aire a cada salto que daba. Probablemente ella era la única persona de todo el reino que creía que su aspecto podía no ser espléndido.

Después de que hubimos rebuscado tres veces en su ropero, conseguí convencerla de cuál sería el vestido más adecuado, y no fue por casualidad que el que elegí hiciera juego con una de sus diademas. La decisión acerca del peinado tendría que esperar, pues Ryla, la doncella personal que acababa de contratar, la ayudaría en ese tema.

Aunque Miranna continuaba repasando las opciones, se mostró aún más satisfecha que antes y, al final, nos trasladamos a la sala. Allí, ella se sentó en el sofá, y yo, en un sillón a su lado.

―No sé cómo voy a poder esperar a la celebración ―dijo, incapaz de permanecer quieta y sin dejar de retorcerse un mechón de cabello con tal fuerza que temí por su cuero cabelludo―. ¡Hace cinco semanas que no veo a Temerson! ¿Te lo puedes creer? ¡Parece que hace cinco años!

―¿La Academia Militar lo mantiene ocupado? ―pregunté en tono ligero, aunque ya sabía que ese era el obstáculo.

El año académico iba desde principios de noviembre hasta finales de junio, y el único motivo por el que Miranna había visto a Temerson cinco semanas antes había sido mi boda. Era extraño pensar que esa boda habría podido ser la de Miranna si yo no hubiera rechazado mi derecho al trono y me hubiera negado a casarme con Steldor. Rompía el corazón pensar el efecto que eso habría tenido en Temerson. Habría tenido que permitir que la mujer de sus sueños se convirtiera en la esposa de un hombre que siempre había sido su superior, que lo intimidaba y que lo eclipsaba, y a quien sin duda creía más merecedor de la compañía de ella que él mismo.

Me pregunté si Narian, estuviera donde estuviese, sabría que me había casado con Steldor. Si así era, ¿qué debía de pensar de mí? Le había dado mi corazón a Narian, pero me había comprometido con un hombre que él sabía que yo detestaba y del cual me había asegurado que podía escapar. Pero había sido Narian el que se había marchado. Yo creía que regresaría a Hytanica en cuanto pensara que eso era posible. ¿Por qué no lo había esperado? En el mejor de los casos, se sentiría amargamente decepcionado conmigo; en el peor, quizá no deseara regresar, incapaz de soportar mi traición. Al final, si Narian regresaba alguna vez, lo que pensara de mí no importaría. Nunca podría estar con él, pues mi juramento de matrimonio siempre nos separaría.

Miranna continuaba hablando de su «cariño», como ahora se refería a Temerson, y no se había dado cuenta de que me había distraído. Intenté sacarme esos pensamientos de la cabeza, pues no quería que mi ánimo afectara al de Miranna.

―Pero el 30 de junio finaliza el curso ―dijo Miranna en tono alegre―. ¡Entonces tendremos todo el verano para estar juntos! ―De repente, dejó de juguetear con su cabello y dijo, con cierta ansiedad―: Crees que él querrá pasarlo conmigo, ¿verdad?

―No tengo ninguna duda de que querrá pasar contigo cada minuto que tenga libre.

―Tienes razón, por supuesto ―asintió con un rubor encantador―. Está desesperadamente enamorado de mí.

―Bueno, desde luego, hay alguien que sí está desesperadamente enamorada ―dijo yo, riendo.

Miranna se hundió más en el sofá con el rostro radiante de alegría y empezó a hablar de sus fantasías.

―¿No sería maravilloso? Casarse con Temerson, tener una boda preciosa..., ¡tan bonita como la tuya! Y luego tener niños, muchos niños, y que todos sean muy guapos también, y se parezcan a él. ―Hizo una pausa y frunció un poco el ceño―. Excepto uno. Uno se parecerá a mí. Uno podría parecerse a mí, ¿verdad?

―Sí, uno podría parecerse a ti.

―Oh, Alera ―exclamó con entusiasmo inclinándose hacia mí―. ¿A quién se parecerán tus hijos? Tú eres preciosa, y tener a Steldor como padre...

Miranna se calló de repente, imaginando con expresión de ensoñación cómo serían mis futuros hjos; yo me ruboricé, pues, sabiendo cómo estaban las cosas, pasaría mucho tiempo hasta que pudiera haber un heredero. Mi hermana percibió el cambio en mi expresión, me miró con los ojos muy abiertos y sacó una conclusión que yo no esperaba.

―Alera, ¿estás... embarazada?

―¡Por supuesto que no! ―repuse, tajante y quizá con demasiado vigor, revelando hasta qué punto me horrorizaba esa posibilidad. Miranna se incorporó, asombrada por mi reacción, y yo intenté ofrecer una respuesta más aceptable―. No estoy embarazada, no... todavía.

―Algo va mal, Alera. ¿No te trata bien?

―No, no es nada de eso. Todo va bien, de verdad.

Intentaba hablar en tono despreocupado, a pesar de que el rubor no desaparecía de mis mejillas.

―¿Se trata de Narian? ―preguntó, sentándose en la parte del sofá que quedaba más cerca de mí y con una expresión de preocupación que me hizo avergonzar.

―Steldor ya no está molesto por eso ―dije, desviando la mirada, pues el problema lo tenía yo, no mi esposo―. Es solo que no creo ser la esposa que él había imaginado.

―Sí eres la esposa que había imaginado ―insistió Miranna, sorprendida. Se quedó un momento en silencio, mirándome, y de repente también se ruborizó―. Te comportas como una esposa, quiero decir, lo haces en todos los aspectos, ¿no es así?

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