Read Algo huele a podrido Online

Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (19 page)

BOOK: Algo huele a podrido
8.81Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Volvimos a la casa, donde Cindy estaba atareada en la cocina.

—¿Dónde has estado? —preguntó Spike, dejando a Betty junto a Friday. Se miraron con suspicacia—. ¿En la cárcel?

—No. En un lugar extraño. En otro lugar.

—¿Vas a volver allí? —preguntó Cindy toda inocencia.

—¡Acaba de llegar! —exclamó Spike—. Todavía no queremos acabar con ella.

—Acabar con ella… claro que no —respondió Cindy, dejando la taza de té en la mesa—. Tomad asiento. Hay galletas en esa lata de ahí.

—Gracias. Bien —dije—, ¿cómo va el negocio de los vampiros?

—Más o menos. Han estado tranquilos últimamente. Igual que los hombres lobo. La otra noche me enfrenté a unos zombis en el centro municipal, pero el trabajo de contener Seres Malvados Supremos prácticamente se ha terminado. Se han visto algunos espectros, apariciones y fantasmas en Winchester, pero no son mi especialidad. Se habla de cerrar el departamento y contratarme como autónomo cuando sea preciso ocuparse de algo.

—¿Eso es malo?

—En realidad no. Puedo cobrar lo que quiera cuando corren los vampiros, pero en las épocas de tranquilidad iría un poco corto de fondos. No quisiera que Cindy tuviese que trabajar a tiempo completo, vamos.

Se rio y Cindy rio con él, dándole una galleta a Betty. Ella le dio un tremendo mordisco desdentado y pareció sorprendida de no obtener resultado. Friday se la cogió y le demostró cómo se hacía.

—Bien, ¿a qué te dedicas ahora? —preguntó Spike.

—A poca cosa. Me he dejado caer de camino a Goliathpolis… mi marido todavía no ha vuelto.

—¿Has oído lo de la Revelación de Zvlkx?

—Estaba allí.

—Entonces la Goliath va a precisar todo el perdón que pueda conseguir… No vas a encontrar un mejor momento para obligarlos a devolvértelo.

Charlamos unos diez minutos hasta que llegó la hora de irse. No logré volver a hablar a solas con Cindy, pero ya había dicho lo que quería y esperaba que lo aceptase, aunque dudaba de que así fuese.

—Si en algún momento necesito un colaborador autónomo, ¿te unirás a mí? —preguntó Spike mientras me acompañaba a la puerta, cuando Friday ya se había comido casi todas las galletas.

Pensé en mi descubierto.

—Por favor.

—Bien —respondió Spike—, estaremos en contacto.

Fui por la M4 hasta Saknussum International, donde tuve que correr para pillar el gravetubo hasta el gravepuerto James Tarbuck de Liverpool. Friday y yo almorzamos un poco antes de tomar el transbordador a Goliathpolis. Goliath me había quitado a mi marido y podía devolvérmelo. Y cuando tienes una queja contra una empresa, vas directamente a lo más alto.

14 El Disculpatorio™ de la Goliath

EL MINISTRO KAINEANO AFIRMA QUE LOS COCHES DANESES SON «UNA TRAMPA MORTAL»

Robert Edsel, el ministro kaineano de Seguridad Vial, atacó ayer al fabricante danés Volvo, afirmando que los vehículos pesados y feos antes considerados los coches más seguros del mercado son realmente todo lo contrario: una trampa mortal para cualquiera tan estúpido como para comprar uno. «El Volvo obtuvo muy malos resultados en la prueba de granada impulsada por cohete —afirmó el señor Edsel en el comunicado de ayer—, y los propietarios y sus hijos se arriesgan a sufrir daños permanentes en la columna cuando el coche cae de tan poca altura como treinta metros.» El señor Edsel siguió desdeñando el orgullo de la industria automovilística danesa al revelar que los filtros de aire de los Volvo «apenas ofrecen protección» contra los flujos piroclásticos, los gases venenosos y otros fenómenos habituales en las erupciones volcánicas. «La verdad es que recomendaría a cualquiera que estuviese pensando en comprar este lamentable producto danés que lo pensase bien», dijo el señor Edsel. Cuando el ministro de Asuntos Exteriores danés puntualizó que los Volvo son, en realidad, suecos, el señor Edsel acusó una vez más a los daneses de intentar culpar a sus vecinos de sus propios fracasos industriales.

The Toad on Sunday
, 16 de julio de 1988

La Isla de Man era un Estado empresarial independiente dentro de Inglaterra desde que en 1963 se apropiaron de ella en nombre del bien mayor fiscal. El mar irlandés que la rodeaba estaba abarrotado de minas para rechazar a los visitantes indeseados y sus cielos estaban protegidos por los sistemas antiaéreos más avanzados conocidos por el hombre. Disponía de hospitales y escuelas, una universidad, su propio reactor de fusión y además, desde Douglas hasta el gravepuerto Kennedy en Nueva York, el único tramo privado de gravetubo del mundo. La isla acogía a casi 200.000 residentes que no hacían más que dar apoyo, o dar apoyo a los que daban apoyo, a la empresa que controlaba enteramente la pequeña isla: la Corporación Goliath.

El viejo pueblo manés de Laxey había sido rebautizado como Goliathpolis y era el Hong Kong del archipiélago británico, un bosque de torres de vidrio que cubría las colinas hacia Snaefell. El mayor de tales rascacielos sobrepasaba los picos montañosos de fondo y se le veía reluciendo al sol incluso desde Blackpool, si las condiciones climáticas lo permitían. Ese edificio acogía el núcleo de toda la vasta multinacional, la flor y nata de los ingenieros corporativos de Goliath. Un empleado podía pasar toda su vida en la isla sin cruzar jamás su puerta principal.

Fue en la planta baja de ese edificio, en el corazón mismo de la corporación, donde encontré el Disculpatorio de la Goliath.

Me coloqué al final de una pequeña fila, delante de una moderna mesa de cristal donde dos sonrientes empleados de Goliath iban repartiendo cuestionarios y números.

—¡Hola! —dijo uno de los empleados, una joven con una sonrisa torcida—. Bienvenida al Emporio de Disculpas de la Corporación Goliath. Lamento que haya tenido que esperar. ¿En qué puedo ayudarla?

—La Goliath asesinó a mi marido.

—¡Qué horrible! —respondió con una muestra lamentable e insincera de compasión—. Lo lamento muchísimo. La Goliath, como parte del proceso de cambio a un sistema de gestión basado en la fe, está decidida a corregir cualquier error desagradable en el que haya podido incurrir. Tiene que rellenar este formulario, este otro y la sección D de éste… y luego tomar asiento. Haremos que uno de nuestros disculpadores especializados la reciba lo antes posible.

Me entregó varios formularios largos y un número, para luego señalarme una puerta lateral. La abrí y entré en el Disculpatorio. Era una sala enorme con ventanales del suelo hasta el techo que ofrecían una panorámica impresionante del mar de Irlanda. A un lado había una fila de unos veinte cubículos que ocupaban disculpadores trajeados.

Todos ellos permanecían sentados prestando mucha atención a lo que les decían con la misma expresión contrita. Al otro lado, filas y filas de asientos de madera ocupados por los ciudadanos alguna vez maltratados, que agarraban ansiosamente su número y esperaban turno pacientemente. Miré el mío. Era el 6.174. Miré el panel, que indicaba que atendían al número 836.

—¡Querido y dulce pueblo! —dijo una voz por megafonía—. La Goliath lamenta profundamente todo el daño que pueda haberles causado inadvertidamente en el pasado. Aquí, en el Disculpatorio™ de Goliath, estamos deseosos de ayudarlos con sus problemas, por pequeños que sean.

—¡Oiga! —le dije a un hombre que cojeaba hacia la salida—. ¿La Goliath se ha arrepentido satisfactoriamente?

—Bien, la verdad es que no era necesario —respondió de un modo bastante insulso—. Fue responsabilidad mía… de hecho. ¡Yo me he disculpado por malgastar su precioso tiempo!

—¿Qué hicieron?

—Contaminaron mi barrio de radiación ionizante, algo que negaron durante diecisiete años, incluso cuando a la gente se le cayeron los dientes y a mí me creció un tercer pie.

—¿Y los ha perdonado?

—Claro. Ahora comprendo que fue simplemente un accidente y que el pueblo debe aceptar los riesgos si quiere disponer de energía limpia abundante, comida en cantidad ilimitada y electrodesfragmentadores caseros.

Cargaba con un montón de papeles que no eran los formularios que yo había tenido que cumplimentar, sino folletos sobre cómo unirse a la Nueva Goliath. No como consumidor, sino como adorador. Siempre había desconfiado profundamente de la Goliath, pero todo aquello del «arrepentimiento» olía peor que cualquier otro montaje que hubiese visto. Me volví, rompí el número y me encaminé a la salida.

—¡Señorita Next! —dijo una voz conocida—. ¡Vaya, la señorita Next!

Un hombre bajito de rasgos apretados y cabeza redonda con un corte de pelo agresivamente militar me miraba. Vestía un traje oscuro, llevaba pesadas joyas de oro y podía decirse que era la persona que peor me caía del mundo: era Jack Schitt, en su época el gurú de armas avanzadas de la Goliath y ex prisionero de
El cuervo.
Era el hombre que había intentado prolongar la guerra de Crimea para ganar una fortuna con la última superarma de la Goliath, el rifle de plasma.

En mi interior se desató la furia. Le di la vuelta a Friday para que mirara hacia otra parte y en su mente infantil no arraigaran extrañas ideas sobre el uso de la violencia y, a continuación, agarré a Schitt por la garganta. Él dio un paso atrás, tropezó y cayó a mis pies con un gritito. Con la experiencia de haberme encontrado ya antes en aquella situación, le solté y coloqué la mano en la empuñadura de mi automática, esperando recibir el ataque de los guardaespaldas de Jack. Pero no pasó nada. Simplemente nos miraban los ciudadanos tristes.

—Aquí no hay nadie para ayudarme —dijo Jack Schitt, poniéndose despacio de pie—. Hoy me han atacado ocho veces… Me considero afortunado. Ayer fueron veintitrés.

Le miré y vi, por primera vez, que tenía un ojo a la funerala y el labio roto.

—¿Nada de guardaespaldas? —repetí—. ¿Por qué?

—Mi penitencia consiste en verme con aquellos a los que intimidé y maltraté en el pasado, señorita Next. Cuando nos vimos por primera vez, yo era el jefe de la División de Armamento Avanzado de la Goliath y ocupaba el puesto 329 en la escala corporativa —suspiró—. Ahora, gracias a su denuncia más que pública de las limitaciones del rifle de plasma, la corporación ha decidido degradarme. Soy Agente de Facilitación de Disculpas de segunda clase, puesto 12.398.219 en la escala. Los poderosos han caído, señorita Next.

—Se equivoca —respondí—, simplemente le han trasladado a un nivel más acorde con su competencia. Es una vergüenza. Se merece algo mucho peor.

Los ojos le temblaron de furia. El viejo Jack, el homicida, regresó por un breve momento. Pero el sentimiento duró poco y dejó caer los hombros al comprender que, sin el servicio de seguridad de la Goliath para respaldarle, no tenía más que un poder mínimo.

—Quizá tenga razón —se limitó a decir—. No tendrá que esperar su turno, señorita Next. Me encargaré personalmente de su caso. ¿Es su hijo? —Se inclinó para mirarle mejor—. Guapo, ¿no?


Eiusmod tempor incididunt adipisicing elit
—dijo Friday, mirando a Jack con extrema suspicacia.

—¿Qué ha dicho?

—Ha dicho: «Toca a mi madre y te rompo la nariz.» Jack se puso rápidamente en pie.

—Comprendo. La Goliath y yo mismo le ofrecemos una completa disculpa, sincera y sin reservas.

—¿Por qué?

—No lo sé. Lo tengo en el informe. ¿Viene a mi despacho?

Me indicó una puerta y cruzamos un patio con una enorme fuente central, dejamos atrás a algunos ejecutivos de la Goliath que charlaban en una esquina, atravesamos luego un arco y recorrimos un pasillo ancho lleno de oficinistas que iban de un lado a otro con carpetas bajo el brazo.

Jack abrió una puerta, me invitó a pasar, me ofreció una silla y se sentó. Era una oficinita patética, sin otro adorno que un gastado calendario de Lola Vavoom en la pared y una planta muerta en una maceta. La única ventana daba a un muro. Ordenó algunos papeles que tenía sobre la mesa y habló por el intercomunicador.

—Señor Higgs, ¿me haría el favor de traer el expediente de Thursday Next, por favor?

Me miró con seriedad y dispuso la cabeza en un ligero ángulo, como si estuviese intentando adoptar alguna postura de disculpa.

—Ninguno de nosotros se dio cuenta —dijo con la voz suave que los empleados de pompas fúnebres emplean para intentar convencerte de que compres el ataúd de lujo— de lo horriblemente que nos habíamos portado hasta que nos pusimos a preguntar a la gente si a todos les parecía mal nuestra conducta.

—Por qué no nos dejamos de mier… —miré a Friday, quien me miró a mí—. Dejamos esta… estas… tonterías y pasamos directamente al punto en que expían sus crímenes.

Suspiró, me miró un momento y dijo:

—Muy bien. ¿Qué es lo que hicimos mal?

—¿No lo recuerda?

—Hago muchas cosas malas, señorita Next, me disculpará si no recuerdo todos los detalles.

—Erradicó a mi marido —dije entre dientes.

—¡Por supuesto! ¿Y cómo se llamaba el erradicado?

—Landen —respondí con frialdad—. Landen Parke-Laine.

En ese momento llegó el oficinista con un expediente marcado como «extremadamente secreto» y lo dejó sobre la mesa. Jack lo abrió y lo hojeó.

—El expediente dice que, en el momento en que asegura que fue erradicado su marido, el agente encargado de su caso era Schitt-Hawse. Dice aquí que la presionó para liberar al agente Schitt, ése soy yo, de las páginas de
El cuervo
utilizando a un agente desconocido de la CronoGuardia que ofreció voluntariamente sus servicios. Dice aquí que usted cumplió con su parte pero que la promesa fue revocada debido a una situación de continuación imprevista y comercialmente necesaria del chantaje.

—Quiere decir codicia empresarial, ¿no?

—No menosprecie la codicia, señorita Next… es la gran fuerza que mueve el comercio. En este contexto, probablemente se debiese a nuestro plan de emplear el MundoLibro como lugar al que arrojar residuos nucleares y donde vender productos y servicios de gran calidad a los personajes de ficción. Luego la encerramos en nuestra bóveda más inaccesible, de la que escapó por un medio desconocido. —Cerró el expediente—. Esto quiere decir, señorita Next, que la secuestramos, que intentamos matarla y que la tuvimos más de un año en la lista de aquellos a los que hay que «disparar en cuanto lo veas». Parece que le corresponde una generosa compensación en efectivo.

—No quiero dinero, Jack. Mandaron a alguien al pasado para matar a Landen, ¡ahora envíen a alguien a desmatarlo!

BOOK: Algo huele a podrido
8.81Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Trouble with the Law by Tatiana March
Brumby Mountain by Karen Wood
Shadows on the Train by Melanie Jackson
Worlds Apart by Joe Haldeman
The Other Side of Heaven by Jacqueline Druga
Waiting for Spring by Cabot, Amanda