Authors: Lewis Carroll & Martin Gardner
Tags: #Clásico, Ensayo, Fantástico
—¿Os corto un trozo? —dijo, cogiendo el cuchillo y el tenedor, y mirando a una y otra Reina.
—¡De ninguna manera! —dijo la Reina Roja con decisión—: no está bien cortar a alguien a quien nos acaban de presentar. ¡Llevaos el asado! —los camareros lo retiraron, y trajeron un gran budín de ciruelas en su lugar.
—Que no me presenten al budín, por favor —se apresuró a decir Alicia—; de lo contrario nos vamos a quedar sin cenar. ¿Os sirvo un poco?
Pero la Reina Roja puso mala cara, y gruñó: «Budín, te presento a Alicia; Alicia, éste es Budín. ¡Llevaos el Budín!» —y los camareros se lo llevaron tan deprisa que Alicia no pudo devolverle el saludo.
Sin embargo, no veía por qué la Reina Roja tenía que ser la única en dar órdenes; así que, para probar, dijo en voz alta: «¡Camarero! ¡Vuelve a traer el budín!», y un instante después volvía a estar allí, como por arte de magia. Era tan grande, que no pudo por menos de sentirse un
poco
cohibida con él delante, lo mismo que le había ocurrido con el cordero; sin embargo, venció la timidez con gran esfuerzo, cortó un trozo y se lo pasó a la Reina Roja.
—¡Qué impertinencia! —dijo el Budín—. Quisiera saber qué dirías tú si te cortase yo a
ti
una loncha, ¿eh criatura?
—Di algo —dijo la Reina Roja—; ¡es ridículo dejarle al Budín todo el peso de la conversación!
—Pues veréis; hoy me han recitado un montón de poesías —empezó Alicia, algo asustada al ver que en el momento de despegar los labios se había hecho un silencio mortal, y que todas las miradas se habían concentrado en ella—; y es muy extraño, creo yo…, que todas las poesías se refirieran de alguna manera al pescado. ¿Me podríais decir por qué hay tanta afición al pescado aquí?
Se lo decía a la Reina Roja, y su respuesta se alejó un poco de la cuestión: «Sobre el pescado», dijo muy lenta y solemnemente, acercando la boca al oído de Alicia, «su Blanca Majestad sabe un precioso acertijo, todo en verso, y todo sobre peces. ¿Quieres que te lo recite?».
—Su Roja Majestad es muy amable al mencionarlo —murmuró la Reina Blanca al otro oído de Alicia con una voz parecida al arrullo de una paloma—. ¡Me gustaría muchísimo! ¿Me permites?
—¡No faltaba más! —dijo Alicia muy cortésmente.
La Reina Blanca rió encantada, y acarició la mejilla de Alicia. Luego empezó:
«Primero, el pez se tiene que pescar.»
Eso es fácil: sabría hacerlo un bebé.
«Después, se tiene que comprar.»
Eso es fácil: con un penique se puede hacer.
«¡Ahora, guísame el pescado!»
Eso es fácil; sólo se tarda un momento.
«¡Aderézalo en un plato!»
Eso es fácil; tiene ya su condimento.
«¡Tráelo aquí! ¡Quiero la cena!»
Es fácil traer a la mesa una fuente.
«¡Quita la tapadera!»
¡Ah, no puedo, por mucho que lo intente!
Pues está como un ladrillo:
la tapa pegada a la fuente, y el pez como en la panza.
¿Qué crees que es más sencillo,
destapar el pescado, o averiguar la adivinanza?
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—Tómate un minuto para pensar, y luego di qué es —dijo la Reina Roja—. Mientras, beberemos a tu salud: ¡A la salud de la Reina Alicia! —gritó a voz en cuello; y todos los invitados empezaron a beber sin más, y de la manera más extraña: unos se ponían la copa encima de la cabeza como si fuese un apagavelas
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, y se bebían lo que les chorreaba por la cara; otros volcaban las jarras y se bebían el vino que caía por el borde de la mesa… y tres de ellos (que eran como canguros) se metieron de un salto en la fuente del asado, y se pusieron a lamer ansiosamente la salsa, «¡como cerdos en una artesa!», pensó Alicia.
—Deberías pronunciar unas palabras de agradecimiento —dijo la Reina Roja, mirando ceñuda a Alicia mientras hablaba.
—Nosotras tendremos que apoyarte —susurró la Reina Blanca, mientras Alicia se levantaba para hacerlo, muy obediente, aunque algo asustada.
—Muchas gracias —contestó en voz baja—, pero puedo arreglármelas sola.
—No puede ser —dijo la Reina Roja tajante; así que Alicia procuró conformarse de buen grado.
(«¡Y cuidado que empujaban! —dijo más tarde, al contarle a su hermana la historia del banquete—. ¡Cualquiera habría pensado que me querían aplastar!»)
Lo cierto es que le resultaba bastante difícil mantenerse en su sitio mientras pronunciaba el discurso: las dos Reinas la empujaban de tal manera, cada una por su lado, que casi la levantaban en el aire. «Me levanto para agradecer…», empezó Alicia; y efectivamente, mientras hablaba se
levantó
varias pulgadas; pero se sujetó en el borde de la mesa, y se las arregló para ocupar su sitio otra vez.
—¡Ten cuidado! —gritó la Reina Blanca, cogiéndose al pelo de Alicia con las dos manos—. ¡Va a pasar algo!
Y entonces (como Alicia describió más tarde) empezaron a ocurrir toda clase de cosas en un instante. Las velas crecieron hasta el techo, y formaron como un macizo de juncos con fuegos artificiales en la punta. En cuanto a las botellas, cada una cogió un par de platos, se los ajustó en un instante a modo de alas, y con dos tenedores por patas, echaron a volar en todas direcciones: «son parecidísimas a los pájaros», pensó Alicia para sí, en medio de la horrible confusión que se había iniciado.
En ese momento oyó una ronca carcajada a su lado, y se volvió para ver qué le pasaba a la Reina Blanca; pero en vez de a la Reina, vio a la pierna de cordero sentada en la silla. «¡Estoy aquí!», exclamó una voz desde la sopera; y Alicia se volvió otra vez, justo a tiempo de ver la cara de la Reina que le sonreía por encima del borde de la sopera, antes de desaparecer en la sopa
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.
No había un instante que perder. Varios de los invitados se habían tumbado en las fuentes, y el cucharón avanzaba por encima de la mesa hacia la silla de Alicia, y le hacía señas impacientes para que se apartase.
—¡No puedo soportarlo más! —gritó ella, al tiempo que se levantaba de un salto y cogía el mantel con las dos manos: dio un buen tirón, y platos, fuentes, invitados y velas cayeron estrepitosamente al suelo, en confuso montón.
—En cuanto a
vos
—prosiguió, volviéndose furiosa hacia la Reina Roja a la que consideraba causante de todo el alboroto…, pero la Reina ya no estaba a su lado: se había reducido súbitamente al tamaño de una muñeca, y estaba ahora sobre la mesa, dando vueltas y vueltas alegremente, persiguiendo su chal, que arrastraba tras de sí.
En cualquier otro momento, Alicia se habría sorprendido del cambio; pero
ahora
estaba demasiado excitada para que la sorprendiese nada. «En cuanto a
ti
», repitió, cogiendo al pequeño ser en el mismísimo instante en que saltaba sobre una botella que acababa de posarse en la mesa, «¡te voy a sacudir hasta convertirte en gatita, ahora verás!»
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.
Al sacudir
La quitó de la mesa mientras hablaba, y la sacudió adelante y atrás con todas sus fuerzas.
La Reina Roja no ofreció ninguna resistencia: pero su cara se hizo muy pequeña, y sus ojos se volvieron grandes y verdes; y mientras Alicia seguía sacudiéndola, ella seguía haciéndose más pequeña, y más gorda, y más suave, y más redonda… y…
Al despertar
… y en realidad resultó ser una gatita, después de todo.
¿Quién lo ha soñado?
—Su Roja Majestad no debería ronronear tan fuerte —dijo Alicia, frotándose los ojos, y hablándole a la gatita respetuosamente, aunque con cierta severidad—. ¡Me has despertado de un sueño precioso! Y has estado conmigo, Kitty… por el mundo del Espejo. ¿Lo sabías, cariño?
Una costumbre molestísima de los gatitos (Alicia lo había comentado anteriormente) es que, les digas lo que les digas,
siempre
ronronean. «¡Ojalá ronroneasen para decir "sí" y maullasen para decir "no", o tuvieran alguna regla por el estilo —había dicho Alicia—, de manera que se pudiera mantener una conversación! Pero ¿cómo se va a
poder
hablar con una persona que
siempre
dice lo mismo?»
En esta ocasión, la gatita volvió a ronronear; y fue imposible saber si quería decir que «sí» o que «no».
Así que Alicia buscó entre las piezas de ajedrez que había sobre la mesa, hasta que encontró a la Reina Roja: entonces se arrodilló en la alfombra de la chimenea, y puso a la gatita y a la Reina frente a frente. «¡A ver, Kitty! —exclamó, palmoteando triunfalmente—. ¡Confiesa que te habías convertido en ella!»
(«Pero no la quiso mirar —contó cuando explicaba lo ocurrido a su hermana—: volvió la cabeza hacia otro lado, y fingió no verla; pero parecía un
poco
avergonzada de sí misma; así que creo que
debió
de ser ella la Reina Roja.»)
—¡Ponte un poco más derecha, cariño! —gritó Alicia con una risa divertida—. Y haz una reverencia mientras piensas lo que… lo que… vas a ronronear. ¡Ahorra tiempo, recuerda! —y la levantó y le dio un besito, «en honor a haber sido una Reina Roja».
—¡Campanilla, chiquitina! —prosiguió, mirando por encima del hombro a la Gatita Blanca que aún seguía soportando pacientemente su aseo—, ¿cuándo
terminará
Dinah con vuestra Blanca Majestad? Esa debe de ser la razón por la que iba tan desarreglada en mi sueño… ¡Dinah! ¿Sabes que estás fregoteando a una Reina Blanca? ¡La verdad es que eres de lo más irrespetuosa!
—¿Y en qué se había convertido Dinah? —siguió charlando, mientras se tumbaba cómodamente, con un codo en la alfombra y la barbilla en la mano, para observar a las gatitas—. Dime, Dinah, ¿te habías convertido en Tentetieso?
Creo
que sí…, pero será mejor que no se lo digas a tus amigas todavía, porque aún no estoy segura.
«A propósito, Kitty, si hubieses estado efectivamente conmigo en mi sueño, hay algo con lo que
habrías
disfrutado: ¡me han recitado montones de poesías, todas sobre peces! Mañana por la mañana recibirás una atención real. Mientras desayunes, te recitaré "La Morsa y el Carpintero"; ¡así podrás imaginar que son ostras lo que estás tomando, cariño!
«A ver, Kitty, pensemos ahora quién lo ha soñado todo. Se trata de una cuestión muy seria, así que
no
debes seguir lamiéndote la zarpa sin parar… ¡como si Dinah no te hubiese lavado esta mañana! Veamos, Kitty, ha tenido que ser o el Rey Rojo o yo. Él formaba parte de mi sueño, desde luego…, pero por otro lado, ¡yo formaba parte de su sueño también! ¿
Fue
el Rey Rojo, Kitty? Tú eras su esposa, cariño, así que deberías saberlo. ¡Desde luego, tu zarpa puede esperar!» —pero la exasperante gatita se limitó a empezar con la otra zarpa, y fingió no haber oído la pregunta.