Mina lo fulminó con la mirada.
-Me has hecho daño. Eres malo. -Arrugó la nariz—, Y hueles mal. No me gustas. Yo me llamo Mina. ¿Qué quieres de mí?
—Esto es una especie de truco... -gruñó el hombre.
-¡Respóndeme! -Mina le propinó una patada en el muslo. La pieza de hueso se partió en dos.
Krell gimió.
-Me envió Chemosh...
—Chemosh. No conozco a ningún Chemosh —repuso Mina—. Y si es un amigo tuyo, tampoco quiero conocerlo. Vete y no vuelvas.
-No sé lo que está pasando -dijo Krell con voz cruel-, pero no importa. Dejaré que sea mi señor quien lo descubra.
Con su brazo bueno, cogió a Mina de la mano.
—¡Chemosh! Ya la tengo... —bramó.
Rhys pegó un salto y balanceó el cayado a la altura de la cabeza de Krell. El emmide silbó al cortar el aire. Rhys bajó el cayado, mirando alrededor estupefacto. Krell había desaparecido.
—Rhys —llamó Beleño con voz estrangulada—, mira hacia arriba.
El kender señalaba con la mano.
Krell colgaba del techo cabeza abajo, suspendido en el aire con una cuerda atada alrededor de la bota. Se le había caído el yelmo del cráneo de carnero, que estaba en el suelo, junto a los pies de Mina.
A Krell se le salían los ojos de las órbitas. Abría y cerraba la boca, sin que de ella saliera sonido alguno. El brazo roto le colgaba inerte. Se retorcía y daba patadas al aire, pero lo único que conseguía era girar y girar en medio de la nada. Mina levantó la vista hacia Rhys.
-Ya no tengo sueño. Es hora de marcharse.
Rhys miró a Krell, contorsionándose colgado de aquella cuerda de fabricación divina, mientras exigía y suplicaba a Chemosh que acudiera a rescatarlo. Rhys miró a Beleño, que a su vez miraba a Mina con expresión atemorizada, y no es fácil intimidar a un kender.
Mina alargó un brazo y cogió a Rhys de la mano.
—Vas a llevarme a casa, señor monje —le recordó—. Me lo prometiste.
Rhys no podía responder. Tenía una sensación en el pecho que lo presionaba y apenas le dejaba respirar. Estaba empezando a comprender la inmensidad de la misión en la que se había embarcado.
—¡Vamos, señor monje! —Mina tiraba de él con impaciencia.
-Mi nombre es Rhys Alarife -dijo Rhys, intentando hablar en un tono normal-. Y él es mi amigo Beleño.
-En... encantado de conocerte -saludó Beleño con un hilo de voz.
-¿Cómo se llama la perra? -preguntó Mina. Se agachó para acariciar a Atta, que pegó un respingo al contacto con la diosa niña y se habría escabullido si Beleño no estuviera sujetándola—. Es muy bonita. Me gusta. Mordió al hombre malo.
-Se llama Atta. -Rhys tomó una profunda bocanada de aire. Se arrodilló para ponerse a la altura de los ojos de la niña—. Mina, ¿por qué quieres ir a Morada de los Dioses?
-Porque es donde está mi madre -contestó Mina—. Está esperándome allí.
-¿Cómo se llama tu madre? -preguntó Rhys.
—Goldmoon —respondió Mina.
Beleño hizo un ruido estrangulado.
—Mi madre se llama Goldmoon —estaba diciendo Mina— y está esperándome en Morada de los Dioses y tú me vas a llevar allí.
-Rhys —intervino Beleño-, ¿podemos hablar un momento? ¿En privado?
—¿No nos vamos todavía? —se impacientó Mina.
-Dentro de un minuto —contestó Rhys.
—Vale, está bien. Voy a jugar fuera —anunció Mina— ¿La perra puede venir conmigo? —Corrió hasta la entrada de la grutá y se volvió para llamarla—: ¡.Atta! ¡Ven, Atta!.
Rhys hizo un gesto con la mano. Atta le lanzó una mirada cargada de reproches y después, con las orejas gachas, salió silenciosamente de la cueva.
—Rhys —atacó Beleño sin más preámbulos—, en el nombre de Chemosh, Mishakal, Chislev, Sargonnas, Gilean, Hiddukel, Morgion y... de todos los demás dioses de los que no logro acordarme en este preciso momento, ¿qué crees que estás haciendo?
Rhys cogió las botas de Beleño y se las tendió. El kender las apartó a un lado.
—Rhys, ¡esa niñita es una diosa! Por si eso fuera poco, ¡es una diosa que ha perdido la chaveta! —Beleño agitaba las manos para dar más énfasis a sus palabras—. Quiere que la llevemos a Morada de los Dioses, un lugar que quizá no exista siquiera, para reunirse con Goldmoon, ¡una mujer que lleva años muerta! ¡Esa niña está para que la encierren, Rhys! ¡Chiflada! ¡Majareta! ¡Como una cabra!
—Chemosh —aullaba Krell mientras tanto—. ¡Cabrón! ¡Venid a sacarme de aquí!
Beleño señaló hacia arriba con el pulgar.
—¿Qué va a pasar cuando Mina se enfade con nosotros? A lo mejor nos manda a una luna y allí nos quedamos. O levanta una montaña y nos la tira a la cabeza. O nos convierte en merienda de dragón.
—Hice una promesa -dijo Rhys.
Beleño suspiró. Se sentó, cogió una de las botas y se calzó.
—Hiciste esa promesa antes de conocer todas las circunstancias —declaró Beleño, arrastrando hacia sí la otra bota—. ¿Sabes al menos dónde está Morada de los Dioses? Quiero decir, ¿si es que está en algún sitio?
-La leyenda dice que Morada de los Dioses está en las montañas Khal-kist, cerca de Neraka —respondió Rhys.
—Vale, esto se pone mejor todavía —refunfuñó Beleño—. Neraka es el sitio más espeluznante y maligno de todo el continente. Por no mencionar que está justo en la otra punta del continente.
—No está tan lejos —repuso Rhys, sonriendo.
Salieron de la gruta, en la que Krell seguía colgado del techo, retorciéndose y maldiciendo. Parecía que Chemosh no tenía mucha prisa por rescatar a su héroe.
-En mi opinión, te han engañado. -Beleño no se rendía. Se detuvo en la entrada de la cueva y levantó los ojos hacia su amigo-. Rhys, quiero que tengas en cuenta una cosa.
-¿El qué, amigo mío?
-Nuestra historia ha terminado, Rhys -dijo Beleño con seriedad—. Logramos un final feliz, tú, Atta y yo. Dejémoslo aquí y vamos a casa.
El kender hizo un gesto hacia Mina, que estaba corriendo entre las dunas, riendo sin parar.
—Esto es un asunto de dioses, Rhys. No deberíamos inmiscuirnos en algo así.
—En una ocasión, una persona muy sabia me dijo: «No puede darse la espalda a un dios» -contestó Rhys.
—Quien te dijo eso era un kender —repuso a su vez Beleño, malhumorado-. Y ya sabes que no puede confiarse en ellos.
—A uno de ellos le confié mi vida una vez —dijo Rhys, apoyando la mano sobre la cabeza de Beleño—. Y no me falló.
—Bueno, pues entonces es que tuviste suerte —murmuró Beleño. Se metió las manos en los bolsillos y dio una patada a una piedra.
-Mi historia no ha terminado. En realidad, la historia de cada uno nunca acaba del todo. La muerte no es más que otra página. Pero tienes razón, amigo mío -concedió Rhys, suspirando sin querer—. Viajar junto a ella va a ser peligroso y difícil. Tu historia tal vez no haya terminado, pero quizá deberías pasar página y seguir otro camino.
Beleño lo pensó.
—¿Estás seguro de que Majere no va a ayudarme a abrir cerraduras?
-No puedo asegurarlo, pero lo dudo mucho.
Beleño se encogió de hombros.
—En ese caso, supongo que me quedaré contigo. Si no, me moriría de hambre.
Beleño sonrió y guiñó un ojo.
—¡Es sólo una broma, Rhys! Sabes que nunca os dejaría a ti y a Atta. ¿Qué haríais vosotros dos sin mí? ¡Seguro que dejabais que os mataran unos dioses locos!
«Ése podría ser el final de nuestra historia», pensó Rhys. Chemosh no sería el único dios que estaba buscando a Mina.
Pero guardó su pensamiento para sí y, silbando a Atta, dio la mano a Mina, que llegó hasta él dando saltitos.
Mina echó a andar, pero no se dirigió al camino. Empezó a caminar hacia el mar.
—Creía que querías ir a Morada de los Dioses —apuntó Beleño, que no estaba de muy buen humor—. ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a nadar hasta allí?
—Claro que iremos a Morada de los Dioses -contestó Mina—. Pero primero quiero que vengáis conmigo a la torre.
-¿A qué torre? -quiso saber Beleño-. Hay un montón de torres en el mundo. Hay una muy famosa en Foscaterra. Siempre he querido visitar Foscaterra, porque está llena de los espíritus errantes de los muertos. Yo puedo hablar con los espíritus errantes, por si...
—Esa torre —especificó Mina con orgullo—. Mi torre.
Señaló hacia la torre que se erguía en medio del Mar Sangriento.
—¿Por qué quieres ir ahí? —preguntó Rhys.
—Porque está loca —contestó Beleño en voz baja.
Rhys lo miró y el kender se sumió en un silencio hosco.
Mina estaba quieta, mirando el mar.
—Mi madre estará muy enfadada conmigo por haberme escapado -dijo Mina—. Quiero llevarle un regalo a Goldmoon para que me perdone.
Rhys recordó al Hijo Venerable Patrick, sacerdote de Mishakal, relatando la historia de Goldmoon y Mina. Cuando Mina se escapó, Goldmoon había llorado por la niña perdida y había albergado la esperanza de que algún día volviera. Entonces llegó Takhisis, el Unico, y estalló la Guerra de las Almas con Mina al frente de los ejércitos de la oscuridad. Con la esperanza de que Goldmoon, que ya era una mujer mayor y débil, se uniera a las fuerzas de la oscuridad, Takhisis le dio juventud y belleza. Pero Goldmoon
no quería recuperar su juventud. Estaba preparada para morir, para partir hacia el nuevo estadio de su recorrido vital, en el que la esperaba Riverwind, su amado. A pesar de que Mina intentó persuadir a Goldmoon para que cambiara de opinión, la anciana desafió a Takhisis y murió en los brazos de Mina.
Rhys se dio cuenta de que Goldmoon debía de haber muerto con un terrible pesar, pues creería que la niña que ella había querido se había perdido para siempre, entregada al mal. No era de extrañar que Mina hubiese borrado esos recuerdos.
Se prometió a sí mismo que al menos intentaría ayudarla a comprender la verdad.
—Mina -dijo Rhys, cogiendo a la pequeña de la mano—, Goldmoon murió. Murió hace ya muchos, muchos meses...
—Te equivocas —repuso Mina muy serena, con una seguridad inquebrantable-, Goldmoon está esperándome en Morada de los Dioses. Por eso voy a ir allí. Para suplicarle que ya no esté enfadada conmigo nunca más. Le llevaré un regalo para que vuelva a quererme.
—Goldmoon nunca dejó de quererte, Mina —dijo Rhys-, Las madres nunca dejan de querer a sus hijos.
Mina volvió la mirada hacia él, con los ojos muy abiertos.
—¿Ni siquiera si hacen cosas malas? ¿Cosas malas de verdad?
Aquella pregunta lo cogió por sorpresa. Si aquello podía llamarse locura, contenía una sabiduría extraña y terrible.
Apoyó la mano en el hombro delgado de la pequeña.
—Ni siquiera entonces.
—Tal vez -concedió Mina, aunque no parecía muy segura-, pero no estás seguro, así que quiero llevarle un regalo a Goldmoon. Y el regalo que quiero llevarle está dentro de esa torre.
—¿Qué tipo de torre es ésa? —preguntó Beleño, incapaz de reprimir su curiosidad por más tiempo—. ¿De dónde viene?
—No viene de ningún sitio, tonto -se burló Mina—. Siempre ha estado allí.
—No, eso no es verdad —se defendió Beleño.
—Sí, sí lo es.
-No. -Beleño vio la mirada de Rhys y cambió de tema-. Y entonces, ¿quién la construyó, si es que ha estado aquí todo el tiempo?
-Los hechiceros. Antes era una Torre de Alta Hechicería, pero ahora es mía. —Mina lanzó a Beleño una mirada desafiante, como si lo retara a que se atreviera a llevarle la contraria-. Y el regalo de Goldmoon está dentro.
—¡Una Torre de Alta Hechicería! -exclamó Beleño, boquiabierto-. ¿Y hay hechiceros dentro?
Mina se encogió de hombros.
—Supongo. No lo sé. Total, los hechiceros son estúpidos, así que qué más da. ¿A qué estamos esperando? Vamos.
-La torre está en medio del mar, Mina -dijo Rhys—. No tenemos barca...
—¡Es verdad! -lo apoyó Beleño muy contento—. Nos encantaría visitar tu torre, Mina, pero no podemos. ¡Sin barca! Por cierto, ¿soy el único que tiene hambre? Dicen que hay una posada en Flotsam que tiene un pastel de carne realmente bueno...
—Allí hay una barca —lo interrumpió Mina—, Detrás de ti.
Beleño miró de reojo. Allí estaba, un bote de vela pequeño apoyado sobre la quilla, a menos de quince pasos de donde ellos estaban.
—Rhys, haz algo —rogó Beleño sin apenas mover los labios—. Tú y yo sabemos perfectamente que hace diez segundos ahí no había ningún bote. No quiero navegar en un bote que antes no estaba ahí...
Mina empezó a tirar de Rhys hacia el bote, impaciente.
Beleño los siguió arrastrando los pies y lanzando profundos suspiros.
—¿Por lo menos sabes cómo manejar esta cosa? —preguntó—. Seguro que no.
-Seguro que sí -respondió la niña con suficiencia-. Aprendí en Ciudadela.
Beleño volvió a suspirar. Mina se subió al bote y empezó a hurgar por ahí, desenredó un rollo de cuerda y le indicó a Rhys cómo desplegar las velas. Beleño se quedó de pie junto al bote, frunciendo los labios en una mueca.
Mina se quedó mirándolo con aire pensativo.
-Dijiste que tenías hambre. A lo mejor alguien dejó comida en el bote. Voy a mirar.
Se agachó junto a uno de los asientos de madera y se levantó con un saco grande en la mano.
—¡Tenía razón! —anunció con alegría—. Mira lo que he encontrado.
Metió el brazo en el saco y sacó un pastel de carne. Se lo tendió a Beleño.
El kender no lo tocó. Tenía todo el aspecto de un pastel de carne y olía a pastel de carne, sin duda. Tanto su boca como su estómago estaban de acuerdo en que aquello era un pastel de carne y Atta también sumó su voto. La perra miraba de reojo el pastel y se relamía.
-Pero si dijiste que tenías hambre -insistió Mina.
Sin embargo, Beleño seguía dudando.
—No sé...
Atta decidió hacerse cargo del asunto, o más bien zampárselo. Un salto, un mordisco, dos masticaciones y el pastel de carne se convirtió en una mancha grasienta en su hocico.
—¡Oye! —protestó Beleño indignado—. Ése era mío.
Atta se pasó la lengua por el hocico y empezó a dar golpecitos en el saco con la pata, enfadada. Rhys rescató el resto de los pasteles y los repartió. Mina mordisqueó el suyo pero al final acabó dándoselo casi todo a Atta. Beleño devoró el suyo con un hambre voraz y, cuando vio que Rhys no lograba terminarse su parte, se la comió por él. Ayudó a Rhys a alzar la vela y, siguiendo las indicaciones de Mina, empujó el bote entre las olas.