América (25 page)

Read América Online

Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: América
2.89Mb size Format: txt, pdf, ePub

Stanton soltó un silbido, algo bastante impropio de él.

–¿Habla de ampliar sus responsabilidades y permanecer con los hombres que seleccione, como oficial de campo? Me parece una propuesta bastante poco realista, dadas sus demás obligaciones.

–¡No! – Kemper descargó una palmada sobre la mesa-. A quien recomiendo vivamente para ese puesto es a Pete Bondurant. Lo que digo es que un contingente de criminales endurecidos, adecuadamente adoctrinados y supervisados, podría ser muy eficaz. Supongamos que el problema de Castro se extiende. Creo que, incluso en estos primeros momentos, parece acertado suponer que la Agencia tendrá un gran número de futuros refugiados y de cubanos emigrados legalmente entre los cuales escoger. Hagamos de este primer contingente un grupo de elite. Es nuestro, John. Que sea el mejor.

Stanton se dio unos golpecitos en la barbilla con las yemas de los dedos antes de responder.

–El señor Dulles estaba dispuesto a solicitar permisos de residencia para todos los hombres. Estaría encantado de saber que estamos siendo tan selectivos desde el principio. No le gusta nada pedir favores al INS.

Kemper levantó una mano.

–No deporte a los hombres que rechacemos. Banister conoce a algunos cubanos en Nueva Orleans, ¿verdad?

–Sí. Allí hay una numerosa comunidad pro Batista.

–Entonces, que Guy se quede los hombres que no queramos. Que encuentren trabajo o que dejen de encontrarlo, y que ellos mismos se ocupen de solicitar visados en Luisiana.

–¿Cuántos hombres calcula usted que cumplirán los requisitos?-Stanton parecía impaciente.

–No tengo idea.

–El señor Dulles ha aprobado la compra de unos terrenos baratos en el sur de Florida para establecer nuestro primer campamento de instrucción. Creo que podría convencerlo para mantener pequeño y limitado nuestro contingente permanente, si usted cree que los hombres que seleccione podrían también ser instructores de los que lleguen en el futuro, antes de que los dispersemos por los demás campamentos que, estoy seguro, se irán estableciendo.

–Incluiré la capacidad para actuar como instructor en mis criterios para la selección -accedió Kemper-. ¿Dónde están esos terrenos?

–En la costa, a las afueras de un pueblo llamado Blessington.

–¿Está cerca de Miami?

–Sí. ¿Por qué?

–Pensaba en el local de la compañía de taxis como centro de reclutamiento.

A Stanton la idea le resultó casi molesta, irritante.

–Dejando aparte las connotaciones gangsteriles, creo que podemos utilizar ese local de la Tiger Kab. Chuck Rogers ya está trabajando allí, de modo que tenemos un contacto.

–John… -murmuró Kemper, con mucha suavidad.

Stanton puso expresión de absoluto embeleso.

–La respuesta a todas sus sugerencias es que sí, siempre que dé su aprobación el director adjunto. Y bravo, Kemper. Está usted cumpliendo de largo con mis expectativas.

–Gracias -Kemper se puso en pie e hizo una reverencia-. Y creo que conseguiremos que Castro lamente el día en que dejó zarpar esa barcaza.

–Que Dios te oiga. Y, por cierto, ¿qué cree que diría su amigo Jack de nuestra pequeña barca de la libertad?

–Jack diría: «¿Dónde están las mujeres?» -respondió Kemper con una carcajada.

Páez hablaba por los codos. Kemper bajó el cristal de la ventanilla buscando alivio.

Llegaron a Miami en plena hora punta. Páez seguía parloteando. Kemper, impaciente, hizo tamborilear los dedos sobre el salpicadero del coche e intentó recordar su conversación con Stanton.

«… y mi patrón en la United era el señor Thomas Gordean. Le gustaban las chicas hasta que su afición por el bourbon añejo I.W. Harper lo dejó incapacitado. La mayoría de los directivos de la United se marchó cuando Castro tomó el poder, pero el señor Gordean se ha quedado. Ahora aún bebe más que antes. Tiene varios miles de acciones de la compañía y se niega a marcharse. Ha sobornado a unos milicianos para que sean sus guardaespaldas privados y ya empieza a soltar esa palabrería comunista. Tengo el profundo temor de que el señor Gordean se haga tan comunista como el Fidel que yo apreciaba hace mucho tiempo. Temo que se convierta en un instrumento de propaganda y…»

Acciones…

Thomas Gordean…

Una bombilla se encendió de improviso y casi lo deslumbró. Kemper estuvo a punto de salirse de la carretera.

DOCUMENTO ANEXO: 10/2/59.

Informe del corresponsal de
Hush-Hush
: Lenny Sands a Pete Bondurant.

Pete:

Le cuento una historia que me ha llegado. 1.– Mickey Cohen está persiguiendo migajas. Tiene dos matones (George Piscatelli Sam Lo Cigno) dedicados, quizás, a montar una red de extorsiones de índole sexual. Esto lo he sabido por Dick Contino, que está en Chicago para una velada de acordeón. A Mickey se le ocurrió esa idea cuando leyó las cartas de amor de Lana Turner a Johnny Stompanato, después de que la hija de Lana se cargara a Johnny. Johnny se dedicaba a follarse viudas ricas y hacía que algún cámara en paro lo filmase. Mickey se ha hecho con algunas secuencias escogidas de esas películas. Dígale al señor Hughes que las vende por tres de los grandes.

Saludos,

Lenny

DOCUMENTO ANEXO : 24/2/59.

Informe del corresponsal de
Hush-Hush
: Lenny Sands a Pete Bondurant.

Pete:

He estado de viaje con el grupo organizado de Sal D'Onofrio. He aquí algunos chismes sin importancia. 1) Todas las camareras del turno de medianoche en el Dunes Hotel de Las Vegas son prostitutas. Atendieron al equipo del Servicio Secreto del presidente Eisenhower cuando Ike hizo su discurso ante el Legislativo del Estado de Nevada. 2) Rock Hudson está liado con el
maître
del restaurante del Cal-Neva. 3) Lenny Bruce está colgado del Dilaudid. La policía del condado de Los Ángeles tiene toda una unidad prevenida para capturarlo la próxima vez que aparezca por el Strip. 4) Freddy Otash le facilitó un aborto a Jayne Mansfield. El papá era un lavaplatos negro con palmo y medio de rabo. Peter Lawford sacó fotos del tipo mientras se lo meneaba. Le compré una a Freddy O. Se la mandaré para que la haga llegar al señor Hughes. 5) Bing Crosby está desintoxicándose en un retiro de la iglesia Católica para curas y monjas alcohólicos, a las afueras de 29 Palms. El cardenal Spellman lo fue a visitar. Cogieron una borrachera y se largaron en coche a Los Ángeles, completamente bebidos. Spellman echó fuera de la carretera un coche lleno de espaldas mojadas y envió a tres de ellos al hospital. Bing compró su silencio con unas fotos autografiadas y un puñado de cientos de dólares. Spellman voló de regreso a Nueva York con el delirium tremens. Bing se quedó en Los Ángeles el tiempo suficiente para darle una paliza a su esposa y luego volvió al secadero de beodos.

Saludos,

Lenny

DOCUMENTO ANEXO : 4/3/59.

Nota personal: J. Edgar Hoover a Howard Hughes.

Apreciado Howard:

Se me ha ocurrido escribirle un par de líneas para comentarle cuánto ha mejorado
Hush-Hush
, en mi opinión, desde que el señor Bondurant contrató a su nuevo corresponsal. ¡Ese individuo sería un magnífico agente del FBI! ¡No sabe con qué impaciencia espero los informes completos que usted me envía! Si quiere usted apresurar su envío, diga al señor Bondurant que se ponga en contacto con el agente especial Rice, de la oficina de Los Ángeles.

Muchas gracias, también, por la película casera de Stompanato y por la foto de ese negro prodigiosamente dotado. Hombre prevenido vale por dos: uno tiene que conocer a su enemigo para poder combatirlo.

Mis mejores deseos,

Edgar

DOCUMENTO ANEXO: 19/3/59.

Carta personal: Kemper Boyd a J. Edgar Hoover.

Marcada: EXTREMADAMENTE CONFIDENCIAL.

Señor:

Siguiendo nuestra conversación anterior, le envío información de interés sobre la familia Kennedy obtenida de Laura (Swanson) Hughes.

Después de establecer una amistad casual con la señorita Hughes, he conseguido cierto grado de confianza por su parte. Mi relación con los Kennedy me proporciona credibilidad, y la señorita Hughes quedó impresionada por el hecho de que dedujese el secreto de su parentesco sin haber comentado el tema con miembros de la familia Kennedy o con sus otras amistades bien informadas.

A Laura Hughes le encanta hablar de la familia, pero apenas se refiere de pasada a John, Robert, Edward, Rose y las hermanas. Reserva casi todo su rencor para el padre, Joseph P. Kennedy; menciona sus vínculos con el gángster de Boston, Raymond L.S. Patriarca, y con un «financiero y contrabandista de licores» de Chicago ya retirado, llamado Jules Schiffrin, al tiempo que se complace en contar anécdotas de la rivalidad comercial del señor Kennedy con Howard Hughes. (La señorita adoptó el apellido «Hughes» al cumplir los dieciocho años, reemplazando el «Johnson» que proponían los Kennedy y la Swanson, en un intento de sonrojar a su padre, uno de los enemigos más feroces de Howard Hughes.)

La señorita Hughes afirma que los vínculos de Joseph P. Kennedy con los gángsters son considerablemente más profundos que esa etiqueta de «contrabandista de licores» que le ha adjudicado la prensa en referencia a su próspero negocio de importación de whisky escocés antes de la Prohibición. No puede mencionar detalles concretos de los gángsters, ni recordar incidentes que haya presenciado o conocido de segunda mano, pero sigue rotundamente convencida de que Joseph P. Kennedy tiene «profundas conexiones gangsteriles».

Continuaré mi amistad con la señorita Hughes y seguiré informando de todos los datos de interés sobre la familia Kennedy.

Respetuosamente,

Kemper Boyd

DOCUMENTO ANEXO: 21/4/59.

Informe resumen: agente especial Ward J. Littell a Kemper Boyd.

«Para revisar y dirigir a Robert F. Kennedy.»

Apreciado Kemper:

Aquí, en Chicago, las cosas siguen a buen ritmo. Continúo persiguiendo comunistas de la zona según las órdenes del FBI, aunque esos tipos me resultan más patéticos y menos peligrosos con cada día que pasa. Dicho esto, vayamos a lo que nos interesa de verdad.

Sal D'Onofrio y Lenny Sands continúan sirviéndome de informadores sin que ninguno de los dos sepa que el otro lo es. Sal, por supuesto, devolvió a Sam Giancana los doce mil dólares que le debía y Giancana lo dejó en paz con una paliza. Según parece, nadie ha llegado a relacionar los catorce mil que le robé a Butch Montrose con los doce mil que le llovieron del cielo a Sal el Loco. Ordené a éste que pagara a Giancana en tres plazos y así lo hizo. La violencia inicial que utilicé con Sal ha resultado ser un gran acierto: según parece, tengo completamente intimidado a ese tipo. En el curso de una conversación intrascendente, le dije que había sido seminarista jesuita. D'Onofrio, que se declara «católico devoto», quedó impresionado al oírlo y ahora me considera una especie de padre confesor. Ha admitido ser autor de seis asesinatos con torturas y, naturalmente, ahora lo puedo presionar con esas confesiones (horriblemente minuciosas). Aparte de las pesadillas que me han provocado de vez en cuando sus macabras explicaciones, parece que Sal y yo nos entendemos bastante bien. Le dije que le agradecería que se abstuviera de matar y de dedicarse al juego con entusiasmo autodestructivo mientras estuviera a mi disposición y, hasta el momento, parece hacer caso. Sal me ha proporcionado informaciones bastante insulsas sobre movimientos de mafiosos (nada que mereciera la pena comunicaros a ti o al señor Kennedy), pero no ha sido de ninguna ayuda en el plan de introducir a un solicitante de préstamos en el engranaje del fondo de pensiones del sindicato de Camioneros. Ésta fue la única razón de que lo sobornara para que fuese mi informador y me ha fallado por completo. Sospecho que demostrar la existencia de los libros contables «alternativos» será un proceso terriblemente arduo.

Lenny Sands sigue tocando casi tantas teclas como tú. Es corresponsal de
Hush-Hush
(¡Señor, qué trabajo tan repulsivo ha de ser ése!), socio de Sal en el asunto de los viajes turísticos y miembro poco relevante del hampa de Chicago. Dice que está activamente dedicado a intentar conseguir información sobre el funcionamiento del fondo de pensiones y se declara convencido de que es cierto el rumor de que Sam Giancana paga comisiones a quien le lleve candidatos a solicitantes de créditos de ese fondo. También está seguro de que han de existir libros contables «alternativos», quizá cifrados, en los que se detallen los movimientos ocultos. En conclusión, todavía tengo que conseguir una información más consistente de Sands o de D'Onofrio.

En otro frente, da la impresión de que el señor Hoover está rehuyendo una posible oportunidad de poner en serios aprietos a los miembros de la delincuencia organizada de Chicago. Court Meade captó a través del micrófono oculto instalado en la sastrería una mención (indirecta e inconcreta) a un robo. Al parecer, Rocco Malvaso y Dewey Di Pasquale, dos matones de la mafia de Chicago, han dado un golpe de ochenta mil dólares en Kenilworth, en una partida de dados (no controlada por la mafia de Chicago) con apuestas altísimas. Los agentes de la brigada contra el hampa comunicaron esta información al señor Hoover, quien les dijo que no la trasmitieran a los cuerpos policiales a los que correspondía realizar las investigaciones posteriores. ¡Dios mío, ese hombre tiene prioridades muy retorcidas!

Por ahora, lo dejo aquí. A modo de despedida, te diré que sigues sorprendiéndome, Kemper. ¡Dios mío! ¡Tú, agente de la CIA! Y con la disolución del comité McClellan, ¿qué vas a hacer por los Kennedy?

Buena suerte, W.J.L.

DOCUMENTO ANEXO: 26/4/59.

Nota personal: Kemper Boyd a J. Edgar Hoover.

Marcada: EXTREMADAMENTE CONFIDENCIAL.

Señor:

He decidido escribirle unas líneas para ponerlo al corriente de la situación de Ward Littell. Éste y yo seguimos hablando por teléfono con regularidad y continúo convencido de que no está llevando a cabo ninguna actividad -visible o encubierta- contra la mafia por iniciativa propia.

Mencionó usted que se había detectado la presencia de Littell cerca de la sastrería Celano's y del puesto de escucha de la unidad contra la delincuencia organizada. Interrogué sutilmente a Littell al respecto y su respuesta me tranquilizó: estaba citado con el agente especial Court Meade para almorzar.

La vida personal de Littell parece girar en torno a su relación con Helen Agee. Esta relación ha provocado tensiones en el trato con su hija, Susan, quien no ve con buenos ojos el romance. Normalmente, Helen mantiene un estrecho contacto con mi hija, Claire, pero ahora que estudian en universidades distintas la frecuencia de esos contactos se ha reducido. El romance Littell-Agee parece abarcar tres o cuatro noches semanales de encuentros domésticos. Mantienen residencias separadas y creo que continuarán haciéndolo. Yo seguiré atento a los movimientos de Littell.

Respetuosamente,

Kemper Boyd

Other books

Heart's Reward by Donna Hill
The Blue Bottle Club by Penelope Stokes
Everything He Promises by Thalia Frost
Death Angel by Martha Powers
Blood Marriage by Richards, Regina
Rescue My Heart by Jean Joachim
Muertos de papel by Alicia Giménez Bartlett