Read América Online

Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

América (22 page)

BOOK: América
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A Pete lo de Lenny Sands le pareció bien. Lo del «testigo ocular» pura palabrería.

–Iré a ver a Sands. Pero hablemos claro de otro asunto, también.

–¿De Cuba?

–Sí, de Cuba. Empiezo a pensar que es una oportunidad espléndida para nosotros, los ya retirados de las fuerzas del orden.

–Tienes razón. Y estoy pensando en participar.

–Yo también quiero. Howard Hughes me está volviendo loco.

–Hazme un favor, entonces. Haz algo que le gustaría a John Stanton.

–¿Por ejemplo?

–Búscame en las páginas blancas de Washington D.C. y envíame algo apetitoso.

Steisel sacó a Pete de sus divagaciones.

–Haz que esos colegiales inserten los «supuestos» y «presuntos» donde corresponda, y que den un tono más hipotético a los comentarios. ¿Me estás escuchando, Pete?

–Ya nos veremos, Dick -fue su respuesta-. Tengo cosas que hacer.

Detuvo el coche junto a una cabina de teléfono e hizo unas llamadas para pedir unos favores. Llamó a un colega policía, Mickey Cohen, y a Fred Otash, «el detective de las estrellas». Todos dijeron que podían conseguir algunas «golosinas», con entrega garantizada en la capital federal lo antes posible.

Pete llamó a Spade Cooley para anunciarle que acababa de impedir que se publicara una nueva difamación acerca de él.

–¿Qué puedo hacer por ti?-dijo Spade, agradecido.

–Necesito seis chicas de tu grupo -respondió Pete-. Que se reúnan conmigo en la Central de Casting, dentro de una hora.

–¡Desde luego! – asintió Spade.

Pete llamó a la Central de Casting y a Hughes Aircraft. Sendos empleados prometieron ocuparse de lo que les pedía: en el plazo de una hora, seis sosías de Howard Hughes y seis limusinas esperarían en la Central. Cuando tuvo todos sus señuelos, los emparejó: seis Howards, seis mujeres, seis limusinas. Los Howards recibieron órdenes concretas: Pasárselo bien hasta el alba y hacer correr la voz de que se marchaba a Río.

Las limusinas se los llevaron. Spade dejó a Pete en el aeropuerto de Burbank, donde Bondurant abordó un pequeño aparato con destino a Tahoe. El piloto inició el descenso justo encima del Cal-Neva Lodge.

Pórtate bien, Lenny.

El casino tenía tragaperras, dados, ruleta, blackjack, póquer, keno y las moquetas más gruesas y tupidas del mundo. El vestíbulo mostraba una panoplia de enormes Frank Sinatra de cartón. En uno de ellos, cerca de la puerta, alguien había dibujado un pene en la boca de Frankie. A la entrada del bar, en un pequeño recorte de cartón, un rótulo anunciaba: «¡Lenny Sands en el Salón Swingeroo!»

–¡Pete! ¡Pete, el Francés! – exclamó una voz. Tenía que ser algún hampón importante… o alguien con tendencias suicidas.

Pete miró a su alrededor, vio que Johnny Rosselli lo saludaba agitando la mano desde el reservado más próximo a la entrada del bar y se acercó.

Los ocupantes del reservado eran todos primeras figuras: Roselli, Sam G., Heshie Ryskind y Carlos Marcello. Roselli le guiñó un ojo.

–¡Pete, el Francés!
Che se dice?

–Bien, Johnny. ¿Y tú?


Ça va
, Pete,
ça va
. ¿Conoces a los muchachos? ¿Carlos, Mo, Heshie…?

–Sólo por su reputación.

Se sucedieron los apretones de mano. Pete se quedó de pie; era el protocolo del hampa.

–Pete es francocanadiense -explicó Roselli-, pero no le gusta que se lo recuerden.

–Todo el mundo ha de ser de alguna parte -comentó Giancana.

–Menos yo -intervino Marcello-. No tengo ningún jodido certificado de nacimiento. No sé si nací en el jodido Túnez, que está en el norte de África, o en la jodida Guatemala. Mis padres eran unos sicilianos palurdos que no tenían ni el jodido pasaporte. Debería haberles preguntado cuando tuve ocasión. Sí: «¿Eh, dónde nací?», debería haberles preguntado.

–Tienes razón, Sam -dijo Ryskind-, pero yo soy un judío con una próstata delicada. Mi familia procede de Rusia, y si eso no te parece una desventaja en esta condenada…

–Últimamente, Pete ha estado ayudando a Jimmy en Miami. Con la compañía de taxis, ya sabéis.

–Y no creas que no lo tenemos en cuenta -asintió Roselli.

–Cuba tiene que ponerse peor antes de recuperarse. Ahora, el jodido Barbas ha «nacionalizado» nuestros jodidos casinos. Tiene a Santo T. encerrado ahí y nos está costando cientos de miles cada día.

–Es como si Castro hubiera metido una bomba atómica por el culo a cada norteamericano respetable -añadió Rosselli.

Nadie ofreció asiento a Pete.

Sam G. señaló a un pobre diablo que pasaba por allí contando monedas.

–D'Onofrio trae aquí a esos bobos. Me ensucian la sala y lo que pierden no compensa. Yo y Frank tenemos un cuarenta por ciento del Lodge entre los dos. Y éste es un local de la máxima categoría, no una taberna para chusma con fiambrera.

Rosselli se echó a reír. Luego, comentó:

–Ese chico tuyo, Lenny, ahora está trabajando con Sal. Giancana apuntó con el dedo al pobre hombre y tiró de un gatillo imaginario.

–Alguien le va a hacer otra raya en el pelo a Sal D'Onofrio, el Loco. Los corredores de apuestas que deben más de lo que ingresan son como jodidos comunistas que chupan de la teta de la seguridad

Rosselli tomó un sorbo de su bebida y se volvió a Bondurant.

–¿Y bien, Pete, qué te trae al Cal-Neva?

–Entrevistar a Lenny Sands para un trabajo. He pensado que podría ser un buen corresponsal para
Hush-Hush
.

Sam G. le pasó unas fichas de juego.

–Toma, Francés. Pierde uno de los grandes por mi cuenta. Pero no te llevas de Chicago a Lenny, ¿de acuerdo? Me gusta tenerlo por aquí.

Pete sonrió. Los «muchachos» sonrieron: «¿Lo captas? Te han soltado todas las migajas que creen que mereces.»

Dejó el bar y se unió a la cola de una estampida de jugadores de pequeñas cantidades que se dirigía al salón de entrada barata.

Entró con ellos. La sala estaba abarrotada: todas las mesas llenas y los últimos en llegar apoyados en las paredes.

Lenny Sands estaba en escena, acompañado de un pianista y un batería.

El hombre del teclado insinuó un
blues
. Lenny le dio en la cabeza con el micrófono.

–Lew, Lew, Lew. ¿Qué somos nosotros, un grupo de morenos?¿Qué tocas ahora, «Pásame la sandía, mami, porque tengo las costillas de cerdo aparcadas en doble fila»?

El público soltó una risotada.

–Una de Frankie, Lew -añadió Lenny.

Lew, el del piano, tocó una introducción. Lenny cantó, mitad Sinatra, mitad falsete amanerado.

–Te tengo bajo mi piel. Te tengo metido muy dentro de mi culo. Tan dentro que las almorranas me están matando. Te tengo, ¡AY!, bajo mi piel.

Los tipos del viaje organizado aullaban de risa. Lenny intensificó su deje arrastrado.

–Te tengo encadenado a mi cama. Te tengo, y bien clavado, ahora. ¡Tan dentro, que ni te lo imaginas, ahora! ¡Te tengo bajo mi piel!

Los espectadores chillaban y reían. Peter Lawford, el adulador número uno de Sinatra, apareció en la sala para seguir la actuación.

El batería tocó un redoble. Lenny se colocó el micrófono al nivel de la entrepierna y lo acarició.

–¡Ah, guapísimos hombres de los Caballeros de Colón de Chicago, os adoro!

El público se volcó en vítores…

–¡Y quiero que sepáis que todo mi interés por las mujeres y por darme revolcones con ellas no es más que un subterfugio para ocultar lo cachondo que me ponéis VOSOTROS, los hombres del Capítulo 384! ¡Vosotros, espléndidos platos de raviolis con vuestras chuletas de tamaño extra que estoy impaciente por saltear y guisar y meterme dentro de mi tentador eslip!

Lawford parecía dispuesto a intervenir. Todo el mundo en el negocio sabía que era capaz de matar a quien fuese con tal de dar jabón a Sinatra.

Los espectadores rugían. Algún payaso agitó un banderín de los Caballeros.

–¡Os quiero, os quiero, os quiero! ¡Estoy impaciente por vestirme de largo e invitaros a todos a pasar la noche en mi fiesta particular! Lawford se encaminó hacia el escenario.

Pete le puso la zancadilla.

El adulador hizo una cómica caída de nalgas, en un gag clásico de efectos inmediatos.

Frank Sinatra se abrió paso entre la gente hasta entrar en la sala. Los espectadores se volvieron absolutamente locos de excitación.

Sam G. lo interceptó. Sam G. le cuchicheó algo en tono suave, amistoso y FIRME.

A Pete no se le escapó lo fundamental. Lenny estaba con la mafia. Lenny no era un tipo al que sacudir una paliza por deporte. Sam sonreía. A Sam le gustaba la actuación de Lenny.

Sinatra dio media vuelta. Los besaculos lo rodearon.

Lenny recargó más aún su ceceo:

–¡Vuelve, Frankie! ¡Peter, lindísimo capullo, levanta el culo del suelo!

Lenny Sands era un cabrón encantador.

Pete entregó una nota al jefe de la mesa de blackjack para que se la hiciera llegar a Sands. Lenny apareció en la cafetería con absoluta puntualidad.

–Gracias por venir -dijo Pete.

–En la nota mencionaba «dinero» -Lenny tomó asiento-. Esa palabra siempre despierta mi atención.

Una camarera les llevó café y sonaron los timbres de varias máquinas tragaperras. Había una de pequeño tamaño fijada a cada mesa.

–Kemper Boyd lo recomendó. Dijo que sería perfecto para el trabajo.

–¿Trabaja usted con él?

–No. Sólo es un conocido.

–¿En qué consiste el trabajo, exactamente?-preguntó Lenny tras frotarse la cicatriz que tenía sobre el labio.

–Sería corresponsal de la revista
Hush-Hush
. Se encargaría de buscar noticias y chismorreos escandalosos y de hacerlos llegar a los redactores.

–Entonces, sería un soplón, ¿no?

–Algo así. Usted mete las narices en Los Ángeles, Chicago y Nevada e informa de lo que se cuenta por ahí.

–¿Por cuánto?

–Uno de los grandes al mes, en metálico.

–Basura sobre estrellas de cine, eso es lo que quiere, ¿no? Quiere detalles escabrosos de la gente del espectáculo.

–Exacto. Y de políticos de tendencia liberal.

Lenny echó crema en el café.

–Con ésos no tengo tratos, excepto con los Kennedy. Bobby me trae sin cuidado, pero Jack me cae bien.

–Ha estado muy duro con Sinatra. Y Frankie es muy amigo de Jack, ¿verdad?

–Le consigue chicas y adula al resto de la familia. Peter Lawford está casado con una de las hermanas de Jack y es el contacto adulador de Frank. Jack piensa que Frank es bueno para momentos de juerga y poco más. Y yo no le he dicho nada de esto.

–Cuénteme más.

–No, pregunte usted.

–Está bien. Pero tuteémonos, ¿de acuerdo? Estoy en Sunset Strip y quiero darme un revolcón con cien dólares. ¿Qué hago?

–Ver a Mel, el hombre del aparcamiento de Dino's Lodge. Por una propina, te enviará a un piso de Havenhurst y Fountain.

–Supongamos que quiero carne morena.

–Vas al autocine de Washington y LaBrea y hablas con las camareras negras.

–¿Y si busco chicos?

Lenny torció el gesto.

–Ya sé que te repugnan los maricas -continuó Pete-, pero responde a la pregunta.

–Mierda, no… espera… el portero del Largo conoce una serie de prostíbulos masculinos.

–Bien. Ahora, ¿qué me dices de la vida sexual de Mickey Cohen? Lenny sonrió:

–Es pura apariencia. En realidad, no le gusta la cama, pero le gusta que lo vean con mujeres hermosas. Su casi novia del momento se llama Sandy Hashhagen. A veces sale con Candy Barr y con Liz Renay.

–¿Quién mató a Tony Trombino y Tony Brancato?

–O Jimmy Frattiano, o un policía llamado David Klein.

–¿Quién tiene la polla más grande de Hollywood?

–Steve Cochran o John Ireland.

–¿Qué hace Spade Cooley para excitarse?

–Toma bencedrinas y pega a su mujer.

–¿Con quién engañaba Aya Gardner a Sinatra?

–Con todo el mundo.

–¿A quién acudo para un aborto rápido?

–Yo iría a ver a Freddy Otash.

–¿Jayne Mansfield?

–Ninfómana.

–¿Dick Contino?

–El rey de los comechochos.

–¿Gail Russell?

–Matándose con la bebida en un apartamento barato de West L.A.

–¿Lex Barker?

–Amante de jovencitas con afición a las menores.

–¿Johnnie Ray?

–Homosexual.

–¿Art Pepper?

–Yonqui.

–¿Lizabeth Scott?

–Lesbiana.

–¿Billy Eckstine?

–Putero.

–¿Tom Neals?

–Arruinado en Palm Springs.

–¿Anita O'Day?

–Adicta a las drogas.

–¿Cary Grant?

–Homo.

–¿Randolph Scott?

–Homo.

–¿El senador William F. Knowland?

–Borracho.

–¿El jefe Parker?

–Borracho.

–¿Bing Crosby?

–Borracho pegaesposas.

–¿El sargento John O'Grady?

–Fulano del departamento de Policía de Los Ángeles, conocido por colocar droga para comprometer a músicos de jazz.

–¿Desi Arnaz?

–Buscador de prostitutas.

–¿Scott Brady?

–Soplón.

–¿Grace Kelly?

–Frígida. Yo mismo la abordé una vez y casi se me hiela el rabo.

Pete se rió.

–¿Yo?

Lenny sonrió:

–El rey de la extorsión. Chulo. Asesino a sueldo. Y, por si te lo estás preguntando, soy demasiado inteligente para meterme nunca en algún lío contigo.

–El empleo es tuyo -dijo Pete.

Se estrecharon la mano.

Sal D. apareció en la puerta agitando dos tazas de plástico rebosantes de monedas.

20

(Washington, D. C., 20/1/59)

La furgoneta de United Parcel llevó tres grandes cajas a su casa. Kemper las trasladó a la cocina y las abrió.

Bondurant había envuelto el material en hule. Bondurant comprendía el sentido de la palabra «golosinas».

Le enviaba dos fusiles ametralladores, dos granadas de mano y nueve automáticas del 45 con silenciador.

Bondurant incluía una nota concisa, sin firma:

«Ahora es cosa tuya y de Stanton.»

Los fusiles venían con cargadores ya preparados y un manual de instrucciones de mantenimiento. Las 45 encajaban perfectamente en su sobaquera.

Kemper cogió una y tomó el coche hasta el aeropuerto. Llegó con tiempo de sobra al vuelo de las 13.00 del puente aéreo a Nueva York.

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