Read América Online

Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

América (45 page)

BOOK: América
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Doce segundos. «Exacto. El motivo de esta llamada es ver si le apetece tener compañía porque, si es así, espero la llamada de unas cuantas chicas que estarían encantadas de conocerlo.»

Veinticuatro segundos. «No lo creo.»

Nueve segundos. «¿Que Lawford lo ha arreglado?»

Ocho segundos. «¡Oh, vamos, Jack! ¿Marilyn Monroe?»

Ocho segundos. «Lo creeré, si me dice que no le envíe a mis chicas.»

Seis segundos. «¡Cielo santo!»

Ocho segundos. «Se van a sentir decepcionadas, pero las invitaré a probar en otra ocasión.»

Ocho segundos. «Exacto. Por supuesto, querré saber los detalles. De acuerdo. Adiós, Jack.»

Kemper colgó. Jack y Marilyn chocaron de cabeza en los televisores.

Acababa de crear el paraíso del mirón y del escucha clandestino. Hoover se correría en los pantalones y tal vez incluso creara la semilla de algún mito disparatado.

48

(Beverly Hills, 14/7/60)

Wyoming votó por Jack «Espalda Jodida». Los delegados se volvieron locos.

Hughes bajó el volumen y se arrellanó entre las almohadas.

–Ya está nominado. Pero sigue lejos de poder considerarse elegido.

–Sí, señor -dijo Pete.

–Te noto deliberadamente obtuso. «Sí, señor» no es la respuesta oportuna y estás ahí sentado en esa silla en una muestra deliberada de falta de respeto.

Un anuncio se coló en el diálogo: «¡Oldsmobile Yeakel, el coche del votante!»

–¿Qué le parece ésta?: «Sí, señor, Jack tiene una mata de pelo atractiva, pero su hombre, Nixon, lo derrotará claramente en las elecciones generales.»

–Está mejor, pero detecto cierta impertinencia.

Pete hizo chasquear los nudillos.

–He tomado el avión porque me dijo que necesitaba verme. Le he traído un suministro de esa basura para tres meses. Dijo que quería verme para discutir una estrategia para evitar las citaciones judiciales, pero lo único que hemos hecho hasta ahora ha sido hablar de los Kennedy.

–Y eso es una impertinencia flagrante.

–Entonces, haga que sus mormones me pongan en la calle -replicó Pete con un suspiro-. Haga que Duane Spurgeon le traiga la droga violando seis billones de jodidos estatutos federales y estatales.

Hughes se encogió. Las cánulas intravenosas se estiraron y el frasco de la sangre se agitó. Howard, el vampiro, chupando transfusiones para asegurarse una longevidad libre de gérmenes.

–Eres un hombre muy cruel, Pete.

–No. Como ya le dije una vez, soy su hombre muy cruel.

–Los ojos se te han hecho más pequeños y más crueles. Sigues mirándome de manera extraña.

–Estoy esperando que se lance a morderme el cuello. La he corrido bastante, pero este nuevo numerito de Drácula que se ha sacado de la manga es digno de verse.

Hughes sonrió, el muy jodido.

–No es mucho más sorprendente que tu afán de combatir a Fidel Castro.

Pete replicó con otra sonrisa.

–¿Quería hablarme de algo importante?

Volvieron a aparecer imágenes de la convención. Los partidarios de Jack lanzaban vítores al borde del delirio.

–Quiero que revises los planes que han preparado mis colegas mormones para evitar las citaciones. Han encontrado una manera ingeniosa de…

–Esto podría haberse hecho por teléfono. Lleva usted rehuyendo el asunto de la TWA desde el 57 y no creo que al Departamento de Justicia le importe ya un carajo todo el caso.

–Aunque así sea, ahora tengo una razón concreta para evitar deshacerme de la TWA hasta el momento más oportuno.

Pete resopló.

–Lo escucho -dijo.

Hughes manipuló el gotero. Un frasco de sangre aportó rojo al rosa.

–Cuando por fin me deshaga de la compañía, quiero emplear el dinero en comprar hoteles con casino en Las Vegas. Quiero acumular grandes beneficios indetectables, en metálico, y respirar el aire sano y libre de gérmenes del desierto. Haré que mis colegas mormones administren los hoteles para asegurarme de que los negros, que podrían contaminar el ambiente, sean convencidos, cortés pero firmemente, de que no deben entrar. Y crearé una base de inversiones que me permita diversificarme en varios aspectos de la industria de la defensa sin pagar impuestos por el capital inicial. Voy a…

Pete dejó de prestarle atención. Hughes continuó su lluvia de cifras: millones, miles de millones, billones… Jack aparecía en el televisor, proclamando un «¡Vota por mí!» con el sonido bajado.

Pete hizo cuentas mentalmente.

Estaba Littell, en Lake Geneva, persiguiendo el fondo de pensiones. Estaba Jules Schiffrin, un respetado barba gris de la mafia de Chicago. Cabía la posibilidad de que Jules tuviera los libros del fondo ocultos en su casa.

–Pete, no me estás escuchando -dijo Hughes-. Deja de contemplar a ese político pueril y préstame toda tu atención.

Pete pulsó el botón de apagado. Jack el Mata de Pelo se desvaneció. Hughes carraspeó.

–Así está mejor. Estabas mirando a ese muchacho con algo que parecía admiración.

–Son esos cabellos, jefe. Me preguntaba cómo hace para que se le sostengan así.

–Tienes una memoria muy pobre. Y yo no tengo mucho aguante con las respuestas irónicas.

–¿Ah, sí?

–Sí. Quizá recuerdes que hace dos años te di treinta mil dólares para intentar comprometer a ese muchacho con una prostituta.

–Lo recuerdo.

–Ésa no es una respuesta completa.

–La respuesta completa es: «Las cosas cambian.» Y no pensará que el país va a meterse entre las sábanas con Dick Nixon cuando puede tener un romance con Jack, ¿verdad?

Hughes se irguió en la cama; los barrotes de ésta temblaron; el armazón del gotero se tambaleó.

–¡Dick Nixon es propiedad mía!

–Ya lo sé -dijo Pete-. Y estoy seguro que él le está muy agradecido por el préstamo que concedió a su hermano.

A Drácula lo recorrió un estremecimiento. A Drácula la dentadura postiza se le clavó en el paladar.

Drácula farfulló unas palabras.

–Yo… yo… había olvidado que eso lo sabías.

–Un hombre ocupado como usted no puede recordarlo todo.

Drácula alargó la mano en busca de una hipodérmica nueva.

–Dick Nixon es un buen hombre y toda la familia Kennedy está podrida hasta lo más hondo. Joe Kennedy lleva prestando dinero a los gángsters desde los años veinte y tengo constancia de que el terrible Raymond L.S. Patriarca le debe hasta la camisa que lleva.

Pete tenía documentado el préstamo a Nixon. Podía pasar la información a Boyd y congraciarse definitivamente con Jack.

–Igual que yo estoy en deuda con usted… -murmuró.

–¡Sabía que comprenderías mi punto de vista! – Hughes estaba radiante.

49

(Chicago, 15/7/60)

Littell estudió su nuevo rostro.

La débil mandíbula estaba reconstruida con clavos y fragmentos de hueso. La débil barbilla estaba hendida por una profunda marca. La nariz que siempre había detestado estaba aplastada y llena de salientes.

Helen decía que tenía un aspecto peligroso. Decía que las cicatrices de Ward dejaban muy cortas las suyas.

Littell se retiró del espejo. El cambio de iluminación le proporcionó nuevos ángulos que saborear.

Ahora cojeaba. Y la mandíbula le crujía. En el hospital había engordado diez kilos.

Pete Bondurant era un cirujano estético.

Le había hecho una cara nueva. Y su antigua personalidad, la anterior a su personificación del Fantasma, no podía asimilar lo sucedido.

Le entró miedo. Tenía miedo de seguir tras la pista de Jules Schiffrin. Tenía miedo de enfrentarse a Kemper. Tenía miedo de hablar por teléfono; los pequeños chasquidos en la línea seguían resonando en sus oídos.

Los chasquidos podían ser defectos en la conexión telefónica. Pero también podían ser indicios de escuchas clandestinas.

Le faltaban seis meses para el retiro. Mal Chamales había dicho que el Partido necesitaba abogados.

En la puerta de al lado había un televisor a todo volumen. El discurso de aceptación de John Kennedy quedó completamente ahogado por los aplausos.

El FBI dio por terminada la investigación sobre la agresión. Hoover sabía que Littell podía sabotear la infiltración de Boyd entre los Kennedy.

Littell se acercó al espejo. Las cicatrices por encima de las cejas se arrugaron.

Era incapaz de dejar de mirar.

50

(Miami/Blessington,

16/7/60-12/10/60)

Pete cumplió cuarenta años en una incursión en lancha a Cuba, encabezando un asalto contra una instalación de la milicia, y volvió con dieciséis cabelleras.

Ramón Gutiérrez dibujó una mascota para el grupo: un pitbull terrier con hocico de caimán y dientes como navajas de afeitar. La novia de Ramón bordó emblemas con la mascota para las hombreras, y un impresor proporcionó tarjetas de visita con el dibujo. «¡LIBERTAD PARA CUBA!», rugía la feroz mascota.

Carlos Marcello llevaba una. Sam G. también. Santo Junior las repartía a decenas entre amigos y socios

La mascota, la Bestia, ansiaba sangre. La Bestia ansiaba enarbolar la barba de Castro en una pica.

En Blessington se sucedieron los ciclos de instrucción. El plan de invasión exigía nuevos ejercicios. Dougie Frank Lockhart compró más material de desembarco e «invadió» Alabama una vez por ciclo.

La costa del Golfo simulaba Cuba. Los reclutas tomaban la playa y dejaban cagados de miedo a los bañistas.

Dougie Frank entrenaba reclutas a tiempo completo. Pete lo hacía a tiempo parcial. Chuck, Fulo y Wilfredo Delsol llevaban la compañía de taxis.

Pete dirigía incursiones en lancha a Cuba. Todos se apuntaban… excepto Delsol. La muerte de Obregón le había quitado parte de las pelotas. Pete no entraba a juzgarlo: perder a un pariente consanguíneo en un abrir y cerrar de ojos no era agradable, ni fácil de encajar.

Todo el mundo vendía droga.

El grupo de elite suministraba heroína exclusivamente a yonquis negros. El departamento de Policía de Miami daba su aprobación implícita. Los pagos a la brigada de Narcóticos servían de seguro contra desaprobaciones.

A finales de agosto, una banda de blancos fanáticos sudistas intentó invadir su territorio. Uno de los tipos mató a tiros a un ayudante del comisario de Dade County.

Pete encontró al tipo, escondido con siete mil pavos y una caja de Wild Turkey. Se lo cargó con el machete de Fulo y donó el dinero a la viuda del agente muerto.

Los beneficios aumentaron astronómicamente. El sistema de porcentajes funcionaba fino como la seda: Blessington y Guy Banister recibían jugosos estipendios. Lenny Sands llevaba la guerra de propaganda de
Hush-Hush
. Su prosa venenosa golpeaba al Barbas cada semana.

Drácula llamaba semanalmente y farfullaba las mismas estupideces, como un disco rayado: «¡Quiero comprar Las Vegas y dejarla libre de gérmenes!» Drácula estaba medio lúcido y medio chiflado… y sólo estaba realmente despierto en lo que se refería al dinero.

Boyd llamaba cada dos semanas. Boyd era el jefe de seguridad y el principal alcahuete de Jack «Espalda Jodida».

El señor Hoover seguía acosándolo con llamadas telefónicas. Kemper seguía evitándolas. Hoover quería que le colara a Jack alguna gatita cargada de micrófonos ocultos.

Boyd lo tomaba como un
sprint
: evitar al Hombre hasta que Jack se convirtiera en El Hombre.

Hoover intervino el teléfono de la suite del hotel de Boyd en Los Ángeles. Kemper le proporcionó una información picante, pero falsa: ¡Jack el Candidato se acostaba con Marilyn Monroe!

Hoover se tragó el cuento. Un agente de Los Ángeles le dijo a Boyd que la Monroe estaba ahora bajo intensa vigilancia: micrófonos, intervenciones telefónicas y seis hombres a dedicación completa.

Tales agentes estaban desconcertados: Jack el de la Mata de Pelo y MM no habían estado en contacto.

Pete se partió de risa. Drácula confirmó el rumor: ¡¡¡Marilyn y Jack estaban liados!!!

Boyd dijo que él cacheaba minuciosamente a todas las chicas de Jack. También dijo que Kennedy y Nixon estaban muy igualados.

Pete no le dijo: «Tengo basura. Puedo VENDÉRSELA a Jimmy Hoffa; o puedo DÁRTELA a ti para que se la eches encima a Nixon.»

Jimmy era un colega. Boyd, un socio. ¿Quién era más favorable a la causa, Jack o Nixon?

Dick el Tramposo era un fervoroso antiBarbas. Jack hablaba más pero seguía corto de rabia. John Stanton llamaba a Nixon «Mister Invasión». Kemper aseguraba que Jack daría luz verde a todos los planes de invasión.

El concepto clave de la campaña de Boyd era COMPARTIMENTACIÓN.

Ike y Dick sabían que la Agencia y la mafia estaban vinculadas con Cuba. Los Kennedy no lo sabían… y no estaba claro que fueran a enterarse, aunque Jack alcanzara la Casa Blanca.

¿Quién decidiría hacia dónde decantarse? El propio Kemper Cathcart Boyd. ¿Y cuál sería el factor decisorio? La influencia observada del moralista Bobby sobre su Hermano Mayor.

Bobby podía poner al descubierto todos los vínculos entre la CIA y la mafia. Bobby podía destapar el trato sobre los incentivos de los casinos de Boyd y Bondurant.

Jack o Dick; la elección era difícil.

Lo más inteligente era no enlodar el nombre de un probado antirrojo como Nixon. Una alternativa no tan inteligente, pero más atractiva, era mancharlo e instalar a Jack en la Casa Blanca.

Vote por Boyd. Vote por la Bestia. Vote por la barba de Fidel Castro en una pica.

DOCUMENTO ANEXO: 15/10/60.

Memorándum del FBI: del jefe de Agentes Especiales de Chicago, Charles Leahy, al director J. Edgar Hoover.

Marcado «Confidencial. A la atención exclusiva del Director».

Señor:

El expediente acusatorio contra el agente especial Ward J. Littell por procomunista ya está ultimado. El presente memorándum sustituye a todos los informes confidenciales anteriores relativos a Littell; en breve recibirá por otro conducto los documentos probatorios pormenorizados.

Le resumiré brevemente los hechos más recientes que se han producido:

1) Nos hemos puesto en contacto con Claire Boyd (hija del agente especial Kemper C. Boyd y amiga de la familia de Littell desde hace mucho tiempo), quien accedió a no mencionar la entrevista a su padre. Según la señorita Boyd, durante las últimas Navidades el agente Littell efectuó comentarios obscenamente despectivos contra el FBI y contra Hoover. Y elogió al Partido Comunista de Estados Unidos.

2) No hay pistas en la investigación de la agresión. Todavía ignoramos qué hacía Littell en Lake Geneva, Wisconsin.

3) l mes pasado, durante dos semanas, se sometió a vigilancia a Helen Agee, la amante de Littell. Varios de los profesores de la señorita Agee en la facultad de Derecho de la Universidad de Chicago fueron interrogados respecto a la posición política de su alumna. Ahora tenemos cuatro informes confirmados de que la señorita Agee también se ha mostrado en público crítica con el FBI. Un profesor (informador número 179 de la Oficina de Chicago) declaró que la señorita Agee descalificó al FBI por no haber sabido resolver «un simple caso de agresión en Wisconsin» y llegó a llamar al FBI «la Gestapo norteamericana que hizo matar a mi padre y convirtió a mi novio en un lisiado». (Un decano de la Universidad de Chicago se propone recomendar que se rescinda la beca estudiantil de que disponía la señorita, en cumplimiento de una declaración de fidelidad del estudiante que firman todos los matriculados en la facultad de Derecho.)

En conclusión:

Creo que es el momento de abordar al agente Littell. Espero sus órdenes.

Respetuosamente,

Charles Leahy

Jefe de Agentes Especiales de Chicago

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