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Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

América (73 page)

BOOK: América
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DOCUMENTO ANEXO: 20/11/62.

Subtitular del Des
Moines Register
:

HOFFA RECHAZA LAS ACUSACIONES DE SOBORNO

DOCUMENTO ANEXO: 17/12/62.

Titular del
Cleveland Plain Dealer:

HOFFA, ABSUELTO EN EL CASO TEST FLEET

DOCUMENTO ANEXO: 12/1/63.

Subtitular del
Los Angeles Times
:

HOFFA, BAJO INVESTIGACIÓN POR SOBORNO DEL JURADO EN EL CASO TEST FLEET

DOCUMENTO ANEXO: 10/5/63.

Titular y subtitular del
Dallas Morning News
:

HOFFA, PROCESADO EL DIRIGENTE SINDICAL, ACUSADO DE INTENTO DE SOBORNO DEL JURADO

DOCUMENTO ANEXO: 25/6/63.

Titular y subtitular del
Chicago Sun-Times
:

HOFFA, ASEDIADO EL JEFE SINDICAL, PROCESADO EN CHICAGO POR DIVERSAS ACUSACIONES DE FRAUDE

DOCUMENTO ANEXO: 29/7/63.

Grabación de una intervención telefónica del FBI.

Marcada: «Máximo secreto. Confidencial. A la atención exclusiva del Director» y «No revelar a personal del Departamento de Justicia ajeno al FBI».

Chicago, 28/7/63. Llamada desde el BL4-8869 (sastrería Celano's) al AX8-9600 (residencia de John Rosselli) (expediente del PDL número 902.5, oficina de Chicago). Hablan: John Rosselli y Sam Giancana, alias «Mo», «Momo» y «Mooney» (expediente número 480.2). Los interlocutores ya llevan diecisiete minutos conversando.

SG: Estoy absolutamente harto de todo esto.

JR: Ya te oigo, Sammy.

SG: El FBI me ha puesto bajo vigilancia permanente. Bobby pasó por encima de Hoover para dar la orden. ¡Estoy en el maldito campo de golf y no dejo de ver a esos jodidos agentes especiales entre hoyo y hoyo! ¡Si casi aseguraría que han puesto micrófonos en las jodidas trampas de arena!

JR: Te escucho, Mo.

SG: ¡Absolutamente harto! Igual que Jimmy. Y que Carlos. Y que todo el mundo con quien hablo.

JR: Jimmy está a punto de caer, lo presiento. También he oído que Bobby ha encontrado un soplón importante. No conozco más detalles, pero…

SG: Yo, sí. Se llama Joe Valachi y era un hombre de Vito Genovese. Estaba en Atlanta, cumpliendo entre diez años y perpetua por narcóticos.

JR: Creo que lo vi en una ocasión.

SG: Todos los que están en el mundo han visto a todos los demás alguna vez por lo menos.

JR: Es cierto.

SG: Como decía antes de que me interrumpieras, Valachi estaba en Atlanta. Allí se salió de sus casillas y mató a otro preso porque pensó que don Vito lo había enviado a liquidarlo. Estaba equivocado pero, después de eso, Genovese sí que extendió un contrato contra él, porque el tipo al que había matado Valachi era un buen amigo suyo.

JR: Ese Valachi es un estúpido integral.

SG: También es un estúpido asustado. Suplicó acogerse a la custodia federal y Bobby se lo quitó de las manos a Hoover. Han cerrado un trato: Valachi consigue protección de por vida a cambio de delatar a la Organización en masa. Se dice que Bobby lo presentará ante el maldito comité McClellan, recién resucitado, más o menos en septiembre.

JR: ¡Oh, mierda! Eso es jodido, Mo…

SG: Peor que jodido. Probablemente, es lo peor que le ha sucedido nunca a la Organización. Valachi ha sido uno de los nuestros durante cuarenta años. ¿Sabes lo que llega a saber?

JR: ¡Oh, mierda!

SG: Deja de decir, «oh, mierda», imbécil.

El resto de la conversación es irrelevante.

DOCUMENTO ANEXO: 10/9/63.

Nota personal de Ward J. Littell a Howard Hughes.

Apreciado señor Hughes:

Tenga la bondad de considerar la presente una petición profesional oficial, planteada sólo como último recurso. Espero que mis cinco meses a su servicio lo habrán convencido de que jamás me saltaría los cauces establecidos para formular esta solicitud si no lo considerara absolutamente vital para sus intereses.

Necesito 250.000 dólares. Este dinero será destinado a circunvenir procedimientos oficiales y a garantizar la continuidad del señor J. Edgar Hoover en el cargo de director del FBI.

Considero que la continuidad del director Hoover es fundamental para nuestros proyectos en Las Vegas. Haga el favor de comunicarme su decisión lo antes posible. Y le ruego guarde la más estricta reserva sobre esta comunicación.

Respetuosamente,

Ward J. Littell

DOCUMENTO ANEXO: 12/9/63.

Nota personal de Howard Hughes a Ward J. Littell.

Apreciado Ward:

Su plan, aunque expuesto de forma ambigua, me ha impresionado por su sensatez. Recibirá la suma que ha solicitado. Por favor, justifique el gasto con resultados a la mayor brevedad posible.

Suyo,

Howard

PARTE V

CONTRATO
Septiembre – noviembre de 1963

85
Septiembre 1963

DOCUMENTO ANEXO: 13/9/63.

Memorándum del departamento de Justicia. Del fiscal general, Robert F. Kennedy, al director del FBI, J. Edgar Hoover.

Apreciado señor Hoover:

El presidente Kennedy intenta establecer un plan de normalización de relaciones con la Cuba comunista y está alarmado ante la extensión de las acciones de sabotaje y hostigamiento de las costas cubanas perpetradas por grupos de exiliados y, en concreto, de las acciones violentas llevadas a cabo por grupos de exiliados no patrocinados por la CIA situados en Florida y a lo largo de la costa del Golfo.

Estas acciones no aprobadas deben ser cortadas de raíz. El Presidente quiere que la orden se cumpla de inmediato, y ha declarado el asunto máxima prioridad del Departamento de Justicia y del FBI. Los agentes con base en Florida y en la costa del Golfo empezarán a cerrar las instalaciones y a incautarse del armamento de todos los campos de exiliados que no estén financiados directamente por la CIA o amparados en tratados de política exterior preestablecidos.

Las intervenciones deben iniciarse inmediatamente. Haga el favor de pasar por mi despacho esta tarde, a las tres, para tratar ciertos detalles y revisar mi lista de objetivos iniciales.

Suyo,

Robert F. Kennedy.

86

(Miami, 15/9/63)

El despacho de la centralita estaba cerrado con tablones. El papel pintado de la pared, anaranjado y negro, estaba arrancado en tiras de recuerdo.

Adiós, Tiger Kab.

La CIA había retirado su inversión en la sociedad. Jimmy Hoffa se había deshecho de su parte como recurso para evadir impuestos. Le dijo a Pete que vendiera los coches y le pasara una parte del dinero.

Pete dirigió la venta por liquidación en el mismo aparcamiento de la compañía. Encima de cada capó pintado con las franjas atigradas colocó un aparato de televisión como incentivo para los compradores. Conectó los aparatos a un generador portátil y dos docenas de pantallas proclamaron la noticia: una iglesia de negros de Birmingham había sido incendiada una hora antes.

Cuatro morenitos habían quedado achicharrados. Toma nota, Kemper Boyd.

El aparcamiento se llenó de mirones. Pete se embolsó dinero en metálico y firmó volantes de entrega.

Adiós, Tiger Kab. Gracias por los recuerdos.

Los recortes de gasto y de personal obligaban a la venta. JM/Wave trabajaba con eficacia y con mucho menos personal.

El grupo de elite estaba disuelto. Santo aseguró que se retiraba de los narcóticos. Una de las mentiras más épicas de todos los tiempos.

La orden formal llegó en diciembre: Felices Pascuas, el escuadrón de la droga está kaput.

Teo Páez controlaba a unas prostitutas en Pensacola. Fulo Machado estaría borracho en alguna parte. Ramón Gutiérrez predicaba contra Castro en las afueras de Nueva Orleans.

Chuck Rogers había perdido su condición de agente contratado. Néstor Chasco estaba en Cuba, vivo o muerto.

Kemper Boyd seguía teniendo su escuadra de «Liquidar a Fidel». Misisipí se hizo demasiado peligroso para él.

Las reivindicaciones de derechos civiles iban en aumento y polarizaban a los locales.

Boyd trasladó su escuadra a Sun Valley, Florida, y se instalaron en algunas casas prefabricadas. Por fin, el viejo lugar de descanso de los transportistas tenía ocupantes.

Prepararon un buen campo de tiro y un circuito de reconocimiento. Se mantuvieron concentrados en el problema de MATAR A FIDEL. Se infiltraron en Cuba nueve veces, incluidos los dos no hispanos, Boyd y Guéry.

Consiguieron un centenar de cabelleras comunistas. En ninguna ocasión vieron a Néstor. Y nunca se acercaron a Castro.

La droga seguía guardada en Misisipí. La «búsqueda» de los hombres que habían dado el golpe seguía avanzando esporádicamente.

Pete continuó persiguiendo pistas falsas. A veces, sentía un miedo cerval. Tenía a Santo y a Sam medio convencidos de que los autores del golpe se habían marchado a Cuba.

Santo y Sam abrigaban persistentes sospechas. No dejaban de preguntar dónde estaba el tal Chasco, que había abandonado tan deprisa el escenario del exilio.

Continuó persiguiendo pistas falsas. Y sincronizó la persecución con los puntos de la gira de Barb.

De Langley lo enviaron a traficar con armas. Sus círculos le suministraron un buen pretexto para la búsqueda de pistas.

A veces, el miedo se hacía terrible. Volvían a asaltarlo los dolores de cabeza y siempre tenía a mano unas píldoras para asegurarse de que caería dormido al instante, de que descansaría sin pesadillas.

En marzo se había dejado llevar un momento por el pánico. Estaba inmovilizado en Tuscaloosa, Alabama, donde se había cancelado sin previo aviso la actuación de Barb. Unas tormentas torrenciales habían inundado las carreteras y el aeropuerto estaba cerrado. Pete encontró un bar que acogía de buen grado a exiliados y aplacó la jaqueca con bourbon.

Un par de hispanos de aspecto descuidado, medio borrachos, hablaban de heroína en voz demasiado alta. Sin duda, eran dos yonquis con una clientela compuesta por pedigüeños.

Pete los siguió hasta un piso. El lugar era un auténtico centro de encuentro de adictos: hispanos tirados sobre colchones, hispanos pinchándose, hispanos que recogían agujas sucias del suelo.

Los mató a todos. Quemó el ánima del silenciador disparando a sangre fría sobre los yonquis. Luego, dispuso el escenario para que la masacre pareciese un ajuste de cuentas entre hispanos por asuntos de drogas.

Después, llamó a Santa con la boca seca de miedo.

Le dijo que se había encontrado con aquella carnicería y que uno de los hispanos, moribundo, le había confesado su participación en el golpe de la playa.

–Lee lo de Tuscaloosa -le dijo a Santo-. Mañana va a aparecer en los periódicos con grandes titulares.

Pete voló a la ciudad donde Barb tenía su siguiente actuación. Ni los periódicos ni la televisión se hicieron eco de la masacre.

–Continúa buscando -le dijo Santo.

Los yonquis habían muerto bajo la influencia de las drogas. Chuck le contó que Heshie Ryskind estaba muriéndose y que la heroína le ayudaba a apagarse en una pequeña nube indolora.

Bobby Kennedy había limpiado su casa el año anterior. Había iniciado un montón de recortes nada indoloros.

Los agentes contratados fueron despedidos al por mayor. Bobby echó a todos los hombres sospechosos de tener vinculaciones con el hampa.

Pero descuidó despedir a Pete Bondurant.

Nota a Bobby K:

Por favor, despídeme. Por favor, apártame de los círculos de los exiliados. Por favor, retírame de esta horrible misión de búsqueda y localización.

Podía suceder. Quizá Santo le dijera: «Tómate un descanso. Sin tus lazos con la CIA, no tienes valor alguno.»

Quizá Santo le propusiera trabajar para él. Quizá le dijera: «Fíjate en Boyd; Carlos le ha dado un empleo a su lado.»

Pete podía excusarse. Podía decirle que ya no detestaba a Castro como antes, que no lo odiaba como Kemper… porque él no había sufrido el mismo quebranto que Boyd.

A mí no me ha traicionado mi propia hija, se dijo. Ni me ha ridiculizado en una cinta el hombre al que veneraba. Ni he transferido mi odio por ese hombre a la figura de un hispano barbudo y bocazas.

Boyd está metido en esto hasta el cuello. Y yo me alegro mucho. Así somos como Bobby y Jack.

Bobby insiste: «Adelante, exiliados, adelante.» Lo dice en serio. Pero Jack se niega a dar luz verde a una segunda invasión.

Jack cerró un pacto secreto con Kruschev y se propone desactivar la guerra contra Castro de una manera que no levante ampollas.

Jack quiere ser reelegido y en Langley piensan que descartará la guerra a principios de su segundo mandato. Jack considera invencible a Fidel. Y no es el único: incluso Santo y Sam G. intentaron congraciarse con ese cabronazo durante una temporada.

Carlos decía que el golpe de la playa había echado a perder su romance con los comunistas. Desde el suceso, Sam y Santo habían roto cualquier contacto con los hermanos Castro.

Nadie encontró la droga. Todo el mundo se quedó con las ganas.

Los mirones deambulaban por el aparcamiento. Un viejo daba puntapiés a unos neumáticos. Unos adolescentes admiraban las rayas atigradas, magistralmente pintadas en las carrocerías. Pete se instaló en una silla a la sombra. Unos payasos del sindicato de Transportistas repartieron refrescos y cervezas gratis.

Vendieron cuatro coches en cinco horas; ni fu ni fa.

Pete intentó echar una siesta. Empezaba a asaltarlo el dolor de cabeza.

Dos agentes de paisano cruzaron el aparcamiento y se encaminaron hacia él. La mitad de los presentes se olió posibles problemas y se escabulló rápidamente por la calle Flagler.

Los televisores eran robados. Probablemente, la propia venta era ilegal. Pete se puso en pie. Los agentes lo encajonaron en un rincón y exhibieron unas placas del FBI.

–Está detenido -dijo uno de ellos, el más alto-. Éste es un punto de reunión de exiliados cubanos no controlado y usted es un conocido habitual.

–El negocio ha cerrado -respondió Pete con una sonrisa-. Y yo estoy en situación de contratado por la CIA…

El más bajo de los federales sacó las esposas.

–No crea que hacemos esto a gusto. A nosotros, los comunistas nos gustan tan poco como a usted.

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