Read América Online

Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

América (72 page)

BOOK: América
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Pete se encogió de hombros.

–No hemos perjudicado a Jack -contestó- y Bobby es demasiado listo como para acudir a la ley. Podemos salir de aquí y volver a nuestros negocios.

–¿Y confiar el uno en el otro?

–No veo por qué no. Lo único que se ha interpuesto alguna vez entre nosotros ha sido Jack.

–¿De veras crees que las cosas son tan sencillas?

–Creo que tú puedes hacerlas así.

Boyd manipuló los cierres del maletín y abrió la tapa. Pete colocó el aparato sobre la mesa y pulsó la tecla de puesta en marcha. La cinta empezó a girar y Pete subió el volumen apenas lo suficiente para oírla por encima de la música de la máquina de discos.

Jack Kennedy decía: «Probablemente, Kemper Boyd es lo más parecido a eso, pero su presencia me pone un poco incómodo.» Barb Jahelka preguntaba: «¿Quién es Kemper Boyd?» Jack: «Un abogado del Departamento de Justicia.»

Jack: «Lo único que lamenta de veras es no ser un Kennedy.» Jack: «Simplemente, estudió en la facultad de Derecho de Yale, se pegó a mí y…»

Boyd estaba temblando. Además de descuidado, Boyd se estaba volviendo bastante desequilibrado.

Jack: «Dejó a la mujer con la que estaba comprometido para conseguir mis favores.»

Jack: «Está viviendo alguna desabrida fantasía…»

Boyd descargó un puñetazo sobre la grabadora. Las bobinas se doblaron y se resquebrajaron.

Pete dejó que continuara golpeando hasta ensangrentarse las manos.

84

(Meridian, 13/5/62)

El avión tomó tierra coleando y rodó por la pista hasta detenerse. Kemper se apoyó en el respaldo del asiento que tenía delante.

Le palpitaba la cabeza. Le palpitaban las manos. Llevaba treinta y tantas horas sin dormir.

El copiloto apagó los motores y abrió la puerta de pasajeros. El sol y un aire húmedo entraron con fuerza en el aeroplano.

Kemper descendió del avión y anduvo hasta su coche. Las vendas de los dedos rezumaban sangre.

Pete lo había convencido para que no tomara represalias. Pete le había asegurado que Ward Littell había organizado el asunto desde el principio.

Condujo hasta el motel. Tras treinta y pico horas a base de alcohol y dexedrinas, la carretera se hizo borrosa.

El aparcamiento estaba lleno y dejó el coche en doble fila, junto al Chevrolet de Flash Elorde.

Se diría que el sol irradiaba el doble de calor de lo que debiera. Y Claire seguía exclamando «¡Papá, por favor!».

Entró en su habitación. La puerta se entreabrió ligeramente apenas la rozó.

Un hombre lo llevó adentro de un tirón. Un hombre le hizo doblar las piernas a patadas. Un hombre lo arrojó al suelo y lo esposó allí, tumbado boca abajo.

–Aquí hemos encontrado narcóticos -anunció un hombre.

–Y armas ilegales -añadió un hombre.

–Lenny Sands se suicidó anoche en Nueva York -dijo un hombre-. Alquiló una habitación de hotel barata, se cortó las venas y escribió «Soy homosexual» con sangre en la pared de la cabecera de la cama. El retrete y el lavabo estaban llenos de fragmentos de cinta quemada, conseguida evidentemente mediante un micrófono oculto instalado en la suite de la familia Kennedy en el hotel Carlyle.

Kemper pugnó por incorporarse. Un hombre le pisó la cara y lo obligó a quedarse quieto.

–Hace unas horas han visto a Sands revolviendo en la suite -dijo otro-. El departamento de Policía de Nueva York ha localizado un puesto de escuchas a unas puertas de distancia. El lugar estaba limpio de huellas dactilares y otros indicios y, como era de esperar, había sido alquilado bajo nombre supuesto. Pero los que se ocupaban de las escuchas se han dejado una gran cantidad de cintas en blanco.

–Tú dirigías la extorsión -dijo un hombre.

–Tenemos a tus cubanos y a ese francés, Guéry. No quieren hablar, pero de todos modos van a comerse una denuncia por posesión de armas -dijo un hombre.

–Es suficiente -dijo un hombre. Kemper reconoció su voz: el Fiscal General de Estados Unidos, Robert F. Kennedy.

Un hombre lo inmovilizó en una silla. Un hombre le quitó las esposas de una mano y cerró la argolla libre en torno a una pata de la cama. La habitación estaba llena de federales de confianza de Bobby: seis o siete hombres con trajes de verano baratos.

Los hombres salieron y cerraron la puerta tras ellos. Bobby se sentó en el borde de la cama.

–¡Maldito seas, Kemper! ¡Maldito seas por lo que has intentado hacerle a mi hermano!

Kemper carraspeó. La visión se le hizo confusa. Distinguía dos camas y dos Bobbys.

–Yo no he hecho nada. Sólo he intentado poner fin a la operación.

–No te creo. No creo que esa irrupción en el apartamento de Laura fuera otra cosa que un reconocimiento de culpabilidad.

Kemper puso una mueca de dolor. Las esposas le rozaban la muñeca hasta hacerla sangrar.

–Cree lo que quieras, condenado santurrón. Y dile a tu hermano que nadie lo ha querido nunca tanto y ha recibido tan poco de él.

–Tu hija, Claire, nos ha dado información de ti. – Bobby se acercó más a él-. Ha contado que has sido agente contratado de la CIA desde hace más de tres años y que la Agencia te dio instrucciones concretas de hacer llegar la propaganda anticastrista a mi hermano. Tu hija también ha contado que, según Lenny Sands, has intervenido en el soborno de figuras destacadas del hampa para conseguir su participación en actividades encubiertas de la CIA. He tomado en consideración todo esto y he llegado a la conclusión de que ciertas sospechas mías estaban bien fundadas. Creo que el señor Hoover te envió a espiar a mi familia y voy a pedirle cuentas por ello el día que mi hermano lo obligue a dimitir.

Kemper cerró los puños. Sus huesos dislocados se astillaron. Bobby se colocó al alcance de un escupitajo.

–Voy a cortar todos los vínculos entre la CIA y la mafia -continuó Bobby-. Voy a vetar la participación de la delincuencia organizada en el proyecto cubano. Voy a expulsarte del Departamento de Justicia y de la CIA. Voy a conseguir que te prohíban el ejercicio de la abogacía y voy a llevarte a juicio con tus amigos francocubanos por posesión de armas y de narcóticos.

Kemper se humedeció los labios y, mientras juntaba saliva, replicó:

–Si molestas a mis hombres o me llevas a juicio, lo explicaré todo. Largaré todo lo que conozco de tu asquerosa familia. Ensuciaré el nombre de los Kennedy con suficiente basura comprobable como para que la mancha resulte indeleble.

Bobby lo abofeteó.

Kemper le escupió en la cara.

DOCUMENTO ANEXO: 14/5/62.

Transcripción literal de una llamada por un teléfono del FBI.

Marcada: «Grabación a petición del Director. Reservada en exclusiva al Director.»

Hablan el director, J. Edgar Hoover, y Ward J. Littell.

WJL: Buenos días, señor.

JEH: Buenos días. Y no es preciso que me pregunte si me he enterado, porque diría que sé más que usted de la historia. WJL: Sí, señor.

JEH: Espero que Kemper tenga dinero ahorrado. Perder la licencia de abogado le tocará el bolsillo, y dudo de que un hombre de sus gustos pueda vivir holgadamente con una pensión del FBI.

WJL: Seguro que el Hermano Pequeño no presentará cargos criminales contra él.

JEH: Desde luego que no.

WJL: Kemper asumió la caída.

JEH: No haré comentarios sobre la ironía que eso implica.

WJL: Bien, señor.

JEH: ¿Ha hablado con él?

WJL: No, señor.

JEH: Tengo curiosidad por saber qué andará haciendo. Imaginar a Kemper C. Boyd actuando sin la cobertura de una agencia policial resulta casi impensable.

WJL: Creo que el señor Marcello le encontrará trabajo.

JEH: ¿Qué? ¿Como rascaespaldas de la Mafia?

WJL: Como provocador cubano, señor. Marcello ha mantenido su compromiso con la causa.

JEH: En ese caso, es un estúpido. Fidel Castro se mantendrá en el poder. Mis fuentes me han informado de que, muy probablemente, el Rey de las Tinieblas intentará normalizar las relaciones con él.

WJL: El Rey de las Tinieblas será un flojo si intenta entenderse con él a base de concesiones políticas. En eso opino como usted.

JEH: No trate de darme jabón. Quizá sea cierto que ha apostatado por los hermanos, pero sus convicciones políticas siguen siendo muy dudosas, Littell.

WJL: Aunque sea así, señor, no me doy por vencido. Voy a pensar otra cosa. Aún no me doy por vencido con el Rey.

JEH: ¡Bravo por usted! Pero haga el favor de tomar buena nota de que no deseo ser informado de sus planes.

WJL: Sí, señor.

JEH: ¿La señorita Jahelka ha reanudado su vida normal?

WJL: Lo hará dentro de poco, señor. De momento está de vacaciones en México con cierto amigo nuestro francocanadiense.

JEH: Espero que no procreen. Traerían al mundo una descendencia moralmente deficiente.

WJL: Sí, señor.

JEH: Buenos días, señor Littell.

WJL: Buenos días, señor.

DOCUMENTOS ANEXOS:

Extractos de conversaciones intervenidas por el FBI en las fechas indicadas.

Marcados: «Máximo secreto. Confidencial. A la atención exclusiva del Director» y «No revelar a personal del Departamento de Justicia ajeno al FBI».

Chicago, 10/6/62. Llamada desde el BL4-8869 (sastrería Celano's) al AX-89600 (residencia de John Rosselli) (expediente del PDO número 902.5, oficina de Chicago). Hablan: John Rosselli y Sam Giancana, alias «Mo», «Momo» y «Mooney» (expediente número 480.2). Los interlocutores ya llevan cinco minutos conversando.

SG:… así que ese jodido Bobby lo ha descubierto por su cuenta.

JE.: Lo cual, para ser sincero, no me sorprende.

SG: ¡Y nosotros le estábamos prestando ayuda, Johnny! Es cierto que era, sobre todo, una pura maniobra cosmética, pero lo fundamental, la jodida verdad del asunto, es que los estábamos ayudando a él y a su hermano.

JR: Sí, Mo. Nos portábamos bien con ellos. Los tratábamos bien. ¡Y ellos no hacían más que jodernos y jodernos y jodernos!

SG: Un jodido intento de extorsión ha pro…, pro… ¿Cómo es esa palabra que significa favorecer?

JR: Propiciar, Mo. Ésa es la palabra que buscas.

SG: Exacto. Un jodido intento de extorsión ha propiciado que Bobby lo descubriera. Se dice que en ese asunto estaban metidos Jimmy y Pete, el Francés. Alguien cometió un descuido y Lenny, el Judío, se suicidó.

JR: No se puede recriminar a Jimmy y a Pete que intentaran joder a los Kennedy.

SG: No, claro que no.

JR: Y resulta que Lenny era marica, ¿qué te parece?

SG: ¡Quién lo habría dicho!

JR: Lenny era judío, Mo. La raza judía tiene un porcentaje de homosexuales mayor que el de la raza blanca.

SG: Eso es verdad. Pero Heshie Ryskind no tiene nada de marica. A Heshie le habrán hecho sesenta mil mamadas…

JR: Heshie está enfermo, Mo. Enfermo de verdad.

SG: ¡Pues ojalá contagiara a los Kennedy! ¡A ellos y a Sinatra!

JR: Sinatra nos vendió una burra coja. Nos aseguró que tenía influencia con los hermanos.

SG: Frankie no nos ayudará en nada. El «Mata de pelo» le ha dado la patada y lo ha tachado de la lista de invitados de la Casa Blanca. Es inútil pedirle a Frank que abogue por nuestro caso ante los hermanos.

El resto de la conversación es irrelevante.

Cleveland, 4/8/62. Llamada desde el BR1-8771 (Sal's River Lo-unge) al BR4-0811 (teléfono público del restaurante Bartolo's). Hablan: John Michael (expediente número 180.4, oficina de Cleveland) y Daniel Versace, alias «Dan, el asno» (expediente número 206.9, oficina de Chicago). Los interlocutores ya llevan dieciséis minutos conversando.

DV: Los rumores no son más que rumores. Uno debe tomar en cuenta la fuente y sacar sus propias conclusiones.

JMD: ¿Te gustan los rumores, Danny?

DV: Ya sabes que sí. Ya sabes que disfruto de un buen rumor como el que más. Y que no me importa demasiado si es cierto o no.

JMD: Bien, Danny, tengo uno calentito.

DV: Pues déjate ya de tonterías y suéltalo de una vez.

JMD: El rumor dice que J. Edgar Hoover y Bobby Kennedy se detestan.

DV: ¿A eso llamas rumor?

JMD: Hay más.

CD: Eso espero. La disputa entre Hoover y Bobby ya es pan rancio.

JMD: Pues ahora se comenta que los hombres de la brigada de Bobby contra el hampa están delatando soplones. Y que Bobby no permitirá que Hoover se acerque a sus jodidos candidatos a testigos. Además, he oído que el maldito comité McClellan se dispone a iniciar de nuevo sus sesiones. El comité se dispone a lanzarse de nuevo sobre la Organización. Bobby está pensando en presentar a cierto informador principal. Se supone que, cuando empiecen las sesiones del comité, ese jodido será presentado como la atracción principal.

DV: He oído mejores rumores, Johnny.

JMD: Que te jodan.

DV: Yo prefiero los de tipo sexual. ¿No has oído ninguna buena historia de tipo sexual?

JMD: Que te jodan.

El resto de la conversación es irrelevante.

Nueva Orleans, 10/10/62. Llamada desde el KLA-0909 (teléfono público del bar Habana) al CR-88107 (teléfono público del motel Town 8e Country). Nota: el propietario de este motel es Carlos Marcello (sin expediente abierto en el PDO). Hablan: Leon Broussard (expediente número 88.6 del PDO, oficina de Nueva Orleans) y un hombre sin identificar (presumiblemente cubano). Los interlocutores ya llevan veintiún minutos de conversación.

LB: No deberías perder las esperanzas. No se ha perdido todo, amigo mío.

HSI: Pues yo diría que sí.

LB: No. Eso, simplemente, no es cierto. Sé positivamente que Tío Carlos sigue teniendo mucha fe.

HSI: Entonces es el único. Hace unos pocos años, muchos compatriotas suyos eran tan generosos como él ha seguido siéndolo. Es preocupante ver cómo tantos amigos generosos abandonan la causa.

LB: ¿Como el cabronazo de Jack Kennedy?

HSI: Sí. Su traición es el peor ejemplo. Sigue prohibiendo una segunda invasión.

LB: Así que el cabronazo no quiere saber nada, ¿eh? Te aseguro una cosa, amigo mío: Tío Carlos sí que está interesado.

HSI: Espero que tengas razón.

LB: Estoy seguro de tenerla. Sé de muy buena tinta que Tío Carlos está financiando una operación que podría hacer que salte en pedazos todo el plan cubano.

HSI: Ojalá eso sea cierto.

LB: Tío Carlos está financiando a unos hombres que se proponen matar a Castro. Tres tipos cubanos y un ex paracaidista francés. El jefe de ese grupo es un hombre que estuvo en la CIA y en el FBI. Según Tío Carlos, ese hombre estaría dispuesto a morir con tal de cumplir su objetivo.

HSI: Ojalá lo diga en serio. Verás, la Causa ha quedado muy dispersada. Ahora hay cientos de grupos de exiliados, unos financiados por la CIA y otros no. Me disgusta decirlo pero muchos de esos grupos están llenos de chiflados e indeseables. Creo necesaria la acción directa y, con tantas facciones dedicadas a objetivos contrapuestos, será difícil conseguirla.

LB: Lo primero que debería hacerse es cortarles las pelotas a los hermanos Kennedy. La Organización fue muy generosa con la Causa hasta que Bobby Kennedy se volvió loco y cortó todas las relaciones con nosotros.

HSI: Resulta difícil ser optimista en estos tiempos. Cuesta mucho no sentirse impotente.

El resto de la conversación es irrelevante.

Tampa, 16/10/62. Llamada desde el OL4-9777 (la casa de Robert Paolucci, «Bob el Gordo») (expediente del PDO número 19.3, oficina de Miami), al GL1-8041 (la casa de Thomas Richard Scavone) (expediente número 80, oficina de Miami). Hablan Paolucci y Scavone. Los interlocutores ya llevan treinta y ocho minutos de conversación.

RP: Sé que estás al corriente de la mayor parte de la historia.

TS: Bueno, ya sabes cómo son las cosas. Uno recoge un comentario aquí, una palabra allá. Lo que sé en concreto es que Mo y Santo no han hablado con sus contactos castristas desde el golpe.

RP: Y vaya golpe. Una quincena de muertos, joder. Según Santo, los tipos que lo hicieron debieron de llevar la lancha mar adentro y la hicieron estallar. Cien kilos, Tommy. ¿Imaginas cuánto se puede sacar vendiéndolos?

TS: Una pasta incalculable, Bobby. Incalculable, maldita sea.

RP: Y sigue por ahí, en alguna parte.

TS: Eso estaba pensando, precisamente.

RP: Cien kilos. Y los tiene alguien.

TS: He oído que Santo no se dará por vencido.

RP: Es verdad. Pete el Francés se cargó a ese Delsol, pero el cubano sólo era la punta del iceberg. He oído que Santo tiene a Pete husmeando por ahí; en plan informal, ya sabes. Los dos imaginan que detrás del golpe está algún grupo de exiliados hispanos chiflados y Pete el Franchute anda buscándolos.

TS: Yo he conocido a algunos de esos exiliados.

RP: Yo también. Están todos locos como cabras.

TS: ¿Sabes lo que no soporto de ellos?

RP: ¿Qué?

TS: Que se creen tan blancos como nosotros, los italianos.

El resto de la conversación es irrelevante.

Nueva Orleans, 19/10/62. Llamada desde el BR8-3408 (la casa de Leon Broussard (expediente número 88.6 del PDO, oficina de Nueva Orleans) a la suite 1411 del hotel Adolphus de Dallas, Tejas. (El registro del hotel indica que la suite estaba alquilada por Herschel Meyer Ryskind.) (Expediente número 887.8, oficina de Dallas.) Los interlocutores ya llevan tres minutos de conversación.

LB: Siempre has tenido auténtica pasión por las suites de hotel. Una suite y una buena mamada ha sido siempre tu idea del paraíso.

HR: No menciones el paraíso, Leon. Me produce dolor de próstata.

LB: Ya lo capto. Estás enfermo y no quieres pensar en el más allá.

HR: Exacto, Leon. Y te he llamado para charlar porque tú siempre has metido las narices en los asuntos de los demás y se me ha ocurrido que podrías contarme algún chisme de alguno de los muchachos que esté en peor trance que yo, para levantarme el ánimo.

LB: Lo intentaré, Hesh. Y, por cierto, Carlos te manda saludos.

HR: Empecemos por él. ¿En qué problemas se ha metido esta vez ese italiano chiflado?

LB: No se trata de nada reciente. Y también debo decir que el asunto de la deportación que pende sobre su cabeza lo está desquiciando.

HR: Que dé gracias a Dios por tener ese abogado.

LB: Sí, Littell. También trabaja para Jimmy Hoffa. Tío Carlos dice que odia tanto a los Kennedy que, probablemente, incluso se ofrecería a trabajar gratis.

HR: He oído que es una especie de maestro del papeleo. No hace más que retrasar la vista. Retrasarla y retrasarla y retrasarla…

LB: Tienes toda la razón. Tío Carlos dijo que su caso contra el servicio de Inmigración no se verá, probablemente, hasta finales del año que viene. Ese jodido Littell tiene agotados a los abogados del Departamento de Justicia.

HR: Entonces, ¿Carlos es optimista?

LB: Absolutamente. Y por lo que he oído, Jimmy también. Lo malo de los problemas de Jimmy es que tiene ochenta y seis mil jodidos grandes jurados persiguiéndolo. Y tengo la sensación de que, tarde o temprano, alguien conseguirá una condena, por muy buen abogado que sea ese Littell.

HR: Eso me hace feliz. Jimmy Hoffa es un tipo con problemas que se aproximan a los míos. ¿Imaginas que te mandan a Leavenworth y allí te da por el culo uno de esos negros?

LB: No es una perspectiva agradable.

HR: El cáncer tampoco lo es, cabronazo.

LB: Todos te apoyamos, Hesh. Estás en nuestras oraciones.

HR: ¡Al carajo vuestras oraciones! Y cuéntame algún chisme más. Ya sabes que te he llamado para eso.

LB: Bien.

HR: Bien, ¿qué? Leon, me debes dinero y sabes que voy a morir antes de cobrarlo. Dale a un viejo agonizante el consuelo de algún rumor que lo satisfaga.

LB: Está bien. He oído rumores…

HR: ¿Por ejemplo?

LB: Por ejemplo, que ese abogado, Littell, trabaja para Howard Hughes. Se dice que Hughes quiere comprar todos los casinos de Las Vegas y he oído -confidencialmente, Hesh, y lo digo en serio-que Sam G. se muere por encontrar el modo de participar en el asunto.

HR: ¿De lo cual Littell no sabe nada?

LB: Exacto.

HR: Me encanta esta jodida vida nuestra. Uno no se aburre nunca.

LB: Tienes absolutamente toda la razón. Piensa en los chismecitos que le llegan a uno en este mundillo nuestro.

HR: No quiero morirme, Leon. Toda esta mierda es demasiado buena como para renunciar a ella.

El resto de la conversación es irrelevante.

Chicago, 19/11/62. Llamada desde el BL4-8869 (sastrería Celano's) al AX8-9600 (residencia de John Rosselli) (expediente del PDO número 902.5, oficina de Chicago). Hablan: John Rosselli y Sam Giancana, alias «Mo», «Momo» y «Mooney» (expediente número 480.2). Los interlocutores ya llevan dos minutos conversando.

JR: Sinatra no nos sirve de nada.

SG: De nada en absoluto.

JR: Los Kennedy ni siquiera responden a sus llamadas.

SG: Nadie odia más que yo a esos mamones irlandeses.

JR: Salvo Carlos y su abogado. Es como si Carlos supiera que tarde o temprano será deportado otra vez. Como si se viera de nuevo en El Salvador, quitándose espinas de cactus del culo.

SG: Carlos tiene sus problemas y yo, los míos. Los tipos de la brigada contra el hampa de Bobby están tocándome las pelotas como no han hecho nunca los federales de costumbre. Me gustaría coger un martillo y hundírselo en la cabeza a ese cabrón de Bobby.

JR: Y a su hermano.

SG: Sobre todo, a su hermano. Ese tipo no es más que un traidor disfrazado de héroe. No es más que un apaciguador de comunistas con piel de lobo. Su política consiste en hacer concesiones.

JR: Pero hizo retroceder a Kruschev, Mo. Eso debo reconocérselo. Kruschev retiró los malditos misiles.

SG: Eso es pura filfa. Es una maniobra de apaciguamiento bajo una cobertura edulcorada. Un tipo de la CIA me confió que Kennedy había cerrado un pacto colateral con Kruschev. El ruso retiró los misiles, es cierto. Pero mi amigo de la CIA me dijo que Kennedy tuvo que prometer que no habría más intentos de invadir Cuba. Piénsalo, Johnny. Recuerda nuestros casinos y diles adiós.

JR: Está previsto que Kennedy hable con unos supervivientes de Bahía de Cochinos en la Orange Bowl, en diciembre. Imagina las mentiras que les contará.

SG: Algún patriota cubano debería cargárselo. Algún patriota cubano a quien no le importara morir.

JR: He oído que Kemper Boyd está entrenando a algunos tipos así para matar a Castro.

SG: Kemper Boyd es un marica. Tiene la mirada en el objetivo equivocado. Castro no es más que un comedor de tacos con una buena verborrea. Kennedy es peor para el negocio de lo que ha sido nunca.

El resto de la conversación es irrelevante.

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