—Claro, ¿qué ciudad te gustaría conocer?
Esta vez no iba a quedar en vergüenza. Respondí con seguridad y orgullo: Tokio.
—Vamos entonces a Tokio…. capital de Japón —dijo, intentando disimular las ganas de reír.
Pasamos por todo el territorio de la India, de Oeste a Este. Llegamos a los Himalayas, allí la nave se detuvo.
—Tenemos órdenes —dijo Ami. En una pantalla aparecieron signos extraños—. Vamos a dejar un testimonio. El «computador» gigante indica que debemos ser avistados por alguien en algún lugar.
—¡Qué entretenido!, ¿Dónde y por quién?.
—No lo sé. Vamos a ser guiados por el computador… Ya llegamos.
Habíamos utilizado el sistema de traslado instantáneo. Estábamos sobre un bosque, detenidos en el aire a unos cincuenta metros de altura. La luz del tablero señalaba que éramos visibles. Había mucha nieve por allí.
—Esto es Alaska —dijo Ami reconociendo el lugar. El sol comenzaba a ocultarse en el mar cercano.
La nave comenzó a moverse en el cielo dibujando un inmenso triángulo con su trayectoria, a medida que cambiaba de colores.
—¿Para qué hacemos esto?
—Para impresionar. Debemos llamar la atención de ese amigo que viene allá.
Ami observaba por la pantalla, yo lo busqué a través de los vidrios de la ventana y lo encontré. A lo lejos, entre los árboles, había un hombre con una casaca de piel color marrón, llevaba una escopeta, parecía muy asustado. Nos apuntó con su arma. Me agaché con temor, para evitar ser alcanzado por el posible disparo. Ami se divertía con mis inquietudes.
—No temas, este «ovni» es a prueba de balas… y de mucho más…
Nos elevamos y quedamos muy alto, siempre emitiendo destellos multicolores.
—Es necesario que ese hombre no olvide jamás esta visión.
Me pareció que, para que no hubiese olvidado nunca el espectáculo, bastaba con haber pasado por el aire, sin necesidad de asustarlo tanto. Se lo dije.
—Estás muy equivocado. Miles de personas han visto pasar nuestras naves, pero hoy ya no lo recuerdan. Si en el momento de avistarnos estaban muy pre-ocupadas con sus asuntos ordinarios, nos miraron casi sin vernos, luego, lo olvidaron. Tenemos estadísticas impresionantes al respecto.
—¿Por qué es necesario que ese hombre nos vea?
—No lo sé exactamente, tal vez su testimonio sea importante para alguna otra persona interesante, especial; o tal vez, él mismo lo sea. Voy a enfocarlo con el «sensómetro».
En otra de las pantallas apareció el hombre, pero se veía casi transparente. En el centro de su pecho brillaba una luz dorada muy hermosa.
—¿Qué es esa luz?
—Podríamos decir que es la cantidad de amor que hay en él, pero sería un poco inexacto; es más bien el efecto de la fuerza del amor sobre su alma. Es también su nivel de evolución. Tiene setecientas cincuenta medidas.
—¿Y eso qué significa?
—Que es interesante.
—¿Interesante por qué?
—Porque su nivel de evolución es bastante bueno… para ser un terrícola.
—¿Nivel de evolución?
—Su grado de cercanía con la bestia o con el «ángel». Mira —Ami enfocó un oso en la pantalla, también parecía transparente, pero la luz de su pecho brillaba mucho menos que la del hombre–. 200 medidas —precisó Ami.
Luego enfocó a un pez. Esta vez la luz era mínima.
–50 medidas. El promedio en los seres humanos de la tierra es de 550 medidas.
—¿Y tú, cuántas medidas tienes, Ami?
—Setecientas 760 medidas —respondió.
—¡Sólo 10 más que el cazador! —quedé sorprendido por la escasa diferencia entre un terrícola y él.
—Claro. Tenemos un nivel parecido.
—Pero se supone que tú debes ser mucho más evolucionado que los terrícolas.
—En la Tierra la gente varía entre las 320 y las 800 medidas.
—¡Más que tú algunos!
—Por supuesto. La ventaja mía consiste en que yo conozco ciertas cosas que ellos ignoran, pero aquí hay gente muy valiosa: maestros, artistas, enfermeras, bomberos…
—¡¿Bomberos?!
—¿No te parece noble arriesgar la vida por los demás?
—Tienes razón, pero mi tío, el físico nuclear, también debe ser muy valioso…
—Famoso tal vez… ¿A qué se dedica tu tío, dentro de la física?
—Está desarrollando una nueva arma, un rayo de ultrasonidos.
—Si no cree en Dios, y si además se dedica a la fabricación de armas… yo creo que tiene un nivel bastante bajo.
—¡¿Qué?! ¡Pero si es un sabio! —protesté.
—Otra vez confundiendo las cosas. Tu tío tiene mucha información, pero tener información no significa necesariamente ser inteligente, ni mucho menos, sabio. Un computador puede tener un banco impresionante de datos, pero no por eso es inteligente. ¿Te parece muy sabio un hombre que cava una fosa, ignorando que él mismo va a caer en ella?
—No, pero…
—Las armas se vuelven contra aquéllos que las apoyan…
No me pareció muy evidente esa afirmación de Ami, pero decidí creerle. ¿Quién era yo para dudar de su palabra? Sin embargo, quedé confundido… mi tío era mi héroe… un hombre tan inteligente…
—Tiene un buen computador en la cabeza, eso es todo. Aquí hay un problema de términos: en la Tierra llaman inteligentes o sabios a quienes tienen buena capacidad cerebral en uno solo de los cerebros, pero tenemos dos…
—¡Qué!
—Uno en la cabeza. Ese es el «computador», el único que ustedes conocen. El otro está en el pecho, no es visible, pero existe. Es el más importante, es esa luz que viste en la pantalla en el pecho del hombre. Para nosotros, inteligente o sabio es aquél que tiene ambos cerebros en armonía, pero eso quiere decir que el cerebro de la cabeza esté al servicio del cerebro del pecho, y no al revés, como en la mayoría de los «inteligentes».
—Es sorprendente todo eso, pero ahora entiendo mejor. ¿Qué pasa con quienes tienen más desarrollado el cerebro del pecho que el de la cabeza? —pregunté.
—Esos son los «tontos buenos». Son fáciles de engañar, es sencillo para los otros, los «inteligentes malos», como decías tú, ponerlos a hacer daño mientras creen que hacen bien… El desarrollo intelectual debe ir armonizado con el desarrollo emocional, sólo así se produce un verdadero inteligente o sabio, sólo así la luz puede crecer.
—¿Y yo, Ami, cuántas medidas tengo?
—No te lo puedo decir.
—¿Por qué?
—Porque si tu nivel es alto, vas a envanecerte…
—¡Ah! Comprendo…
—Pero si es bajo… Te vas a sentir muuuy mal…
—Ah…
—El orgullo apaga la luz… es la semilla de la maldad.
—No entiendo.
—Que debemos intentar ser humildes… Mira, ya nos vamos.
—Instantáneamente habíamos vuelto a la cordillera, a los Himalayas, situados al otro lado del planeta.
Avanzábamos hacia un mar lejano, al que llegamos en segundos, lo cruzamos y aparecieron unas islas, bajamos sobre la ciudad de Tokio. Yo creí que iba a encontrar casas con techos con las puntas hacia arriba, pero lo que más abundaba eran rascacielos, avenidas modernas, parques, automóviles.
—Estamos siendo avistados —dijo Ami, señalando la luz del tablero encendida.
En la calle, la gente comenzaba a arremolinarse, nos indicaban con la mano. Nuevamente se encendieron las luces exteriores de variados colores. Estábamos bastante alto, permanecimos unos dos minutos allí.
—Otro avistamiento —dijo Ami, observando los signos que aparecían en la pantalla—. Vamos a ser trasladados.
Súbitamente, la luz del día se apagó: Sólo quedaron las estrellas centelleando tras los vidrios.
Abajo no se veía gran cosa, una pequeña ciudad muy lejana, unas pocas luces, un camino por el cual venía un automóvil.
Fui hacia la pantalla que estaba frente a Ami. Allí aparecía todo el panorama perfectamente iluminado. Lo que a simple vista no se distinguía, debido a la oscuridad, en el monitor era perfectamente claro; así noté que el automóvil tenía color verde y que en él venía una pareja.
Estábamos a unos veinte metros de altura, éramos visibles, según el tablero.
Decidí en lo sucesivo aprovechar esa pantalla. Era más nítida que la misma realidad.
Cuando el vehículo llegó a poca distancia de nosotros, se detuvo, estacionó junto al camino y sus ocupantes descendieron y comenzaron a gesticular y a gritar mientras nos miraban con ojos desencajados.
—¿Qué dicen? —pregunté.
—Piden comunicación, contacto. Son una pareja de estudiosos de los «ovni», o más bien, «adoradores de extraterrestres».
—Comunícate entonces —le dije, preocupado por la inquietud de esas personas. Se arrodillaron y nos rezaban, o algo así.
—No puedo, tengo que obedecer las órdenes estrictas del «plan de ayuda». La comunicación no se produce cuando a cualquiera se le antoja, sino cuando desde «arriba» se decide, además, tampoco puedo hacerme cómplice de una idolatría.
—¿Qué es idolatría?
—Una violación a una ley universal —respondió Ami, bastante serio.
—¿En qué consiste? —pregunté intrigado.
—Nos consideran dioses.
—¿Y dónde está lo malo?
—Sólo a Dios se debe venerar, el resto es idolatría. Muy faltos de respeto seríamos nosotros al usurpar el lugar de Dios, ante la desviada religiosidad de estas personas. Si nos consideraran como hermanos, sería otra cosa.
Me pareció entonces que Ami, debía sacar de su error a esa pareja.
—Pedrito —contestó él a mis pensamientos—, en los mundos incivilizados del universo se cometen cosas que nos parecen terribles. En este preciso instante, a muchas personas las están quemando vivas porque algunos piensan que ellas son «herejes», eso está ocurriendo en muchos planetas, como sucedió aquí en la Tierra, hace cientos de años. En este mismo momento, bajo el mar, los peces se comen vivos unos a otros. Este planeta no es muy evolucionado. Así como las personas tienen distintos niveles de evolución, también los planetas los tienen. Las leyes que rigen la vida en los mundos inferiores nos parecen brutales. La Tierra, hace millones de años estaba regida por otros tipos de leyes, todo era agresivo, venenoso, todo tenía garras y colmillos; hoy, debido a que se alcanzó un nivel de evolución más avanzado, hay más amor, pero todavía no se puede decir que éste sea un mundo evolucionado. Existe aún mucha brutalidad.
Ami sintonizó una pantalla y aparecieron escenas de guerra. Desde unos tanques, los soldados lanzaban cohetes contra algunos edificios, destruyéndolos, junto con los niños, mujeres y hombres que los habitaban.
—Esto sucede ahora mismo en un país de la Tierra, pero no podemos hacer nada. En la evolución de cada planeta, país o persona, no debemos intervenir. En el fondo, todo es aprendizaje. Yo fui fiera y morí destrozado por otras fieras; fui humano de bajo nivel, maté y me mataron, fui cruel, recibí crueldad. He muerto muchas veces, he ido aprendiendo poco a poco a vivir de acuerdo con la Ley fundamental del universo. Ahora mi vida es mejor, pero no puedo ir contra el sistema evolutivo que Dios ha creado. Esa pareja está violando una ley universal, al compararnos con alguien tan grande y majestuoso como Dios, le retiran sus sentimientos de veneración y amor al Creador y los dirigen hacia nosotros… Los soldados que vimos, también violan una ley universal: «no matarás». Ellos deberán pagar por sus errores, y así, poco a poco irán aprendiendo. Sólo cuando una persona o un mundo ha alcanzado cierto nivel evolutivo, puede recibir ayuda nuestra, sin que sea una violación al sistema general evolutivo.
En realidad, no comprendí ni media palabra de lo que Ami dijo, pero más tarde al recordar, se me hizo todo claro, mucho después de su partida, sólo entonces pude escribirlo más o menos como él lo dijo. Mientras esperábamos que el «súper-computador» nos sacara de allí, Ami sintonizó la televisión japonesa. Con su buen humor habitual observaba un programa de noticias. Aparecía un reportero que entrevistaba, micrófono en mano, a la gente en la calle. Una señora hablaba gesticulando y apuntaba hacia el cielo. Yo no entendí nada, pero me di cuenta de que relataba su encuentro con un «ovni»… el nuestro. Otras personas también comentaban su versión del fenómeno.
—¿Qué dicen? —pregunté.
—Que vieron un «ovni»… Hay cada loco… —opinó sonriendo.
Luego apareció un señor de lentes que hacía dibujos en un pizarrón mientras daba explicaciones.
Representaba al sistema solar, la Tierra y los demás planetas. Habló largamente. Supe que se trataba de un científico especialista en astronomía. Al parecer, Ami entendía aquel lenguaje, porque estaba muy entretenido mirando el programa, tal vez utilizaba el traductor.