—No veo automóviles, camiones, trenes…
—No se necesitan. Todo el transporte se hace por aire.
—Por eso se ven tantos «ovnis»… ¿Cómo hacen para no chocar?
—Estamos conectados al «súper-computador», que puede intervenir los mandos de cada aeronave; —Ami accionó algunos controles—, vamos a intentar estrellarnos contra aquellas rocas. No te asustes…
La nave alcanzó una velocidad tremenda y se lanzó en picada contra las rocas. Antes de chocar nos desviamos y continuamos en sentido horizontal a unos metros de altura. Ami no había tocado los controles para evitar el desastre.
—Es imposible chocar, el «computador» no lo permite.
—¡Qué maravilla! —exclamé aliviado—. ¿Cuántos países hay en Ofir?
—Ninguno, Ofir es un mundo civilizado…
—¿No hay países?
—Claro que no… o tal vez uno solo: Ofir.
—¿Y quién es el Presidente?
—No hay Presidente.
—¿Quién manda entonces?
—Mandar… mandar… No, nadie manda.
—Pero ¿quién organiza?
—Eso es otra cosa. Aquí ya está todo organizado, pero cuando surge algún imprevisto, los más sabios se reúnen con los especialistas en el tema y toman decisiones o programan el computador que corresponda, pero hay muy poco que hacer, todo está planificado y las máquinas realizan casi todo el trabajo.
—¿Qué hace la gente, entonces?
—Vivir, trabajar, estudiar, disfrutar, servir, ayudar a quienes podamos, pero como en nuestros mundos no hay grandes problemas, ayudamos a los mundos incivilizados. Lamentablemente, no podemos hacer demasiado, porque todo debe ser hecho dentro de los límites del «plan de ayuda». Enviamos «mensajes», establecemos «contactos», como éste, «damos una mano» en el nacimiento de las religiones que llevan hacia el amor… ¿Cómo crees que caía «maná» del cielo en el desierto?…
—¿Ustedes?…
—Nosotros. También colaboramos en la salvación de la gente mejor, cuando los mundos se autodestruyen… Fue espantoso cómo se hundió la Atlántida…
—¿Debido a las bombas? —pregunté.
—Y también al odio, al sufrimiento, al miedo… la Tierra no pudo soportar esas radiaciones negativas de los seres humanos, y menos aun las explosiones nucleares. Todo el continente se hundió, y si ahora ustedes no cambian, si continúan las explosiones atómicas y la infelicidad, la Tierra puede volver a no soportarlo y es posible que suceda algo semejante…
—¡Nunca lo hubiera pensado!
—Todo repercute en todo —dijo Ami.
—¡Qué responsabilidad para nosotros!…
—Bueno, para eso estamos trabajando.
—Y pensar que hay gente que no acepta que ustedes existen…
—Esas personas son ingenuas; no sólo existimos, además les observamos cuidadosamente. El universo entero es una unidad, un organismo viviente. No podemos descuidar los descubrimientos científicos que se produzcan en cualquier mundo incivilizado. Te dije que ciertas energías en malas manos pueden alterar el equilibrio de la galaxia… y eso incluye a nuestros mundos, todo repercute en todo, por eso trabajamos para que ustedes se superen.
—No veo alambradas por ninguna parte. ¿Cómo saben a quién pertenece cada terreno?
—Aquí todo pertenece a todos…
Quedé pensando largo rato.
—¿Entonces a nadie le interesa progresar?
—Creo que no te comprendo bien, Pedrito.
—Progresar, salir del montón, ser más que los demás.
—¿Te refieres a tener mayor nivel de evolución, más medidas? Para eso hay ejercicios espirituales.
—No me refiero a las medidas.
—¿A qué te refieres, entonces?
—A tener más que los demás.
—¿A tener más qué, Pedrito?
—Más dinero.
—Aquí no existe el dinero…
—¿Y cómo compran entonces?
—No se compra. Si alguien necesita algo, va y lo toma…
—¿Lo que sea?
—Lo que necesite —dijo Ami.
—¿Cualquier cosa? —yo no podía creer lo que estaba escuchando.
—Si alguien necesita algo y lo hay, ¿por qué no?
—Un carrito de esos que se ven, ¿también?
—O una nave espacial —Ami hablaba como si lo que me estaba diciendo fuese lo más natural del mundo.
—¿Todos pueden tener una nave espacial?
—Todos pueden utilizar una nave espacial —precisó Ami.
—¿Esta nave es tuya?
—Yo la estoy utilizando, tú también.
—Pregunto si es tuya.
—A ver… «tuya» indica posesión, pertenencia… ya te dije que todo pertenece a todos, a quien lo necesite y mientras lo ocupe.
—¿Y cuando ya no lo necesita?
—Entonces no lo utiliza más.
—Si, por ejemplo, yo tomo una nave como ésta y la quiero dejar en mi patio cuando no la ocupo… ¿puedo?
—¿Por cuánto tiempo no la vas a ocupar?
—Digamos… tres días —respondí.
—Entonces es mejor que la dejes en el lugar destinado a estacionar estas naves, el «aeropuerto», y así le sirve a otra persona mientras tú no la ocupas. Luego, cuando llegas, tomas ésa o la que se encuentre disponible.
—¿Pero si yo quiero ésa?
—¿Y por qué ésa? Aquí sobran las naves, además, son todas más o menos parecidas.
—Supón que le tengo cariño, como tú a tu «anticuado televisor…»
—Este televisor, como tú le llamas, es un pequeño recuerdo, nadie lo necesita, porque es anticuado; cuando ya no quiera conservarlo, lo entregaré para que quienes trabajan en este tipo de instrumentos decidan si lo desarman o lo modifican; también puedo conservarlo toda mi vida, no es algo de utilidad pública. Pero si quieres conservar siempre esa misma nave (capricho extraño, porque tú no la construiste, y además hay de sobra) debes esperar que llegue, que esté disponible.
—¿Pero si yo quiero utilizar esa misma nave, para mí y nadie más?
—¿Por qué nadie más? —preguntó Ami.
—Supongamos que no me gusta que me utilicen mis cosas…
—Pero ¿por qué? Aquí nadie tiene enfermedades contagiosas…
—No sé, pero imagina que me gusta que mis cosas sean mías y de nadie más.
—Eso sería posesividad enfermiza, egoísmo.
—No es egoísmo.
—¿Qué es entonces… generosidad? —Ami reía.
—¿Así que tengo que compartir mi cepillo de dientes con todo el mundo?
—Extremismo mental otra vez… No tienes que compartir ni tu cepillo de dientes ni tus objetos personales, aquí los hay por millones, sobran, nadie se esclaviza a ellos… ¡pero no querer compartir una nave espacial!… Además, en el «aeropuerto» es revisada por las máquinas encargadas de hacerlo, es reparada cuando lo necesita, no tienes que hacerlo tú por tu cuenta.
—Suena bien, pero me imagino que todo es un poco al estilo «internado de colegio», todo obligatorio, vigilado…
—Te equivocas. Aquí las personas gozan de la más amplia y total libertad.
—¿Y no hay leyes?
—Sí las hay, pero todas ellas están basadas en la Ley fundamental del universo, en beneficio de las personas.
—¿Me vas a decir ahora esa bendita ley?
—Más adelante, paciencia —sonreía.
—¿Y si violo alguna ley?
—Sufres.
—¿Me castigan, me encarcelan?
—No. Aquí no existen el castigo ni las cárceles, pero si cometes alguna falta, sufres; tú mismo te castigas.
—¿Yo mismo? No entiendo, Ami.
—¿Le darías una bofetada a tu abuelita?
—¡No, por supuesto que no!… qué cosas dices…
—Imagina que le das una bofetada… ¿qué te pasaría?
—¡Me dolería mucho, me arrepentiría, sería insoportable!…
—Eso es castigarse uno mismo… no necesitas que te castiguen ni que te encarcelen. Hay cosas que nadie hace, y no porque lo prohíban las leyes. Tú no le harías daño a tu abuelita, no la herirías, no le quitarías sus pequeños objetos personales; al contrario, intentas ayudarla y protegerla.
—Sí, porque la amo.
—Aquí, todos nos amamos; todos somos hermanos.
Hay ocasiones en las que comprender algo nos produce interiormente el efecto de un estallido de luz. Debido a las explicaciones de Ami, yo había podido comprender de pronto todo lo que él quería decirme. Aquel mundo era una gran familia en la que todos se amaban recíprocamente, y, por lo tanto, lo compartían todo. Me pareció algo sencillo ahora.
—Y asimismo están organizados todos los mundos evolucionados del universo —me explicó Ami, contento de que yo hubiese asimilado.
—Entonces, la base de la organización es el amor…
—Sí, Pedrito; esa es la
Ley fundamental del universo
…
—¡¿Qué, cuál?!
—El amor —dijo Ami.
—¿El amor?
—El amor. Esa es la Ley.
—Yo pensaba que sería algo más complicado…
—Es sencillo, simple y natural, sin embargo, no es tan fácil de experimentar, para eso es la evolución. Evolución significa acercarse al amor. Los seres más evolucionados experimentan y expresan más amor. La verdadera grandeza o pequeñez de los seres está determinada únicamente por la medida de su amor…
—¿Y por qué nos cuesta tanto?
—Porque tenemos dentro de nosotros una barrera que impide o frena nuestros mejores sentimientos.
—¿Cuál es esa barrera?
—El ego. Una falsa idea acerca de nosotros mismos, un yo falso. Mientras mayor es el ego, más importantes nos creemos con respecto a los demás. El ego nos hace sentir autorizados para menospreciar, dañar, dominar y utilizar a los demás; para disponer de sus vidas inclusive. Como el ego es una barrera al amor, nos impide sentir compasión, ternura, cariño, afecto… amor. El ego nos insensibiliza ante la vida, es alimentado por falsas ideas, por apreciaciones erradas acerca de nosotros mismos, de los demás y de la existencia. Fíjate: ego-ísta, se interesa por sí mismo y no por los demás. Egó-latra, no adora a nadie más que a sí mismo. Ego-tista, habla sólo de sí mismo. Ego-céntrico, piensa que el universo gira alrededor de su persona. La evolución humana consiste en la disminución del ego, para que crezca el amor.
—Entonces quiere decir que los terrícolas tenemos mucho ego…
—Depende del nivel de evolución de cada cual. Continuemos paseando, Pedrito.
En una concavidad de los prados había un bonito y pequeño anfiteatro, en el que varios seres muy extraños representaban un espectáculo frente al público. Al principio pensé que estaban disfrazados, pero pronto comprendí que no era así… Los había gigantescos, aún más grandes que los de Ofir, otros más bajos, casi enanos; algunos más delgados que los terrícolas, otros muy similares a nosotros… Miradas hermosas y extrañas, grandes ojos, bocas pequeñas; rostros color de oliva casi carentes de nariz y labios… Me llamó la atención un grupo de niños muy parecidos a Ami, aunque no vestían como él.
—Provienen de mi planeta —me explicó.
Había cinco de cada mundo, danzaban tomados de las manos al son de una bella melodía, formando una alegre ronda. Un balón dorado iba cayendo suavemente; cuando se acercaba a algún ser, éste lo impulsaba hacia lo alto. Mientras caía, aquel que lo había impulsado y los cuatro restantes de su grupo pasaban bailando en forma armoniosa al centro de la ronda y ejecutaban otra danza, al compás de una música nueva, que se sumaba a la anterior, sin discordar. Mientras esto ocurría, el resto de la ronda continuaba con la danza general, al compás de la primera melodía. Cuando el globo alcanzaba a otro grupo de seres, éstos ocupaban el centro, al compás de otra música, y los anteriores retornaban a su lugar. La ronda general iba girando lentamente. Cada vez que un grupo terminaba su acto, el público aplaudía con gran entusiasmo.
—Supongo que todos estos seres provienen de mundos diferentes.
—Así es. Cada grupo muestra las danzas de su planeta.
Entre el público había seres de otros mundos, no sólo ofirianos. El anfiteatro estaba decorado con banderas a su alrededor. Naves muy diversas se encontraban estacionadas fuera del lugar, en un sitio destinado a ellas. Otras, como la nuestra, permanecían en el aire.
—¿Quién va ganando? —pregunté.
—¿Ganando qué?
—Me parece que eso es una competencia, ¿no?
—¿Competencia?
—¿No buscan al grupo que lo haga mejor?
—No.
—¿Qué buscan entonces?
—Mostrar lo que sienten, agradar con un bonito espectáculo, estrechar lazos de amistad, enseñar, disfrutar.
—Y al grupo que lo haga mejor que los demás ¿no le dan ningún premio?
—Nadie está comparando nada. Aprenden y se divierten.
—En la Tierra son premiados los mejores…
—Y con eso, los últimos quedan humillados y a los ganadores les crece el ego… —dijo Ami, sonriendo.
—Es duro, pero deben esforzarse si quieren ganar.
—«Ganar», ser más que los demás, otra vez, competencia, egoísmo, división. Se debe competir contra sí mismo, superarse, y no contra los demás hermanos. Esas cosas no existen en los mundos fraternales, evolucionados, porque allí está la semilla de la guerra y de la destrucción.
—No creo que sea para tanto… se trata de competencias sanas, deportivas…
—Pero enfocadas con criterios cavernícolas… Ya se han producido guerras que comenzaron por un partido de fútbol; hasta se matan en los estadios de la Tierra… Esto que estás viendo es sano, deportivo y artístico.
—Se parece a un juego de niños que hay en mi planeta.
—La ronda, el círculo, son símbolos universales, representan la fraternidad; también otras cosas, entre ellas, un mundo.