Amor y anarquía (51 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

BOOK: Amor y anarquía
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Me costó mucho dar con Ibrahim. De hecho, ya estaba por irme de Turín sin poder verlo. Le había hecho llegar varios mensajes, él me mandaba decir que ya vería, que sí, que seguramente, pero no aparecía. Hasta que conseguí la dirección de su casa y fui a tocarle el timbre. Ibrahim dejó el Asilo hace más de tres años y ahora vive con su mujer italiana —que también era okupa— y su hijita en un departamento cerca del Balon. Cuando me vio hizo un gesto como de defenderse o pedirme que no; yo le insistí. Al final me dijo que bueno, que me lo contaría, pero que yo no sabía lo que le costaba volver a hablar de todo eso. A muchos de ellos les cuesta horrores —horrores— volver a hablar de todo eso.

—A mí me daba tanta culpa. Tantas veces pensé que si nosotros no hubiéramos ido aquella noche ella no se habría matado, no habría estado contenta de pasar una linda noche con amigos y no lo habría hecho...

—¿O sea que vos no tenés dudas de que se suicidó?

—No, y lo hizo de la misma forma que Baleno: ella quería hacerlo así, igual, la misma manera, el mismo período lunar. Ella lo eligió, no es algo que le sobrevino así, de golpe. Fue algo muy estudiado por ella. Si hubiera querido vivir habría vivido bien, realmente bien. Alguien que tiene la fuerza de suicidarse tiene mucha fuerza para vivir, el suicidio es algo que requiere tanta fuerza. Matarse así significa que uno realmente lo quiere, que tiene mucha fuerza, mucha voluntad. No todos pueden hacer algo así. La forma en que se mató requiere tanta fuerza de voluntad. No es el suicidio clásico, rápido. Tanto tiempo: parece que se necesita por lo menos un cuarto de hora para morir...

Ibrahim lloraba, la voz entrecortada. Yo no sabía qué decir: la culpa, ahora, era toda mía. Lo estaba bombardeando con fantasmas:

—¿Y por qué creés que no quería vivir?

—Porque ya no estaba su guía espiritual, Baleno. Baleno era todo para ella. Andá a entender, quizás ella también sentía culpa por lo que había pasado, por la muerte de él. Pero Sole nunca hablaba de lo que había pasado entre ellos, eran cosas íntimas, sólo para ella.

Luca Bruno, su marido por ley, también cree que Soledad pensó su suicidio durante muchos días, que lo fue madurando poco a poco. "Puede ser que haya esperado", dijo Luca. "Que haya sido lo suficientemente lúcida como para esperar. Lucidez no le faltaba, para un proyecto como ése. Por lo que yo la conocía puedo decir que sí, que puede perfectamente haberlo hecho". Aunque a veces piensa lo contrario: Soledad había pedido que la autorizaran a salir a trabajar, recuerda, y si uno está planeando su muerte no pierde el tiempo en esas cosas.

"La muerte de Soledad está tan fuertemente ligada a la de Edo, porque ella se había ligado a él de una forma tan íntima, tan espiritual, tan profunda, que cuando él murió de la manera en que murió, ella probablemente eligió este destino", dijo Stefano, su amigo del Asilo, que también paga culpas. "Yo con Sole tengo cierta sensación de culpa: cuando me enteré de que se había suicidado, me dije 'carajo, yo que era tan amigo suyo fui dos o tres veces en cuatro meses'. Quizás si hubiera estado en un lugar menos alejado, menos sola, no tomaba una determinación tan extrema. Aunque vaya a saber, en esos casos...".

Silvia Gramático, su compañera de viaje, tampoco estaba segura, pero al final sí: "Yo quería saber si se había suicidado o la habían matado. Pero quería estar segura: les pregunté a los amigos, sé que murió con ellos y yo les creo. Para mí se suicidó. Yo creo que se mató porque no pudo más. No sabía cómo construir lo que estaba transitando, no daba más. Era un lugar muy fuerte, tenía que bancarse consecuencias que no eran fáciles".

—Las últimas veces que la vi me parecía muy entusiasta, muy decidida.

Me dijo, en el Asilo, Mario Skizzo, decano de los okupas de Turín.

—¿Entonces te sorprendió su muerte?

—No, justamente. Son las personas decididas las que pueden decidir que se van así. Para Baleno no se puede estar seguro de qué pasó, porque murió colgado en una celda de la cárcel; para Sole e s difícil pensar que llegó el agente secreto y la mató.

—¿Y por qué creés que se puede haber matado?

—No lo sé. Porque era una mujer valiente, digna, muy dueña de sí misma, y frente a una situación que la disgustaba, con la energía de los jóvenes, decidió terminarla. Puede ser que estuviera deprimida, mal, pero lo controlaba muy bien, se la veía entera, y sus comportamientos eran lúcidos: por ejemplo, frente a la propuesta de descargar la culpa en los otros e irse tranquilamente a la Argentina se negó por completo. Yo respeto mucho esa conducta.

—Y de repente te das cuenta de que Soledad se inmortalizó como una adolescente

Dirá su prima Cecilia Pazo: "Yo no puedo tener otra imagen de Sole más que la última y se inmortalizó así, la piba rebelde. No sé si eso fue lo que buscó, pero consiguió que todo el mundo la nombrara, la Sole, la Sole y la Sole. Un lugar de importancia y de privilegio que nunca tuvo en la vida. Logró llamar la atención, que era lo que siempre trataba de hacer".

El abogado Claudio Novaro, en cambio, supone que la obligación de mantener una conducta le puede haber pesado demasiado: "Temo que ella haya sido fuertemente condicionada por la importancia que tuvo su historia en los diarios, en la opinión pública, el hecho de que fueron presentados como enemigos públicos por toda la prensa. Les construyeron una imagen, una identidad que no era la suya, tanto sus enemigos como sus compañeros, y eso los condicionó. Soledad, por ejemplo, empezó a tener unos discursos muy duros, muy combativos contra la sociedad. Estoy convencido de que no es lo mismo que habría dicho un poco antes: porque la cárcel es dura, pero también porque para el Estado ellos eran los enemigos y para sus compañeros, un símbolo que levantar".

Y los símbolos, no me dijo, suelen ser tan pesados.

Nadie quería volver a la casa de Bene Vaggena. Hacía tiempo que el movimiento okupa de Turín había perdido todo contacto con ese lugar. Probablemente desde el 23 de octubre de aquel año. Esa tarde Enrico De Simone estacionó su auto al costado de un camino abandonado y escribió sobre un papel pocas palabras: "Adiós a todos. Perdónenme, pero ya no puedo seguir así". Así era, quizás enfermo —aunque su sida no avanzaba—, o tan injuriado: tras la muerte de Soledad los diarios y muchos militantes la habían emprendido contra Enrico y su casa.

Enrico De Simone tenía treinta y nueve años, un hijo de cuatro, una novia que todos dicen bella; esa tarde conectó un tubo de plástico desde la salida del caño de escape hasta el interior del coche, se tomó unas pastillas y se durmió con el motor prendido. Lo encontraron varias horas después, cuando ya no servía.

Por eso, entre otras cosas, nadie quería acompañarme a la casa de Bene Vaggena. Pipero, un viejo ocupante del Asilo, finalmente aceptó. Pipero tiene cara de meridional y un buen humor que puede parecer sueño o recelo; aire de buena gente. En el viaje de ida, Pipero me contó que tenía un juicio pendiente por una historia en un hipermercado, que estaba en libertad condicional.

Llegamos a través del caminito serpentino, confuso, casi inexistente: la casa parecía habitada pero no había nadie. Las puertas estaban cerradas. Estábamos a punto de irnos cuando Pipero me dijo que esperara un momento; sin decirme qué haría se subió al tejado, metió la mano por el vidrio roto de una ventana en el primer piso, la abrió, me abrió la puerta. Su libertad condicional amenazada; entramos.

La ventana resultó ser la del cuarto de Sole. Allí quedaban todavía, varios años después de su final, sus rastros. En un rincón de la pieza, blanca, clara bajo la luz del mediodía, su ropa sigue amontonada: hay camisetas, un par de vestiditos, dos o tres shorts, el jean gastado con la A de anarquía pintada en el bolsillo que he visto citado en cartas y artículos de prensa. Esa caja es una forma del recuerdo, una manera del olvido.

Así que ahora es cuando me llega por fin, después de tantos años de intentos fracasados, la ocasión de citar mi poema favorito:

"Ognuno sta solo sul cuor della terra

trafitto da un raggio di sole:

ed è subito sera."

Que escribió Quasimodo y se podría traducir, licencioso:

"Cada quien está solo sobre la piel del mundo

traspasado por un rayo del sol:

y de pronto es de noche."

Ita arregla la pieza que comparte con Luca en el Asilo: la están pintando linda, decorando con gusto. El Asilo ya no está tan lleno: cada uno puede disponer de más lugar. Hacía mucho que Ita no arreglaba la pieza; por eso, una de esas tardes, me vino a ver con una caja de zapatos:

—Tomá, la acabo de encontrar. ¿Vos podés llevarsela a Gabriela? Es lo que nos quedó de Sole.

En la caja había un pasaporte, un registro de conducir, tarjetas de crédito, cartas, estampitas, la agenda negra roja y hasta unos cheques del viajero sin cobrar. La caja se había pasado años en un rincón perdido.

—Fue muy duro para todos nosotros, sabés, muy terrible.

Me dijo Ita, el pelo negro y verde, la mirada pesada:

—Después de aquella historia algunos compañeros empezaron a sentirse mal, se fueron, dejaron de creer en lo que creían, se metieron muy fuerte con la droga, los agarró la desesperación por todo lo que había pasado. Fue una época de mucho dolor.

Y de miedos extraños: aquel septiembre, Luca e Ita se fueron de vacaciones a Creta: estaban agotados. A veces veían hombres que les sonaban conocidos, como si ya los hubieran visto antes, pero no querían ceder a la paranoia. Una tarde, en Paleocora, en el confín de la isla, fueron a alquilar bicicletas y el tipo les dijo 'eh, hace un rato vinieron unos tipos y pidieron informaciones sobre ustedes... Parecían policías'.

—Tras la historia de Sole, Silvano y Baleno, las ocupaciones fueron demonizadas. El Estado necesita enemigos para justificarse; en ese momento decidió elegir a los squatters como sus enemigos, sus monstruos particulares. Era algo que tendía a expandirse y fue bloqueado con la violencia y con la mentira sistemática de los medios de información. Si no, empezaba a volverse problemático. En el momento de más difusión ya había unas quince ocupaciones; si hubieran seguido creciendo, cincuenta, ochenta, como en Barcelona, habría sido otra cosa. Ante cualquier problema podrían salir a la calle miles de personas. Pero ahora cualquier intento de nuevas ocupaciones es impedido por la violencia. El último ejemplo es un colectivo que intentó diez ocupaciones, diez, un récord, y los desalojaron todas las veces. Casi todos se fueron a vivir al exterior, a Francia, a Alemania, a Barcelona. Tras aquella historia se hizo imposible ocupar nuevos lugares, y ha habido un ataque frontal del poder que intenta desalojar incluso las casas ya ocupadas, empezando por las más débiles.

Me dijo Mario Skizzo.

—Pero fue un golpe a dos bandas; también les sirvió para mostrarle a la población del Valle de Susa que era imposible rebelarse contra el proyecto del poder y los grandes capitales para su región. Así los aterrorizaron por anticipado, les dieron el ejemplo de lo que les hacen a los que se oponen a los proyectos del poder y del gran capital: terminan en la cárcel o, incluso, mueren. Demostraron que los que se permiten oponerse a los proyectos del capital son monstruos, son locos, son terroristas. Eso fue lo que consiguieron.

Poco después de la muerte de Soledad, Mario publicó un artículo en
Tuttosquat
que titulaba "Libertad y Placer". El texto era más teórico que los habituales de la revista e insistía en que "para que la práctica de la libertad no desemboque en miserable y odioso fanatismo, con todas sus implicaciones autoritarias, es indispensable que desarrolle la práctica del placer y abandone decididamente la idea decimonónica y catastrófica del sacrificio y su mitificación bajo cualquiera de sus formas".

El artículo no los nombraba, pero parece evidente que se refería a los dos muertos recientes del movimiento y sus posibles consecuencias. El sacrificio, decía, es un resto autoritario, un punto de contacto con "el cristianismo y el marxismo: dos carroñas en avanzado estado de putrefacción". Y que si el anarquismo no se alejaba de esa tentación no iba a poder cumplir con su posibilidad de "renacer como única vía para una transformación radical de la sociedad". Era una propuesta sobre la forma de recordar a Soledad y a Edoardo: un intento de evitar su posible incorporación al panteón de los mártires de un movimiento que rechaza la idea del martirio.

—¿Qué significa Soledad ahora?

Le pregunté a Silvano Pelissero.

—Una compañera, una compañera que no está más, que no hay que olvidar, es lo menos que podemos hacer. Una compañera que el movimiento tiene el deber de no olvidar, de hacer que los asesinos también la recuerden, y también las masas. Es un deber, debería ser un esfuerzo de todo el movimiento. Lo hacen, pero poco... Porque los anarquistas no quieren ídolos, no quieren imágenes, entonces dicen 'bueno, la recordamos en nuestros corazones'. Sí, en los corazones se puede hacer todo lo que quieras, pero la revolución no se hace en el corazón, se hace afuera. Los anarquistas se lavan las manos así, los comunistas dicen no era nuestra, entonces hay pocos que la recuerdan. A veces aparecen pintadas que los recuerdan, hace un par de meses algunos quemaron maderas y gomas sobre la vía del tren, la cortaron, y dejaron unas pintadas "a la memoria de Sole y Edo, jueces asesinos, Estado asesino". Pero hay tendencia a olvidarlos, porque la gente tiene miedo de la muerte de Sole y de Edoardo, tiene miedo de las muertes.

—¿Qué significa Soledad ahora?

Le pregunté a Mario Skizzo.

—El ejemplo de cómo el azar puede condicionar completamente la vida. Ella llegó acá por casualidad y en pocos meses pasó todo esto, que nos dio vuelta a todos. Nuestras vidas cambiaron desde entonces. Todo cambió, hay una capa de represión pesadísima. Y sobre todo cuando hay muertos sentís algo distinto: ya nada es como antes, aparecen los momentos de dificultad, de melancolía, de vacío. Después de sus muertes nunca nada volvió a ser igual.

—Sí, podemos hablar del azar, de su llegada azarosa a un sitio que transformó su vida. Pero también podemos leer toda la historia en el sentido inverso.

Me dirá después Cristian Ferrer.

—Digo: ¿y si fuera ella la que, con su llegada, transformó las vidas de todos los que estaban allí? No hay razones: es sólo una intuición, una opción más. Pero lo cierto es que con ella empezó a desencadenarse la tragedia, con ella empezaron las muertes, una detrás de otra. O los muertos: es notable que, entre todos los que perdieron su vida en esta historia, no hay ninguna mujer fuera de Soledad.

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