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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

Amor y anarquía (45 page)

BOOK: Amor y anarquía
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El 10 de junio era miércoles y sin embargo la casa estaba llena de visitas. Ya no era tan común. "Al principio íbamos mucho a verla, después las visitas se hicieron más espaciadas", dirá Luca Bruno, su marido

por ley. "Muchas veces nos quedábamos a dormir, para no hacer el viaje de vuelta de noche, y nos volvíamos a la mañana. Algunas veces la pasábamos muy bien".

Pero ese mediodía varios okupas habían llegado desde Turín para hacerle compañía; tres o cuatro se instalaron frente al televisor porque esa tarde, en París, las selecciones de Brasil y Escocia inauguraban el mundial de fútbol. Otros se sentaron con ella en la galería y le contaron que habían estado en Milán, en el juicio de Patrizia Cadeddu, "la cartera" acusada de haber llevado a Radio Popolare la nota de reivindicación de esa bomba de estruendo colocada en la Municipalidad milanesa.

—Y también hubo consignas por vos y por Silvano.

Soledad pensó que era tan raro haberse convertido en una especie de símbolo de las luchas okupas y al mismo tiempo no dejara de ser ella, Sole, una chica que acababa de cumplir veinticuatro años y seguía encerrada en una casa perdida en el medio del campo sin amigos cercanos, sin amor, sin una idea clara de qué sería de su vida. Y yo que tantas veces pensé que esos nombres que veía pintados en las paredes debían ser de personas con tantas seguridades, se dijo. Quizás algunos eran; quizás la mayoría son como yo, pensó.

—Hicimos un quilombo... Cuando nos enteramos de la sentencia fuimos a la galería Vittorio Emanuele y tiramos no sé cuántos volantes y prendimos unas bengalas de colores... No sabés el quilombo que se armó.

—¿Y la sentencia cómo fue?

—Un desastre. Le dieron cinco años los muy hijos de puta. ¡Cinco años!

Soledad lo recibió como un mazazo: si a Patrizia por ese hecho menor le había caído esa condena, ella no podía esperar menos. Brasil metió su segundo gol. Soledad subió a su cuarto y agarró su cuaderno: "Asesinos asquerosos, muertos vivos. Les gusta cómo vivimos nosotros pero no tienen capacidad para hacerlo. Están llenos de prejuicios, están llenos de represiones, son hijos de esclavos y no saben hacer más que eso. Sienten envidia, pero tanta que deciden encerrarnos en una cárcel asquerosa, una cárcel que representa sus emociones, su escuálida vida. Pero no les alcanza. Su resentimiento es tan fuerte que nos matan, como hicieron con Baleno porque seguramente querían ser como él pero nunca lo conseguirán. Incluso a mí me han matado, yo estoy casi muerta o querría estarlo, querría irme con Baleno", escribió Soledad sin saber para qué: para nada especial, para nadie, porque necesitaba poner sus confusiones por escrito, darles la apariencia de algún orden.

"Me pregunto tanto en estos días cómo debo luchar, cuál debe ser mi estrategia, porque con la nuestra no alcanza. ¿Cómo debo hacer? Silvano en la cárcel, Edo muerto, yo también. En estos días sólo pienso en la destrucción, creo que es la única salida. Una destrucción definitiva porque mi terrible dolor no me deja ver más allá. Antes del 5 de marzo todavía tenía una esperanza de cambio. Estaba convencida de que de una manera u otra nuestras acciones —bellísimas— llevaban a algo mejor. Pero un grupito de bastardos aquella noche entraron a casa: siamo compagni di Bologna.

"Abrimos la puerta y treinta canas con perros irrumpieron en nuestra vida. Ojos llenos de sangre, manos primitivas que en diez segundos rompían todo el trabajo que habíamos hecho, materiales escritos, diarios, discos, herramientas, cartas, plantas, todo por el suelo. Edo y yo nos mirábamos a los ojos sin hablarnos, los dos con los ojos llenos de lágrimas. Sabíamos que esa sería nuestra última noche juntos. Estos bastardos quisieron incluso destruir el amor. Estoy segura que no saben qué quiere decir amor, pero seguramente saben que es algo bello porque todo lo que ellos no tienen es bello.

"Esa noche dieron una orden y las tropas en uniforme invadieron nuestra casa a la búsqueda de pruebas para encarcelarnos. ¿Qué buscan? Nos han dicho que buscan elementos que demuestren la existencia de una banda armada. Banda no es nada, es demasiado poco y no podría contener nuestras desmesuradas intenciones, sólo podría comp rimir nuestras incontenibles explosiones. Banda armada es la policía; nosotros somos guerreros. El que se levanta abiertamente contra la opresión propia y ajena es el único realmente libre. Cualquiera que no tema lo desconocido es libre de elegir los instrumentos que prefiera según las circunstancias y las actitudes individuales, sin límites.

"Era una investigación que venía de lejos. Largo trabajo el suyo, el de espiarnos días y días. Gran tecnología tras de nosotros: microfonos espías, microtelecámaras, relevamientos satelitales, seguimientos, monitoreos sin pausa, que les habían permitido ya hace dos meses 'hipotetizar nuestra relación con por lo menos tres atentados'. Están orgullosos de sus sofisticados medios de investigación. No pensaban todavía agarrarnos esa noche del 5 de marzo. Querían esperar un poco, así agarraban a toda la banda. ¿Se acabó el terror en Valle de Susa o todavía quedan otros bombarderos? Es demasiado rápido para cantar victoria. Su imaginación es demasiado sucia, vieron demasiados policiales americanos. ¿Banda armada, asociación de ecoterroristas? Bo, demasiada poca cosa para nosotros, nosotros somos mucho más que eso. Estas palabras limitan nuestras verdaderas intenciones de destrucción 'sin límites, sin miedo'. Banda armada son los policías, asociación es todo el aparato jurídico, ecoterroristas son los del TAV que devastan el valle para aumentar su control. Nosotros somos guerreros. ¿Silvano, jefe de una banda? No me hagan reír, no es tiempo de reír. Nosotros no necesitamos jefes, nosotros nos levantamos contra todo tipo de órdenes, contra todo tipo de represión, contra todo tipo de autoridad. No tenemos un jefe. Sólo estamos unidos por nuestra complicidad.

"Volvamos al caso. Sólo somos sospechosos, nada de qué agarrarse concretamente, tres volantes, una molotov, una impresora, un tubo de silicona, una bengala, un par de cartas entre mí y otro compañero detenido en España me hacen formar parte de un robo de un banco. Adentro. Esto alcanza para meterlos en la cárcel como medida cautelar pero todavía no tenemos suficientes elementos para juzgarlos.

"Mientras dura la encuesta nuestros compañeros protestan en la calle. Estamos vivos. No somos cuatro gatos muertos de hambre. Algún vidrio roto, pintadas en las paredes, vidrieras destruidas, y dicen que eso es violencia. Violencia es una cárcel, violencia es la destrucción humana y ambiental, violencia es un juez, un policía, violencia es el Estado, violencia es el poder. Y toda esta violencia mata a una persona, una bella persona, llena de fuerza, de rebelión, amante de la libertad. Luchó tanto por ella, de todas las maneras. Una persona que luchó contra la sociedad consumista para no ser consumido. Baleno era un rebelde incontrolable, un 'ilegal' al cien por ciento —le gustaba mucho que lo llamaran así, estaba orgulloso de serlo—, y por eso una persona demasiado peligrosa para dejarla vivir. Atentaba contra la hipócrita paz social, persona peligrosa para este orden democrático dictatorial. Nada mejor que matarlo, así lo sacan del medio y creen que nosotros nos pararemos. Pero eso no sucederá, estamos demasiado decididos, somos demasiado orgullosos. Ahora Baleno está dentro de cada uno de nosotros, está en nuestras acciones, en nuestras iniciativas. Por eso ahora somos todavía más rebeldes. Nuestras fuerzas se han duplicado: la nuestra más la de Edo, más la de Silvano, que tratan de ensuciarlo y hacerlo morir en aislamiento y silenciar su voz en el vacío de un corredor de cárcel. Su voz está en nuestras voces y nosotros gritamos cada día más fu erte".

Iba hacia Bene Vaggena cuando lo pensé: me pareció, al mismo tiempo, que era una tontería y una clave. Hay frases que circulan: muchos decimos, muchas veces, que son inaceptables la miseria, el hambre, y que si existen es porque unos pocos ricos se quedan con todos los recursos. Saber casi común: una constatación que hacemos a menudo. Y, en general, tras enunciarlo no vamos mucho más allá; decimos uy, qué hijos de puta y, si acaso, intentamos alguna intervención que no excede las normas. Es lo que suele llamarse adaptación al medio —o salud, incluso: hay que aprender a vivir con ciertas cosas. No ignorarlas, no dejar de pensarlas: convivir con ellas.

Quizás, pensé, la clave, la diferencia Soledad sea sólo ésa: que ella, una vez que empezó a pensarlo, no pudo decir uy y volver a revolver sus porotos de soja. Soledad siguió las consecuencias de su descubrimiento y no lo embalsamó con la resignación acostumbrada. Decidió apartarse, ponerse de algún modo enfrente de todos esos que tantos solemos considerar unos canallas.

Soledad decidió no adaptarse. A veces resulta extraño, casi infamante pensar cuánto lo hacemos, cuántos. Resulta extraño desde adentro y, desde afuera, más extraño: a los que no lo hacen, esa extrañeza puede llevarlos a un desprecio por los que sí muy desalentador, muy inquietante. Ese desprecio suele volverse contraproducente: aísla a los que intentan hacer algo, puede neutralizarlos, los lleva a posiciones aparentemente extremas que confortan a los adaptados. Por eso se difunden sus finales como ejemplos: vieron, así tenían que terminar, estaban locos. Creían en sus palabras.

En síntesis, la diferencia Soledad es casi tonta: poner en acto lo que muchos dicen. Creerse sus palabras.

"Nosotros, que gritamos contra el progreso, 'viaje progresivo a la autodestrucción' no deseado por algunas personas como nosotros", siguió escribiendo Soledad Rosas. "Nosotros mismos decidimos cuándo destruir o cuándo construir, no esperamos que otro lo decida por nosotros. Nosotros, que elegimos nuestra propia violencia —contraviolencia— sin aceptar ninguna imposición y sin aceptar ninguna otra violencia. Nosotros no nos dejamos engañar, porque no estamos muertos. No formamos parte de esta ciudad que parece una cámara mortuoria. Una vidriera rota trata de despertar a estos muertos, pero ellos duermen todavía más. Nada, ni siquiera la muerte los despierta porque tienen miedo de abrir los ojos y verse a sí mismos, porque saben que se darán asco, y saben que ya están muertos. Querrían ser como nosotros pero tienen miedo, tienen envidia de nosotros, porque saben que su camino es el camino de la muerte. Tienen envidia de que no deleguemos nuestra vida en otros, envidia de que no tengamos necesidad de reglas, por eso quieren matarnos, por eso nos meten en la cárcel —lugar que representa sus emociones, sus vidas, ellos ya están en la cárcel desde que nacen. ¿Qué tenemos que hablar con ellos? Nada. Ninguna reconciliación con esta sociedad, ningún diálogo. Sólo la guerra. Esto es lo único que tenemos que hacer con ellos. En estos días sólo pienso de qué manera debo continuar esta batalla. Debo estudiar un método más eficiente, porque mi método por ahora no basta. Mientras haya gente en la cárcel no habré ganado mi pelea. He elegido un enemigo muy grande, pero deberé volverme más grande todavía, deberé encontrar la manera justa de combatir. Parece que nuestros métodos no bastan, deberán ser todavía más duros. No tengo miedo. Es mi única razón de existir".

Soledad cerró el cuaderno y no quiso volver a leer lo que había escrito. Mañana, quizás, podría soportarlo. Cuatro años más tarde, cuando me lo leyó, Paola Massari, la madre de Edoardo, todavía no podía: lloraba y lloraba y se estrujaba los ojos con las manos.

A veces Soledad abandonaba cualquier intento de entender: eran sus momentos más felices. Un paseo con perros por los límites de su cárcel campestre, un puñado de granos revoleado a las ocas, una página que le sonaba luminosa, el sol cayendo, un llamado de Buenos Aires en el celular que le habían conseguido, un tomate cosechado y brillante, alguna charla. Pero eran los menos: largos lapsos Soledad se hundía en pensamientos que no terminaban de resultarle claros.

"Cuando estaba presa a veces me llamaba y me pedía por favor que me acordara de ella, que le prendiera una vela", contará su amiga Soledad Echagüe, Sole Vieja. "Y cuando yo la llamaba me decía 'ma, por favor, prendeme una de tus velas y rezá'. Eso me flasheó". Soledad tenía, en esos días, el cuerpo suspendido: su cuerpo sólo cumplía con las necesidades más primarias pero el amor, o incluso el sexo, se le habían vuelto ajenos. A veces le faltaban; a veces, esas veces, se decía que, muerto Edoardo, nunca podría volver a coger con nadie y ni siquiera se desesperaba: era como un velo ligero que le envolvía la cabeza. Otras esperaba que el tiempo le devolviera su deseo y esperarlo la llenaba de culpa. Penaba, se decía y contradecía tantas cosas, y le costaba mucho encontrar con quién hablar: todos sus visitantes de esos días coinciden en que no solía hacerles confidencias.

"Siempre trató de darnos ánimos a nosotros aun cuando ella tenía problemas", dirá por ejemplo Paola Massari, la madre de Edoardo. "Nunca nos dijo nada de las dificultades que tenía con Silvano o con su mamá, más bien se confió a otros porque sabía que nosotros ya teníamos nuestra carga...". Ibrahim, un amigo suyo del Asilo, dirá lo mismo pero en tiempo presente: "Sole nunca habla de lo que había pasado entre ellos, eran cosas íntimas, sólo para ella. Podés ser muy amigo de ella, pero no te dice nada sobre Baleno, sobre sus sufrimientos... Estaba tan triste, pero no decía nada". Y lo mismo dirían su abogado Novaro, sus compañeros Ita y Luca y varios más: que seguramente hablaba con los otros.

"¿De mí, qué te puedo contar? De bueno, poco", le escribió en esos días a su amiga Lorena Lacoste. "Todavía no hay perspectivas de libertad y cada día me parece que todo sea más complicado. Pensar en el juico y las preguntas que me harán me hacen sentir mal de panza. De lo que Silvano y yo respondamos depende un porcentaje de nuestra posibilidad de pocos años de cárcel. Pero la mayoría depende de la voluntad del juez y de la influencia y presión que hará la policía especial y el Estado. Es un juicio político, a nosotros nos quieren juzgar y condenar por nuestras ideas anarquistas y revolucionarias y no por lo que dicen que hicimos. No tienen ninguna prueba concreta para acusarnos pero se las inventan.

"Bueno, te cuento cómo paso mis días, acá hace mucho calor y un gran sol que sale a las 5.30 de la mañana y se esconde a las 9 de la noche. Hasta las 10 de la noche es de día por lo que los días se me hacen bastante largos. A las diez de la mañana ya estoy levantada, y hago una hora de yoga (es muy bueno, hace bien a todo el cuerpo, y a todos los órganos internos, también hace bien a la cabeza y a la inteligencia). Después hago las típicas cosas de la casa. El problema es el dinero porque esta Asociación no toma dinero del Estado ni de ninguna institución. Hacemos juguetes de madera pero no alcanza. Pero como hay muchos árboles de fruta se me ocurrió hacer mermelada y venderla a los amigos. Cuando se termine la fruta espero que se me venga en mente otra idea buena, o estar libre".

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