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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

Amos y Mazmorras II (8 page)

BOOK: Amos y Mazmorras II
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—¿Estás segura? Es una buena carta, ama.
—Sí. Averigua si alguien tiene la carta Switch.
Thelma y Miss Louise Sophiestication habían sido una de las cinco parejas agraciadas con la suerte de hallar el cofre el primer día.
La pareja lésbica sonrió al ver que Lady Nala y Tigretón se acercaban con una carta en mano.
—No me lo digas. —El ama rubia llevaba un moño alto muy bien recogido, los labios pintados de un rojo chillón y unas gafas negras de aviador. Vestía un biquini de látex con
shorts
muy ceñidos—. ¿Quieres cambiar cartas, lady Nala?
—Así es, ama Thelma —contestó con serenidad.
—¿Qué me ofreces?
—¿Tienes la Switch?
Thelma frunció el ceño y desvió la mirada intrigada hacia Nick.
—¿Tigretón quiere jugar a dominar?
Nick permanecía con los ojos clavados en la arena blanca.
—Mi pequeño no desea controlar a nadie. Pero puede que necesite un cambio de aires...
—Oh, vaya... —Thelma hizo un mohín—. ¿Tan pronto lo vas a despedir? ¡Si ni siquiera ha empezado la prueba! ¿Problemas de alcoba?
«No lo voy a despedir. Pero si me uno a Lion, Nick quedará suelto y caerá en manos de las criaturas o de las crías de la reina Araña. Él desea estar ahí, y puede que dé con información valiosa».
—No está siendo muy obediente. A lo mejor el sol tropical le está afectando —anunció Cleo sonriendo desdeñosamente.
—Y eso que vienes de la selva, guapo —murmuró Thelma evaluándolo negativamente.
—Te cambio la carta Switch por la carta Uni —Cleo estudió a la sumisa de Thelma. Esta se removió y pareció asentir con la cabeza.
Cleo entrecerró los ojos y, entonces, Thelma dijo muy segura de sí misma:
—¿Vas a desechar a tu sumiso?
—Sí. Es posible. Las Criaturas se harán cargo de él hasta la final del torneo.
—Entonces te ofrezco otra cosa.
—¿Qué?
—Te doy la carta Switch que tengo, a cambio de Uni...
—Claro.
—Y... —Le advirtió con la mirada que no había finalizado—, de tu sumiso Tigretón.
—¿Cómo? —inquirió sin comprender. A Thelma y a Louise no les importaba que otra persona se uniera a sus juegos. ¿Querían tener a Nick?
—No necesitas preguntarle. Es tu esclavo, Lady Nala —aseguró Thelma ofreciéndole la cartas
witch
.
Cleo miró la carta, y después estudió el semblante de Nick. Él seguía con el rostro inclinado, pero vio como le guiñaba disimuladamente el ojo izquierdo. Eso era un sí. ¿Sí?
—Salgo perdiendo —aseguró Cleo.
—No. Para nada. Deseas la cartas
witch
por encima de todo lo demás. Por algo será —meditó Thelma—. ¿Me equivoco?
Cleo lo meditó, fingiendo que realmente se lo estaba pensando.
—De acuerdo. Te cederé a Tigretón cuando estemos frente al Oráculo. —Hecho.
—Hecho.
Se intercambiaron las cartas y se dieron la mano cerrando el trato.
Tigretón y Sophiestication levantaron la mirada para medirse el uno con el otro. ¿Iban a ser rivales?
Cleo ya tenía todo en su poder.
Mientras caminaban por el sendero que guiaban las antorchas, y pasaban de largo a Lion y a Claudia, Cleo acercó a Nick tirando de su correa y le preguntó:
—¿Estás bien con esta decisión..., esclavo?
—Sí, ama —contestó disimulando. Si los estaban grabando debían actuar con naturalidad—. Tus deseos son órdenes para mí. —Y eso le permitía continuar en el torneo. Además, de todos modos, tarde o temprano caería en manos de las Criaturas. Todo seguía igual.
—Pero esas dos mujeres...
—Estaré bien —aseguró con una sonrisa complaciente—. Tú céntrate en tu objetivo, ama.
Le daba pena desprenderse de Nick. Él hacía que sintiera las cosas bajo control, que se creyera que ella llevaba las riendas.
Pero Nick adoptaba un papel que no iba con su verdadera naturaleza. Y era algo que creía a pies juntillas.
Sin embargo, su jugada iba a provocar una reacción sonora en el torneo.
Lady Nala reclamaba el trono del juego, el trono de la selva; y lo hacía dando un golpe sobre la mesa, sin consideración, para llamar la atención total de los Villanos, que estaban viendo todas las pruebas retransmitidas a través de las cámaras de corto alcance que ya había oteado a la llegada de la casa de Johann Bassin, y también en el collar de perro del joven voluntario. En la hebilla tenía una cámara pequeña que pasaría desapercibida para cualquiera, pero no para ellos. ¿Los vigilaban? Mejor.
—¿Lady Nala ya está cambiando cartas? A saber qué estás planeando.— insinuó Lion adelantando el paso para llegar hasta ella.
Cleo colocó la cadena de la correa de sumiso de Nick alrededor de su muñeca y le dio un leve tirón.
—Yo solo hablo con mis esclavos, King.

 

 

 

BDSM en estado puro.
En medio del vergel de la isla Great Saint James, había una explanada verde llana y nítida en la que habían construido una especie de escenario con mazmorras, potros, cruces, camillas, altares, cadenas colgantes... Todo un anfiteatro al aire libre de dominación y sumisión.
El equipo de agentes infiltrados no podía imaginar desde cuándo estaban preparando el torneo ni cuánto habían invertido solo en ese lugar. Se suponía que cada día harían un viaje por todas las islas y que cada escenario se ubicaría en distintos emplazamientos.
Allí había mucho, muchísimo dinero depositado en algo de mero entretenimiento. Aunque, claro, el premio a conseguir también estaba muy bien remunerado. Un premio de dos millones de dólares que venía de las arcas y de la chatarra de personajes muy muy ricos, y muy muy voyeurs.
Las parejas que no habían encontrado los cofres debían pasar una por una ante el Oráculo.
El Oráculo era un individuo que parecía haber salido del Pressing Catch, y que estaba cubierto por una capa roja con capucha. Tenía su cara tatuada y un
piercing
que atravesaba el tabique de la nariz. No mostraba el rostro, no le hacía falta para intimidar. Su voz profunda hablaba por sí sola: declamaba sobre castigos en las llamas del infierno.
Cleo no sabía dónde mirar.
Todas sus fantasías más perversas, todas sus fantasías más anheladas e, incluso, las más temidas y menos deseadas, todas se estaban escenificando en aquel momento.
El tiempo corría para cada una de las parejas, y los objetivos estaban claros. Algunas lo lograban, otras no.
Las que lo lograban esperaban a que finalizara la jornada diaria en las gradas del anfiteatro mientras se refrescaban después del ejercicio sexual. Las que no, se disponían a entrar con las Criaturas.
Y en este escenario, las Criaturas eran los Monos voladores que, además de robar objetos, también sometían.
Sharon entró en escena y todos enmudecieron al verla. Después del respetuoso silencio, la vitorearon. Maldita sea. Era reina de verdad y estaba vestida de un modo que mostraba mucho y a la vez nada. Una cinta americana negra le cubría el pecho y le rodeaba la espalda, le recorría la entrepierna y cubría la raya de la unión entre sus nalgas y su sexo. Esta tira se sostenía con otra que iba de un lado a otra de sus caderas, como si se tratara de una braguita. Tenía algo en el interior de la muñeca izquierda. Era un tatuaje. Un corazón rojo con relieve y una cerradura en su interior. Un candado en forma de corazón.
Cleo estudió cómo se comportaba y se dio cuenta de algo. Así como los Monos daban placer y exigían recibirlo, Sharon solo supervisaba y se cuidaba de que no hicieran daño a nadie. Vigilaba que los trataran bien y que ellas y ellos estuvieran siempre lubricados. Si tenía que azotar, azotaba y era distante; pero, después, sabía calmar y tranquilizar a los sumisos. Tal vez por eso la adoraban.
Sharon daba a los demás, zurraba y era inflexible. Pero también entregaba placer. Y sin embargo, nadie la tocaba. Nadie le otorgaba placer a ella.
Qué extraño...
La cantidad de amos que había en esas jaulas era increíble. ¿Cuántos habría? ¿Veinte? Veinte Monos voladores, algunos enmascarados y otros no; pero eso sí, todos totalmente erectos esperando a que entraran monitas deseosas de pagar la falta cometida en sus duelos particulares.
Gemidos, gritos, sollozos, éxtasis: «¡Más! ¡Gracias, amo! ¡Más,
dómina
! ¡Córrete!». ¡Zas! ¡Plas! Un látigo por ahí, un hombre amordazado más allá; una
dómina
preparada con un cinturón pene para castigar, o no, a su sumiso...
Dios.
Cleo se esforzó por mantener su rostro impasible. Como si cada día, nada más levantarse, viera a mujeres haciendo nudos con los penes de los hombres; o como si utilizara las velas y la cera para algo más que alumbrar su casa cuando se iba la luz... Como si fuera a fiestas donde todo el mundo se tiraba a todo el mundo y en las que no importaba si besabas a un hombre o a una mujer.
Esa gente vivía el sexo a su manera, con una libertad envidiable y sin prejuicios de ningún tipo, y eso los hacía valientes a ojos de Cleo y merecían todo su respeto.
Sin embargo, por muy escandaloso y doloroso que pareciera todo lo que estaban poniendo en práctica allí, eran técnicas muy estudiadas y todos los amos sabían lo que hacían.
Sano. Seguro. Consensuado.
Ese era el lema del BDSM y tenía una razón de ser en ese torneo.
Cleo siempre recordaría los sonidos de placer y dolor. El olor del sexo. Y las palabras llenas de cariño y admiración de los amos a sus sumisos. Algunas le habían llegado a conmover de verdad. Había parejas vainilla que jamás en la vida se hablarían así, que nunca podrían desnudarse de ese modo y confiar ciegamente en la otra persona como ellos hacían, por mucho que se quisieran. Cleo estaba descubriendo mucho amor entre muchos participantes del BDSM y eso la tranquilizaba.
No había dolor. Y, si lo había, era para obtener después mucho más placer.
Entonces, ¡viva el dolor!
Algunas parejas se negaban a entrar a la jaula y eran automáticamente eliminadas del torneo. Los amos y amas eliminados calmaban a sus sumisas y les decían que no sucedía nada, que era normal por la presión, por el estrés...
Cleo puso los ojos en blanco.
«Claro que sí, mujer. Es muy estresante que te estén tocando y que tú ni siquiera puedas disfrutar y alargar esa sensación porque tienes que correrte cuando te lo dictan. Quéjate. El cuerpo no funciona así, ¿verdad?».
¿O sí? Sin embargo, aunque estaban ya eliminados, podían asistir como público a todos los escenarios, y aquel era un pequeño premio de consolación para los perdedores. Por eso había gradas. Menudo espectáculo.
Las pruebas se sucedieron unas tras otras y las parejas sin cofre pagaron sus pecados.
Las Criaturas en las jaulas pedían más y más. Claro, aquel era su papel. Habían jugado con algunas mujeres, con el beneplácito de estas y de sus parejas, pero eran unos ansiosos y, como buenos monos, criaturas de los Villanos, debían seguir intimidando.
Cleo había llegado a pensar que incluso se trataba de actores, como en esos parques de atracciones en los que te metías en un túnel del terror y casi te creías que te perseguían Freddie o Jack El destripador porque se parecían tanto y lo hacían tan bien... Con las Criaturas era lo mismo.
Estuvieron horas ahí, hasta que todo acabó.
—Bien —murmuró el Oráculo con aquella voz robótica y penetrante—. Los amos han pagado sus faltas a las Criaturas. Ahora, que se acerquen los cinco amos protagónicos que han conseguido sus cofres. El Amo del Calabozo de Oman les espera.
El Amo del Calabozo de Oman era un tipo de pelo corto con capa. Moreno y de ojos achinados. Tenía una complexión maciza pero no estaba precisamente muy definido.
Vestía con una túnica negra corta y en su mazmorra, que estaba en lo alto de una tarima central, había requisado a unas cuantas sumisas destinadas a su propio disfrute. Sumisas que habían perdido los duelos y que, en vez de ser entregadas a las Criaturas, habían decidido, por acuerdo tácito con sus amos, prestarse a una performance con el Amo del Calabozo de ese escenario.
Cleo se reservó el ser la última para hablar con él, porque quería dar el golpe de efecto. Todos los años que cursó Arte Dramático en el instituto debían aprovecharse en esos minutos de puesta en escena.
Toda la seguridad que no sentía debía reflejarse en sus ojos verdes.
Era el momento.
Después de que Lion y Claudia canjearan la carta de la llave por una llave real, que Lion colgó al cuello de su pareja, le tocó el turno a Cleo y Nick.
—Dame tu carta Llave y muéstrame tu cofre —exigió el Amo.
El juego funcionaba así: si Cleo había retirado todas las cartas del cofre, quería decir que se las guardaba todas y que no utilizaba ninguna. Si, por el contrario, quedaba alguna carta en su interior, estaba dando un paso adelante para usarlas en ese mismo momento.
Cleo le dio la carta Llave, y colocó el cofre sobre la mesa.
El Amo le colgó la llave al cuello. A continuación, abrió la cajita y solo encontró dos cartas. Sonrió y la miró de frente.
—¿Vas a ser la primera en utilizar las cartas? —Giró los naipes y arqueó las cejas negras entretenido.
Lion se removió inquieto. ¿Qué pretendía Cleo?
—He venido a jugar, amo —contestó con insolencia y respeto.
Solo Cleo podría utilizar dos actitudes tan antagónicas como si se estuviera pitorreando del otro en secreto.
—Bien. ¿Sabes que si utilizas esta carta —le mostró la carta de eliminación de personaje— será irreversible para ese participante?
—Lo sé.
—Vaya, vaya —dibujó una línea cóncava con sus labios—. Una chica sin escrúpulos.
«Qué va. Tengo muchísimos, pero esta vez me los voy a tragar».
—Muy bien. Utilízalas ahora mismo y sorpréndenos.
Cleo exhaló, metió las manos en el cofre y tomó la dos postales. Se dio la vuelta y se dirigió a los amos protagónicos que habían pasado esa jornada sin incidentes, como ella. La joven agente infiltrada se detuvo delante de Lion y Claudia.
BOOK: Amos y Mazmorras II
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