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Authors: Gisbert Haefs

Tags: #Histórico, #Bélico

Aníbal (46 page)

BOOK: Aníbal
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Entre los prisioneros se encontraba Arangino, rey de los oretanos. Hacia un año, Arangino había partido pan y comido sal con Amílcar y Asdrúbal, y había hecho un juramento de amistad. Asdrúbal lo mandó azotar y pisotear por elefantes. Uno de los informadores crucificados aún estaba con vida; lo encadenaron a su compañero muerto y lo quemaron con él, al mismo tiempo que ardía la pira funeraria de Amílcar.

También habían tomado prisioneros a muchos miembros de las familias reales de vetones y oretanos. Asdrúbal tomó a la mitad como rehenes y, más tarde, se los llevó con él al sur; los restantes fueron puestos en libertad junto con los demás prisioneros cuando, veinticinco días después, Maharbal llegó con refuerzos. La inesperada clemencia de los vencedores provocó que casi dos mil soldados se alistaran en el ejército púnico. Asdrúbal firmó un tratado de alianza con el hermano menor de Arangino, nuevo rey de los oretanos.

Diez días después de la llegada de Maharbal, nuevas tropas provenientes del sur se sumaron a las emplazadas a orillas del Taggo. Entre los recién llegados se encontraban los maestros y cronistas helenos. Filino de Akragas, cronista de Amílcar, lloró la muerte del gran estratega, habló con un millar de hombres y, finalmente, compuso una descripción tan conmovedora como falsa de la muerte del Rayo. Antígono se dedicó a pegarse grandes borracheras con Sosilos.

Los delegados del Consejo de Ancianos de Kart-Hadtha, siempre presentes en Iberia, fueron informados de la elección de Asdrúbal como nuevo estratega y parecieron aprobarla. No habría ningún problema para que el nombramiento fuera ratificado en Kart-Hadtha.

Dos lunas después, cuando Aníbal se encontraba en el norte, luchando en la región de los salmantinos y los vacceos, Antígono recibió un escrito de Bostar en el que éste lo instaba a volver cuanto antes a Kart-Hadtha. Bostar, segundo señor del Banco de Arena, había cedido ante las presiones del partido bárcida; su riqueza y su posición hacían que le correspondiera ocupar un lugar en el Consejo de la ciudad. Él, decía en su escrito, no podía sacar más de sesenta
shiqlus
de una mina de plata, ni más de veinticuatro horas de un día, y no quería quedarse dormido ni en el banco ni en el Consejo. Pasaron más de tres años hasta que Antígono pudo volver a viajar a Iberia.

ANTÍGONO, HIJO DE ARÍSTIDES. SEÑOR DEL BANCO DE ARENA,

KART-HADTHA, POR DUPLICADO A ASDRÚBAL, ESTRATEGA DE LIBIA

E IBERIA, Y ANÍBAL BARCA, HIJO DE AMÍLCAR.

POR MASTIA/KART-HADTHA, IBERIA

Recuerdos, salud, provecho, viejo amigo y hermano pequeño: Gracias a vuestras formidables fuentes ya debéis haber recibido noticias sobre la embajada del Senado de Roma. Sólo quiero poneros un poco al corriente sobre la atmósfera que se respira en la ciudad, pues es posible que vuestros informantes hayan desatendido esta cuestión debido a la gran cantidad de nuevos acontecimientos. La riqueza de la ciudad es cada día mayor, el comercio florece, el interior está tranquilo y al parecer satisfecho con las nuevas maneras de proceder; no hay motivos para temer un nuevo levantamiento en Libia. Todas las indemnizaciones y deudas de la guerra han sido saldadas hace seis años; la indignación y desconfianza que alguien pueda albergar contra las empresas de los bárcidas en Iberia pierden toda validez a la vista de los ríos de plata que llegan a Kart-Hadtha procedentes de vuestras montañas.

Quizá seria mejor decir Kart-Hadtha en Libia; pues éste es uno de los puntos que siempre están suscitando dudas y malestar. Los metecos helenos llaman a vuestra ciudad Nea Polis, el Consejo —asegura Bostar— la llama Kart-Hadtha en Iberia. Uno de los miembros de la embajada romana dice que en Roma se la llama Cartago Nova, y probablemente al Senado le parece que aquí deberíamos llamarla Kart-Hadthadtha o algo semejante; un trabalenguas, como corresponde al idioma fraccionado de los romanos. Nueva ciudad nueva, algo apenas un ápice más confuso que todo lo demás, como, por ejemplo, las opiniones sobre tus monedas, oh Asdrúbal. La gente ya te llama rey de Iberia y se preguntan quién es el estratega de Libia, si acaso es la misma persona, o si a lo mejor el estratega de Iberia quiere ser pronto rey de Libia. Después contemplan con desaprobación vuestras monedas, adornadas por uno de los lados con la cabeza del estratega, como si de un soberano heleno se tratara. Pero, dicen otros, ha mantenido el tipo de las monedas púnicas; y observan el reverso del
shiqlu
ibérico, con el corcel y la palmera, los símbolos de Kart-Hadtha en Libia. Prueba de lealtad, dicen. No, dicen los otros: señal de que también quiere reinar aquí.

También son confusas las oscilaciones del Consejo; lo mismo las del Senado de Roma. Cuando, años atrás, los romanos se sintieron preocupados por las empresas de Amílcar en Iberia y le enviaron una embajada, Amílcar remitió la embajada al Consejo de Kart-Hadtha. Ahora están preocupados por las empresas de Asdrúbal (¡ellos, que han reducido a polvo al imperio ilirio y están planeando la guerra contra los celtas del norte de Italia!) y han enviado una embajada a Kart-Hadtha, pero el Consejo la ha remitido a Asdrúbal. Hannón maldice a los bárcidas tres veces al día (antes del desayuno, después de la comida del mediodía, entre los dos platos principales de la cena) y en todas las sesiones del Consejo, además, es de suponer, de cada vez que visita su letrina guarnecida de alabastro. Vuestra aventura ibérica debería desaparecer de la faz de la tierra, pero os remite a los mensajeros de Roma. Vuestras tonterías ibéricas deberían cesar de inmediato, pero él gana con el comercio y, como miembro del Consejo, se embolsa parte de vuestras remesas de plata. Vuestra aventura ibérica hace peligrar la paz, pero como vosotros mantenéis más tropas y construís en Gadir y la nueva Kart-Hadtha más barcos que los que la ciudad estipulara en su momento, él comienza la reducción de la flota púnica y reduce a la mitad el ejército de Libia. Tiene la mayoría, así que se hace lo que él quiere que se haga.

Algo similar ocurre en Roma. Los amigos de Hannón, los viejos terratenientes de los Fabios y otras familias, quieren preservar las costumbres de Roma y la educación de Roma y el aislamiento de Roma. Pero son ellos los que tratan con Hannón. Los «bárcidas» de Roma, si la comparación no os resulta ofensiva, se reúnen en torno a los Cornelios; éstos quieren apertura, desarrollo y comercio, en lugar de aislamiento y cultivo de la tierra; y, puesto que los Fabios fomentan el aislamiento negociando con un enemigo como Hannón, los Cornelios buscan la apertura promoviendo la delimitación de Roma. El mundo es una casa de locos.

Por otra parte, los inquilinos de la parte púnica de esa casa de locos se restablecen de manera extraña. Durante la Guerra Romana, cuando las cosas iban mal, y durante la Guerra Libia, cuando difícilmente podrían ir peor, se mostraban tan satisfechos con las circunstancias que se ahorraban cualquier gasto que pudiera cambiar las cosas. Ahora que la ciudad nada en oro, refunfuñan sobre el entumecimiento de todos los asuntos y reclaman aventuras. Desde hace algún tiempo hay un poeta anónimo que advierte y transmite estas disposiciones anímicas. Por lo general sus obras aparecen en algunos cientos de copias al mismo tiempo. A Hannón la boca se le llena de espuma con sólo escuchar la palabra «verso». El poeta firma como
khmrs brq
, lo que suele leerse como Kahmras el Rayo. Creo que más bien habría que interpretarlo como el Homero bárcida. Os envío adjunta una copia de su última obra; algunas de las alusiones son evidentes para cualquiera, otras, sólo para los habitantes de Kart-Hadtha. Hace poco estuvo circulando una hoja con una caricatura burlona: un obeso miembro del Tribunal de los Ciento Cuatro aparecía desnudo en el espléndido baño de los jueces, y recibía monedas de un hombre vestido con bonete de sacerdote y toga romana: Hannón, por supuesto. El pintor fue descubierto, le cortaron la mano derecha. Hannón, a quien no sólo molesta nuestro Banco de Arena, quiere someter a la vigilancia del Consejo a todos los grandes negocios —como bancos y compañías navieras— y establecer un Consejo de Vigilancia estatal. Y, ¿sabéis que tiene un pie de Matho, embalsamado? El resto del poema —el puerto hacia el mundo, que no es más que agua salobre y un fuerte nocturno, los carros con los esqueletos, Hannón el soberano y sacerdote de Baal, el entumecimiento y ahogo general— no necesita ninguna explicación.

Agua salobre, peces muertos, barcas podridas

y pálidos rostros, al puerto inclinados.

La muerte es vagar por el fuerte nocturno.

El adarve del sueño lo ocupan aquellos

que el control de las almas ostentan.

Ha mucho dejaron las ratas el sueño que se hunde.

El humo entre mesas va y nada el espía.

A él le cuestionan el orden sin tacha.

Por nuestro bien todo está regulado.

Atento el posadero obedece y perfora la tarja;

estamos sin blanca y sin nada de estima.

Carros de esqueletos abandonan la ciudad.

El hombre de pata de palo es pagadero en plazos;

en el tesoro del soberano los dedos se apilan.

¿Abre ya el banco de miembros?

El Consejo de Vigilancia amputa
[1]
.

Mano de asesino, oreja de espía, boca de la ley;

envenenadores traman lepras en cargos públicos;

Vino aceitoso lubrica la lengua a pesar del cuidado.

El pintor perdió la mano en el templo;

pintó desnuda a la diosa celeste.

Fue un fracaso el deseado encubrimiento.

Una vez fue el sosiego la bondad del templo;

hoy se venera el orden terreno.

El templo os es sagrado y el orden ruge: intocable.

Loor del señor entumece las lenguas de cantores,

Loor del esclavo rompe las plumas de poetas.

Bilis en letrinas electorales, y nosotros sólo sabandijas.

Muchos vomitaron estas ideas en el puerto.

El barco está amarrado. Propietarios y

funcionarios ya no lo quieren a flote.

Piratas estatales ocupan la taberna,

sobornan al posadero con su propia renta.

Nosotros, despojados, oímos: quieren nuestro bien;

nuestro bien: pies que se muevan.

nuestro bien: mentes ágiles.

Opinar, transmitirlo con cuidado.

Ya se ha considerado. La puta muestra el pubis,

pagas por adelantado, luego ella te invita.

Vino antes de joder, te quedas sin chorra y jodido
[2]
.

La noche, un médico iba sin tino al rey
[3]

los enfermizos llenamos las tascas
[4]
.

Mañana subastarán los dedos del médico.

Y éste es el resumen del sentir del pueblo, tanto de libios como de metecos: que cierta vez alguien comparó a Kart-Hadtha con un barco anclado, debido a su situación en la costa libia, y que ahora le han quitado los remos y las velas a ese barco. Riqueza, gente, posibilidades.., y no sucede nada. En Libia debería ocurrir algo similar a lo que estáis haciendo en Iberia. Puesta en marcha, expansión, unión de púnicos, libios, númidas y metecos en una grande y nueva unidad capaz de imponerse en el inevitable choque con los piratas romanos. Pero eso sólo sucede gracias a vosotros y únicamente en Iberia. Aquí, por el contrario, pronto todo lo que no esté al servicio de Hannón será considerado criminal. Mi mente está con vosotros; el resto la seguirá pronto.

Tigo

9
El tratado de Asdrúbal

A
lgunos encuentros no se podían evitar, aunque Antígono sabia que Hannón no los buscaba. No debía producirse otro choque; fría cortesía atenuada por la ironía dominaba los encuentros entre Antígono y Hannón cuando éstos no podían eludirse: grandes discusiones comerciales, por ejemplo. Por lo demás, desde la Guerra Libia ambos dirigían sus empresas como barcos de guerra que se observaban mutuamente, pero siempre desde una distancia prudente. Cuando, pocos días antes del viaje que Antígono tenía pensado hacer a Iberia, un colaborador de Hannón pidió al heleno que se presentara a una sesión del Consejo, Antígono quedó muy sorprendido.

Bostar, quien había descuidado un poco los asuntos del Consejo durante las últimas semanas, para poder preparar mejor lo que habría de hacerse durante la ausencia de Antígono, al conocer la noticia se limitó a encogerse de hombros. Se encontraba en medio de una larga y varias veces interrumpida caminata de ventana a ventana. El viejo despacho de la planta baja, con su ventana al puerto y el pasillo hacia la mitad de la ciudad a la que daba el banco, había estado bien para una rápida incursión en los negocios; pero poco a poco se había ido quedando pequeño. El nuevo y gigantesco despacho y cuarto de archivos ocupaba casi toda la segunda planta; tenía algunas ventanas que daban al puerto y otras a la ciudad, paredes derribadas y reemplazadas por multicolores arcos de ladrillo, mullidas alfombras, interminables estantes de madera clara, pesados arcones oscuros y tallados, espaciosas mesas, sillas de tijera, sillones de cuero, amplios divanes, braseros y espejos de metal que multiplicaban la luz de antorchas y candiles, posibilitando el trabajo en días oscuros o después de la puerta del sol. Bostar leía al mismo tiempo que andaba; casi sesenta pasos desde el lado del puerto hasta el lado de la ciudad. Desde hacia varias lunas sufría dolores de espalda cuando estaba mucho tiempo sentado, debido a una caída. No había sido sencillo acomodar todo de manera que pudiera caminar leyendo sin riesgo de romperse una pierna, tropezar a cada momento o tener que dar grandes rodeos.

—¿No tienes nada más que decir, aparte de encogerte de hombros?

Bostar refunfuñó y levantó la mirada del rollo de papiro. Estaba bajo un arco de ladrillos rojos y blancos, adornado con trozos de ágata y pórfido, y flanqueado por puños de bronce recubierto en plata que sostenían las antorchas.

—¿Qué otra cosa podría hacer? ¿Conoces a alguien que no se encoja de hombros al oír las ocurrencias de Hannón?

—¿Mal humor?

—Dolor de espalda. Fuera de eso, precisamente estoy reuniendo todo lo que te hará falta en el Consejo.

Antígono tosió.

—De modo que ya sabes de qué se trata.

—¿De qué puede tratarse? Tú eres meteco y no tienes nada que hacer en el Consejo. Si, a pesar de todo, te invitan a una sesión, tiene que tratarse de algo que te concierne directamente. Al Consejo de Kart-Hadtha no le preocupa tu estado de ánimo ni cómo marcha tu estómago, pero eres propietario del Banco de Arena, una flota, una docena de caravanas, minas, alfarerías, talleres, herrerías, vidrio, lo que quieras. —El púnico volvió a hundir los ojos en el papiro y empezó a caminar a grandes pasos. Antígono lo siguió con la mirada—. Así pues, tus negocios. Todos los grandes comerciantes, banqueros y armadores púnicos tienen un lugar en el Consejo. Tú no. Pero tus empresas son las más grandes. Sospecho que se trata de esa tontería que han urdido los «Viejos» para tener todo en sus manos. La vigilancia del Consejo sobre todos los negocios.

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