Antología de novelas de anticipación III (25 page)

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Authors: Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon

Tags: #Ciencia Ficción, Relato

BOOK: Antología de novelas de anticipación III
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De pronto, milagrosamente, cesó la presión mortífera; despacio, deliberadamente, el gran elefante inercia levantó su pata de encima de cada uno. Dio media vuelta y se sentó.

—Hazle descender rápidamente —dijo el piloto, ahora que volvía a ser posible hablar normalmente— en cualquier momento podrán marchar.

El capitán Bascoinhe buscó en el desconocido paisaje para encontrar un punto identificable, un hito que le sirviera de señal. Por debajo de ellos había un continente de rocas peladas, de monótono paisaje. Al borde se veía un brillante mar azul. Había un estuario, un pequeño valle con mucha vegetación y un río con varios lagos. A pesar de lo apurado de la situación, el capitán tuvo ocasión de asombrarse.

—Sirius —dijo—, ¿qué demonios es esto? —y sin esperar respuesta dijo al piloto—: Haznos bajar aquí. Aquí no habrá dificultad alguna en localizarnos—. Y al vigía—: Di que estamos aterrizando en el extremo oeste de un continente ecuatorial, cerca de cinco lagos de colores. Aterrizaremos —hizo otra pausa para examinar más de cerca el paisaje inclinado, que ahora veía cada vez con más claridad— cerca del rojo.

Al lado del lago se veía un espacio plano en medio de la vegetación y pensó que tendría suficiente espesor para aguantar la nave, a pesar del aterrizaje violento que tendrían que realizar. Las dos máquinas averiadas apenas ayudaban a contener la caída vertiginosa y el
Persephone
dio un fuerte choque contra el suelo.

El piloto separó las manos de los controles, puso los brazos con precaución encima del cuadro de distribución y apoyó la cabeza sobre ellos, gozando del lujo de una mera existencia pasiva. Nadie le daba golpecitos en la espalda ni le estrechaba la mano. Acababa de salvar las vidas de todos con una hazaña sin precedentes de pericia y tesón, pero en el Servicio Interplanetario no suele haber heroicidades de esta clase. Demostraron suficientemente su gratitud no molestándole, para que pudiera descansar mientras la tripulación celebraba el estar todavía con vida.

El último resto de energía de las baterías se agotó con las constantes llamadas angustiosas, y el capitán nombró a los que deberían entrar de guardia. Había poco más que hacer que esperar a que vinieran a rescatarlos. Los que no entraban de guardia se retiraron a dormir.

Durmieron durante cuatro horas, hasta que les despertaron bruscamente las voces de los que montaban guardia y el movimiento de la nave. Esta estaba inclinada de una manera alarmante y todavía se movía. Una rápida inspección por los portillos laterales mostró en seguida a qué era debida esta inclinación. La vegetación azul sobre la cual la nave había aterrizado se había enrollado, formando un bulto debajo del casco, y poco a poco la fue inclinando por la ladera que acababa en el lago. Cuando habían llegado a esta conclusión, un nuevo empuje hizo que la nave volcara completamente. Todos corrieron hacia los portillos para salir, pero con el calor incandescente que sufrió al atravesar la atmósfera todo el metal del casco se había hecho una sola plancha y no se podía salir. Las baterías estaban agotadas y no había luz, y, por tanto, nada se podía hacer. Estaban sin medios de comunicación. Los soldadores podrían haber abierto con el soplete un agujero para salir, pero sin energía eléctrica no se podía. Lentamente, pero con un continuado impulso, el navío interplanetario fue deslizándose metro a metro hasta el borde de la ladera...

Dos naves captaron las señales de socorro e inmediatamente fueron en su auxilio hacia el planeta indicado. La más pequeña, y más próxima, era la nave planetaria
Hannibal,
al mando del capitán Britthouse. La otra nave era la interplanetaria
Berenice,
cuyo comandante era Japp.

A ninguno de estos dos oficiales le agradó recibir la señal. Sus respuestas fueron rápidas, como no podían dejar de serlo, pero no se consideraban en la obligación de fingir impaciencia por ir a salvarlos.

El comandante Rupert Japp iba de camino a una reunión mucho más importante; de hecho, a la misma a la cual se dirigía el
Persephone
cuando su protección de inercia voló. Esta reunión era nada menos que la reunión de toda la Flota del Sector a la terminación de las maniobras decenales en gran escala. El comandante Japp esperaba encontrarse mismamente delante de las narices del propio almirante y estaba ansioso por aparecer pronto allí. La señal de alarma puso fin a sus planes, y a los pocos minutos toda la nave estaba desalentada con su mal humor.

El capitán William Benjamin Britthouse estaba no menos disgustado que Japp. El también tenía una cita, pero no con una flota, ni tampoco con un almirante, sino con una chica. Tenía el anillo en el bolsillo. La señal de auxilio descompuso también sus planes, pero hizo un cálculo rápido y vio que no durmiéndose y trabajando intensamente podía emplear tres días en el salvamento y llegar a tiempo a su cita. Esto quería decir que disponía de cuatro horas para obtener la licencia, encontrarse con Jenny, declarársele, casarse con ella y llevarla a bordo del
Trans-Galaxic
expreso con destino a la Tierra. Creía que tendría el tiempo justo para hacerlo todo. Pitó llamando a sus oficiales, tenientes Bob Crofton y John Michelson, para explicarles lo importante que era darse prisa.

Durante el tiempo que tardaron las dos naves en acudir al salvamento las Fuerzas Planetarias e Interplanetarias se enfrascaron en una de sus innumerables discusiones. La Fuerza Planetaria sostenía que desde el momento en que la nave averiada estaba en una superficie planetaria y además había lanzado una llamada pidiendo auxilio, era evidente que el caso caía de lleno en su jurisdicción y el dirigir la operación incumbía al capitán Britthouse. Los Interplanetarios, como es natural, eran contrarios a esto y alegaban que era una nave interplanetaria la que estaba en apuros, y un comandante, nada menos, que iba en su auxilio, no necesitaba para nada que un cerdo planetario metiese las narices en ello. De todos modos, con las vidas de veinte hombres en juego no podían plantear este problema oficialmente, contentándose con la presunción de que, evidentemente, la solución estaría en que el mando de la operación recayese en el de más edad de los dos oficiales en cuestión. El hecho de que el comandante Japp fuese mayor que el capitán Britthouse, y también su superior jerárquico, era, naturalmente, puramente fortuito. Puramente.

En un nivel estratosférico remoto en el orden jerárquico se llegó a un compromiso: la jefatura de la operación sería asumida automáticamente por el oficial que mandase la nave que primeramente entrase en la atmósfera del planeta en que el
Persephone
había sufrido su accidente. El mensaje pidiendo ayuda había llegado simultáneamente a las dos naves y justamente en el momento en que entraban en la atmósfera se comunicaron entre sí y continuaron navegando juntas.

El capitán Britthouse rió. Cuando Bill Britthouse reía se oía su risa en casi toda la parte delantera de la nave. Era un sonido muy familiar en esta nave de la Fuerza Planetaria, una cosa imperdonable en una nave oficial. Paseó el mensaje por delante de las narices de sus dos oficiales y se sentó, limpiándose las lágrimas; era todavía lo suficientemente joven para considerar la situación muy graciosa.

Cuando se quedó tranquilo y pudo hablar normalmente dijo:

—Bueno. Por lo menos, nos han dado algún trabajo que hacer. Podemos sacar a esos idiotas de ese hoyo donde se han metido y dejar a la superioridad que adjudique después a cada uno su parte —y volviéndose al operador de comunicaciones añadió—: Preséntele mis cumplidos al comandante de la nave interplanetaria y propóngale una conferencia para discutir a ver cómo vamos a cooperar en el salvamento.

El comandante Japp se sintió muy molesto al recibir este mensaje, porque esperaba que el otro se hubiera puesto a sus órdenes, ofreciéndole sus servicios; pero esta oferta de cooperación era prácticamente un insulto. «¡Cooperar! ¡Vaya! ¡Con un simple capitán!» Envió un mensaje al capitán exigiéndole ásperamente que rectificase inmediatamente esa intolerable situación. Entre tanto, se creyó en la necesidad de burlarse un poco de ese cachorrillo. Sugirió que lo mejor sería localizar primero la nave averiada. (De este modo el capitán Bascombe, del
Persephone,
no tendría más remedio que someterse a sus órdenes y esto lo arreglaría todo. Desgraciadamente no pudo, porque ya no existía el
Persephone.)

El capitán Britthouse estaba durmiendo cuando el teniente Michelson le llamó al cuarto de control. Envolvió lo que quedaba de su almuerzo en algo que se semejaba a un
sándwich,
y se fue con ello en la mano. En ese momento estaban sobre el mar y se aproximaban a una costa. El mar
era
verdaderamente un mar de un azul brillante y no de ese azul oscuro de los mares de la profundidad y la dispersión. Era un azul que ofendía la vista.

—Bajemos aquí, Mike —dijo Britthouse—, para ver esto más de cerca. Es el mar más raro que he visto.

Cuando bajaron más, vieron que era vegetación. Billones de hojas sin forma, como nenúfares, cubrían la superficie del Océano, que parecía sólido, en una extensión de centenares de millas.

Se veían algunos canales ocasionales oscuros y amenazadores, con unas olitas blancas que señalaban la presencia de corrientes. Se volvieron a elevar un poco para seguir buscando el
Persephone.

El teniente Michelson leyó y releyó la señal de socorro y no cogía bien el sentido de ella.

«...una fila de lagos de colores. Hemos aterrizado al lado del lago rojo. Tenemos las máquinas completamente destrozadas y las baterías...»

Aquí quedaba cortada.

—¿Por qué se preocupa? —le espetó al oído Britthouse. Se sentó enfrente de él, al otro lado de la mesa, señalando a la pantalla, donde se veía la costa—. Están ahí, ¿no es eso?

Efectivamente, allí había cinco maravillosos lagos en medio de la verde planicie; parecían joyas sobre terciopelo. Todos de diferentes colores. Había uno rubí, uno zafiro, uno esmeralda, otro...

—Pero ¿dónde está el Persephone? —preguntó Britthouse, extrañado.

Nadie pudo contestarle a esta pregunta, ya que el
Persephone
no había duda de que no estaba al lado del lago rojo.

De creer lo que habían dicho en la petición de auxilio, tenían las máquinas tan estropeadas cuando aterrizaron que el moverse por sus propios medios estaba fuera de lo posible. Localizar el sitio que habían dicho era fácil y seguro, y, sin embargo, no estaba allí.

Michelson bajó la nave otra vez, para inspeccionar el lugar más de cerca, y pasó sin ver a la nave
Berenice,
que estaba inspeccionando por encima del valle sin haber perdido tiempo en investigar sobre el mar... El
Hannibal
llegó hasta la boca del estuario y Britthouse dio un vistazo rápido a todo el conjunto. El color azul cielo del mar hacía fuerte contraste con una ancha franja en la orilla, que era de un color oscuro y llegaba hasta la playa.

—Parece como si la vida vegetal saliera del mar aquí —comentó Britthouse—. Parece un poco tarde, Bob. ¿Cómo está la atmósfera?

—Como la de la Tierra, aproximadamente, solo que con un diez por ciento de oxígeno, poco más o menos.

—Entonces está bien —respondió—. Aterriza aquí mismo, Mike, y luego vamos río arriba.

La planta marina crecía por todo el estuario del pequeño río, dejando solamente unos canales en el centro por donde corría el agua. El valle, con su serie de lagos, estaba lleno de vegetación, que lo cubría todo, incluso los lagos. Únicamente había una meseta más alta, por lo que se veía que no era todo un pantano
.

—Quizá haya obrado sabiamente después de lo sucedido —dijo Britthouse—, pero lo que no hubiera hecho jamás es descender en semejante lugar. Es demasiado bonito para ser saludable.

Sus tenientes asintieron. Su larga experiencia de hombres planetarios les había enseñado que la vida suele hacer extrañas jugarretas a los incautos; por regla general, suelen ser escépticos hasta que están en dique.

—¿Por qué supone que lo ha hecho? —preguntó Crofton.

—La idea era bastante buena —dijo el capitán—, sabía que sus máquinas estaban acabadas y que su radio podía fallar de un momento a otro. No tenía tiempo de escribir un informe completo para el globo, y con una radio inutilizada no podía indicarnos un punto fijo. Así, pues, tenía que encontrar un mojón importante. Seguramente que así lo hizo, pero no tenía necesidad de aterrizar allí mismo. Podía haberse colocado en aquella meseta cercana y hubiese sido igualmente fácil encontrarla. La cuestión es que ahora no está ahí. Lo mejor será que enlace con el
Berenice, y
sugiérales que establezcamos una base en la meseta, en la cabeza del valle, y elaboremos un plan de acción.

El comandante Japp disintió. Estaba acostumbrado a operar desde su nave. Para él una superficie planetaria era o un puerto o un lugar que se debe evitar. De acuerdo con esto, invitó al capitán Britthouse a su nave, poniendo toda clase de facilidades a su disposición.

—¡Valiente idiota! —exclamó Britthouse—. Facilidades a la punta de mi pie! Supongo que quiere decir que tiene una alfombra en el cuarto de mapas —y se volvió a sus oficiales—: Usted se queda mandando la nave, Mike. Bob, dile al sargento Davys que esté preparado para recibir la lancha del
Berenice,
y tú ven conmigo como ayuda moral. Y nada de «Conforme, jefe» —rezongó cuando Crofton le respondió: «A sus órdenes, señor»— y golpea tu tacón contra el otro cuando lo digas y saludes. Vamos.

Britthouse hubiera querido darle la mano a Japp al llegar, pero este le recibió con un saludo muy frío y le hizo pasar al cuarto de oficiales. El capitán iba muy molesto mientras recorría el pasillo. No se había quitado el uniforme de diario, mientras que Japp estaba esplendente con uniforme de comandante de Subsector de Flota de Segunda Clase. Iba por el pasillo muy ufano, resplandeciente y engallado. Pero cuando entraron en el cuarto de oficiales Britthouse se quedó asombrado. Había una mesa preparada para una comida. Los oficiales del
Berenice
estaban formados en dos filas de azul y plata y la mesa brillaba con la magnífica cristalería y las fuentes de plata.

Britthouse estaba más que asombrado; se quedó molesto y horripilado pensando que, no lejos de allí, había veinte hombres de esa misma flota perdidos, quizá en peligro de muerte, y este mamarracho daba una fiesta a todo lujo. No estaba de acuerdo en conformarse con esto, y dando media vuelta, salió del cuarto.

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