Antología de novelas de anticipación III (27 page)

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Authors: Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon

Tags: #Ciencia Ficción, Relato

BOOK: Antología de novelas de anticipación III
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III. Por tanto, parece evidente que se lo han llevado por el aire y que la plataforma de vegetación no es más que un modo rápido de disfrazar él sitio donde, al aterrizar, aplastó la vegetación.

IV. De aquí se deduce que estamos ante a una inteligencia hostil y organizada con gran habilidad mecánica.

V. Orden. Sección XVI. Capítulo 473. Párrafo 28673: Prohíbe expresamente intervenir en semejante caso con menos de tres navíos. De ser así, hay que poner el caso en conocimiento del más próximo Sector de Fuerza.

Esto parecía suficiente, pero pensó que sería mejor dar una información más amplia en vista de los esfuerzos de ese Britthouse, ¡que así reviente! ¿Por qué había sido secuestrado el
Persephone?
Supongamos que no haya sido secuestrado, sino sencillamente destruido en el mismo lugar donde estaba y la plataforma camuflada. Esto parecía lo más verosímil. Pero ¿por qué? Supongamos que la corriente de agua artificial tuviese un significado religioso y que las que la han consumido han destruido el
Persephone
en un acto de rabia y después se asustaron de las consecuencias y trataron de ocultar el asesinato. De repente se dio cuenta de que esta era la solución. El próximo paso sería rápido. En cuanto llegase el Sector de la Flota tenían que asolar todo el valle como represalia, lo cual, inevitablemente, traería consigo el descubrimiento de los autores, que habrían de abandonar sus refugios para que el Sector de Flota les prendiese y asumiera el control de la situación.

El Consejo Sociológico protestaría, naturalmente, pero sería demasiado tarde. Se regocijaba pensando en el ridículo que iba a hacer Britthouse con su descripción detallada de la botánica de un valle quemado.

Japp no perdió tiempo en componer un informe oficial con estas conclusiones para dirigirlo al próximo sector de Flota. Después de pensarlo, se vio forzado, aunque a disgusto, a enviar una copia a Britthouse. La acción del joven idiota de enviar copias de sus informes le ponía a él en la obligación de cierta reciprocidad. «Tiene, sin embargo, una ventaja —pensó con satisfacción— Esto, probablemente, evitaría que continuase molestando y revolviendo»

La gente de Britt estaba en este momento con el
Jenny
en la cabeza del valle cuando el vigía del
Hannibal
lanzó el segundo mensaje. El sargento Davys sacó el original de la máquina y se lo entregó al capitán. Lo leyó dos veces y lo pasó a Mike y Bob, y se sentó, dando un gruñido de furia.

—¿No es esto propio de estos malditos idiotas interplanetarios? —preguntó—. No hay más que un remedio para esto: tráete el calentador pesado, que vamos a demostrarles quién es el que manda. Vamos a bajar al valle, y si no hemos terminado nuestras «investigaciones botánicas» van a tener que esperarse los condenados a que acabemos antes que empiecen a bombardear. ¿Por qué no podrán dejar de meter las narices en todo? Este es un asunto planetario.

—Pero el Sector de la Flota no actuará solamente empujado por Japp, ¿no es verdad? —preguntó Bob inocentemente.

—Si cuando vengan no hemos encontrado al
Persephone,
lo harán, aunque no sea más que para azuzar a Japp contra estos cerdos planetarios. Todavía no conocéis a estos muchachos felices, llenos de galones.

Se quedó de pie impaciente, indicando el camino del barranco.

Ahora estaban en el límite superior de la vegetación, al borde del precipicio, en la cabeza del valle, con su masa azul oscura de árboles por debajo de ellos. El lago amarillo brillaba allá abajo con unas olas amarillo limón que rompían en la playa. Más lejos estaba el lago rojo, que marcaba un fuerte contraste con el borde azul. A lo lejos se veían más pequeños el lago verde y el lago azul, y luego, apenas visible, estaba el quinto y último, que era el lago morado, que tenía detrás el mar azul brillante.

—Nunca me acostumbraré a esto —declaró Bob Crofton—. Cada vez que lo miro me da dolor de cabeza. ¿Tienes bastantes fotos, Mike? Si Japp y su banda queman todo esto y queda aniquilado, quiero tener alguna prueba de que ha existido y no es un sueño mío.

—Deja de chismorrear y ven a ver esto —llamó Britt.

En este momento la pequeña corriente de agua, que bajaba de la montaña pelada, había abierto un corte en el escarpado borde, formando una cascada sobre el lago amarillo. La vegetación azul se había extendido barranco arriba: unos tallos largos y azules, sin hojas, crecían hacia arriba y se introducían por las grietas e intersticios de las rocas.

—¿Has visto alguna vez un valle como este en un terreno tan antiguo geológicamente hablando? —preguntó Britt.

Mike miró hacia arriba y abajo tratando de escudriñar lo grande y profundo que era, antes de contestar:

—No —dijo—. Parece como si hubiera sido cortado; pero para eso resulta demasiado áspero. Además, ¿quién ha podido cortarlo? ¿Creéis que Japp, después de todo, pueda tener razón?

—No lo sé —respondió Britt—; pero empiezo a creer que esta vegetación, al menos, no se ha formado de manera natural.

Bajó por la ladera hasta el mismo barranco, un poco embarazado por su traje protector y su casco, pero iba encontrando salientes de la piedra y huecos donde afianzar los pies y las manos y se agarraba a las raíces azules.

Se agachó por retirar una rama, se paró súbitamente para poder pasar por delante: había una rama más gruesa que sobresalía de la roca. Por debajo de esta rama apareció un filón de mineral de un material negro-azulado que rutilaba con un brillo metálico. Cogió unos trozos que se habían desprendido al mover él la rama y se volvió barranco arriba. Enseñó a los otros la muestra de mineral que había cogido y les explicó que recorriesen todo el barranco para averiguar la extensión del filón. Los dos tenientes se miraron y se encogieron de hombros. Bill Britthouse tenía fama de que encontraba siempre una explicación para los hechos más inverosímiles, pero esto les parecía que era ir demasiado lejos.

Mientras estaban ocupados en tan ardua tarea, él se sentó al borde, sin hacer nada más que estar sentado mirando. Cuando sus disgustados subalternos acabaron su inspección, él ya había visto lo que quería. Varios fragmentos de roca y de mineral desprendidos de los lados del corte fueron arrastrados por la corriente de agua hasta el lago.

—¿Y bien? —preguntó cuando regresaron.

—Cubre la mayor parte de las laderas del barranco —le informó Bob—. Es un filón bastante ancho y viene a correr paralelo al fondo del barranco.

—Bueno —respondió Britt—, coge estas muestras de mineral, llévatelas al
Hannibal
y haz un análisis espectral. Necesito únicamente saber qué metales contiene. ¡Date prisa!

Bob salió corriendo aturdido.

—Tú ven conmigo, Mike. Vamos a tomar muestras de agua en cada uno de estos malditos lagos y de su vegetación. Me parece que, por fin, vamos a averiguar algo.

Doce horas después ya no estaba tan seguro. Habían trabajado como demonios durante cinco horas haciendo un recorrido relámpago por todo el valle en el
Jenny,
cogiendo muestras, y otras siete horas de trabajo agotador en el pequeño laboratorio de la nave, analizando las muestras recogidas. Aunque los resultados tenían interés para Britt, no veía la conexión que pudiera haber con la desaparición del
Persephone.
Envió a sus oficiales a la cama y se quedó dándole vueltas en la cabeza a sus problemas. También hizo una lista, para ayudar al proceso de sus pensamientos; pero fue una lista muy poco parecida a la que había hecho Japp:

1. Mineral: Cromo.

2. Equivalencia clorofílica: también Cr.

3. Lagos-Cr.: amarillo-alcalino; rojo-ácido; verde-alcalino; azul-oxidizado; púrpura-intermediario para Clorofila-eq.

4.
¿
Persephone...?

Eventualmente abandonó el trabajo, esperando que una noche de sueño le refrescaría el cerebro. Desgraciadamente, la mañana siguiente le trajo poca inspiración y sí solamente un oficio áspero de Japp para que estuviera dentro de una hora en los alrededores del área indicada, porque el Sector de la Flota estaba al llegar, preparado para empezar las operaciones.

—Que me condene si voy —gruñó Britthouse— Sargento Davys, saca el Jenny. Vamos a recorrer arriba y abajo todo el valle hasta que Tapp esté negro. Me quedaré allí hasta que se solucione el asunto y ¡que reviente si se atreve...!

Cinco minutos después, el fiel sargento se presentó en el cuarto de control con una cara muy apurada:

—Lo siento, capitán, pero me temo que el
Jenn
y esté inservible.

—¿Por qué?

—La corrosión, señor. Los ejes están muy gastados y los cojinetes también tienen mucha holgura. No me atrevo a salir con ella.

—Pero ese metal es prácticamente inoxidable.

—Ya lo sé, señor. Por eso no lo comprendía el primer día, pero el líquido que se les ha metido dentro ayer los ha puesto mucho peor.

—¿El líquido? ¿Qué líquido?

—El líquido, la savia de esas plantas, señor. El líquido que las ha estado impregnando durante dos días completos. Esto es lo que ha oxidado todo, señor.

—¡Fuego sagrado! —exclamó Britt—. ¡De todos estos destilados idiotas!...

—Lo siento, señor —respondió el sargento—. No pensé en ello.

—¡No usted, sargento! —exclamó Britt—. El idiota soy yo. De acuerdo. Ahora tenemos que movernos. Tenemos que sacarlo antes que este loco de Japp empiece sus bombardeos. Hay que darse mucha prisa, Mike.

—¿Usted sabe dónde está el
Persephone? —pregunt
ó el piloto asombrado.

—Seguro —dijo Britt con una ancha sonrisa—. En el fondo del lago rojo.

No hubo más oportunidad de hablar porque puso la nave en marcha, se elevó del sitio donde estaba y marchó valle abajo hasta que describió un semicírculo y fue a aterrizar bruscamente (de un modo que se subía el estómago) justamente cerca del lago rojo, frente a la cascada que caía sobre el lago. Los sirvientes de las piezas estaban justamente metiendo dos torpedos en los tubos cuando se recibió el mensaje de la Flota Interplanetaria, que estaba firmado nada menos que por el propio almirante. Sencillamente repetía el parte anterior de Japp, pero añadía que si no cumplía esta orden, daría parte de ello «a la autoridad competente».

Britt demoró bastante el cumplir la orden y ya se divisaban en lontananza las naves del Sector de Flota que se proyectaba sobre el cielo azul.

—¡Caramba, qué aspecto más formidable! —dijo Britt—. Sirio, ya conoce la clase de holgazanes que llevan, pero construyen buenas naves. Siento tener que estropearles su diversión. ¡Artilleros! ¿Listos? ¡Fuego!

Mientras los dos torpedos de explosión retardada buscaban en el agua del lago rojo, Britt elevó el
Hannibal
de un salto que los dejó sin respiración.

Quince segundos después, del lago rojo surgió un gran géiser de agua y humo. La capa de vegetación que lo cubría se partió en dos y la presión del agua que había debajo hizo que esta subiera, saliendo como un torrente hasta que se fue vaciando el lago.

—Esto debió de ser bueno —dijo Britt—; fíjense en el sitio donde se mezclan las dos corrientes de agua.

Tenía razón, era más que bueno: era espectacular. Donde se mezclaba el agua roja con el agua azul, se producían unas nubes de vapor y unos chorros de líquido hirviendo, de lodos pardos y verdes que ascendían por el aire. Grandes cantidades de vegetación de varios colores eran proyectadas a los lados y una fuerte niebla producida por el vapor se fue acumulando en el fondo del valle.

En este momento el vigía anunció que el almirante de la Sección de la Flota estaba en la pantalla y que quería que el capitán Britthouse hiciese el favor de ponerse al aparato.

La cara del almirante era un modelo de frío desprecio.

—Le he de advertir, capitán Britthouse —dijo—, que de esta chiquillada de querer adelantárseme en esta tarea daré parte a sus superiores. ¿Será usted tan amable de retirar su nave del campo de mis operaciones sin más demora?

Britt tenía los dedos índice y corazón cruzados y ocultos debajo de la mesa.

—¿Y si estuviese equivocado?

Por un momento dejó de mirar a la pantalla; después vio que el almirante estaba esperando su respuesta y le dirigió una sonrisa seráfica.

—Gracias por su valiosa cooperación, señor —dijo—. Le voy a rogar que suspenda su fuego por un momento, hasta que el objeto que empieza a hacerse visible en el segundo lago pueda ser identificado.

Cortó la comunicación y se llevó el
Hannibal
a la playa del lago rojo. El agua había bajado mucho y en el fondo del lago se veía un gran bulto. Estaba cubierto de hojas, tallos de vegetación pardusca y todo sucio y negro, pero su figura no dejaba lugar a duda: era el
Persephone.

Gradualmente fue bajando el agua hasta que quedó completamente al descubierto. Parecía como si lo hubieran cubierto de guirnaldas parduscas; los metales estaban oxidados y picados y en algunos sitios tenían incluso agujeros.

—¡Oh Dios! —gruñó Mike—, no debe de haber nadie vivo aquí dentro.

Pero con la punta de una barra abrió un boquete en el casco. Pronto los hombres que había dentro hicieron una gran abertura en el metal oxidado, y con sus trajes espaciales, dando traspiés, se escurrían entre los charcos y el barro y fueron llegando a donde estaba Britthouse esperándolos, de pie, junto al
Hannibal.
Según avanzaban saludaban igualmente al hombre planetario y a la tripulación de la Flota Interplanetaria. Britt se quedó el tiempo necesario para saludar al primer hombre que salió a la playa, le estrechó la mano, le dio palmaditas en la espalda y se tocó el casco, mientras decía unas breves palabras.

Entonces saludó al abandonado barco interplanetario que ostentaba su majestuoso volumen detrás de su nave. Subió al
Hannibal,
que en menos de diez minutos ya no era más que un puntito en el cielo.

—Muy sencillo —les estaba diciendo a sus tenientes—; en cierto modo, el viejo Japp tenía razón: fue una inteligencia organizada la que movió al
Persephone.

—Pero ¿cómo...? Pero ¿dónde...?

—La planta —dijo— es el primer ejemplar de vegetación artificial en el universo.

Es notable, pero los jóvenes estaban decididos a no dejar esto sin que lo explicara.

—Estas plantas, esta planta, ¿es artificial? —preguntaron—. ¿Cómo lo sabe? No hacen nada.

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