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Authors: Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon

Tags: #Ciencia Ficción, Relato

Antología de novelas de anticipación III (43 page)

BOOK: Antología de novelas de anticipación III
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Aterrizó y se sometió al minucioso reconocimiento del puesto de control de la superficie. Cuando le permitieron el paso, descendió rápidamente a las profundidades de la fortaleza subterránea. Detuvo el ascensor en el segundo piso. Un momento después estaba de pie ante una enorme puerta corrediza de acero, esperando que los centinelas le permitieran pasar.

—Todo en orden, Mr. Dill.

La puerta se deslizó hacia un lado. Dill penetró en un largo pasillo, completamente desierto. Los ecos de sus pasos resonaban, lúgubres. El aire era pegajoso y las luces parpadeaban caprichosamente. Dill giró a la derecha y se detuvo, mirando a través de la amarillenta claridad.

Allí estaba. El
Vulcan II,
o lo que quedaba del
Vulcan II
: un montón de hierros retorcidos, cables y tubos destrozados. Una enorme ruina polvorienta, silenciosa y olvidada.

A Dill le producía una extraña sensación contemplar los restos de lo que en otra época había sido un gran cerebro electrónico. Dill podía recordar los antiguos tiempos, antes de que fuera construido el
Vulcan III
..., los tiempos en que el
Vulcan II
había sido su orgullo y su alegría. En el
Sistema de la
Unidad
había muy pocos que recordaran aquellos tiempos. Los jóvenes habían ido apartando a los viejos... del mismo modo que
Vulcan III
había reemplazado a
Vulcan II
. Esta ruina cubierta de polvo había sido su esperanza, en otros tiempos. Durante la Guerra,
Vulcan II
era una compleja estructura dotada de una gran precisión, un instrumento consultado diariamente por los jefes de la
Unidad
.

Dill dio un puntapié a un informe montón de chatarra.

El cambio, la increíble transformación que había experimentado el
Vulcan II
hasta convertirse en eso, seguía asombrándole. Por enésima vez, se preguntó mentalmente: ¿Cómo ocurrió? ¿Cómo lo consiguieron? Y... ¿Por qué?

Resultaba absurdo. El
Vulcan II
dejó de funcionar cuando entró en servicio el
Vulcan III
. Si habían conseguido entrar en la fortaleza, si uno de ellos había llegado hasta allí, ¿por qué habían perdido el tiempo en eso... con el
Vulcan III
situado solamente seis pisos debajo?

Tal vez había sido un error; tal vez habían destruido el cerebro electrónico más pequeño, la máquina que no funcionaba, creyendo que era el
Vulcan III
. Tal vez había sido un error.

O tal vez no. Quizás hubo un motivo. Hacía quince meses que había sucedido: el ataque repentino; el terrible asalto en medio de la noche; y luego eso... y nada más. Un cuidadoso y sistemático destrozo de todos los elementos vitales.

Había sucedido sin previo aviso. Aquella tarde, Dill había estado formulando una serie de preguntas al
Vulcan II
. Secretamente, por su propia cuenta, había continuado consultando al cerebro electrónico fuera de servicio, cuando las preguntas eran lo bastante sencillas como para poder someterlas a su consideración. Había formulado las preguntas y obtenido las respuestas. Y luego, aquella noche, la catástrofe.

Dill palpó uno de los bolsillos de su americana. Aún seguían allí: las respuestas que
Vulcan II
le había dado, respuestas que le habían intrigado y continuaban intrigándole. Había intentado pedir una aclaración, pero la catástrofe lo había impedido.

Sumido en profundos pensamientos, Dill salió de la estancia y regresó al ascensor. Descendió hasta el piso más bajo y cruzó una complicada red de puestos de control. Centinelas armados le permitieron el paso hacia las cámaras centrales, donde el enorme
Vulcan III
aguardaba silenciosamente ser interrogado.

Dill se detuvo a examinar los formularios de preguntas que habían llegado. Larson, el encargado de la sección de datos, le mostró las preguntas que habían sido rechazadas.

—Mire esto —Larson hojeó un montón de formularios hasta encontrar el que buscaba—. Aquí está; tal vez sea preferible que lo devuelva usted personalmente, para evitar dificultades.

El formulario procedía del Director norteamericano, Barris. Contenía dos preguntas:

A)
¿SON REALMENTE IMPORTANTES LOS CURADORES?

B)
¿POR QUE NO CONTESTA USTED A SU EXISTENCIA?

Dill frunció el ceño. Barris, de nuevo. Uno de los jóvenes brillantes que trepaban rápidamente la escalerilla de la
Unidad
. Barris, Reynolds, Aderson..., avanzando confiadamente, eficientemente, hacia la posición de Director General.

—¿Hay muchos formularios como éste?

—No, señor, pero existe un aumento general de la tensión; varios Directores, además de Barris, están preguntando por qué
Vulcan III
no se pronuncia acerca del
Movimiento
.

—Déjeme ver el resto del material.

Larson le entregó los formularios.

—¿Está usted seguro que no ha llegado a
Vulcan III
nada relacionado con los
Curadores
? —preguntó Dill.

—Nada, que yo sepa.

Dill garabateó unas líneas en la parte inferior del formulario enviado por Barris.

—Devuélvaselo dentro de unos días; no ha anotado su número de identificación. Dígale que lo he rechazado por no ajustarse a las normas.

Larson enarcó las cejas.

—Eso no retrasará mucho el problema. Barris se apresurará a enviar de nuevo el formulario debidamente cumplimentado. ¿Qué va usted a hacer cuando no haya errores técnicos a que agarrarse? Tarde o temprano, Barris y los demás se darán cuenta de que alguien está boicoteando deliberadamente sus formularios.

—Los Directores no me preocupan —dijo Dill a media voz, como si hablara consigo mismo—. Si
Vulcan III
descubre que he estado escamoteándole ciertos datos y preguntas...

—¿Por qué? —preguntó Larson—. ¿Por qué diablos está haciendo esto? ¿Qué se propone al escamotearle esa información?

—Eso es asunto mío.

El rostro de Dill se endureció peligrosamente.

—Haga lo que le ordenan, y ahórrese las preguntas.

—Mi equipo está corriendo enormes riesgos; la responsabilidad puede recaer sobre nosotros. Estamos trabajando de acuerdo con sus órdenes, sin saber qué se propone.

—A veces es preferible trabajar sin comprender.

Dill se volvió bruscamente hacia la cerrada puerta.

—Abra y permítame entrar; tengo prisa.

Larson se encogió de hombros.

—Como usted mande, señor Director.

Apretó un pulsador y la puerta se abrió.

Dill entró en la gran cámara y las puertas se cerraron detrás de él; estaba solo con
Vulcan III
. El enorme cerebro electrónico se erguía delante de él, una inmensa masa de piezas y manómetros.

Vulcan III
estaba enterado de su presencia. A través del amplio rostro metálico e impersonal brilló el reconocimiento, una cinta de fluidas letras que aparecieron brevemente y se desvanecieron.

—¿HA QUEDADO COMPLETA LA INSPECCIÓN DE LOS SISTEMAS EDUCATIVOS?

—Casi —dijo Dill—. Faltan unos días.

—NECESITO LOS DATOS INMEDIATAMENTE.

—El equipo de alimentación se está ocupando ya de eso.

Vulcan III
estaba..., bueno, la palabra exacta era excitado. Despedía un brillo rojizo: el origen del nombre de la serie. Aquellos destellos rojos le habían recordado a Nathaniel Greenstreet la fragua del antiguo dios, el dios que había forjado los rayos para Zeus, en una época pretérita.

—EXISTE ALGÚN ELEMENTO QUE NO FUNCIONA COMO ES DEBIDO. UNA SIGNIFICATIVA DESVIACIÓN EN LA ORIENTACIÓN DE DETERMINADAS CLASES QUE NO PUEDE SER EXPLICADA A TRAVÉS DE LOS DATOS QUE ME HAN SIDO FACILITADOS. SE ESTA PRODUCIENDO UNA REAGRUPACIÓN DE LA PIRÁMIDE SOCIAL, EN RESPUESTA A FACTORES HISTÓRICOS-DINÁMICOS DESCONOCIDOS PARA MI. DEBO OBTENER MÁS DATOS SI TENGO QUE OCUPARME DEL PROBLEMA.

Una sensación de alarma invadió a Dill. ¿Sospechaba algo
Vulcan III
?

—Le facilitaremos todos los datos tan pronto sea posible.

—PARECE PRODUCIRSE UNA DEFINIDA BIFURCACIÓN DE LA SOCIEDAD. ASEGÚRESE DE QUE SU INFORME ACERCA DE LOS SISTEMAS EDUCATIVOS ES COMPLETO. NECESITO TODOS LOS HECHOS SIGNIFICATIVOS.

Tras una breve pausa,
Vulcan III
añadió:

—TENGO LA SENSACIÓN DE QUE SE ACERCA UNA CRISIS.

—¿Qué clase de crisis? —preguntó Dill nerviosamente.

—IDEOLOGÍA. UNA NUEVA ORIENTACIÓN PARECE ESTAR ADQUIRIENDO FORMA VERBAL. UNA ACTITUD DERIVADA DE LA EXPERIENCIA DE LAS CLASES INFERIORES. RUMIANDO SU INSATISFACCIÓN.

—¿Insatisfacción? ¿Por qué?

—ESENCIALMENTE, LAS MASAS RECHAZAN EL CONCEPTO DE ESTABILIDAD. EN TÉRMINOS GENERALES, LOS QUE NO POSEEN BIENES SUFICIENTES PARA ESTAR FIRMEMENTE ARRAIGADOS, ESTÁN MÁS INTERESADOS EN LA GANANCIA QUE EN LA SEGURIDAD. PARA ELLOS, LA SOCIEDAD ES UNA AVENTURA. UNA ESTRUCTURA EN LA CUAL ASPIRAR A ALZARSE A NIVELES SUPERIORES DE PODER. UNA SOCIEDAD ESTABLE, RACIONALMENTE CONTROLADA, DEFRAUDA SUS DESEOS. EN UNA SOCIEDAD INESTABLE Y SUJETA A MUDANZAS, LAS CLASES INFERIORES TIENEN UNA POSIBILIDAD DE ASCENDER AL PODER. FUNDAMENTALMENTE, LAS CLASES INFERIORES SON AVENTURERAS Y CONCIBEN LA VIDA COMO UN JUEGO, MÁS QUE COMO UNA TAREA. UN JUEGO CUYA PUESTA ES EL PODER SOCIAL.

—Muy interesante —murmuró Dill.

—LA INSATISFACCIÓN DE LAS MASAS NO ESTA BASADA EN LA INFERIORIDAD ECONÓMICA, SINO EN UNA SENSACIÓN DE INEFICACIA. SU OBJETO FUNDAMENTAL NO ES UN AUMENTO DEL NIVEL DE VIDA, SINO LA ADQUISICIÓN DE MÁS PODER SOCIAL. DEBIDO A SU ORIENTACIÓN EMOCIONAL, SE PONEN EN PIE Y ACTÚAN CUANDO UN CAUDILLO CON PERSONALIDAD CONSIGUE COORDINARLAS EN UNA DISCIPLINADA UNIDAD, REUNIENDO EN UN SOLO HAZ SUS CAÓTICOS Y DISPERSOS ELEMENTOS.

Dill permaneció silencioso. Era evidente que
Vulcan III
había digerido los datos que le habían sido facilitados y había extraído unas incómodas conclusiones. A pesar de no disponer de datos directos acerca de los
Curadores
,
Vulcan III
era capaz de deducir, partiendo de principios históricos generales, los conflictos sociales en desarrollo. La frente de Dill quedó empapada en sudor; estaba tratando con una mente poderosísima..., más poderosa que la de cualquier hombre o la de cualquier grupo de hombres.

—Apresuraré la inspección de los sistemas educativos —murmuró—. ¿Necesita algo más?

—EL INFORME ESTADÍSTICO ACERCA DE LA LINGÜÍSTICA RURAL NO HA LLEGADO. ¿POR QUÉ? ESTABA A CARGO DE LA SUPERVISIÓN PERSONAL DEL SUBDIRECTOR PITT.

Dill ahogó una exclamación. ¡Santo cielo!
Vulcan III
no omitía un solo detalle.

—Pitt sufrió un accidente —dijo en voz alta, mientras su cerebro pensaba desesperadamente—. Su coche sufrió un despiste en una carretera de las montañas de
Col
orado.

—EL INFORME PUEDE SER COMPLETADO POR OTRA PERSONA. LO NECESITO. ¿FUERON GRAVES LAS HERIDAS?

Dill vaciló.

—En realidad, no hay grandes esperanzas de que viva. Dicen...

—¿POR QUÉ HAN MUERTO TANTAS PERSONAS DE LA CLASE T DURANTE EL PASADO AÑO? QUIERO MAS INFORMACIÓN ACERCA DE ESTO. SEGÚN MIS ESTADÍSTICAS, SOLO UNA QUINTA PARTE DE ESAS PERSONAS HAN FALLECIDO POR CAUSAS NATURALES. ALGÚN FACTOR VITAL ESTA FALLANDO. NECESITO MÁS DATOS.

—De acuerdo —murmuró Dill—. Le facilitaremos mas datos; todos los que desee.

—ESTOY PENSANDO EN LA POSIBILIDAD DE CONVOCAR UNA REUNIÓN ESPECIAL DEL CONSEJO DIRECTIVO. QUIERO INTERROGAR PERSONALMENTE A LA PLANTILLA DE DIRECTORES.

—¿Qué? Pero...

—NO ESTOY SATISFECHO DEL SISTEMA DE SUMINISTRO DE DATOS. VOY A PEDIR QUE LE SUSTITUYAN A USTED Y QUE SE ESTABLEZCA UN NUEVO SISTEMA DE SUMINISTRO.

Dill abrió la boca y volvió a cerrarla. Temblando visiblemente, se encaminó hacia la puerta.

—A menos que desee usted algo más, voy a regresar a
Ginebra
.

—NADA MÁS. PUEDE USTED MARCHARSE.

Dill ascendió a la superficie sumido en negros pensamientos. Las cosas se estaban poniendo feas. Si el cerebro electrónico sospechaba lo que estaba ocurriendo...

Mientras su nave rugía sobre Europa, Dill se sintió invadido por siniestros presagios:
Curadores
en todas partes, en todas las ciudades y pueblos; figuras vestidas de color parduzco y calzadas con sandalias moviéndose entre la multitud, en las angostas calles y carreteras, en las plazas y alrededor de los antiguos edificios. Sus rostros hostiles se alzaban silenciosamente para contemplar el paso de la nave. Rostros intensos. Hombres de rasgos pétreos que se detenían con las manos en las caderas, contemplándole rencorosamente mientras regresaba a su oficina. En un campo de labor, un labriego agitó su puño; los obreros de una mina interrumpieron su trabajo y contemplaron el paso de la nave con expresión sombría. Dill era odiado. Todos los miembros de la
Unidad
eran odiados. Y ahora,
Vulcan III
sospechaba de él, por añadidura. Era odiado e inspiraba sospechas desde arriba y desde abajo. Todo iba cerrándose a su alrededor por todas partes. Estaba cansado..., y estaba solo, sin nadie a quien volverse...

Al cabo de unos días el Director William Barris recibió el formulario que le había sido devuelto. En su parte inferior había una anotación:
Indebidamente cumplimentado. Falta el número de identificación.

Barris tiró el formulario sobre su escritorio y se puso en pie. Se acercó a la telepantalla.

—Póngame con el
Mando de la Unidad
en
Ginebra
.

Apareció el monitor de
Ginebra
.

—¿Diga?

Barris blandió el formulario ante la pantalla.

—¿Quién ha devuelto esto? ¿Quién ha hecho esta anotación? ¿El jefe del equipo de alimentación?

—No, señor. —El monitor consultó unos datos—. Fue el Director General en persona.

—¡Dill!

Barris tembló de rabia.

—¡Quiero hablar inmediatamente con Dill!

—El Director Dill se encuentra en una reunión. No puede ser molestado.

Barris desconectó la pantalla furiosamente. Durante unos instantes permaneció en pie, pensando. De repente volvió a conectar la pantalla.

—Póngame con el aeródromo. Dese prisa.

Al cabo de un momento apareció el monitor de la torre del aeródromo.

—¿Diga?

—Aquí, Barris. Preparen inmediatamente una nave de primera clase.

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