Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (4 page)

BOOK: Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX
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En el curso de 1919 Escudero organizó la huelga en la fábrica de jabón La Especial, en las cercanías de Acapulco. Se luchaba por el aumento del salario diario de setenta y cinco centavos a un peso veinticinco centavos. La huelga, en una empresa que era propiedad de las casas, duró siete días bajo enormes presiones. Las autoridades militares intentaron una intervención. La respuesta de los trabajadores fue: «Hagan lo que quieran, pero nadie se mueve hasta el 1,25». Al final de la semana los propietarios cedieron.

El partido iba ganando en fuerza y adhesión, y Escudero se multiplicaba. Llevaba en el bolsillo un ejemplar de la Constitución de 1917 y con él predicaba. Con un estilo bíblico llevaba la palabra de un lado a otro, interrumpiendo las tertulias, apareciéndose en las playas o a la salida de las barcas. Ahí se formaban grupos y se hacían amistades. El partido seguía creciendo lentamente y la cuota de veinticinco centavos por miembro iba llegando a las maltrechas arcas de la organización. Fortalecida la base urbana, Juan se dirigió al campo. Su peregrinación lo llevó a recorrer a caballo ambas costas, llevando mensajes de denuncia y organización a los campesinos. Sus instrumentos eran los rudimentarios procedimientos legales de la época adquiridos en el juzgado de Tehuantepec. Gratuitamente asesoraba en demandas de propiedad de la tierra, derechos colectivos, juicios por despidos arbitrarios. Su labor hizo que fuera detenido muchas veces acusado de sedicioso, que se le impusieran multas y que fuera amenazado de muerte varias veces. En 1920, en el acto de conmemoración del Primero de Mayo, el POA decidió entrar en la lucha electoral y postuló a Escudero como candidato a presidente municipal.

Juan R. Escudero se resistió a aceptar la nominación porque no quería que se pensara que había colaborado a organizar el POA para utilizarlo de plataforma para su lanzamiento político personal, pero fue presionado por el partido que lo reconocía como dirigente indiscutido y sabía que sólo él podía recoger en votos el trabajo de denuncia, agitación y organización que se había hecho en el último año. Tomás Béjar y Ángeles sustituyó a Escudero en la presidencia del POA y S. Solano fue elegido vicepresidente.

El inicio de la campaña electoral coincidió con el desarrollo a escala nacional de la revuelta de Agua Prieta, el último acto armado en la historia de la Revolución mexicana: el ajuste de cuentas final entre las posiciones centristas de los barones militares contra la derecha del presidente Carranza, todo ello con el sector más radical desactivado tras la muerte de Zapata y la derrota y aislamiento de Pancho Villa. A través de
Regeneración
, Escudero tomó el partido de Obregón y los militares del norte contra Carranza. Nuevamente la medida de la realidad la daba Acapulco: si los dueños de las casas eran carrancistas, el POA sería lo contrario.

Tras el triunfo del obregonismo, el POA se alió con el Partido Liberal Constitucionalista Costeño (filial guerrerense del PLC obregonista) y apoyó la nominación de Rodolfo Neri como candidato a gobernador. En retribución, el PLC nominó y apoyó a Escudero como candidato a diputado de la legislatura guerrerense por el distrito de Acapulco y a otro miembro del POA, Tomás Béjar y Ángeles, como suplente. Ese mismo día se realizó en Acapulco una manifestación de apoyo a Neri (un ex juez democrático que simpatizaba con el POA), quien saludó desde el balcón de su casa y anunció su programa básico: instrucción pública, reducción de impuestos, fomentar la asociación obrera, dotación de ejidos para los pueblos y construcción de caminos.

Durante el mes de octubre el POA impulsó las candidaturas de Neri y Escudero, e inició a través de
Regeneración
una campaña antialcohólica y de divulgación de las leyes agrarias.

La candidatura del POA progresaba, pero las elecciones importantes desde el punto de vista del movimiento social eran las de la presidencia municipal de Acapulco. Poco se podría hacer desde la legislación estatal. El combate en términos electorales estaba en destruir la administración pro gachupina y corrupta del puerto, punto de apoyo de las casas comerciales para su dominación.

Las elecciones celebradas en diciembre de 1920 estuvieron rodeadas de una gran tensión. La campaña del POA había tocado a numerosos trabajadores que antes no participaban en la lucha electoral, hartos y desentendidos del voto por las burlas y manejos del poder local, que imponía sus candidatos a través de sucesivas farsas electorales. El presidente municipal de Acapulco, Celestino Castillo, trató de imponer al candidato de las casas comerciales, Juan H. Luz, que había sido anteriormente presidente municipal, a pesar de ser peruano, lo que lo invalidaba para el cargo, y era enemigo personal de Escudero. Pero el milagro se produjo: los trabajadores iban a las urnas y con cara de malos augurios para el poder tradicional, votaban.

La junta computadora reunida en la casa de Matías Flores enfrentó el hecho de que los candidatos del POA habían triunfado y trató de escamotear la victoria (el alcalde era electo indirectamente por los regidores nombrados por voto universal) movilizando a policías y soldados. Esto provocó la respuesta popular para defender su triunfo. En los pueblos de las cercanías, Texca, Palma Sola y La Providencia, los escuderistas habían llevado al puerto centenares de cañas de azúcar, con las que el pueblo se enfrentó a la presión de los militares. Organizados por el POA, los acapulqueños rodearon las casillas y el lugar donde estaba instalada la junta computadora y obligaron a que se reconociera la victoria del candidato de la oposición.

Pero el triunfo no era suficiente; entre el día de las elecciones y la toma del poder por el nuevo ayuntamiento, maniobras y contramaniobras se desataron entre los testaferros de las casas comerciales y el POA. El 11 de diciembre Escudero estuvo a punto de ser detenido porque el gobernador dictó contra él una orden de aprehensión. Juan R. se amparo y evitó la detención, y el POA se comunicó telegráficamente con Obregón pidiendo garantías contra las autoridades militares de la zona. En su telegrama denunciaban a los comerciantes gachupines como el poder de hecho detrás de los intentos de «atropello».

Obregón se limitó a transcribir el telegrama al gobernador de Guerrero y al jefe de operaciones militares de la zona y contestó al POA que no era facultad del gobierno central intervenir en asuntos electorales de los municipios.

El 15 de diciembre el presidente municipal Celestino Castillo, aún en funciones, telegrafió al presidente Obregón el siguiente texto: «Tiénese confirmado de que por costa Grande este Estado han desembarcado armas y parque, por más investigaciones que he hecho no he podido descubrir dónde encuéntranse [...] Se relacionan con bolsheviqui Juan R. Escudero».

«Bolsheviqui» era la palabra maldita. En aquellos años, la prensa conservadora del D.F. asociaba el término con la «conspiración roja» originada en la URSS, y bajo ese nombre cabían comunistas, agitadores sindicales, anarquistas españoles o rusos, militantes socialistas radicales, desertores izquierdistas del ejército estadounidense...

Culturalmente, la palabra «bolsheviqui» abarcaba a la información. Se estrenaban películas como
La garra bolsheviqui
, había un equipo de béisbol de los redactores de prensa capitalinos llamado La Novena Soviet, y existía un periódico Obrero llamado
El Soviet
. «Bolsheviquis» eran los comunistas del D.F., los anarcocomunistas de Veracruz que habían organizado a las putas y a los sin casa, encabezados por Herón Proal, los militantes de las ligas de resistencia del Partido Socialista yucateco encabezado por Carrillo Puerto; e incluso, para algunos periodistas desaforadamente reaccionarios, «bolsheviquis» eran militares constitucionalistas francamente moderados como Calles, Múgica, Salvador Alvarado, Filiberto Villarreal y Adalberto Tejeda.

La maniobra era tan burda que el propio Obregón contestó un día más tarde: «Enterado su mensaje de ayer relativo armamento que sabe desembarca en ese puerto. Siendo el deseo de este gobierno de renovar el armamento del ejército, sería conveniente que aumentaran los desembarcos de armamentos y municiones en nuestras costas».

El mismo día 15 en que el presidente municipal había telegrafiado a Obregón, una partida de militares había rodeado y registrado la casa de Escudero sin encontrarlo y varios miembros del POA habían sido detenidos.

El POA telegrafió nuevamente a Obregón pidiendo garantías y señalando que en caso de que se asesinara a Juan habría un motín en Acapulco. Obregón nuevamente se desentendió del asunto repitiendo que no era facultad suya intervenir en problemas electorales. En medio de esta guerra telegráfica y habiendo fracasado la maniobra de involucrar a Escudero en un complot militar, el ayuntamiento acapulqueño tomó posesión el primero de enero de 1921. Eran regidores Ismael Otero, Gregorio Salinas, Plácido Ríos, Emigdio García, Jesús Leyva y Maurilio Serrano.

Escudero fue nombrado presidente municipal. La bandera rojinegra del POA ondeó frente al ayuntamiento ese día.

Política municipal y guerra de clases

A los pocos días de haber tomado posesión, Juan volvió a chocar frontalmente contra los intereses de los comerciantes gachupines.

Según su versión, pasaba por las obras que construía el gachupín Pancho Galeana y se acercó a preguntar a los trabajadores qué horario tenían y cuánto ganaban. Sin duda estaba desplegando argumentos constitucionales sobre jornada máxima, cuando Pancho Galeana apareció por ahí (Escudero había tenido un serio enfrentamiento con Galeana al que había acusado en
Regeneración
de secuestrar a una niña) y ni tardo ni perezoso sacó la pistola al ver al «alcalde bolsheviqui» organizando a sus albañiles. No se atrevió a ir más allá, probablemente por la presencia de los obreros, pero acusó a Escudero de allanamiento de morada. Escudero se presentó en el juzgado, pidió un amparo y se enfrentó con el juez Peniche que, sobornado por los gachupines, se negó a concederlo. Escudero lo obligó a tramitar la demanda aunque eso le llevó varias horas de agria discusión.

El 30 de enero el Coronel Novoa dirigió un pelotón de soldados rifle en mano en una redada contra la casa del dirigente popular; afortunadamente no pudieron localizarlo. Juan R. estaba acostumbrándose a salir por la parte de atrás de su hogar a las horas más insospechadas.

En esos días había tenido que interponer un nuevo amparo para evitar que se le detuviera por órdenes del gobernador, y había acusado de calumnias a éste, al jefe de armas general Figueroa y al juez Ramón Peniche. En un telegrama a Obregón, que éste respondió nuevamente desentendiéndose, Escudero los llamaba «servidores de los gachupines».

Mientras tanto, Juan R. iniciaba una gestión municipal sorprendente. Según palabras de uno de sus más lúcidos biógrafos, Mario Gil: «La comuna acapulqueña no existía en realidad; había sido hasta entonces un instrumento de dominio de los gachupines; no había normas ni bando de policía, ni policía (pues la que existía era un grupo armado y pagado por los españoles); los impuestos se fijaban caprichosamente; no había tesorería; los funcionarios del ayuntamiento no percibían sueldos; en fin, era un verdadero caos organizado en beneficio de los amos del puerto. Fijó sueldos de cinco pesos a los regidores y de ocho al presidente municipal; nombró policía pagada por el ayuntamiento; designó a su hermano Felipe tesorero municipal, para lo cual exigió una fianza que garantizara sus manejos (la fianza la dio el padre de Escudero). Redujo los cobros que se hacían en el mercado, e impuso como impuesto máximo el de veinticinco centavos; creó las juntas municipales para evitar a los residentes de los pueblos el hacer viajes a la cabecera para tratar sus asuntos; emprendió una batida contra la insalubridad; exigió que todos los propietarios barrieran el frente de sus casas…».

De los cuatro pesos de sueldo quincenal de Juan R., dos correspondían a gastos de representación; nunca quiso cobrarlos, argumentando que su posición personal le permitía prescindir del sobresueldo.

Estas actividades estuvieron reglamentadas por un Bando de Policía y Buen Gobierno que se centraba en tres problemas: servicio de policía (prohibición de que los agentes tomaran alcohol bajo amenaza de expulsión, prohibición de que el comandante del cuerpo tuviera parientes en él, respeto a la ciudadanía, no permitir que los poderosos desacataran a la autoridad, obligación de que los agentes supieran leer); higiene municipal (obligación para los propietarios de pintar sus casas, mantener limpios los frentes, recoger la basura, impedir que perros y marranos anduvieran sueltos), y promoción de formas de organización económica de defensa popular (cooperativas de producción y de consumo, estímulos a talleres que produjeran materiales baratos, gestiones para fundar colonias agrícolas). Al mismo tiempo, el ayuntamiento se proponía atacar los dos problemas básicos del municipio: la educación, en colaboración con el poder federal, y el aislamiento, a través del apoyo a la construcción de la carretera que los uniera con Chilpancingo y, así, con la capital del país. Dos elementos resultaban claves para el desarrollo de esta política: la creación de un poder armado por primera vez independiente, e incluso antagónico a los intereses de los grandes comerciantes gachupines, representado por la policía, y el continuo trato cotidiano del alcalde con la gente del pueblo.

Juan R. tenía por costumbre recorrer todos los días las colonias populares discutiendo con los vecinos, haciéndoles recomendaciones, promoviendo la organización o la higiene, explicando las medidas adoptadas por el municipio y aplicando la ley en términos humanos e igualitarios.

Es muy conocida la anécdota de que, cuando un perro mordió a la anciana Buenaga, Juan hizo detener a su propio padre, dueño del animal, y además de obligarlo a cubrir los costos de la curación, le hizo pagar una multa de cien pesos, manteniendo encarcelado al viejo hasta que la multa se cubrió. Curiosamente la anécdota tiene una segunda versión, en la cual la multa a su padre fue de cincuenta pesos y fue aplicada por acumular desperdicios de coco frente a la puerta de su casa. El caso es que el viejo Escudero sufrió las vocaciones igualitarias de su hijo, y el rumor entre la población de que Juan haría cumplir la ley más allá de las personas se estableció.

Las elecciones para el congreso local representaron un nuevo punto de apoyo para la política y el poder del Partido Obrero de Acapulco; tanto Escudero como Béjar triunfaron en las elecciones para diputados y Rodolfo E. Neri fue electo gobernador de Guerrero el primero de abril de 1921.

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