Área 7 (37 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Área 7
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—No —dijo—, el puente Harbour es imposible. No he visto a nadie que haya podido alcanzar a otro Maghook en mitad del vuelo. Pero quizá…

9.59.09.

9.59.10.

Miró al presidente y a Gant, que se encontraban en la entrada del nivel 2, y calculó la distancia.

A continuación alzó la vista y vio la oscura parte inferior de la plataforma elevadora, en el extremo superior del hueco.

La sugerencia de Madre, sin embargo, le había dado una idea.

Quizá con los dos Maghook podían…

—¡Zorro! ¡Rápido! —dijo—. ¿Dónde está el minielevador?

—Donde lo dejamos antes, en el nivel 1 —respondió Gant.

—Vayan al nivel 1. Suban al minielevador. Pónganlo en marcha y deténganse a treinta metros por debajo de la plataforma elevadora principal. ¡Ahora!

Gant no rechistó. No era momento de discutir. No había tiempo. Agarró al presidente y desaparecieron del campo de visión de Schofield.

9.59.14.

9.59.15.

Schofield pasó junto a Libro II y recorrió de nuevo el túnel cruzado horizontal que daba al conducto de ventilación principal.

Llegó al conducto de ventilación vertical y sin parpadear siquiera volvió a disparar hacia arriba el Maghook.

Esta vez esperó a que el Maghook hubiera desenrollado todo el cable antes de activar la cabeza magnética.

Al igual que antes, la poderosa carga magnética del Maghook hizo que el gancho se pegara con fuerza a la pared de metal del conducto.

9.59.22.

9.59.23.

Schofield subió a toda velocidad por el conducto.

Libro II no fue con él, pues Schofield no disponía de tiempo para mandarle el Maghook. Tendría que hacerlo solo, y además, necesitaba el Maghook…

Las paredes de acero del conducto se sucedieron ante sus ojos a gran velocidad. Detuvo el mecanismo del carrete al llegar a otro conducto horizontal, tres niveles por encima, pero todavía a unos treinta metros por debajo del hangar principal. Echó a correr por el conducto vertical.

9.59.29.

9.59.30.

Salió de nuevo al hueco de la plataforma elevadora de aviones. La parte inferior de la plataforma se alzaba a treinta metros de él. Desde allí podía oír los disparos y gritos de los reclusos, en el hangar principal, y durante el más breve de los instantes se preguntó qué demonios estaban haciendo allí arriba.

9.59.34.

9.59.35.

Y entonces, con la luz de la linterna de su cañón, vio el minielevador subir por la pared de hormigón al otro lado del hueco del elevador. Sobre este se hallaban Gant, Juliet, Madre y el presidente.

9.59.37.

9.59.38.

Cuando el minielevador se puso a su mismo nivel, Schofield gritó:

—¡Muy bien! ¡Paren ahí!

El minielevador se detuvo bruscamente. En esos momentos estaba situado diagonalmente opuesto a Schofield pero separado de este por un abismo de hormigón de sesenta metros de ancho.

Se miraron desde los extremos opuestos del enorme hueco del elevador.

9.59.40.

—De acuerdo, Zorro —dijo Schofield por la radio—. Quiero que dispares el Maghook a la parte inferior de la plataforma elevadora.

—Pero el cable no es lo suficientemente largo como para cruzar…

—Lo sé, pero con dos Maghook sí lo será —dijo Schofield—. Intenta impactar en un tercio del ancho de la plataforma. Yo haré lo mismo desde aquí.

9.59.42.

Schofield disparó el Maghook. Con un ruido sordo, el gancho salió disparado por los aires, volando diagonalmente hacia arriba.

Y entonces, ¡clunk!, la cabeza magnética del gancho se unió a la parte inferior de la plataforma elevadora.

9.59.43.

¡Clunk! Se oyó un ruido similar procedente del otro lado del hueco. Gant había hecho lo mismo con su Maghook.

9.59.45.

9.59.46.

Schofield agarró fuertemente el Maghook con una mano. A continuación abrió el balón nuclear y vio el temporizador en su interior (00.00.14… 00.00.13…). Lo sujetó por el asa, abierto.

—De acuerdo, Zorro —dijo por el micro—. Ahora pásale el cable al presidente. Nos quedan doce segundos, así que solo vamos a tener una oportunidad.

—Oh, tienes que estar de coña —dijo Madre.

Al otro lado, Gant le dio el lanzador del Maghook al presidente de Estados Unidos.

—Buena suerte, señor.

En esos momentos el presidente y Schofield estaban uno frente a otro, aferrándose a los cables en diagonal de sus respectivos Maghook como trapecistas a punto de empezar su número.

9.59.49.

9.59.50.

—¡Ahora! —gritó Schofield.

Y se lanzaron.

Al hueco del elevador.

Dos figuras menudas, colgadas de dos cables finos como hilos.

Mientras los dos se balanceaban y dibujaban arcos idénticos, realmente parecían trapecistas, trapecistas que intentaban acercarse entre sí y encontrarse en el punto medio (Schofield con el maletín abierto y el presidente con el brazo extendido).

9.59.52.

9.59.53.

Schofield alcanzó la base de su arco y comenzó a subir.

Bajo tan tenue luz, vio al presidente con gesto horrorizado. Pero el presidente lo estaba haciendo bien, balanceándose hacia él fuertemente sujeto al cable y con la mano derecha extendida.

9.59.54.

9.59.55.

Y entonces se acercaron, elevándose, alcanzando las extremidades de sus arcos…

9.59.56.

9.59.57.

Y, a ciento veinte metros por encima de la base del hueco del elevador, oscilando en una oscuridad casi total, se unieron y el presidente colocó la palma de su mano estirada sobre el analizador que asía Schofield.

¡Bip!

El temporizador del balón nuclear se reinició al instante.

00.00.02 se convirtió en 90.00.00 y el reloj comenzó de nuevo la cuenta atrás.

Schofield y el presidente, tras haber compartido el mismo espacio aéreo, se balancearon hacia sus respectivos lados.

El presidente llegó a la plataforma del minielevador, donde Gant, Madre y Juliet lo agarraron.

Al otro lado del hueco del elevador, Schofield regresó al conducto cruzado.

Aterrizó sin problemas en el borde del túnel y respiró profundamente, aliviado. El balón nuclear de acero inoxidable seguía colgando abierto de su mano.

Lo habían logrado. Al menos durante otros noventa minutos. Ahora lo que tenía que hacer era lograr que Libro II y él llegaran hasta el presidente. Y luego retomarían sus asuntos.

Schofield enrolló el cable de su Maghook y se dio la vuelta para bajar por el conducto hasta Libro…

Y vio a tres hombres bloqueándole el camino; hombres que solo llevaban vaqueros azules, sin camisas. También blandían varias Remington. Tenían el torso tatuado, bíceps prominentes y a alguno de ellos le faltaban los dientes delanteros.

—Bienvenido al paraíso, colega —dijo uno de los prisioneros mientras lo apuntaba con un arma.

* * *

César Russell corría por el túnel bajo de hormigón.

Los tres hombres restantes de la unidad Alfa corrían delante de él. Kurt Logan era el último.

Acaban de dejar a Harper y a los demás en la sala de control, donde serían capturados por los presos, y estaban corriendo en esos momentos por el pasadizo de escape para llegar al punto donde este confluía con la salida de la puerta superior.

Doblaron una curva y llegaron a una puerta de acero hundida en el hormigón. Teclearon el código. La puerta se abrió.

El túnel de la puerta superior apareció ante ellos, bifurcándose a la derecha y a la izquierda.

A la derecha, la libertad, la salida que daba a uno de los hangares exteriores del Área 7.

A la izquierda, tras una curva, el hueco del ascensor de personal y… algo más.

César se quedó inmóvil.

Una bota de combate sobresalía por la esquina que daba al hueco del ascensor de personal.

La bota de combate negra de un soldado muerto.

César se acercó.

Y vio que la bota pertenecía al cuerpo terriblemente ensangrentado de Pitón Willis, el oficial al frente de la unidad Charlie, la unidad del séptimo escuadrón que había sido enviada a llevar a Kevin de regreso al Área 7.

El rostro de César se ensombreció.

La unidad Charlie yacía muerta ante él. Y Kevin no estaba por ninguna parte.

Entonces César vio una marca junto a los dedos inertes de Pitón Willis, un símbolo garabateado con sangre, un último gesto del comandante de la unidad Charlie antes de morir. Una «E» mayúscula.

César se quedó mirándola con el ceño fruncido.

Logan se colocó junto a él.

—¿Qué ocurre?

—Vayamos al segundo puesto de control —dijo César sin inmutarse—. Y, cuando lleguemos allí, quiero que averigüe qué le ha sucedido a la unidad Eco.

Shane Schofield salió de la entrada del conducto de ventilación situado bajo el
Marine One
, flanqueado por cuatro presos fuertemente armados. Ya no llevaba el balón nuclear. Uno de sus captores lo sostenía como si de un juguete nuevo se tratara.

Cuando salió de debajo del helicóptero presidencial, le pareció oír golpes y gritos…

Y de repente, ¡bum!, un disparo hizo que se detuviera. Al disparo le siguieron sonoras carcajadas de aprobación.

Entonces oyó otro disparo… y más vítores y aplausos.

Schofield sintió que se le helaba la sangre.

¿Qué demonios era todo aquello?

Salió de debajo del
Marine One
y al instante vio a unos treinta reclusos. Estaban dándole la espalda, reunidos alrededor de la plataforma elevadora de aviones central.

En el tiempo que había transcurrido desde su captura en el conducto de ventilación, los presos habían bajado la plataforma (con los restos del AWACS aún en ella) unos tres metros por debajo del nivel del suelo y la habían detenido allí, de manera que en esos momentos conformaba un foso enorme y cuadrado en el centro del hangar.

Los presos estaban congregados alrededor del foso y miraban con atención el interior de este como si estuvieran apostando en una pelea de gallos: golpeándose los puños, gritando y abucheando. Un tipo greñudo estaba gritando:

—Corre, pequeñín, corre. ¡Jajajaja!

Era el grupo más variopinto y aterrador que Schofield había visto nunca.

Sus iracundos rostros estaban cubiertos de cicatrices y tatuajes. Cada uno de ellos había personalizado a su gusto el uniforme de prisión: algunos le habían quitado las mangas y se las habían puesto en la cabeza, otros llevaban las camisas abiertas, otros por fuera, algunos ni siquiera las llevaban…

Schofield fue conducido al borde del foso. Miró su interior.

Entre el amasijo de hierros y restos del AWACS que yacían desperdigados por la plataforma, vio a dos hombres con uniformes de la Fuerza Aérea (jóvenes y, a juzgar por sus uniformes perfectamente planchados, carne de oficina, operadores de radiocomunicaciones probablemente) corriendo como animales aterrorizados.

En el foso, con ellos, había cinco presos fornidos (todos provistos de armas) merodeando entre los restos, a la caza de los desventurados operadores.

Schofield vio los cuerpos de dos operadores más en dos charcos de sangre en distintas esquinas del foso: la causa de los vítores que había oído antes.

Fue entonces, sin embargo, cuando Schofield observó horrorizado que un grupo de reclusos salía del otro lado del hangar.

En medio de ese nuevo grupo de presos, Schofield vio a Gant, Madre, Juliet… y al presidente de Estados Unidos.

—Esto no puede estar pasando —dijo para sí.

* * *

En la oscuridad del hangar del nivel 1, Nicholas Tate III, asesor presidencial de política nacional, miraba nervioso el hueco del elevador.

El presidente y sus tres féminas guardaespaldas no habían regresado de su incursión en el minielevador extraíble y Tate estaba preocupado.

—¿Cree que los han cogido los presos? —le preguntó a Acero Hagerty.

Desde allí se podían oír los gritos y disparos procedentes del hangar principal. Era como estar fuera de un estadio durante un partido de fútbol.

—Espero que no —susurró Hagerty.

Tate siguió contemplando el hueco del elevador mientras miles de pensamientos se agolpaban en su mente, la mayoría de ellos relativos a su supervivencia. Transcurrió un minuto.

—Entonces, ¿qué cree que debemos hacer? —preguntó finalmente, sin girarse hacia Hagerty.

No obtuvo respuesta.

Tate frunció el ceño y se volvió.

—He dicho… —Se calló.

Hagerty no estaba.

El hangar del nivel 1 se extendía ante él, envuelto en sombras. Las únicas presencias allí eran las sombras de los aviones estacionados.

Tate se puso pálido.

Hagerty había desaparecido.

Se había esfumado, al instante, en cuestión de un minuto.

Era como si lo hubieran borrado de la faz de la tierra.

Nicholas Tate se estremeció de terror. Ahora estaba solo, allí abajo, en una instalación sellada plagada de soldados traidores y la peor calaña de asesinos que haya conocido el hombre.

Y entonces lo vio.

Algo relucía en el suelo a unos metros de él, en el lugar en el que instantes antes se hallaba Hagerty. Se agachó y lo cogió.

Era un anillo.

Un anillo de oro. Un anillo de oficial.

El anillo de graduación de Annapolis de Hagerty.

Los dos últimos operadores de radiocomunicaciones no duraron demasiado.

Cuando los últimos disparos resonaron en el interior del foso, juntaron a empellones a Schofield y a Gant y a los demás los pusieron a su lado.

—Hola —dijo Gant.

—Hola —dijo Schofield.

Después del osado número trapecista de Schofield y el presidente, Gant y su equipo no habían corrido mejor suerte que Schofield.

Tan pronto como el presidente había pisado el minielevador, este había comenzado a ascender. Alguien lo había llamado desde el hangar principal.

Los habían subido al hangar y allí se habían topado con una pesadilla totalmente nueva.

Los presos, las cobayas de la vacuna de Gunther Botha, estaban ahora al mando del Área 7.

Aunque no había manera de esconder su exiguo armamento, Gant sí había conseguido ocultar su Maghook mientras el minielevador subía. En esos momentos pendía magnéticamente de la parte inferior del minielevador extraíble.

Por desgracia, cuando la pequeña plataforma había llegado al hangar principal, la caja negra que Gant había cogido del AWACS seguía en su poder.

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