Read Asesinato en el Comité Central Online
Authors: Manuel Vázquez Montalbán
Tags: #Intriga, Policíaco
—¿Tenía eso en cuenta también cuando se cagaba en el partido o en la madre que parió a Garrido?
—No le negaré que a veces me he cagado en eso y en mucho más. Todos hemos odiado a veces lo que más amamos. El odio pasa, el amor queda.
—¿Se justificó Garrido ante usted?
—No directamente. Eran otros tiempos. Se estaba luchando contra el estalinismo a veces con procedimientos estalinistas y en vida de Stalin. De hecho la tendencia o corriente de opinión a la que yo pertenecía era mucho más estalinista que la de Garrido. La Historia le ha dado la razón a él.
—¿Qué sintió cuando vio a Garrido asesinado?
Una parálisis repentina ha convertido el viejo rostro en una máscara, pero lentamente vuelve el movimiento muscular y los labios musitan:
—Perplejidad.
—Usted hizo la guerra en el frente de Madrid, no en retaguardia sino en el frente. Usted es un hombre que sabe pelear. Luego combatió en Catalunya.
—Sabía manejar el machete, si es a eso a lo que va a parar. Es cierto. Convenientemente entrenado es posible que aún tuviera fuerzas para volver a utilizarlo, aunque sólo fuera una vez. Tal vez sea ya un viejo arteriosclerótico y no razone como en otros tiempos. De todo eso puede deducir que apuñalé a Garrido a pesar de que me había rehabilitado y dado un puesto de dirección. ¿Sabe usted cómo nos llaman a los dirigentes del partido? El Frente de Juventudes, porque quien más quien menos todos tenemos treinta años en cada pierna. Pero no busque entre los viejos. Pertenecemos a la vieja cultura. Todos somos Bujarines. Todos habríamos preferido la muerte antes que dañar objetivamente al partido. Los jóvenes son diferentes. Si les pregunta si serían capaces de sacrificarse por la marcha de la historia le contestarán que a ellos no les va la marcha. Han vivido otras circunstancias. Me gustaría verlos enfrentados a una guerra civil o a lo que fue la clandestinidad en los años cuarenta y cincuenta. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena.
El discurso prosiguió rememorando antiguos ejemplos de cultura del sacrificio marxista. El propio London.
¿Conoce usted el caso de London? El propio London sólo ha hablado cuando su ejemplo puede servir a las nuevas directrices del comunismo, al socialismo con rostro humano. A Carvalho se le cerraban los párpados.
—¿Tiene usted sueño?
—Apenas he dormido.
—Hay que dormir las horas justas. Los excesos se pagan.
Lecumberri Aranaz estaba encajonado en un despachito de la Fundación José Díaz, manejando una calculadora antigua con bobinas de papel.
—Nunca salen las cuentas. Perdone un momento.
Carvalho aprovechó el momento para un duermevela inicial que se convirtió en un corto sueño profundo del que salió con baba en una esquina de la boca y los ojos parpadeantes asumiendo lentamente la mirada de sorna que le dirigía Lecumberri desde el otro lado de la mesa.
—¿No le iría mejor echar una cabezada?
—Desde que he llegado a Madrid no he podido dormir tranquilamente ni una noche. Cuando no me apalizan me amenazan con pistolas.
—Contra Franco estábamos mejor.
No era un sarcasmo vasco. Más bien parecía un sarcasmo paradójico mediterráneo y, por lo tanto, esteticista. Carvalho se encogió de hombros.
—Usted ha tenido una vida muy interesante. Creo que fue activista de ETA.
—Bueno, la ETA de entonces no era la de ahora. Había menos actividad. Compare usted la estadística de atentados de mis tiempos con la de ahora. No hay color.
Era tan vasco que sólo le faltaba la chapela y una cazuela de pimientos rellenos sobre la mesa, ahora ocupada por la contabilidad de la «Fundación José Díaz».
—¿Qué hace un vasco como usted en una ciudad como ésta?
—A veces me lo pregunto.
—Como activista de ETA debió recibir una formación especial, un entrenamiento para la lucha armada.
—Qué va. Cuatro coñas y un poco de tiro. Repito, eran otros tiempos. Todos éramos unos voluntaristas. Ahora es otra cosa. Se habla hasta de campo de entrenamiento en los Emiratos Árabes o en Libia. Entonces nos íbamos al monte en el País Vasco francés, cuatro capulladas y luego a poner nervioso al franquismo. Eso era todo.
—¿Por qué se hizo comunista?
—Porque consideré que el papel histórico de ETA ya se había cumplido. Aunque sigo pensando que el partido comunista nunca entendió correctamente la cuestión nacional vasca, y así nos va por allá. También creía que incorporaciones como la mía podrían ayudar a vasquizar al PC en Euzkadi. Hoy no sé qué decirle. Estas paredes se me caen encima. Comprendo que hago un trabajo útil. Pero estas paredes se me caen encima.
—Usted fue detenido por la policía como etarra.
—Sí.
—Torturado, supongo.
—Bien supuesto.
—Pero no tuvo una condena demasiado alta.
—Cayeron los del proceso de Burgos y se cebaron con ellos. Tampoco me habían encontrado un gran paquete.
—La policía no ha vuelto a molestarle.
—Escaramuzas.
—Tengo entendido que ha pedido usted una excedencia como profesional del partido.
—¿Se ha enterado por la televisión? No sabía que fuera tan popular.
—¿Por qué?
—No estoy a la altura de las circunstancias. Un dirigente del partido sigue sin tener vida privada. Antes era por la clandestinidad. Ahora por la escasez de cuadros y la necesidad de actuar en todos los frentes democráticos. La familia presiona. Tengo casi cuarenta años y apenas he vivido. Me gustaría dar la vuelta al mundo, por ejemplo, o hacer lo que me diera la gana los fines de semana. Pasearme por La Concha. Ver cómo juegan los chavales sobre la arena. Ver crecer a mis hijos. Oír de qué hablan. Tengo una carrera, no soy sólo un activista, estoy cansado. No soy un revolucionario, soy simplemente un antifascista. Ése es un descubrimiento que muchos hemos hecho después de morir Franco y no nos lo hemos clarificado suficientemente a nosotros mismos. Mal asunto cuando militar se convierte en una rutina. Yo estoy seco. Sin ganas. Sin imaginación. ¡Quiero irme a casa! En cuanto nos saquemos de encima el cadáver de Garrido me voy a casa.
Boca apretada, ojos negros brillantes, obstinación musculada en un cuerpo pequeño, palabras escupidas por la pasión: Han matado a mi padre, es que para mí Fernando era como un padre, más que mi padre, igual que Santos, desde la primera leche que mamé les venero. Esparza Julve, mayorista de frutos tropicales, lichis, kiwis, mangos, papaya, frutos de la pasión, pina tropical.
—¿A cuánto los gallegos?
—Cien pesetas más baratos.
—¿De qué gallegos habla?
—Hay kiwis neozelandeses y kiwis gallegos, cultivados en invernaderos. Compárelos. Los de Oceanía son más bonitos. Los gallegos más toscos, aunque saben muy bien, un poco más ácidos quizá, ¡oye tú! ¡Trátame las cajas como si fueran tu madre! ¡Mejor que a tu madre! Nos ha fastiado, luego llega la mercancía como llega. Hubo una época en que convivíamos todo el día. Cuando mi padre murió en la cárcel yo me fui a Francia y viví en casa de Santos. Bueno, Santos iba y venía, porque pocos saben que estuvo más tiempo en el interior que en el exterior, jugándosela siempre. Santos, ahí donde le ve, tan amable, tan educado, tan diplomático, los tiene así. Aún recurro a él cuando tengo algún problema, sea del tipo que sea. Parece que sólo entiende de política, pero es un cerebro, un cerebro para todo. Y Fernando, por Fernando yo hubiera hecho cualquier cosa, vamos, lo que me hubiera pedido. Cuando decidí dejar el partido como profesional, ¿usted cree que me censuraron?, no señor, me dieron ánimos, porque sabían que yo a gusto cumplía y a disgusto pues también aún que a regañadientes. No era lo mío aquella vida. Mil horas de reunión a la semana. Siempre he sido un hombre inquieto y he necesitado desarrollar mis iniciativas. Ahora estoy en el Central como representante de los pequeños empresarios, y tan pequeños, pero también sirvo al partido. Esparza, un avalito para esto. Esparza, cincuenta mil pesetas para aquello. Y Esparza tracatrá, porque al partido se le sirve de muy diferentes maneras. Hay quien le dedica toda su vida. Hay quien pone toda su inteligencia. Hay quien pone buena voluntad o dinero. Eso es lo majo de un partido abierto y moderno, un partido de nuevo tipo, como decía Fernando. A mí me iba más el partido de células, ¿eh? A qué negarlo. Me parecía, no sé, más comunista, pero también en esto o te renuevas o te la pegas, porque lo que a mí me jode de los conservadores es que a veces se presentan los tíos como los más cojonudos progresistas del mundo y si miras bien mirado lo que proponen resulta que es del año de María Castaña. Que si leninistas y no leninistas. Vamos a ver. ¿Qué habría hecho Lenin en España en 1975? ¿Tirarse contra las bayonetas? Pues no, porque no era ningún tonto y tonterías sólo las hacen los tontos. A mí nunca me han ido las teorías. Mi padre había sido minero y para labrador iba yo hasta que me hice profesional del partido y luego empecé negocietes, sencillos, como éste. Pero aunque no sea un teórico, sé escuchar y he tenido la suerte de escuchar a gente que sabía lo que interesa a la clase obrera. Porque un buen comunista no es sólo aquel que se parte el pecho contra la burguesía y se llena la boca de palabras como dictadura del proletariado, sino aquel que tiene visión de conjunto de lo que pasa y de lo que debería pasar en beneficio de la clase obrera. ¿Quiere probar un fruto de la pasión?
Obsceno cojón de viejo lleno de pulpa escasa y acida.
—Hay que acostumbrarse al sabor. En algunos restaurantes hacen helados, hasta helados. Ya no saben qué comer. Si un campesino inventa un melón con sabor a bonito en escabeche se forra.
—Usted tenía mucha familiaridad con Garrido, ¿en ningún momento le dijo algo que pudiera ser un aviso sobre lo que ha ocurrido?
—Garrido era un hombre muy templado, no se acojonaba por cualquier cosa. Precisamente le vi un momento antes de entrar en la sala el día de su muerte. Un grupo de camaradas manchegos le esperaban para hacerle un homenaje y él me vio entre ellos y me puso un brazo por los hombros. ¿Qué tal, Julvito? No sé por qué, pero siempre me han llamado Julvito. Empezó Santos y los viejos me llaman Julvito. Cuando yo era un muchacho había pasado temporadas de vacaciones en Crimea o en Rumania con los hijos de Santos y de Garrido. Tantos recuerdos. Tantas esperanzas.
—¿Estaba tranquilo Garrido el día del crimen?
—Como yo o como usted ahora. Yo iba junto a él aquel día en que salió de las Cortes y un grupo de mujeres de Fuerza Nueva empezaron a llamarle asesino y a decirle vete a Moscú. Garrido se fue hacia ellas y les dijo: Prefiero ser un presidiario en España que un hombre libre en Moscú y las tías se quedaron con la boca así, les cabía la Biblia en verso en aquella boca, así. Templado. Templado. El día del crimen cambiamos unas cuantas palabras. Le pregunté por la cuestión sindical, estos socialistas son del morro torcido; normal, me contestó, hacen su política, como nosotros, pero al final del camino nos encontraremos. El día del Juicio Final, le dije yo porque con él hablo con mucha confianza y soy muy guasón. No tan tarde, Julvito, no tan tarde. Es que a veces cuesta tener paciencia, porque los compañeros socialistas, son la hostia, aquí entre nosotros. Ya lo dijo no sé quién: Nosotros hemos salido de las cárceles y hay quien ha salido de debajo de las piedras. Muy bueno. Muy bueno también aquello de: PSOE, cien años de Historia… y cuarenta de vacaciones. No hay que ser sectario, pero a veces lo ponen muy difícil. No se fían de nosotros, o, mejor dicho, les interesa hacer ver que no se fían de nosotros para así descalificarnos ante la burguesía. Claro que en el pasado les hemos hecho alguna cabronada, pero ellos también y bien estuvimos codo con codo durante la guerra. Yo, en el fondo, sigo en esto para ser fiel a mí mismo, pero ya me tocaría descansar, porque me he batido el cobre años y años y yo, de hecho, quería dejarlo, pero Santos me convenció, unos años más, Julvito, para dar ejemplo, para que los más jóvenes convivan con vosotros y sepan en qué consiste el patrimonio moral de los comunistas y por eso sigo en el Comité Central, pero ya no es cosa para mí, yo seguiría trabajando, en la base, ayudando en lo que sea, pero el Comité Central es para otra gente con toda la historia por delante y no por detrás, como yo. Ya lo envié todo a rodar cuando tenía treinta y pico años, dos hijos y nada por delante y nada por detrás. Me fui de emigrante. De emigrante, a trabajar con estas dos manos a Alemania, pero allí otra vez el rollo, la organización del partido en la emigración, ¿en qué quedamos? Me preguntaba Santos cada vez que venía a visitarnos, te vas de España para perdernos de vista y aquí vuelves a liarte, es que puede más que yo, lo he mamado, lo he mamado. Y ahora más que nunca, en estos momentos más que nunca, para demostrar a los asesinos que no nos destruirán, que si no pudo el franquismo tampoco podrá la mafia esa.
—¿Garrido ha sido asesinado por la mafia?
—No. Me refiero a la Trilateral. ¿Quién si no? Garrido y el eurocomunismo les eran incómodos. Esa imagen de comunismo civilizado, como hay que ser, ¿no?, pues desarmaba a muchos anticomunistas y eso les ponía enfermos a los de la Trilateral.
—La Trilateral puede matar a un hombre sin quitarle la vida. Puede montarle una campaña de desprestigio aplastante.
—Han sido ellos. No le dé más vueltas. Querían romper una imagen, hacer imposible la propuesta eurocomunista. Fíjese qué desgracia y qué escándalo. ¿Cómo vamos a quedar ante la opinión del mundo entero? Y eso cuenta, porque ya lo decía Garrido, no podemos vivir aislados, hemos de tener una visión de conjunto de todo y todos los que componen nuestro partido y de qué posición ocupa nuestro partido dentro del conjunto de la sociedad española.
—Se lo sabe de memoria.
—Cuando se tiene a un Garrido vale la pena aprovecharlo. Son cuarenta años de comunismo español lo que han tratado de masacrar.
Se empeñó en que probara un kiwi gallego y un kiwi oceánico.
—¿A que se parecen? Hoy día se puede cultivar tabaco en el Polo Norte; creas unas condiciones ambientales artificiales v sale lo que quieras. Yo empecé en los negocios como socio de una sociedad que cultivaba endivias, esas ensaladas blancas, belgas. Fue un desastre entonces, pero ahora bien se han impuesto. Cada cosa tiene su época y lo que se adelanta a su época muchas veces se queda en simple ruina. Ya ve usted lo que son las cosas. La historia no tiene corazón, ni cerebro.