Atrapado en un sueño (13 page)

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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: Atrapado en un sueño
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—Me parece bien.

—¿Cómo es su vida cotidiana? ¿Vive con alguien?

—No, no puedo. Es una putada, pero ni siquiera soy capaz de aguantar a mis propios hijos durante mucho rato. Pasan casi todo el tiempo con su madre, aunque intento que estén conmigo cada dos fines de semana. A menudo tiene que recogerlos antes.

Anders Ahlström sacó su talonario y escribió una receta que tendió a Arvidsson.

—Ya tiene mi teléfono. Llámeme si ocurre algo. ¿Me lo promete?

Más tarde, una vez que Per Arvidsson hubo abandonado el despacho, Anders Ahlström dudó de haber actuado de la forma correcta. Siempre existe el riesgo de que las personas con tendencias suicidas que han mostrado un comportamiento apático en su depresión recuperen fuerzas y energía para quitarse la vida después de comenzar a medicarse. El primer mes es complicado. No era aconsejable que Per Arvidsson estuviera solo, aun que ya lo había hecho antes. Anders Ahlström se acercó al lavabo para enjuagarse las manos, casi en un gesto bíblico, y se hizo una mueca a sí mismo en el espejo. Todos los médicos cometen errores. De vez en cuando sucede. No puedes supervisar a todos tus pacientes las veinticuatro horas del día para asegurarte de que no se hagan daño. De los que tratas bajo presión por cumplir un horario, entre un diez y un veinte por ciento son atendidos incorrectamente. En realidad, saldrían mejor parados si no fueran al médico.

El timbre del teléfono lo sacó de sus meditaciones. Con un profundo suspiro se estiró para coger el auricular. Verdaderamente no tenía tiempo ahora para llamadas.

—Papá, me voy a casa. No quiero estar en el cole. Las niñas de mi clase son supertontas y dicen que huelo mal porque no quiero ducharme en gimnasia. Y no quiero porque entonces no me da tiempo a ir con las otras al comedor y tengo que comer sola. Y no me dejan sitio en la mesa. Además, me duele la barriga.

—Pero, cariñito, ¿se lo has dicho a la profe?

—Ella no se entera de nada —respondió Julia reprimiendo el llanto.

—¿Y no está todavía ese asistente de los alumnos? ¿No puedes hablar con él?

—Solo por e-mail. Hoy no ha venido. Me voy a casa.

—Pero ¿no hay ninguna enfermera escolar u otro adulto?

—La enfermera solo viene para vacunarnos, tonto. No quiero estar aquí. ¡Odio el colegio!

Anders Ahlström salió a la sala de espera, que estaba a reventar de gente, y llamó al siguiente paciente.

Capítulo 14

Harry Molin se quedó dando vueltas al asunto de la enfermedad de Lyme hasta altas horas de la madrugada. Nada más amanecer, llamó para pedir una cita urgente. La enfermera del servicio de asesoramiento telefónico estaba de interina durante el verano y era considerablemente más complaciente que las brujas de costumbre. Con solo ver su abultado historial clínico había comprendido que era una persona muy enferma, asignándole una cita para las diez de la mañana. Antes tendría tiempo de sacar a pasear a sus perros, que se habían mostrado muy inquietos a lo largo de la noche.

No es que estuviera cien por cien seguro de que le hubiera mordido una garrapata, pero había leído el reportaje sobre la familia de Vallhagar, en Fröjel, que fue atacada por cientos de garrapatas. Tenían los pies totalmente cubiertos de puntitos negros de ninfas de garrapatas, una imagen terrorífica que le desquiciaba por completo. Suponiendo que una de cada cinco garrapatas portara una infección… Podía ser encefalitis, la enfermedad de Lyme, estreptococos o estafilococos o cualquier otra afección horrible cuyo nombre desconocía y, por tanto, la convertía en todavía más terrorífica que las conocidas. Él había estado en Vallhagar para ver los montículos de piedras funerarias unos diez años atrás. Desde entonces, los síntomas habían aparecido, desaparecido, desplazado y modificado. Cansancio, síntomas gripales, molestias en la nuca y la espalda. Lo típico de la enfermedad de Lyme. Pero ninguna marca roja que pudiera recordar. Por eso lo había descartado hasta que leyó ese informe la noche anterior. La ciencia avanza, se realizan nuevos hallazgos todo el tiempo. Antes, a los infectados con la enfermedad de Lyme se les consideraba enfermos imaginarios. ¿Acaso alguien les ha pedido disculpas por eso? Y ahora se sabe aún más. Por ejemplo, que uno de cada cuatro afectados no presenta el típico anillo alrededor de la mordedura, lo cual había leído tanto en internet como en el folleto. ¿Cómo se puede saber entonces si estás infectado?

—Y si la garrapata te muerde en el cuero cabelludo o en la espalda puede resultar difícil descubrir siquiera si te ha mordido, ¿no es cierto? —interpeló a
Mirabell
, su labrador, que, curiosa, se abría paso por la cuesta olisqueando con el hocico. La enfermedad de Lyme podía ser la causa de que no se sintiera bien. Lo mínimo que el médico podía hacer era realizarle un análisis de sangre—. Uno no puede profesarle un gran respeto al cuerpo médico cuando tiene que pensar constantemente por ellos, investigar cosas y proponérselas sin herir su orgullo —explicó al perro.

Mirabell
meneó la cola contenta de la atención recibida.

—¿Cómo es posible que les cueste tanto comprenderlo? —agregó sujetando de la correa a
Gordon
. Parecía que el pastor alemán había olfateado algo y tiraba ahora con todas sus fuerzas para seguir avanzando—. ¿Sabes,
Mirabell
? A los médicos no se les ocurre nada por sí mismos. —El labrador irguió las orejas y dio un ladrido—. Así me gusta.

Por supuesto, había una excepción. Harry se sulfuraba solo de pensar en el joven medicucho que estuvo de interino el verano anterior, cuando acudió a la consulta por problemas con la orina. No había disponible una sala de exploración, así que Harry se había visto acorralado en el recodo de un ventanal e instado a bajarse los pantalones. El joven facultativo balbuceó algo inaudible y procedió acto seguido a insertarle un dedo en el ano. Así, sin más. ¡Menudo atropello! Si no llega a interceder la enfermera, ese mocoso se habría llevado un buen sopapo. Cuando se trataba de humillarte, no escatimaban medios.

Harry se detuvo y frenó a sus perros. Era increíble la fuerza con la que tiraban.

—¡Quietos! ¡He dicho que quietos!

No quería bajo ningún concepto meterse en el jardín de Linn Bogren. Al acercarse, pudo comprobar que la puerta de la valla se encontraba abierta y que en los árboles del interior serpenteaban largas tiras de tela. ¿Se trataba de una broma? Tenía una pinta extrañísima. ¿Sería su cumpleaños? Harry se acordó de su treinta cumpleaños, cuando sus amigos montaron un mercadillo con todos los objetos inservibles que guardaban en sus hogares y que él mismo tuvo que vender. Lo que sacó, casi dos mil coronas, fue su regalo. Un presente magnífico, teniendo también en cuenta que pudo elegir primero entre la montaña de cacharros. Sí, seguro que era eso; la enfermera cumplía años. Le llevaría un ramo de flores de su jardín para felicitarla y aprovecharía para consultarle sobre la enfermedad de Lyme. Si la puerta estaba abierta es que se hallaba en casa.
Gordon
empezó a gruñir desde lo más profundo de su tráquea. Era difícil llevar de vuelta a casa a esos revoltosos perros cuando el paseo apenas había comenzado.

Harry formó un bonito ramo de lirios de los valles y nomeolvides, insertando tres ramilletes de dicentras apenas florecidas. Tenía un aspecto realmente coqueto. Seguidamente lo envolvió en papel para tarta, como su abuela materna le había enseñado. El resultado era siempre elegante y con cierto parecido a los ramos de las floristerías.

La puerta de la entrada seguía abierta, y la de la cocina también, lo cual le sorprendió al adentrarse en el agradable patio interior. Las franjas de tela ondeando por todas partes producían una impresión realmente rara. Ató la correa de los perros a la baranda de la escalera y
Gordon
le dirigió una mirada acusadora, que Harry se negó a confrontar. Por su parte,
Mirabell
le lanzó un gañido y se puso a ladrar.

—¡Calla! —exclamó rodeando la mesa blanca de hierro para el café. Llamó entonces a la puerta, pero sin respuesta—. ¡Hola! —Evidentemente, si la puerta estaba abierta, la enfermera debía encontrarse en casa—. ¡Hola! ¿Hay alguien en casa?

No quería asustarla ni sorprenderla en una situación comprometida, así que siguió avanzando de forma estruendosa para que se oyera que estaba aproximándose. Tal vez no se hubiera vestido todavía. Eran apenas las ocho. Eso resultaría embarazoso. No había nadie en la cocina. En la mesa vio una taza abandonada junto a una bolsa de té ya usada. Unas migajas señalaban el lugar donde antes había habido un bocadillo. Y el suelo no se había fregado seguramente en una semana. Por su parte, Harry pasaba la fregona todas las noches. Hay que tener las cosas limpias. Empezó a sentirse algo incomodado de que no apareciera.

—¿Hay alguien?

Aguzó al máximo el oído, pero no pudo percibir ni un solo sonido. Si estuviera en la ducha, lo lógico hubiera sido oír el agua correr. Volvió a la puerta de la entrada. El sol de la mañana entraba directamente en la sala de estar. Los muebles no presentaban una disposición simétrica. Daba la impresión de que alguien hubiera empezado a cambiarlos de sitio y luego se hubiera arrepentido. Se topó entonces con unas cajas de mudanza. ¿Tenían la intención de mudarse? Claes no le había dicho nada al respecto. Eran sobre todo libros. Harry se sentó en el sofá y se puso a pensar. Tal vez se tratara de libros que querían subir a la buhardilla. A él también le costaba trabajo tirar cosas y, en particular, libros. Después de leerlos, formas parte personalmente del argumento. Es como si uno «realizara» el libro cuando lo lee, aportándole tus propias ideas y pensamientos. Y luego no te puedes desprender de él. Pero ¿qué era eso que relucía sobre el suelo? ¿Había llovido dentro o acaso habían regado descuidadamente las flores de la ventana? Uno no puede ser tan dejado. Quedarían unas feas marcas en el parquet. Tenía que ponerse de pie para verlo mejor. Se trataba de trocitos de cristal. La ventana de la puerta de la terraza estaba destrozada. Muy extraño… Ahora sí que empezó a sentirse verdaderamente incómodo.

Los perros gemían afuera. ¿Qué les pasaba? Nunca solían hacerlo. Había ocurrido lo mismo esa noche.

—¡Chis! ¡Qué os calléis os digo!

Si la enfermera hubiera estado en casa le habría oído gritarles. ¿Es que le había ocurrido algo? Esto era realmente sospechoso. Harry se levantó y justo cuando salía de la casa vio la mancha junto a la puerta del dormitorio, una mancha roja al lado del umbral. Le parecía bastante cochino y descuidado no limpiar el suelo cuando se te cae algo. Podía tratarse de vino, de sirope de arándano rojo o tal vez de grosella negra… si no fuera por el olor dulzón que exhalaba la alcoba a oscuras y que le llegó al aproximarse. Metió el dedo en ese líquido pegajoso y lo olió. Las flores se le cayeron al suelo sin que se diera cuenta. Con su mano pringosa buscó a tientas por detrás del marco de la puerta el interruptor y, súbitamente, la habitación se vio bañada por una luz blanca e implacable. Sintió que estaba a punto de desmayarse, pero no podía hacerlo. Tenía que salir de ahí. Rápido. Fuera. Lejos. La funda blanca del edredón presentaba grandes manchas de sangre y la pared color crema tras el cabecero estaba salpicada de una furia de rojo parduzco. Los novios de la foto enmarcada sobre la cama exhibían latigazos sangrientos. Sobre la cama reposaba una motosierra eléctrica con la hoja manchada de sangre. Harry sintió cómo sus piernas flaqueaban y salió trastabillado de la estancia. Los dedos se negaban a obedecerle cuando fue a desatar a sus perros. Cuanto más tiraba del nudo, más se apretaba. Los oídos le zumbaban. El matarife que había cometido ese perverso acto quizá estuviera ahí, esperando a la siguiente víctima. Por un instante pensó en abandonar a los perros y ponerse él a salvo, pero se lo pensó mejor. Si el criminal se encontraba en las inmediaciones estaría más seguro con los perros a su lado. Le entraron unas ganas irreprimibles de vomitar, pero primero tenía que buscar refugio. Echar el cerrojo. Un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. Tenía que ir a casa y encerrarse. Dejar todo lo terrible ahí afuera. La sangre en las manos… ¿y si la policía pensaba que él era el responsable? ¿Cómo podría probar que se acercó a la casa cuando paseaba con los perros? ¿Dónde estaba Linn? ¿Qué había hecho el asesino con el cuerpo? Nadie puede sobrevivir a tal pérdida de sangre. Tenía que estar muerta.

Una vez en casa, se lavó y desinfectó las manos. Las correas y la ropa las metió directamente en la lavadora. Una sensación de náusea fermentaba en su cuello. Peinó su casa en compañía de
Gordon
antes de atreverse a cerrar con pestillo la puerta de la entrada. La de la cocina serviría de vía de escape en caso de presentarse el asesino. Se sentó en una silla de la cocina y sujetó a sus nerviosos perros a su lado, de forma espasmódica, mientras trataba de pensar, pero el sentido común le fallaba y acurrucó su cuerpo llevado por el terror, demasiado grande como para enfrentarse a él. El pavor se fue transformando en escalofríos y en una dificultad para respirar que casi le ahoga. ¿Qué iba a hacer si pensaban que era él el responsable? Si le interrogaran para localizar el cuerpo. ¿Cómo pudo ser tan estúpido de poner a lavar su ropa? Ahora no le creerían jamás. Lo mejor sería que otra persona descubriera la sangre, evitar tener que vérselas con ellos y contarles pero, naturalmente, llamarían a la puerta de todos los vecinos para hablar con ellos. Probablemente alguien le había visto pasear con los perros. La policía le presionaría hasta que confesara. Así era en las películas. Se podía causar un inmenso dolor sin dejar marcas. En la policía hay elementos corruptos y agentes que hacen la vista gorda. Nadie le creería. De eso estaba convencido. Podrían probar que había estado presente en el lugar del crimen. Necesitaban a un culpable; la opinión pública exigiría uno.

¡Maldita sea! Había dejado sus huellas dactilares por todas partes en casa de Linn, en los marcos de la puerta, los tiradores… Y las flores procedían de su propio jardín. Siguiendo su pista podrían comprobar fácilmente que había estado allí y entonces estaría perdido. Lo meterían en la cárcel y ya no podría elegir el médico al que acudir. En el futuro iría a ver al veterinario de la prisión. ¿Adónde podía huir? ¿Qué iba a hacer? Tenía a una hermana en Arboga, pero en los últimos años solo habían mantenido contactos esporádicos por teléfono. Sospecharía algo si se presentaba en su casa y le pidiera quedarse ahí durante un tiempo.

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