Atrapado en un sueño (15 page)

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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: Atrapado en un sueño
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La luz del día seguía sin bastar, por lo que Erika montó un par de focos en la barra de la cortina. Entonces reparó en el cuchillo de cocina tirado en el suelo. La mitad de él se encontraba bajo la cama, oculto por la sábana, que se había corrido hacia abajo. Alzó cuidadosamente el cuchillo en dirección a la luz. Su reluciente hoja portaba huellas dactilares apreciables a simple vista. Erika lo introdujo meticulosamente en una bolsa de plástico, que precintó sin mayores esperanzas de que las huellas procedieran del asesino, por lo demás tan metódico en su afán de ocultar su pista. Seguidamente retomó su sesión fotográfica. El colchón había absorbido sangre, que también había salpicado la pared, el cabecero de la cama y la fotografía de bodas. Una pareja de bella sonrisa bajo un arco de rosas rojas y hojas de roble, él ataviado con frac y ella con un maravilloso vestido color crema de seda con una profunda entalladura en forma de V en la espalda. Erika detuvo la mirada en el rostro de la novia. Tenía un parecido escalofriante con ella muchos años atrás. El cabello y los ojos. El ramo de novia estaba compuesto de rosas rojas y fresias blancas. Las flores depositadas en la mano de la fallecida eran lirios de los valles. ¿Guardaba eso algún significado? ¿Qué sentido tenía cargar con el cuerpo hasta la Colina del Templo? La sangre y la ubicación del cuerpo sugerían un ritual de pesadilla cuyo significado resultaba difícil de discernir para los no iniciados. Erika trató de formarse una imagen del asesino. ¿Se trataba acaso de un loco solitario capaz de reflexionar y calcular las consecuencias? ¿O de un grupo de personas que cometían asesinatos ejemplarizantes con el fin de coadyuvar la obediencia de otros mediante el terror?

Lo de adentrarse en los hábitos privados de otros individuos se le hacía extraño. Silenciosamente pidió disculpas a la difunta antes de abrir el cajón de la mesita de noche. «Por tu propio bien, para que reciba su castigo quien te ha hecho esto», dijo para sus adentros. Al mismo tiempo cayó en la cuenta de que toda la investigación de los detalles íntimos suponía otro ultraje al fallecido. Erika pensó con espanto en lo que la policía encontraría en sus cajones si se sintieran compelidos a examinarlos, objetos que serían exhibidos y diseccionados a plena luz del día. Con toda probabilidad se pronunciaría más de un comentario poco profesional entre cruces de miradas e intercambios de sonrisas. También suponía una grave intrusión en lo más sagrado de su vida privada para Claes Bogren, a quien más incomprensible le resultaba, si cabe, la imposibilidad de tocar nada en su casa, ni siquiera su propio ordenador, que habían ido a recoger a la tienda de informática.

El bolso de la víctima lo encontraron en el suelo del vestíbulo, con la cremallera abierta. Conservaba la cartera, con algo más de ochocientas coronas, las tarjetas de crédito y las llaves, un peine y un espejo. Si el asesino hubiera ido a por el dinero habría reparado en el bolso, pero no parecía que hubiera tocado nada.

Había dos armarios en el dormitorio, uno con ropa de hombre y el otro, extrañamente, casi vacío. Colgaba de un gancho un albornoz rojo y sobre el estante superior había un jersey con motas de distintos colores. ¿Tenía la intención de abandonarle, como Claes sospechaba? En ese caso, ¿dónde estaban las prendas? En una esquina había una mesa de ordenador llena de polvo con dos tazas y un platito, junto a innumerables artefactos: un cepillo para el pelo, varios CD, una escultura abstracta de cerámica, dos pares de gafas y un montón de accesorios de escritorio, además de un monitor y un teclado. Maria Wern había solicitado de inmediato el extracto de las llamadas entrantes y salientes tanto del móvil de Linn, que permanecía aún sobre la mesita de noche, junto al vaso de vino, como del teléfono de casa. ¿Se encontraba Linn demasiado cansada como para llevarse los restos y limpiar la mesa o no tenía costumbre de hacerlo por la noche? Erika abrió la puerta del frigorífico. Claes Bogren se esperaba un banquete al volver a casa tras un mes en el mar, pero en el frigorífico solo había leche convencional y leche agria, ketchup, fiambre, varios botes con pepinillos, gelatina y salsa para tacos y un tubo casi vacío de pasta de caviar al eneldo. Montar un festín con el contenido del frigorífico hubiera supuesto un verdadero reto. Encontró además dos botellas de vino vacías en la basura y un sacacorchos sobre el fregadero.

Jesper Ek apareció en el hueco de la puerta.

—Hemos hallado el coche de Linn Bogren. Estaba aparcado frente a la Torre de la Pólvora. Un Nissan Miera. El asiento trasero estaba lleno de objetos: al menos dos maletas de tapa blanda y un montón de bolsas.

—En ese caso, lo más probable es que tuviera la intención de marcharse. Luego repasaré las maletas. Tendremos que llevarnos el coche entero a la comisaría.

—Quizá fuera a llevar la ropa a la colecta de la Cruz Roja en Kupan o algo así… —aventuró Ek.

—No. El armario está vacío. Creo que pensaba abandonarle.

—Nos preguntamos si vas a venir a la reunión de las tres… si tienes algo nuevo —comentó Jesper mirando la pila de bolsas de plástico con objetos en su interior—. Hartman me ha dicho que se encargará de que te manden refuerzos.

—Parece que van a hacer falta. Quiero finalizar con esto. Si encuentro algo, llamo.

—Muy bien —contestó Jesper, desapareciendo acto seguido por el recodo con su pelambrera encrespada mientras Erika le oía silbar. Una mala e irritante costumbre. Se alegró de que se llevara consigo ese enervante ruido.

La sala de estar no brindó sorpresa alguna. Jesper Ek se había encargado ya de los fragmentos de cristal procedentes de la luna destrozada de la puerta de la terraza con el fin de comprobar si había sangre en ellos. Sería todo un golpe de suerte que el asesino hubiera hecho añicos el vidrio con su puño desnudo y se hubiera cortado. El menaje era anticuado, con muebles estilo rococó revestidos de terciopelo color burdeos, una tela que se repetía en las cortinas. Tal vez objetos heredados o un conjunto hallado en una subasta… Cuatro modernas estanterías para libros en madera de roble se extendían por una de las paredes largas. Bajo ellas, dos cajas de plátanos llenas de libros. Erika comprobó su peso. Probablemente Linn no hubiera sido capaz de levantarla sola. ¿Esperaba a alguien que la ayudara con la mudanza? ¿Adónde pretendía ir y por qué?

En la estantería más cercana a la ventana encontró varios álbumes de fotos. Los hojeó. En ellos, toda una vida: una muchachita de pelo oscuro y rizado en las rodillas de su abuela, una foto escolar de primer curso, una niña mellada y de aire despreocupado con una cola de rata sentada en un columpio ahí abrazando con fuerza una muñeca. El siguiente álbum era rojo con corazones de color rosa. En él se podía apreciar a una adolescente espigada, con las piernas algo deformes y un cabello largo hasta el borde de la minifalda. Una excursión en la montaña, dos cabezas que asoman de una tienda de campaña, un hornillo humeante en primer plano. La foto de novios y, en la misma página, otra donde aparecen sentados en la escalera de su casa dentro de la muralla de Visby. Y ahí se acababa. Ninguna fotografía después de esa. Quizá se compraran luego una cámara digital o se cansaran de tomar fotos.

Cuando Erika revisó el cestito del cuarto de baño se vio invadida por una intensa sensación de incomodidad. Suponía hurgar en el ámbito más íntimo, con diferencia, de otro ser humano. ¿Qué podría encontrar? Algún objeto con huellas dactilares. A lo mejor un preservativo con ADN de interés. Debían sacar a la luz todos los secretos. Una vez que el forense hubiera completado el examen sabrían si Linn había sido violada. Las porquerías del cesto podían albergar pruebas de valor irrefutable. Erika sacó una nueva bolsa de plástico, introdujo su contenido y lo precintó. El armario del baño guardaba costosos perfumes, acaso regalos del marido adquiridos en sus viajes, y en el fondo una cajita con un blister con espacio para diez somníferos. Quedaban seis y cuatro de los huecos estaban vacíos. Las pastillas las había recetado apenas dos días antes Anders Ahlström. Se sorprendió al ver su nombre en semejante contexto.

La casa presentaba infinidad de recovecos y recodos que repasar. Debían inspeccionar miles de objetos sin importancia para encontrar la aguja en el pajar que pudiera sostenerse en el juicio e incriminar al asesino. Pocas veces la cosa se decidía a causa de las «pistolas», reflexionó Erika. Consistía en actuar con paciencia, meticulosidad y más paciencia todavía para obtener pruebas que permitieran condenar a la persona correcta. El armarillo de los utensilios de limpieza era el próximo desafío. Se colocó ligeramente ladeada para que pudiera alcanzar la luz. Un cubo con una fregona. Desenroscó la fregona de su fijación y registró las huellas del palo. Hizo lo propio con la escoba, que también examinó detenidamente. En esta encontró algunos haces de pelo corto de color rojizo, en el extremo de las pelusas de polvo. ¿Podía tratarse de pelo de perro? Por lo que sabía, los Bogren no tenían ningún perro. ¿Se había llevado un perro el asesino o asesinos? No resultaba muy verosímil, pero de ser así tendrían material sobre el que trabajar. Lo más probable, obviamente, era que les hubieran visitado amigos con un perro. Esa era una pregunta para Claes Bogren. En el cepillo encontró también restos de plantas: hojitas semisecas y una pequeña campana blanca, que podría corresponder a un lirio de los valles. Erika la alzó hacia la luz. Sí. Definitivamente tenía que pertenecer a un lirio de los valles.

Capítulo 17

Esa misma noche Erika fue al cine Röda Kvarn con Anders, pero le costó trabajo concentrarse en la película.
Expediente X
se le antojaba bastante plana y aburrida en comparación con la realidad en que se hallaba inmersa en ese momento. Pero le daba igual. Aunque hubiera sido un publirreportaje de mediados de los cincuenta, con tal de que la cogiera de la mano y la besara en la oscuridad… Eso era lo único importante. En cierta manera eran una pareja, y al mismo tiempo no. Esto la hacía sentirse bastante insegura, excitada, nerviosa y aturdida. De hecho, fue él quien había llamado para preguntarle si quería verle. Le hubiera gustado preguntarle lo que quería de ella. Todavía se sentía herida en su amor propio tras la conversación con su hija. Él la había aplacado afirmando que no era nada personal. Según Anders, Julia velaba por su castidad, y eso es una gran responsabilidad. Carcajadas. Ahora mismo no dejaba que nadie franqueara la muralla, pero si le daban un poco de tiempo para que se acostumbrara, estaba seguro de que todo se arreglaría. Erika se preguntó si él de verdad creía en sus propias palabras. No había sugerido que se encontraran en casa de él. ¿Cómo iba a tener ocasión Julia de habituarse? Si realmente deseaba que estuvieran juntos, debía hacer mejor las cosas. Hacía tiempo que Erika se había cansado de relaciones a medio gas que no desembocaban en nada, en la que ambos defienden su territorio y sus privilegios, sin arriesgar. Pequeñas apuestas, más bajas probabilidades, igual a ningún premio. En ese sentido no podía dejar de admirar a Maria, que invertía todo lo que tenía, sin reservas e incondicionalmente. Ahora se sentía infeliz, pero ese era el precio de la pasión. La vida es corta. ¿Esos momentos de absoluta felicidad, cuando sabes que eres amada sin límites y amas en cuerpo y alma, acaso no merecían la pena? «¿Y yo qué?», se preguntó haciendo examen de conciencia. Había cosas que no se había atrevido a contarle sobre su pasado, cosas que resultaban tanto más difíciles de confesar cuanto más se enganchaba a él. ¿La abandonaría si lo supiera?

Una vez finalizado el largometraje pasearon pausadamente por la ciudad, bajo la llovizna y el frío. Erika se abrochó el abrigo. Anders se dio cuenta de ello y le pasó el brazo por el hombro.

—Estás muy callada —dijo él, intensificando ligeramente la presión sobre su espalda—. ¿Quieres contármelo?

Erika percibió angustia en su voz. Tal vez le conviniera que no se sintiera demasiado seguro en cuanto a ella.

—Estoy dándole vueltas al trabajo. Pasa cuando estás en medio de una investigación.

—Supongo que piensas en Linn Bogren. Es terrible… ¿Sabes que era paciente mía? Soy consciente de que estoy obligado a guardar secreto profesional, pero se trata de un delito muy grave. Linn acudió a mí porque tenía problemas de sueño.

—¿Qué puedes contarme al respecto?

Resultaba un alivio que fuera él quien sacara el tema. En realidad, Anders tendría que hablar con Maria, y ella luego se encargaría de la parte formal.

—No era fácil saber lo que le pasaba a Linn. Daba la impresión de no querer confesar la verdadera causa de sus problemas. Probablemente pensara que no era asunto mío. Quería que le recetara medicamentos y que luego la dejara en paz.

—¿Qué te dijo?

Erika tuvo que morderse la lengua para no desvelar nada acerca de los indicios de ruptura hallados al examinar los objetos de Linn. La ropa en el coche. Le hubiera encantado discutir el asunto abiertamente.

—Le pregunté si se trataba del trabajo. Las mujeres que trabajan en el ámbito de la salud son un colectivo sobrerrepresentado en lo que a problemas de sueño se refiere. El estrés, los turnos de trabajo, el café en abundancia y la irregularidad de las comidas… Pero me contestó que le gustaba su trabajo, que le parecía enriquecedor. Linn se sentía capacitada y segura de sí misma en su profesión. Al insistirle, admitió que tenía la intención de dejar a su marido. Pero eso no era todo… me dijo también que se sentía perseguida y amenazada.

—¿De qué manera?

Lo relatado por Anders hasta ese momento coincidía con la imagen que Erika se había formado de Linn Bogren.

—Una banda… Cuando lo pienso, me arrepiento de no haberla escuchado y sonsacarle más al respecto. Tenía prisa. La sala de espera estaba llena. Me contenté con saber que se encontraba en medio de una crisis vital, una ruptura.

—¿Recuerdas algo más? —preguntó Erika tratando de ocultar sus ansias por saber. Anders se detuvo a reflexionar mientras ella seguía todo su proceso mental a través de su transparente resto.

—Se cruzó con una panda de camino a casa. Era un grupo de chicos armando lío, pero no ocurrió nada en especial. Más tarde, esa misma noche, le pareció adivinar un rostro en la ventana, para lo cual he encontrado una explicación, aunque bastante rocambolesca. Su vecino, Harry Molin, es hipocondríaco y, estando al tanto de que era enfermera, fue a pedirle consejo en mitad de la noche. Sé que parece muy extraño, pero se trata de una persona bastante especial —aclaró Anders dejando escapar una leve sonrisa—. Harry pegó la cara contra la ventana de ella para ver si estaba en casa, lo cual hubiera dado un susto de muerte al más pintado.

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