Erika se había mudado prácticamente a casa de Anders y Julia. Dormía en la cama de él, comía en su mesa de la cocina y conversaba con Julia como si ningún nubarrón acechara en el horizonte. Por las noches velaba por Julia y vigilaba inquieta a Anders. A menudo pensaba en dejarlo todo e irse, pero ahí fuera solo le aguardaba una vida carente de sentido. Durante los días que lo tuvo bajo su supervisión, Anders no volvió a caminar dormido. Ella lo notaba tenso. Tal vez le había contagiado su desazón, porque cada vez parecía más inquieto. Erika dormía con su arma reglamentaria en el bolso. Cargada. Tenía que haberla guardado en la taquilla para armas de su puesto de trabajo. Confió en que nadie se diera cuenta de ello. No sabía qué podía pasar si las cosas se ponían feas. ¿Sería capaz de dispararle para salvarse a sí misma y a Julia? Debería haber abordado ese asunto de inmediato con Hartman. La decisión no le correspondía a ella. Solo quería tenerle un momento más para poder amarle, un breve instante adicional. En cualquier caso, no tardarían en dar con él.
Erika no olvidaría jamás la expresión de Anders al acudir la policía para detenerle. El momento en que la miró y comprendió… que ella sabía. No, Erika se negaba a cargar con las culpas. No tenía otra alternativa que denunciarle una vez recibidas las pruebas definitivas. Era agente de policía. El ADN de Anders coincidía con el hallado en casa de Linn Bogren, en la colilla junto al buzón de Harry y en los jirones blancos de tela de la Colina del Templo.
Anders se hallaba en estado de conmoción. Se demoraba en cada uno de sus movimientos, sus pasos torpes sobre la vía de acceso a la casa. Tuvieron que ayudarle a meterse en el vehículo policial. Fue una escena muy violenta. Antes de desaparecer por la puerta abierta del coche, alcanzó a decirle a voz en grito:
—¡Te amo, Erika!
Ella le miró y sintió como si le hubieran retorcido un cuchillo bajo las costillas. ¡Cuánto daño pueden hacer las palabras! Julia chilló en el momento en que los agentes cogieron a su padre. Su abuela se encontraba presente para calmarla y consolarla, pero los ojos de la niña estaban llenos de desesperación.
—Chis, cariño mío, todo se arreglará. No le van a hacer nada malo. Solo van a hablar con él en la comisaría.
—¿Y por qué no pueden hablar aquí? ¿Cuándo volverá? —preguntó la pequeña, que se puso a llorar al ver el gesto serio de su abuela.
—No lo sé, mi vida. No lo sé.
—Te llevo a casa de tu abuelita —intervino Erika, acariciando el pelo de la niña, asumiendo que la menor, en cualquier momento, podía repudiarla como la traidora que era. Pero Julia permaneció firmemente pegada al regazo de su abuela. ¿Cómo explicas a tu nieto que su padre es un asesino?
Una vez a solas con Hartman, Erika se quitó la máscara. Su jefe acudió con un poco de café caliente y le puso el vaso de plástico en la mano. Ella bebió con un gesto mecánico. Las manos le temblaban.
—No quería que fuera él —admitió la agente, y se secó la nariz con el papel de cocina que Hartman le brindó—. Me negaba a entenderlo aunque fuera tan evidente. Le quiero.
—Maria Wern lo sospechó pronto, es decir, que Anders podría ser el culpable. Todas las víctimas eran pacientes suyos. Sus peores temores, aquellos que confesaron al médico, se hicieron realidad. Lo hemos podido constatar a través de copias de los historiales clínicos. El miedo de Linn Bogren a un intruso en su casa. El temor de morir de Harry Molin. Las intenciones suicidas de Arvidsson. ¿Nunca reparaste en ello? Maria ha estado tremendamente preocupada por ti. Aunque te mantuviéramos fuera de esa discusión, te vigilábamos tanto a ti como a él.
—¿Por qué no me dijisteis nada? —replicó Erika clavando incrédula la mirada en Hartman.
—Hasta que no tuviéramos suficientes pruebas consideramos que estarías más protegida si actuabas como de costumbre. Al igual que tú, también teníamos en cuenta el bien de Julia. Pero estábamos ahí: en el balcón junto al dormitorio, en el arbusto de lilas fuera de la ventana de la cocina, en la terraza detrás de la empalizada. Me informaron desde el laboratorio de que habías dejado unas muestras de ADN. Consideraron extraño que tuvieran que enviarte personalmente los resultados.
—¿Qué va a pasar conmigo ahora?
—Por el momento puedes irte a casa. Me pondré en contacto contigo.
Los sentimientos encontrados de Hartman se reflejaban en su rostro. Optó por no someterla a una reprimenda en el frágil estado en que se hallaba.
—Pero necesito saber lo que va a ocurrir. ¡Por favor, no me aisléis del caso!
—En estos momentos no eres de utilidad alguna en tanto que policía, pero puedes servirle de apoyo a Julia.
—Me cuesta trabajo creer que un hombre tan cariñoso y afectuoso pueda convertirse en un monstruo cuando está dormido. No alcanzo a comprenderlo.
—Todas las pruebas apuntan a él. Encontramos en su casa hasta la memoria USB que desapareció del hogar de Linn Bogren. Arvidsson vio cómo esta la metía en un compartimiento interno de su bolso y cerraba la cremallera. La memoria USB no apareció en casa de Linn, pero la hallamos junto al ordenador de Anders. Incluso había copiado el material a su disco duro.
Entonces, de repente, reparó en ello. Las pruebas eran demasiado numerosas y perfectas.
—Resulta excesivo. Piensa un poco. No suele ser tan evidente. En caso de ser el culpable, Anders hubiera tratado de eliminar evidencias. Por ejemplo, debería haber ocultado la memoria USB. Tiene que tratarse de otra persona.
—Erika, debes comprender que no hay ninguna otra persona. ¿Qué sabes de su ex mujer? —preguntó Hartman con un tono de voz cauteloso.
—Que se ahogó. ¿Creéis realmente que también la mató? No cabe duda de que la amaba. Estaba loco por ella… No quiero oír más. No lo soporto.
Maria Wern se había mantenido en silencio y a una cierta distancia de ellos. En ese momento se acercó y apoyó su brazo sobre Erika.
—Tienes que tratar de contarnos todo lo que sepas. Eso no equivale a traicionarlo. ¿Me oyes, Erika? Equivale a ayudarle. El Anders al que amas es un médico de buenas intenciones, cuyo deseo es salvar vidas. Así quiere ser él. Yo también estoy convencida de ello, pero el asunto es más complejo. Al que queremos llegar es a Mr. Hyde; es a este al que van a procesar. Hemos recurrido a un médico experto en problemas de sueño. Si Anders es sonámbulo no podrá ser condenado por asesinato. En ese caso, necesitará ayuda para acabar con sus paseos nocturnos. ¿Comprendes? Van a realizarle un minucioso examen neuropsiquiátrico. También hemos solicitado los servicios de un psicólogo especializado en desdoblamientos de la personalidad.
Después de llevar a Erika a casa, Maria se sintió terriblemente mal. No tenían que haberla dejado sola en el caos en que se encontraba. No habría momento de calma alguno hasta que no se completara la investigación y finalizara el juicio. Hasta entonces, Maria tendría más obligaciones de las que alcanzaba a cumplir. Llevaría tiempo. Eran muchas cosas en las que pensar. Si a Anders Ahlström lo declaraban culpable, tendrían que acoger a la niña en algún sitio. Una abuela de casi ochenta años no puede asumir la custodia de un menor. Deberían avisar a los servicios sociales tan pronto terminara el proceso judicial. Quizá fuera aconsejable comunicarse ya con ellos para que estuvieran preparados. Un buen hogar para una niñita desorientada. Maria pensó en sus propios hijos. Uno solo quiere lo mejor para ellos. Anders nunca le había hecho daño pese a encontrarse en todo momento en su inmediata cercanía. Al reflexionar acerca de quién podría ser el asesino, había imaginado a una persona marginal, a un ser inadaptado que había iniciado pronto su carrera delictiva, lo habían condenado y fue avanzando en su trayectoria criminal con hechos cada vez más graves y penas más prolongadas. No había considerado la posibilidad de que fuera un médico apreciado y un padre de familia socialmente competente.
De camino a casa en el coche, Erika le había preguntado, después de recordar aquella vez que estaban en su casa barajando lo del nombre «Kilroy», si sabía si a Anders le llamaban así en la mili. Aparecía en los lugares más insospechados, al carecer por completo de sentido de la orientación. Maria no había reflexionado en detalle sobre el comentario de Erika. Hasta ahora. Redujo entonces la velocidad del vehículo y se detuvo en el arcén para recapacitar. Kill-Roy. Roy. ¿Podía tratarse de la misma persona? ¿Podía ser Anders el hombre que mató a golpes a Linus y le inyectó la sangre a ella con la jeringa?
A las ocho de la mañana, Anders Ahlström fue trasladado a la unidad especializada en trastornos del sueño del departamento neurológico para su examen. Lo habían mantenido despierto toda la noche con la intención de que se encontrara agotado y pudiera dormirse. Maria Wern lo vio conversar educadamente con la enfermera cuando esta le puso en la cabeza el gorro elástico dotado de electrodos destinado al registro del electroencefalograma, y luego un cinturón alrededor de la zona del estómago para detectar su ritmo respiratorio y un estribo en la nariz con el fin de medir la cantidad de dióxido de carbono. Tras conectarle el EEG, con derivaciones en muñecas y tobillos, y un pulsímetro en el dedo, Anders quedó prácticamente atado a la cama. Seguidamente atenuaron las luces. La enfermera entró en la sala de control, donde ya se hallaba Maria. Esta pudo seguir en el ordenador las onduladas curvas que iban apareciendo, que a ella no le decían nada en absoluto pero sí al neurólogo que más tarde ese mismo día las interpretaría. Maria preguntó a la enfermera sobre su opinión al respecto en el transcurso del examen.
—Las sinuosidades permitirán ver cuándo está dormido. El pulso ya ha comenzado a ralentizarse. Ahora tengo que ir a conectar el equipo del siguiente paciente. Vuelvo en un momento.
Aunque le incomodaba quedarse sola, Maria no alcanzó a detener a la enfermera. Anders intentó ponerse de costado, pero el equipamiento le frenó y rodó de vuelta en posición boca arriba. Se hizo un silencio absoluto. Solo se oía el susurro del ventilador de la computadora. La iluminación amortiguada adormiló a Maria. El día anterior no había podido acostarse hasta altas horas y esa mañana había tenido que levantarse al despuntar el día. Esperó, pero no ocurrió nada. Maria deseó que alguno de los otros policías la hubiera acompañado en la sala de control, pero la enfermera les había mandado aguardar en la sala de espera. Les costaba estar callados y eso perturbaba la prueba.
—¿Puede apreciar el cambio? —preguntó la enfermera, que acababa de regresar y señalaba hacia la pantalla. Maria apartó la mirada de Anders y vio cómo se modificaban las curvas en olas uniformes y serenas—. Ahora duerme plácidamente… Pero está ocurriendo algo.
De repente las líneas fueron todo caos y desorden. La enfermera resopló y, cuando Maria fue a desviar de nuevo su vista de la pantalla, Anders ya se había levantado de la cama. Se arrancó luego los cables y cogió una bata de personal amarilla que estaba colgada en un gancho junto a la cama. Se la puso con movimientos torpes y, con pasos vacilantes, se dispuso a atravesar la habitación en dirección a ellas dos. Tenía la mirada vacía y mascullaba palabras ininteligibles. Con movimientos toscos apartó a patadas una silla que le obstaculizaba el camino, dio un paso más y accionó el pomo de la puerta.
—Gamma dormido. No podemos despertarle ahora —señaló la enfermera contemplando a su paciente fascinada.
Maria echó un vistazo a su alrededor en busca de algún objeto con que poder defenderse.
—El hecho de que Anders sea sonámbulo no implica necesariamente que haya acabado con la vida de Linn Bogren y de Harry Molin. Las evidencias más concluyentes que tenemos son el ADN —sentenció Maria, a quien, después de tres días seguidos de interrogar a Anders, le costaba cada vez más esfuerzo vincular a ese médico genuinamente afable con los horripilantes actos perpetrados—. Se trata de una corazonada.
—Pero las corazonadas no sirven de nada ante un tribunal —apuntó Hartman.
—El ADN lo puede haber colocado cualquier persona. Reflexionemos un poco. Me inclino por lo que dijo Erika. Las pruebas contra Anders son tan numerosas y claras… servidas en bandeja de un modo casi demasiado perfecto. Bueno, esa es al menos mi reacción espontánea. Ahora bien, hoy me he dedicado a comprobar las coartadas de Anders durante las noches de los asesinatos.
—Te escucho —indicó Hartman hundiéndose en su asiento sin perderla de vista.
—En el momento del asesinato de Linn Bogren, Anders ni siquiera estaba en Visby. Su madre había enfermado de repente. Sufrió un desmayo durante la reunión de su club de costura, en su casa de Öja. Anders pasó la noche con ella, lo cual también puede corroborar una de las amigas de la madre, que igualmente pernoctó en casa de la señora.
—¿No pudo haber cogido el coche y regresar? —intervino Ek.
—No. Durmió en una habitación de paso, con su madre en una de las estancias contiguas y la amiga en la otra. Se hubieran despertado. Además, Julia estaba en la misma habitación que su padre.
—¿Y en el asesinato de Harry Molin? ¿También tiene coartada para esa noche? —preguntó Hartman con aire escéptico.
—Anders se vio obligado a sustituir durante la noche a un colega que tenía guardia en urgencias. Le avisaron con solo media hora de antelación. No paró en toda la noche. Hay infinidad de testigos que lo corroboran.
—¿Significa eso que debemos soltarlo o hay algo más? —consultó Hartman hundiéndose en la silla que ocupaba junto a la mesa. No iba a resultar fácil anunciar públicamente que no tenían otro remedio que liberar al único sospechoso del que disponían.
—Está la muerte de su esposa Isabell —añadió Maria sin necesidad de sacar sus anotaciones, ya que se conocía el material de memoria. Se suponía que la mujer se había ahogado junto a Sjöstugan, en Fridhem, en su noche de bodas. Su ropa se halló en la playa de piedras y del cuerpo nunca se tuvo noticia—. Anders tiene coartada para esa noche hasta las tres. Según sus amigos, estaba completamente borracho. Le acompañaron a la cama. No es probable que fuera capaz siquiera de bajar las escaleras sin caerse. La mejor amiga de Isabell se encontraba en la habitación contigua. Tiene el sueño muy ligero y le oyó roncar sin cesar hasta que se levantó a las cinco de la mañana. Fue entonces cuando bajó a la playa, encontró las prendas y llamó a la policía. En la anterior investigación se certificaba que fue un accidente o que tal vez Isabell se había dirigido voluntariamente hacia las corrientes subterráneas.