—Julia, lo que te voy a decir ahora es algo que hubiera deseado que no oyeras. En primer lugar, tienes un hermano mayor. No puedes acordarte de él, porque eras demasiado pequeña cuando os visteis. Estuvo presente en la boda de mamá y mía.
—¡Qué bien! ¿Cómo se llama?
—No está tan bien como piensas. Se llama Roy y tiene veinticinco años.
Anders relató a su hija en los términos más suaves posibles lo que había acontecido en la noche de bodas de sus padres.
—Me habías dicho que mamá se había ahogado. ¡Me has mentido! —exclamó Julia levantándose para irse corriendo de la mesa.
Anders la atrapó en sus brazos.
—Hay algo más que quiero contarte, y debes escucharme, porque estamos en una situación de peligro.
Erika sintió admiración por el modo en que Anders hablaba con la menor sobre una cosa tan espantosa, de forma comprensible y sin atemorizarla más de lo necesario. Tal vez la práctica que había acumulado comunicando diagnósticos de gravedad a los pacientes le había ayudado a encontrar el tono adecuado. Anders escuchó con suma atención las preguntas de Julia, aguardó sus reacciones y le ayudó a ir asumiendo poco a poco la verdad.
—Existe el riesgo de que Roy quiera hacernos daños, por eso nadie puede saber que estamos aquí. Lo entiendes, ¿verdad? —intervino Erika.
Julia miró a Erika de hito en hito.
—¿Te quiere matar porque estás con papá?
—Espero que no sea así, pero no lo sabemos.
Esa idea no se le había ocurrido antes a Erika. Era una posibilidad. Los asesinatos cometidos por el sonámbulo se habían iniciado en el momento en que Anders y ella comenzaron con su relación. Quizá Roy no soportara que su padre mostrara sentimientos afectivos por otra persona. Anders había jugado cariñosamente con Linus, había escuchado y se había preocupado por Harry y había estrechado en sus brazos a Agnes Isomäki. Linn también había sido paciente suyo. ¿Fue la consideración e implicación de Anders lo que condenó a estos a la muerte? En ese caso, ¿qué castigo no desearía imponer a Erika… o a Julia? ¿Las había reservado para el final con la intención de intensificar poco a poco el sufrimiento de Anders hasta el peor punto imaginable, para luego echarle la culpa de dichos actos? Un plan verdaderamente diabólico…
Julia permaneció un largo rato tumbada junto a su abuela escuchando el romper de las olas contra la playa. Todos los demás sonidos desaparecían bajo el bramar del oleaje. Daba la sensación de que el cuerpo se amoldaba, envolvía y enderezaba con ese sonido que lo inundaba todo. Los ligeros ronquidos de la abuela, papá pasando de puntillas camino al baño, los susurros en la habitación de los mayores… Se sentía sola. Tras cerca de una hora en duermevela sonó un SMS en el móvil. Se cubrió entonces la cabeza con la colcha para ver quién se lo había mandado. Era Ronny.
«¿Estás en Sjöstugan?», le había escrito. Papá le había dicho que no contara a nadie dónde estaban, pero Ronny lo sabía, porque podía ver por GPS dónde se hallaba el teléfono de Julia. Era tan listo y se divertía tanto con él. Casi como un mago.
«Sí», le respondió. «¿Y sabes una cosa? Tengo un hermano. De los de verda d».
«¡Qué guay!», contestó él.
«Fue él quien mató a mi madr e». A Julia se le llenaron los ojos de lágrimas y se sorbió los mocos lo más silenciosamente posible para que su abuela no lo oyera.
«Tenemos que hablar de eso. Voy para allá corriendo. ¿Puedes salir de la casa y bajar las escaleras de madera de la playa? Te esperaré ah í».
«Val e».
«He colgado trozos de sábanas blancas en los árboles para que encuentres el camino en la oscurida d».
«Casi como Hansel y Gretel. Mola. Voy para allá», respondió Julia.
Ronny comprendía todo. A él le podía hablar de cualquier asunto y mostrarse pequeñita y triste. Cuando papá le habló de eso tan horrible ella no podía decir lo que quería sin entristecerlo aún más. Pero con Ronny era diferente. Él sabía siempre perfectamente lo que había que hacer. Nunca se ponía triste ni se enfadaba. Era simplemente Ronny. ¿Qué habría hecho todas esas tardes sola, con papá trabajando, si Ronny no la hubiera acompañado?
Julia se levantó lo más silenciosamente que pudo de la cama. La abuela descansaba con la cabeza recostada hacia el interior de la habitación. El menor ruido haría que abriera los ojos y arruinaría todo. Julia se enfundó un jersey sobre el camisón y buscó sin éxito sus zapatos. Se dispuso entonces a abandonar descalza la habitación y abrió la puerta con un ligero chirrido.
—Julia, ¿adónde vas?
—A hacer pipí —contestó con un susurro para desaparecer acto seguido en el pasillo y luego en la oscuridad de la noche.
De los árboles pendían jirones de tela ondeando al viento a lo largo del camino que conducía a la escalera. Aquello parecía muy divertido. Al bajar el último escalón y aterrizar en la playa, alzó la vista y le vio. Estaba en la orilla y fue a recibirla con los brazos abiertos.
—¡Choca esos cinco! —dijo él dándole en la palma de la mano con la suya. Sonrió a la niña de oreja a oreja—. ¡Ven, vamos a bañarnos!
—¡Pero si es de noche! —repuso ella entre risas.
—Sí, pero estás un poco sucia. Esto lo tienes manchado —dijo alzándola entre sus brazos y levantándole un pie para mostrárselo—. Y aquí también, en el otro pie, está sucio, cochina más que cochina. Hay que bañarse. Te llevo en brazos para que no tengas que pisar las piedras —dijo él cogiéndola al tiempo que marcaba el número de Anders con el móvil.
El padre respondió de inmediato, como si se hubiera ido a acostar con el teléfono en la mano, sospechando que algo pudiera ocurrir, pero sin saber cuándo ni cómo.
—Dile hola a papá, Julia.
—¡Hola, papá! ¡Nos estamos bañando!
La voz de Anders se tornó en un grito apenas ahogado.
—Ven solo si quieres verla viva —le espetó.
Un chapoteo. El chillido de Julia fue lo último que oyó Anders antes de apagarse el móvil. Saltó como un resorte y salió a toda prisa por la puerta. Erika se despertó, pero Anders no tuvo tiempo de explicarle. Tiras blancas de tela de sábana bordeando el camino al mar. Fue corriendo hacia la escalera. Pudo divisarlos a lo lejos, en dirección a las corrientes submarinas. Anders se lanzó escalera abajo hacia el mar sin respirar y se abalanzó sobre el agua fría.
—Ven a por ella si puedes.
Las olas transportaban la voz de Roy sin omitir ni un solo matiz. Sujetó la cabeza de la niña bajo el agua y luego la dejó subir.
—¡Papá, ayúdame! ¡No quiero! ¡Ayúdame!
Anders fue nadando hacia ellos. Si hubiera tenido tiempo de pensar habría portado un arma o un objeto contundente de algún tipo, pero llevado por su espanto se había limitado a salir corriendo para salvar a su hija.
—No le hagas daño. Es tu hermana. Confía en ti —dijo Anders rezumando agua entre las palabras y tragando luego una bocanada. Si lo daba todo ahora no le quedarían fuerzas cuando llegara. Se obligó a sí mismo a reducir el ritmo de las brazadas y a reservar energías para tener alguna opción cuando llegara el momento de medirse físicamente con su hijo. La luz de la luna impactó sobre la superficie del mar, resplandeciendo contra el cuchillo que Roy sostenía en su puño, justo por debajo del nivel del agua.
—Ven aquí a por ella. Tu vida por la suya.
La casa amarilla de la pensión se encontraba sumida en la oscuridad. Solo un farol en el aparcamiento permitía orientarse. Nada más salir del coche, Maria oyó el grito de Erika, lejano y remoto, y empezó a correr pendiente abajo por el parque, cogiendo luego el sendero que llevaba a la playa. Desde el borde del acantilado próximo a Sjöstugan pudo vislumbrarlos cual sombras tenebrosas en el agua. Roy, Anders y el largo cabello de Julia. Erika estaba también dentro del mar. Maria bajó precipitadamente la escalera, tropezó y se cayó, golpeándose la rodilla con las piedras de la playa. Pasaron varios segundos antes de percibir el dolor. No sintió el frío en su avance arrebatado a través de las masas de agua. Al aumentar la profundidad de esta comenzó a nadar. Erika continuaba gritando, sus ojos entornados, pero dejó de hacerlo en el momento en que le tocó Maria.
—¿Qué está pasando?
—Tiene un cuchillo y me lo ha clavado en la pierna —dijo Erika, casi incapaz de mantener la cabeza por encima del agua. Maria se puso a tirar de ella hasta conseguir arrastrarla a la orilla. La sangre teñía de rojo sus pantalones.
—¿Puedes mover las piernas?
—La derecha no. Me duele demasiado. Tienes que ayudar primero a la niña, ¡pero ten cuidado!
Julia estaba dando alaridos. ¿Le había acuchillado el loco ese a ella también? Maria se lanzó en su dirección nadando a crol y empezó luego a bucear, saliendo solo a la superficie para tomar aire. Se detuvo a un par de metros de distancia y se frotó los ojos para poder ver. Anders sujetaba la mano de Roy con el cuchillo mientras trataba de hacerle entrar en razón.
—¡Es tu hermana pequeña y se fía de ti!
Entretanto, Julia se aferraba a su otro brazo mientras Anders intentaba apartarla a un lado al tiempo que esquivaba el cuchillo. No aguantaría muchos segundos más. Daba la impresión de que Roy estuviera simplemente jugando con ellos. En ese momento divisó a Maria.
—Ven para acá, policía hija de puta, que te voy a rajar el estómago.
En un brevísimo instante de distracción, Maria consiguió arrebatar la niña a Anders, dejándole una mano libre, pero en ese mismo instante Roy le asestó con el cuchillo al padre, rozándole en el antebrazo.
—¿Sabes nadar, Julia? —preguntó Maria sintiendo cómo la corriente empezaba a tirar de ellos.
Apenas ella misma era capaz de resistirse a su reflujo. Con Julia agarrada bajo su brazo fueron nadando en dirección a aguas más tranquilas.
—Tengo que ayudar a tu papá. ¿Puedes nadar?
—Sí —contestó Julia con aspecto aterrado. Encomendándole una misión en la que poder concentrarse tendría más posibilidades de éxito.
—Cuando llegues a la orilla ayuda a Erika. Dile que la policía y la ambulancia están de camino.
Julia asintió con la cabeza. Maria la siguió luego con la vista. Pareció funcionar. Maria se zambulló a continuación en el agua y fue buceando en dirección a los otros. Emergió luego rápidamente a fin de recuperar el aliento y volvió a sumergirse para impedir que Roy supiera dónde se encontraba. Distrayendo a Roy quizá pudiera ayudar a Anders. Estaban a unos cincuenta metros. Anders ya no aguantaba más. Recibió un corte en la parte superior del brazo y luego otro en el hombro. La siguiente puñalada le atravesó la mano.
—¡No vas a conseguir nada matándome!
Roy sonrió sarcásticamente a modo de respuesta. Fue entonces cuando Roy se encontró de frente con la mirada de Maria, esos mismos ojos que habían habitado las pesadillas de esta en los últimos meses. Con un gesto de irónico desprecio se dispuso a lanzar una nueva acometida contra Anders, pero Maria se interpuso entre los dos, agarrando el cuchillo al vuelo y viéndose luego arrojada hacia atrás. Recibió un corte pero logró despojarle del cuchillo, que fue hundiéndose lentamente al fondo del mar. Roy también se echó hacia atrás, mar adentro, y se internó en el agua para luego desaparecer. Podía volver a emerger en cualquier momento. Y en cualquier lugar. Maria clavó la mirada en el agua de su alrededor. Si tiraba de ella hacia el fondo estaba perdida. Anders se encontraba herido y no dispondría de fuerzas para ayudarla. El destello claro de un reflejo y un par de burbujas de aire mostraron donde se hallaba Roy. Maria luchó contra la corriente. Y Roy se esfumó.
—¡Se va a ahogar! —exclamó Anders nadando tras de él. Maria no alcanzó a detenerle—. No puedo dejar que muera.
—Deténgase. No lo va a conseguir y se ahogarán los dos.
Maria sintió cómo la fuerza del agua la arrastraba hacia las profundidades. No podía hacer otra cosa en ese instante que luchar por su propia vida. El dolor que le punzaba el tórax hizo que se le nublara la vista, y dejó de ver a ambos. Tras lograr sacar la cabeza del agua durante un breve instante, alcanzó a oír en la distancia las sirenas de los vehículos policiales. Bajo la luz de la luna acertó a vislumbrar a Julia y Erika en la orilla. Giró la cabeza en busca de Anders y Roy, pero no había rastro de ellos. La siguiente ola la sumergió e hizo que tragara agua. Sentía cómo se le acababan las fuerzas. Necesitaba recuperar el aliento. Tenía los pulmones a punto de explotarle por falta de aire. A fuerza de voluntad consiguió salir de nuevo a la superficie y fue alejándose poco a poco del zócalo costero concentrándose en cada brazada, pese a tener la caja torácica paralizada por el dolor. Una vez más se vio empujada hacia dentro y engulló el agua salada. Le pitaban los oídos en un terrible estruendo que le atravesaba la cabeza; la presión sobre los tímpanos resultaba insoportable. La corriente la hundía cada vez más y Maria ya no sabía en qué dirección tenía que nadar para ascender. Necesita salir a la superficie. Le hacía falta el oxígeno. El aire.
Al despertar se encontró tendida de costado sobre la playa. Vio el bote neumático. Y el cuerpo que los agentes transportaban hacia la orilla. Sobre el llanto de Erika únicamente se imponían los gritos de Julia. Maria acertó a verle el rostro. Era Anders. Tenía la cara lívida y los labios de color blanco.
—¿Está muerto? —preguntó Julia aproximándose entre el agua a los hombres de la embarcación—. ¿Está muerto mi papá?
Per Arvidsson se agachó y la envolvió entre sus brazos.
—Sí, Julia. Está muerto.
Julia se desembarazó de él y fue corriendo hasta Erika, que se hallaba sentada contra la estructura de madera de la escalera. La niña se acurrucó junto a ella y Erika le puso el brazo por encima sin poder reprimir una mueca de dolor.
—¿Está muerto de verdad? ¡Eso no es posible!
Erika, incapaz de responder, se limitó a intensificar el abrazo de la pequeña. En la parte de arriba de la escalera estaba su abuela, a quien el dolor de piernas le impedía bajar.
—¿Habéis encontrado a Roy? —indagó Maria tratando de incorporarse con ayuda de su brazo sano y, en ese mismo instante, le vio sentado en la orilla entre dos policías, a cierta distancia, a la espera de que lo trasladaran al hospital.
Se levantó como pudo y, aunque le dio un ataque inesperado de tos, continuó avanzando en su dirección. Necesitaba saberlo. Oírselo decir cara a cara.
—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué los has matado?