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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Aurora (38 page)

BOOK: Aurora
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547. Los tiranos del espíritu.

La marcha de la ciencia no se ve impedida a cada paso, como ocurrió durante mucho tiempo, por el simple hecho de que el hombre llegue a los setenta años. En otros tiempos, se pretendía llegar al final del conocimiento durante ese espacio de tiempo, y se valoraban los méritos del saber según este deseo universal. Las cuestiones pequeñas y las experiencias especiales eran consideradas como despreciables; se quería escoger el camino más corto; se creía que, puesto que todo lo de este mundo parecía organizado
con relación al hombre
, la posibilidad de percibir las cosas tenía que ajustarse también a una medida humana del tiempo. Su deseo íntimo era, en suma, resolverlo todo a la vez; los hombres entendían los problemas como nudos gordianos; estaban convencidos de que, en el terreno del conocimiento, era posible llegar hasta el final, como Alejandro, y elucidar todas las cuestiones con una sola respuesta. Los filósofos veían la vida como
un enigma que hay que resolver
; ante todo, era preciso descubrir el enigma y condensar el problema del mundo en la fórmula más simple. La ambición sin límites y el placer de ser el
descifrador del mundo
, colmaba los sueños del pensador; le parecía que nada de este mundo valía la pena más que descubrir el medio de llevarlo todo al fin que
él
ansiaba. De este modo, la filosofía era una especie de lucha suprema por la tiranía del espíritu. Nadie dudaba de que ésta estuviera reservada a alguien muy afortunado, muy sutil, muy ingenioso, muy valiente, muy poderoso: ¡solamente a uno! Y ha habido muchos. —Schopenhauer ha sido el último de ellos— que han creído que ellos eran ese hombre excepcional y único. De aquí que la ciencia se haya quedado hoy retrasada a causa de la
estrechez moral
de sus cultivadores, y que sea preciso superar este peligro con una idea directriz más elevada y más
generosa
. ¡
Qué importo yo
! Este será el lema de los pensadores futuros.

548. La victoria sobre la fuerza.

Si pensamos en todo lo que hasta hoy se ha venerado con el nombre de
espíritu sobrehumano
o de
genio
, llegaremos a la triste conclusión de que, en conjunto, la intelectualidad ha debido ser muy baja y muy pobre, cuando bastaba un poco de talento, para ser superior a ella. ¿Qué es la gloría fácil del genio? ¡Se conquista con tanta facilidad su trono! Su adoración se ha convertido en una costumbre. La fuerza se adora siempre de rodillas —según la antigua costumbre de los esclavos—, y, sin embargo, cuando hay que determinar el grado de
venerabilidad
de algo, el único determinante es el grado de razón que contiene la fuerza: hay que calibrar en qué medida ha sido superada la fuerza por algo superior, por algo a lo cual obedece a partir de entonces como instrumento y como medio. Pero tenemos aún poca vista para realizar semejantes cálculos, y hasta hay que considerar una blasfemia valorar al genio. Esta es la razón de que lo más hermoso que tiene el genio, se quede siempre en la sombra y de que se sumerja en la noche eterna, nada más nacer. Me refiero al espectáculo de esa fuerza que emplea el genio
no en crear sus obras
, sino en el desarrollo de
si mismo, en cuanto obra
, es decir, en el autodominio, en la purificación de su imaginación, en la ordenación y en la elección de sus inspiradores y en las tareas que sobrevengan. El gran hombre se mantiene siempre invisible, como una estrella lejana, en lo que tiene de más grande y admirable: su
victoria
sobre la fuerza se lleva a cabo sin testigos, y, en consecuencia, se queda sin ser glorificada ni cantada. La jerarquía en la grandeza de la humanidad pasada aún está por fijar.

549. Huir de sí mismo.

Los luchadores intelectuales, que son impacientes consigo mismos y sombríos, como Byron o Alfredo de Musset y que, en todo lo que hacen, parecen caballos desbocados, esos hombres a los que su obra sólo les procura una corta satisfacción y un fuego que casi hace estallar las venas, y luego la fría esterilidad y el desencanto, ¿cómo iban a poder profundizar en ellos mismos? Ansían disolverse en algo que esté
fuera de ellos mismos
; si el que siente esa ansiedad es cristiano, querrá aniquilarse en Dios e identificarse con él; si es un Shakespeare, se contentará con confundirse en las imágenes de la vida apasionada; si es un Byron, tendrá sed de
acción
, porque ésta nos aleja de nosotros mismos más que los pensamientos, los sentimientos y las obras. ¿No equivaldrá la necesidad de acción, en el fondo, a la necesidad de huir de nosotros mismos? Esto preguntaría Pascal. Y, en efecto, los representantes más nobles de la necesidad de acción confirmarían esta suposición. Bastaría considerar —con los conocimientos y la experiencia de un alienista, por supuesto— que los cuatro hombres más sedientos de acción de todos los tiempos fueron epilépticos (me refiero a Alejandro, César, Mahoma y Napoleón). También lo fue Byron que padecía la misma enfermedad.

550. Conocimiento y belleza.

Si los hombres reservan siempre su veneración y su sentimiento de deleite para las obras de la imaginación y de la idea, no es de extrañar que experimenten frialdad y disgusto ante lo contrario de la imaginación y de la idea. El encanto que nos produce el más mínimo paso hacia delante, seguro y definitivo, que se da en el terreno del conocimiento, hasta llegar adonde hoy ha llegado la ciencia, constituye un sentimiento frecuente y casi universal. Sin embargo, hoy por hoy, no sienten ese sentimiento quienes se han habituado a no sentirse transportados más que abandonando la realidad, dando un salto en las profundidades de la apariencia. Estos creen que la realidad es fea, sin advertir que incluso el conocimiento de la realidad más fea es, con todo, bello, y que el que conoce con frecuencia y mucho, termina estando muy lejos de parecerle feo el conjunto de esa realidad que tanto placer le ha proporcionado.

¿Hay, entonces, algo que sea
bello en sí
? El deleite de los que conocen incrementa la belleza del mundo y solea todo lo existente. El conocimiento no sólo envuelve las cosas en su belleza, sino que también introduce en las cosas su belleza, de una forma duradera. ¡Qué la humanidad del futuro corrobore esta afirmación! Entretanto, recordemos una antigua experiencia: dos hombres tan fundamentalmente distintos como Platón y Aristóteles, coincidieron en la forma de concebir la felicidad suprema, no sólo para ellos y para los hombres en general, sino la felicidad en sí misma, incluyendo la que experimentan los dioses. Situaron, pues, la felicidad en el
conocimiento
, en la actividad de la razón, ejercitada en descubrir y en inventar (
y de ningún modo
en la
intuición
, como dicen los teólogos y los semiteólogos alemanes;
ni
en la visión, como pretenden los místicos;
ni
mucho menos en las obras, en el trabajo, como entienden los prácticos). Descartes y Spinoza hacen la misma afirmación. ¡Qué gozo debió proporcionarles a todos el conocimiento! ¡Y qué peligro entrañaba para la lealtad el convertirse en panegiristas de las cosas!

551. Virtudes del futuro.

¿A qué se debe el hecho de que cuanto más ininteligible se ha vuelto el mundo, más ha disminuido toda clase de solemnidad? A que el miedo solía ser el elemento básico de esa veneración que se apoderaba de nosotros ante todo lo que nos resultaba desconocido, misterioso, haciendo que nos arrodilláramos y pidiéramos perdón ante lo incomprensible. ¿No habrá perdido el mundo algo de su encanto, al habernos vuelto menos miedosos? ¿Y no habrán decrecido, junto con nuestra predisposición al miedo, nuestra dignidad, nuestra solemnidad, nuestro
carácter terrible
? Tal vez estimemos menos el mundo y nos estimemos menos a nosotros mismos desde que tenemos ideas más valientes acerca del mundo y de nosotros mismos. Quizá llegue un momento en el que haya crecido tanto la valentía del pensador, que tendrá el supremo orgullo de sentirse por encima de los hombres y de las cosas. ¿Se verá el sabio a sí mismo y a la existencia entera a sus pies, por el hecho de ser el más valiente? Esta clase de valentía, no muy distante de la generosidad excesiva, no se ha dado hasta hoy en la humanidad. Puesto que los poetas no quieren volver a lo que fueron antaño —
visionarios
que nos decían
algo
acerca de lo
posible
—, y se les ha quitado de la cabeza lo real y lo pasado —pues la época de las inocentes falsificaciones medievales ya ha quedado atrás—, deberían decirnos algo sobre las
virtudes del futuro
, o sobre las virtudes que no existirán nunca en la tierra, aunque puedan estar en algún otro lugar del universo, en las constelaciones purpúreas y en las grandes nebulosas de la belleza. ¿Dónde estáis, astrónomos del ideal?

552. El egoísmo idealista.

¿Hay un estado más sagrado que el del embarazo, en el que todo se hace con el convencimiento íntimo de que, de un modo u otro, aprovechará al ser que se lleva dentro en estado de devenir, de que esto aumentará el valor secreto que ilusiona con el encanto del misterio que se lleva en el cuerpo? En esta situación se priva uno de muchas cosas, sin que cueste trabajo vencerse. Se evita una palabra violenta, se alarga una mano conciliadora: el niño debe nacer de lo que hay mejor y más tierno. Nos espantamos de nuestra violencia y de nuestra brusquedad como si éstas fueran una gota de sufrimiento en la copa de la vida del ser desconocido. Todo está velado, lleno de presentimientos; no se sabe lo que pasa, se espera y se procura estar
alerta
. Durante este tiempo, nuestro ánimo se encuentra dominado por un sentimiento puro y purificador, de profunda irresponsabilidad, un sentimiento semejante al del espectador antes de que se levante el telón.
Aquello
crece;
aquello
va a ver la luz, y
nosotros
no tenemos nada en las manos para determinar su valor ni el momento de su llegada. Estamos totalmente reducidos a las influencias indirectas, bienhechoras y defensivas. Allí está creciendo algo que es mayor que nosotros. Esta es nuestra esperanza más íntima; lo disponemos todo pensando en su nacimiento y en su prosperidad; y no sólo lo útil, sino también lo superfluo, esas coronas de nuestra alma que tanto nos reconfortan. ¡Hay que vivir con ese
fuego sagrado
! ¡Es posible vivir así! Y cuando estamos a la espera de un pensamiento o de una acción, aguardando que se realice algo esencial, no podemos comportarnos más que como embarazadas y debemos aventar los presuntuosos discursos que hablan del
querer
y de la
creación
. El auténtico
egoísmo idealista
consiste en tener un cuidado continuo, en velar y en mantener el alma en reposo, para que nuestra fecundidad
se logre felizmente
. Así, velamos y nos tomamos cuidados, de una manera indirecta, por el bien de todos y el estado de ánimo en que vivimos; ese estado de ánimo altanero y dulce es un bálsamo que se extiende muy lejos a nuestro alrededor, llegando incluso a las almas inquietas.

Pero las mujeres embarazadas son
antojadizas
. Tengamos, pues, antojos como ellas y no reprendamos a quien los tiene, cuando se encuentra en un estado semejante. Aún cuando este fenómeno llegue a ser grave y peligroso, sigamos venerando todo lo que se encuentra en estado de devenir, y no nos quedemos por debajo de la justicia de esta tierra, que no permite al juez ni al verdugo tocar a una mujer embarazada.

553. Con rodeos.

¿Adonde pretende llegar esta filosofía con tantos rodeos? ¿Hace algo mas que racionalizar, en cierto modo, un instinto constante y fuerte, que exige un sol bienhechor, una atmósfera luminosa, plantas meridionales, aire del mar, una nutritiva alimentación a base de carne, huevos y fruta, agua pura para beber, paseos silenciosos durante días enteros, conversaciones poco frecuentes, leer poco y con precaución, una habitación solitaria, hábitos de limpieza sencillos y casi militares, en suma, todo lo que más se ajusta a mi gusto personal y lo que considero más saludable para mí? ¿Será, en el fondo, una filosofía el instinto de un régimen personal, un instinto que busca mi atmósfera, mi actitud, mi temperatura, la salud que necesito, por el rodeo de mi cerebro? En la filosofía hay muchas más cosas sublimes y cosas sublimes más elevadas. No todas son tan sombrías y exigentes como la mía. ¿No serán también todas ellas rodeos intelectuales hacia instintos personales? Mientras pienso en esto, miro con nuevos ojos el vuelo misterioso y solitario de una mariposa, allá arriba, a la orilla del lago, donde crecen tantas plantas. La mariposa vuela de un lado para otro sin preocuparse de que su vida no durará más que un día y de que la noche será demasiado fría para su alada fragilidad. También sería posible hallar una filosofía que valiera para esta mariposa, aunque me parece difícil que la mía pueda servir.

554. Un paso hacia adelante.

Cuando se alaba el
progreso
, lo que se alaba es el movimiento y se ensalza a aquéllos que no nos dejan estarnos quietos en ninguna parte. En ciertos casos, esto supone ya mucho, en particular cuando se vive entre los egipcios. Sin embargo, en la dinámica Europa, en donde, como suele decirse, el movimiento «se produce por sí solo» —¡ay!, si por lo menos entendiéramos esto—, yo alabo el
paso hacia adelante
y a los que lo dan, es decir, a quienes se superan constantemente a sí mismos y ni siquiera miran si alguien les sigue. «Siempre que me detengo, me encuentro solo. ¿Por qué he de pararme? ¡Qué grande es el desierto!». Así sienten los hombres que van a la cabeza.

555. Bastan los más corrientes.

Es preciso evitar los acontecimientos cuando se sabe que los más corrientes nos dejan una huella profunda y que de éstos no podemos huir. El pensador debe tener dentro de sí un canon aproximado de todas las cosas que
quiere
aún
vivir
.

556. Las cuatro virtudes.

Las cuatro virtudes cardinales nos exigen: que seamos
leales
con nosotros mismos y con los que siguen siendo amigos nuestros;
valientes
frente al enemigo;
generosos
con el vencido;
corteses
en todo momento.

557. Contra el enemigo.

¡Qué bien suenan la mala música y las malas razones cuando se va contra el enemigo!

558. No hay que ocultar las virtudes.

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