B-10279 Sobreviviente de Auschwitz (10 page)

BOOK: B-10279 Sobreviviente de Auschwitz
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Con la ayuda de otro muchacho amigo quitarnos la nieve. Colocamos las frazadas en el piso. Hicimos un lecho improvisado. Ya era de noche, y aunque estábamos a la intemperie por el gran cansancio, quedamos dormidos.

Cuando despertarnos ya estaba claro, La nieve al-rededor nuestro estaba derretida y nuestra ropa muy empapada.

Por un portón angosto custodiado, dejaban pasar en grupos de a diez hombres, Delante mío habla una masa compacta de gente. Adelantaban, pero muy lentamente. Me ubiqué dentro de la conglomerada masa, pues pasar otra noche en ese patio abierto me horrorizaba.

Por varias lloras quedé aprisionado sin poder ni siquiera moverme. La multitud poco a poco avanzaba. Por fin llegué hasta el portón. Por un pasillo estrecho ingresé a un amplio local donde varios funcionarios estaban sentados detrás de las mesas. Registraban por medio de preguntas en un formulario distintos datos que habla que responder. Luego recibí una chapita donde estaba estampado el número. Esa chapita de seis números había que llevarla en el brazo sujeta con un alambre. Esa seria mi nueva identificación. Después de este trámite, fuimos llevados con un grupo a los baños. Luego de una ducha fría me tiraron una camisa y un calzoncillo; menos mal que me permitieron pasar los zapatos. En ropa interior el numeroso grupo fue llevado a un recinto alambrado. Fuimos ubicados dentro de un bloque en un amplio local vacío con ventanales. Los que ingresamos, quedamos en observación por un tiempo. Para dormir había que acomodarse tan juntos en el piso que parecíamos sardinas enlatadas. El capo que tenia el mando, entró con sus ayudantes para ordenar y tratar de ubicar á la gran cantidad de gente en el piso del barracón. Con un látigo en la mano, el capo interrumpió su tarea y se dirigió hacia donde yo me encontraba y me dijo: ¡”Eh tú"! No estaba muy seguro a quién se refería, pero con el látigo me indicó que fuera hacia el pasillo y lo esperara hasta terminara de acomodar a los otros.

¿Qué habré hecho? Me quedé perturbado.

Después de esperarlo, apareció el capo alemán y me pidió que lo acompañara. Me llevó a una habitación contigua donde él se alojaba. Abrió un ropero y me dijo que eligiera la ropa que más me gustara. Había mucha variedad de prendas y pude encontrar lo que necesitaba, Luego abrió otro armario que era un depósito de comestibles.

- Puedes comer todo lo que quieras, me dijo.

Mi tarea sería mantener limpia y ordenada su habitación.

Había una estufa a carbón a la que tenía que Alimentar para mantenerla encendida y lustrarle las botas. El capo alemán era también preso.

Se podía identificar a todos los prisioneros por el color del triángulo al lado del número. Esa identificación la tenían que tener todos los presos cocida en la parte delantera del saco del uniforme, y en un lado del pantalón. Los judíos eran considerados presos políticos y se los reconocía por un triángulo rojo. Los gitanos por el color negro, los alemanes reclusos por algún delito, con el color verde. Este capo alemán que me trataba bien, tenía el triángulo verde invertido, con la punta puesta hacia abajo, lo que significada que era asesino profesional. Hablaba el alemán muy cerrado, yo aparentaba que lo comprendía, pero en realidad me costaba entenderle. Era alto y de complexión fuerte, tenía entre 35 a 40 años. Aunque me encontraba en una posición más o menos cómoda, me sentía perturbado porque del otro lado del pasillo, había centenares de hombres en una situación calamitosa. En la puerta de acceso estaban los ayudantes de] capo que ya me conocían y me dejaban entrar. Había entre el conjunto de gente muchos conocidos y amigos míos. Al verme en mejor posición en seguida se acercaron y quedé rodeado. Todos me suplicaron que les traiga agua. Padecían de una sed implacable. Salí en busca de un recipiente. Logré encontrar una olla y un tazón, los llené de agua, y volví al bloque para repartirla. Pero no me fue posible, una avalancha de sedientos se tiraron encima mío y el contenido quedó derramado en el piso. Uno de los ayudantes se acercó y me dio una fuerte bofetada. Me sacó del bloque y luego me pidió disculpas. Me aconsejó no proceder de ese modo, sino llamar a los hombres en forma individual al exterior del recinto, y así lo hice.

Dentro de mis posibilidades traté de ayudar y aliviar en algo a los que sufrían. Los días pasaban sin cambio alguno, a nosotros no

nos era permitido salir al exterior de la barraca. Por la ventana vi de casualidad al yugoslavo y lo llamé:

- ¡Branco! ¡Branco!

Me oyó, y se acercó. Ambos nos alegramos muchísimo de vernos. Me pidió si le podía conseguir mejor vestimenta. La que él tenía puesta, estaba bastante deteriorada. Se lo prometí para el día siguiente, pero no lo volví a ver más.

En el bloque corrió el rumor de que todos los internados que se encontraban en cuarentena serían evacuados hacia un campo de trabajo forzado Efectivamente se realizó un nuevo registro y se repartió luego uniforme a rayas. Durante el tiempo transcurrido, la gente que estaba amontonada en la barraca, seguía sola-mente en ropa interior. El alemán que tenía el mando del bloque, me trataba bien, pero el triángulo invertido en su vestimenta me intranquilizaba. Inventé que tenía un hermano y que no quería separarme de él, y me registré para ir con el transporte. No me lo reprochó y quedé integrado para partir ya al día siguiente a otro destino.

Para el viaje me hizo mi paquete de comestibles, se despidió cordialmente y me deseó buena suerte.

Al día siguiente fuimos despertados muy temprano y alistados para formar. Después del conteo, emprendimos una caminata de varios kilómetros para llegar hasta la estación ferroviaria Abandonarnos la fortaleza de Mauthausen caminando en bajada. Estábamos todavía en pleno invierno del año 1945. En esa región todo parecía normal, no se percibía ningún vestigio de una confrontación mundial.

El grupo de gente que se deslizaba por un camino resbaladizo era bastante numeroso, estaba compuesto también por presos de otros bloques. En la estación los vagones de carga ya estaban alistados. Una vez ubicados en éstos, partimos y el destino era el campo de concentración Ebensee. Viajamos en vagones cerrados algunas horas, hasta llegar al lugar.

EL INFIERNO DE EBENSEE

A primera vista daba una impresión horrenda. La planicie de Ebensee estaba rodeada de altas montañas, probablemente los Alpes, cuyos picos no permitían que las nubes se desplazaran, había una permanente concentración de nubosidad que provocaba lluvias o nevadas en forma continua. Este campo de trabajos forzados estaba enclavado en un terreno boscoso, camuflado, difícil de identificar a distancia. Los barracones estaban escondidos, metidos estrechamente entre los altos pinos La columna de recién llegados fue llevada caminando hacia la plaza mayor. El comandante hizo su aparición acompañado por altos oficiales de los SS. En voz alta el jefe del campo hizo una breve alocución: -Ustedes llegaron a Ebensee. -Aquí no hay ninguna posibilidad de escapar. El preso que sólo intente fugarse va a ser inmediatamente colgado aquí. Mostró un cadalso que se encontraba en la misma plaza.

Después del discurso se retiró con los acompañantes nazis. Fuimos llevados luego por un camino que conducía al interior del bosque. Nos detuvimos frente a un barracón. Había que hacer un compás de espera para ser llamados, Desde el barracón comenzaron a llamar en voz alta a uno por uno. Los encargados eran polacos también presos. Estos polacos eran hostiles con sus paisanos judíos. En forma individual llamaron por el nombre por el lugar de procedencia. El que era nombrado tenía que ingresar al interior para un nuevo registro. Frente a la puerta de ingreso se hallaba un numeroso grupo de polacos que se divertían dando palos al que era llamado. Cuando sentí mi nombre me tapé la cabeza con las manos, para poder entrar. Vi levantarse de la mesa al tipo que tomaba los datos y les gritó: ¡no le peguen que es de mi ciudad de Lodz!

Realmente me salvó de una golpiza. Me tomó los datos correspondientes y también el oficio. Una vez que terminó el registro fuimos llevados en numeroso grupo hacia el bloque donde íbamos a ser alojados. Cuando llegamos al barracón designado, ya estaba oscuro. Había finalizado el día y estábamos medio muertos por el cansancio, apenas nos podíamos mantener en pie. El alemán que estaba a cargo corno capo en ese bloque, era también un preso. Nos hizo agrupar para darnos un discurso. Entre otras cosas dijo:

- Ese lugar se llama Ebensee, pero tendría en realidad que llamarse "Regensee" (Diluvio) -

Se presentó al nuevo grupo diciendo:

- Soy el capo de este bloque, y es a mí a quien tienen que obedecer, y agregó: exijo orden y disciplina.

Cuando finalizó la parte oratoria, empezó a acomodar a la gente en las cuchetas. Estas eran de tres pisos, con colchón de paja y una frazada. Después del trajín diario nos vino bien a todos el reposo. Como troncos pesados caímos sobre los lechos.

El descanso fue relativamente corto A las cuatro de la madrugada fuimos despertados. El capo alemán de este bloque resultó ser un verdadero asesino. Munido de un palote, se ensañaba con los confinados. Luego de repartir un líquido que era algo parecido al café había que abandonar el barracón para dirigirse al lugar donde se efectuaba el conteo. En la intemperie nevaba y llovía. Miles de rusos y polacos civiles capturados para trabajos forzados se encontraban en Ebensee. Se les veía llegar en gran cantidad de barracas que se encontraban en el bosque. Se dirigían a la plaza principal para el "appel". Se hizo también presente todo el Estado Mayor de militares SS., con el fin de verificar el conteo. La vestimenta de los nazis era impermeable. La lluvia no les afectaba. Pero a nosotros los presos nos estaba empapando. Por esa lluvia incesante quedamos mojados hasta los huesos.

Dado el visto bueno por los alemanes las formaciones de miles de confinados comenzaron a marchar al exterior del campo alambrado de púas y electrificado. Esta marcha conducía hacia los trabajos que haríamos todos los días. Aparte del alambrado que cercaba todo el campamento interno había dos cadenas de cercas eléctricas separadas que abarcaban una zona bastante extensa.

Para llegar al lugar donde se efectuaban los trabajos., habla que caminar varios kilómetros. Fui designado el primer día para integrar un grupo con ucranianos para trabajar dentro de un inmenso barracón. Dentro del mismo se rellenaba moldes de diseño con hormigón. En el centro de ese edificio techado funcionaba un horno de gran tamaño que soplaba aire caliente para ayudar al secado del hormigón armado. Nuestro grupo fue dirigido por un polaco joven de Varsovia. Después del fracasado levantamiento de los polacos, hacía ya algunos meses en la capital de Polonia, miles de éstos fueron a parar a los campos de concentración nazis. Al muchacho que estaba a cargo del grupo, le caí bien y me designó para limpiar y rasquetear los moldes metálicos. Tenían que estar limpios para llenarlos nuevamente con cemento-portland. Por lo menos es taba bajo techo y eso ya significaba mucho.

El supervisor de nuestro grupo era un ingeniero civil. Este debía verificar los trabajos. Me solía llamar 'Kleiner Juden Bengl" (pequeño judío travieso). Durante todo el día empleaba la frase de "Juden Bengl”. Una vez finalizado el trabajo diario, recibimos la orden de llevar de regreso al campo troncos de madera. Con la pesada carga había que recorrer el largo trayecto y luego apilarlos en las afueras del crematorio. En ese recinto siempre había cadáveres amontonados a la espera de ser cremados. En Ebensee el clima mataba. Para los que el destino les había deparado caer en ese campo de horror, la muerte estaba asegurada a corto plazo. Llegué a nuestro barracón extenuado y mojado de pies a cabeza. En el bloque el capo alemán Fritz, con un palote ya repartía golpes con furia. En un barril con agua, había una cantidad de palos que le proporcionaba un ruso. Los traía del bosque por un poco de pan. Los palos mojados le duraban más y con ellos castigaba a las víctimas hasta que les brotaba la sangre. Viéndola chorrear él enfurecía aún más. Era un verdadero asesino sanguinario.

Una vez estaba inspeccionando y notó que a una frazada le faltaba un trozo de tela. El que dormía en ese lecho lo había utilizado para envolverse los pies. El pobre los tenía congelados; Fritz le propinó una golpiza hasta dejarlo bañado en sangre. Siempre encontraba una víctima. Le teníamos terror. El capo alemán era físicamente corpulento; tenía la voz algo ronca. Se ensañaba con los que tenía a su cargo. Repartía la comida cuando la gente volvía del trabajo hambrientos, mojados y muertos de cansancio. Después de obtener la ración, nos acostábamos con la ropa húmeda y nos levantábamos con la vestimenta que estaba mojada aún.

-¿Por qué los alemanes eligieron ese lugar, y cual era el objetivo?

- Los nazis eligieron Ebensee con el objetivo de instalar sus industrias bélicas dentro de la montaña. Aprovecharon la mano de obra barata para abrir una extensa red de túneles en roca dura con el propósito de que esas industrias no fuesen el blanco de la aviación aliada. El clima de Ebensee favorecía, porque era un manto protector natural de nubes que impedían a los aviadores tener una visibilidad clara. Era una imperiosa necesidad del régimen nazi proteger sus instalaciones contra los bombardeos. Decenas de miles de presos-esclavos fueron utilizados para esos proyectos. A pesar de que la Alemania nazi se estaba ya derrumbando, en ese lugar no se notaba ningún cambio. La mayoría de los esclavos eran rusos, ucranianos y polacos. Los judíos ya eran una minoría. Las condiciones climáticas y el trato inhumano en ese campo eran sumamente difíciles de soportar. Allí a los internados más resistentes, la moral y la voluntad de lucha por sobrevivir, se les quebrantaban. Ebensee era un campo de trabajo forzado intolerable. El grupo que yo integraba, fue solicitado para otro tipo de trabajo fuera del barracón. El lugar indicado era a la intemperie y allí había una gran cantidad de ladrillos. Porque la noche anterior había llovido, éstos quedaron unidos por el hielo, formando una masa compacta. Por orden de los alemanes, había que despegar los ladrillos y llevarlos escalera arriba a otro lugar. Conseguimos barretas, pero no fue posible despegarlos. Sólo se pudo lograr luego de hacer una fogata. Lo difícil fue llevar cinco o seis ladrillos congelados sin guantes, hacia arriba por los escalones. Los dedos quedaban pegados al hielo. Los que demostraban fatiga o aflojaban el ritmo, eran castigados con látigos por los SS.

Finalizado el trabajo con los ladrillos, todo el grupo volvió al barracón. En el centro del mismo, un polaco civil con el que había iniciado cierta amistad, alimentaba el horno del cual soplaba aire caliente hacia afuera. Me acerqué y le pedí que me permitiera secar un poco la ropa. El aire caliente salía de ese horno gigante con mucha fuerza. Faltaba muy poco y mi ropa quedaría seca. Pero fui sorprendido por un oficial de los SS., que entró por una puerta latera¡. Debajo de su uniforme tenía un látigo de goma dura. Se abalanzó contra mí y me aplicó latigazos en la cabeza. Me la cubrí con las manos, gritaba de dolor, y traté de alejarme. Pero el nazi me siguió y me aplicaba más latigazos. Los compañeros del grupo me gritaron que no le huyera. Me saqué la “Mutze" (gorro) y quedé erguido y estático frente al nazi SS. Al mirarme, me pareció que él se dio cuenta que yo no era más que un adolescente y no me pegó más.

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