B-10279 Sobreviviente de Auschwitz (8 page)

BOOK: B-10279 Sobreviviente de Auschwitz
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Para nosotros los internados era un aliciente, aunque uno sólo logró la libertad. Lo conocía, era un muchacho joven y todos admiramos su decisión. Realmente había que ser valiente, tener coraje y sobre todo mucha suerte.

Lamentamos que el jefe del campo fuera cambiado porque este no era malvado y no sabíamos quién lo iba a sustituir.

Efectivamente el comandante del campo quedó depuesto. Su lugar lo ocupó un berlinés con un acento alemán cerrado. El alto oficial nazi no era tan severo como parecía en principio.

El campo de trabajo forzado crecía en edificaciones como en gente. Al principio éramos unos doscientos pero al pasar el tiempo se multiplicó por tres o cuatro veces más la cantidad de presosesclavos.

La ambulancia de las Cruz Roja llegaba desde Auschwitz una vez por semana puntualmente, como va lo había mencionado. Un hombre había fallecido y el médico nazi de la ambulancia determinó que el hombre había muerto a consecuencia de una enfermedad contagiosa. Al dia siguiente llegó de Auschwitz un grupo de médicos para hacer una inspección. Todos los que estaban confinados en ese campo tenían que pasar desnudos delante de ellos. Revisaban minuciosamente uno por uno por si se habían contagiado de un tipo de tifus que dejaba marcas en la piel. Al final por precaución medio block quedó aislado.

A la pieza donde dormía el fallecido y a las contiguas, se les impuso una cuarentena. En Realidad deberla estar entre los que quedaron en cuarentena, pero en el momento cuando quedó bloqueada esa parte, no me encontraba allí. Cuando quise ingresar, me lo prohibieron. Tuve que buscar algún otro alojamiento. Un conocido mío de apellido Berlinski fue nombrado encargado. Nos pidió ayuda a un muchacho y a mí. La tarea de nosotros era traer la ración diaria: el pan y los tachos de sopa que luego Berlinski repartía.

Muchos tenían envidia a los que quedaron aislados, porque no salían a trabajar. Finalizada la cuarentena, vino una orden de los alemanes para deportarlos a todos y entre ellos muchos amigos míos. Nos enteramos que fueron llevados a Auschwitz, fueron sacrificados.

Tiempo después se divu1gó una noticia bomba: dos presos se habían fugado se trataba de dos hermanos. Salieron a trabajar con un grupo para descargar vagones y pasó exactamente lo mismo que en el caso anterior. Los vigilantes armados de los SS ya eran hombres de edad y aquellos aprovecharon un momento propicio para fugarse y lo lograron sin ser abatidos. Nuevamente llegó de Auschwitz otra comisión investigadora. Se creyó que el nuevo comandante iba a ser destituido, pero no sucedió así. Nos enteramos que éste era un hombre de confianza de Himmler, y no lo removieron. Para los alemanes nazis una fuga significaba una tremenda pesadilla. A toda costa querían mantener el crimen que cometieron contra nuestro pueblo en secreto. Divulgar lo que allí ocurría los pondría en una situación comprometida. Se tomaron algunas medidas más estrictas, se realizó una vigilancia más controlada y el asunto no pasó a mayores.

Los alemanes estaban seguros que los fugados en poco tiempo serían encontrados, ya que la población civil de los alrededores eran pro-nazis y denunciarían en el acto a la gente extraña. Pero no sucedió así y esto nos llenó de inmensa satisfacción.

Al otro día estábamos formando para el “appel" conteo, y no coincidía con el día anterior. Los capos y los SS comenzaron una búsqueda dentro del campo. Mientras tanto había que estar a la intemperie aguar. dando.. De repente se vio salir de un bloque a un preso corriendo, detrás de él a un SS y a un capo. Los dos lo castigaban sin lástima hasta que pudo llegar al lugar donde estábamos ubicados. El hombre se había quedado dormido y no se había presentado cuando se hizo el llamado para el "appel".

Habían pasado algunos días y otro recluso logró fugarse. Lo conocía, era un muchacho joven de algo más de veinte años, alto y con buen físico. Trabajaba donde pasaba la vía férrea; desapareció igual que los otros fugados. La ira de los nazis era muy grande. De Auschwitz llegó todo un estado mayor. Hicieron minuciosos Interrogatorios. Prácticamente les llevó un día entero la investigación. Nos asustaba ver tantos jerarcas juntos. Cuando ya los vimos irse nos sentimos más aliviados. Por orden de éstos se hizo un nuevo registro. A los reclusos que vivían antes de la guerra en la Alta Silesia o en las inmediaciones no les fue permitido abandonar el lugar. Estos comenzaron a trabajar dentro del recinto del campo. Eran identificados con una insignia que tenían prendida en la ropa. Esto se debía a que los que lograron fugarse eran oriundos de la zona y recibieron ayuda de los polacos amigos. Estos corrieron el riesgo y les proporcionaron refugio a los fugados. Hubo algunos polacos que arriesgaron su vida.

El comandante nazi fue reemplazado por otro oficial de rango. Las diferencias entre éste y los antecesores eran notables. Por ejemplo, los destituidos se solían atender por un peluquero que había entre los reclusos. Pero este nuevo no lo aceptó, tenía un carácter cínico nazi.

EN LAS MINAS DE CARBON SHARLOTTEN GRUBE

Fuimos trasladados a otro campo de concentración, mucho más amplio, podía dar cabida a aproximadamente tres mil presos. No estaba lejos del anterior, sólo algunos kilómetros lo separaban. Un bloque fue destinado para atención sanitaria. Comenzaron a llegar transportes y los bloques del campo se llenaron de gente. También llegó un grupo de médicos. Entre ellos un cirujano judeofrancés. Este fue designado como jefe médico. Berlinski quedó nombrado encargado del sector sanitario y yo fui presentado por éste al cirujano; le caí bien y me aceptó como cuidador nocturno.

El nuevo campo comenzó a tomar otro giro. La intención de los alemanes era utilizar a los confinados para trabajar en las minas de carbón que se encontraban cerca. En las mismas minas también trabajaban prisioneros de guerra, rusos. Estos recibieron un mejor trato, pues estaban bajo vigilancia de la Wehrmacht. A la gente de nuestro campo le tocó lo peor. Fueron designados a un sector donde la veta de carbón tenía 70 cm. de altura. El trabajo de la extracción del mineral se tenía que realizar arrodillado y con una pala de un diseño especial para esta tarea. Arrastraban un pesado farol a batería para alumbrar la oscuridad reinante. Supe que el nombre de la mina en alemán era Sharlotten Grube": esta tenía una profundidad de 400 metros. El doble ascensor estaba diseñado para subir y bajar vagoncitos o a gente. Zumbaban los oídos por la velocidad que desarrollaba.

Los SS no bajaban a la mina; ellos se quedaban esperando hasta que terminaba el turno. Por suerte no me tocó trabajar allí. Yo había quedado en la enferme-ría. Este puesto significaba ser privilegiado ya que lío tenía que formar para el “appel".

La primera noche el jefe médico me sorprendió durmiendo. Estaba sentado en un banco y por el trajín diario, me dormí. Fui despertado en plena noche por una fuerte bofetada que me dio el médico francés. No sabía cómo excusarme, le pedí otra oportunidad, le prometí que no iba a suceder más, y él me perdonó.

A medida que pasaba el tiempo, este bloque destinado para prestar primeros auxilios, se convirtió en hospital. Todos los días ingresaba gente con dolencias de distinta índole.

A los que les había tocado trabajar en el sector de la mina de 70 cm. de altura, les proporcionaron rodilleras. Pero estos protectores de rodillas se desgastaron rápidamente y no se les dio otros. Los mineros-esclavos que se arrastraban en ese espacio reducido quedaron agotados. Muy a menudo había derrumbes. Los desdichados se desplazaban como ratas, los castigaban, obligándoles a extraer el carbón en forma acelerada.

El hospital en poco tiempo se llenó de enfermos y accidentados. Trajeron a uno en grave estado. Este hombre había sido asignado para enganchar las vagonetas ya cargadas que llegaban por impulso. Por no tener experiencia no lo logró la primera vez. Un capo lo castigó sin piedad, obligándolo a hacerlo de nuevo. Lo enganchó, pero no retiró a tiempo su cabeza y recibió un tremendo impacto de los discos parachoques. Llegó inconsciente con la cabeza toda hinchada; los pocos días que vivió deliraba constantemente. Era un conocido comerciante de nuestra ciudad de Lodz.

Otro hecho desagradable ocurrió cuando un capo alemán sorprendió a uno en el momento en que hizo una pausa en el trabajo. Le arrancó la pala de sus manos y le asestó un salvaje golpe en la cabeza. Le hundió el cráneo. Lo trajeron inconsciente al hospital: era un judío checo. Se le colocaba hielo en la cabeza. Yo me acercaba de vez en cuando para ver si reaccionaba, pero el daño fue irreparable y murió a los pocos días.

La gente que salía a trabajar en las minas comenzó a sentir el agotamiento. Llegaban ennegrecidos por el polvillo del carbón. Entraban a los baños después del trabajo a ducharse, pero con agua fría, sin jabón y sin toalla, siempre con la misma ropa: parecían gente del continente negro.

Muchos no podían aguantar esa vida y se suicidaban. Se tiraban por el hueco que había al lado del ascensor de la luma. Trajeron al hospital en un cajoncito los restos desechos de un ser humano que encontraron a 400 mts. de profundidad. No fue un hecho aislado, ocurría muy a menudo. Esto incomodaba al comandante, porque la prensa local lo publicaba. El jefe del campo habló a los mineros y entre otras cosas dijo:

- Los que perdieron el interés por la vida, no necesitan tirarse por el hueco del ascensor, que se presenten, y con gusto les daré el tiro de gracia con mi arma.

Seguía en mi puesto como único cuidador nocturno, en el bloque del hospital. También debía ocuparme de tapar con una frazada los cuerpos que yacían sin vida. Se producían decesos cada noche; al día siguiente debía informarle el hecho al jefe médico. Al principio esto chocaba con mi sensibilidad, pero a medida que pasaba el tiempo me tuve que adaptar. Era conocido dentro del recinto hospitalario, como fuera de éste. Mis tareas específicas eran hacer guardia en lloras nocturnas, atender a los enfermos, mantener encendidas las estufas, despertar al médico si fuera necesario. Si de imprevisto se hacía presente el comandante del campo o algún otro SS para inspeccionar, me tenía que identificar en alemán: Heftling (internado) Nº B 10279 cuidador nocturno. Se trataba de una inspección ocular.

En la tranquilidad de la noche muchas veces recordaba a mi familia. ¿Dónde estaría mi madre y mi hermana? Esos pensamientos me agobiaban. También me preocupaba un muchacho muy amigo mío que trabajaba en la mina, pero en condiciones muy diferentes a la de los demás. Por lo general los mineros terminado el trabajo volvían al campo. A este amigo le tocó un sector donde les marcaban mi número determinado de metros para extraer carbón. Hasta que no terminaba la cantidad marcada, que podía insumirle hasta 15 horas diarias, no lo soltaban. Casi todas las noches llegaba al nosocomio extenuado y hambriento. Lo hacía pasar a un lugar semioculto para ayudarlo con comida caliente para que pudiera sobrellevar la pesada carga de ese trato inhumano. Traté de aliviar a muchos otros dentro de mis posibilidades.

Aparte del grupo de médicos, había también algunos enfermeros, entre ellos Beniek. Los enfermos lo estimaban. Preferían ser atendidos por él. En especial se destacaba en dar inyecciones y cambiar vendajes. En muchas oportunidades fui su ayudante. Un caso especial pasó con un adolescente judeo-húngaro. Ese joven de aspecto delicado, esbelto, rubio, de ojos celestes, fue designado como minero en el sector de poca altura. Se arrastraba con las rodillas desnudas. Llegó al hospital desgarrado e infectado. Antibióticos en aquellos tiempos no había y la infección seguía avanzando. Ya casi no le quedaba carne en los muslos. Se le veía sólo los tendones y el fémur. Beniek le cambiaba el vendaje.

Preocupado por el muchacho, le pregunté a Beniek si había alguna posibilidad de que se salvara, contestó que aparentemente la infección estaba dominada. Pero el aspecto del enfermo era calamitoso. Mientras lo estábamos atendiendo llegaron varios altos oficiales nazis, con un cedulón buscando justo a ese muchacho húngaro. Lo querían llevar, pero el enfermo estaba al borde de la muerte, y decidieron dejarlo. Hubo una versión que del exterior se iba a pagar una fuerte suma de dinero para rescatarlo. Murió al día siguiente.

Como todas las noches hice una ronda para ver silos enfermos dormían o a los que estaban quejosos prestarles alguna ayuda. Varios de ellos se encontraban en recuperación, pero no estaban durmiendo, sino sentados en sus cuchetas. Les pregunté que pasaba; me contestaron que las chinches y los piojos no los dejaban conciliar e] sueño. No había medios para combatir esas plagas. No era de extrañar porque la ropa no se lavaba, ni se cambiaba, ni las frazadas tampoco. Preferían pasar sentados en las cuchetas para evitar ser picados.

Entre los enfermos se encontraba un judeo-checoeslovaco, era de profesión ingeniero. Padecía de pulmonía. Este hombre era muy apreciado. Me llamó la atención que inclusive los capos alemanes se interesaran por su salud. Los médicos no disponían de medios para socorrerlo. Mientras me encontraba de guardia, llegaban muchos a preguntar por la evolución del enfermo. El ingeniero luchaba por la vida. Le era difícil respirar. Me llamó, corrí hasta el lecho donde estaba recostado. La desesperación lo hizo levantar. ¡No puedo respirar! ¡No puedo respirar! eran palabras entrecortadas. Lo tranquilicé y corrí a despertar al médico. El doctor le inyectó un tranquilizante. Esa misma noche se produjo el deceso del ingeniero que era lamentado por todos los que lo conocieron en vida. No recuerdo su nombre.

El tiempo pasaba y el invierno se hizo presente. Nevaba en forma constante. El frío era otro azote para los confinados. Estábamos aislados y prácticamente no sabíamos nada respecto a los acontecimientos mundiales. El jefe médico me llamó para notificarme que tenía la intención de colocar a otro en mi lugar. Me dijo: te veo muy bien de salud y apto para trabajar algún tiempo como minero; en tu lugar colocaré a otro que no esté en tan óptimas condiciones físicas.

En presencia del jefe médico traté de mantener una postura normal aunque interiormente esta noticia me cayó como un balde de agua, porque en ese puesto mi situación en relación a otros era tolerable. Pero él era el que mandaba y ya tenía que pensar en hacer los trámites para ser incorporado al grupo de mineros. Por tener cierta influencia, logré ser incorporado al sector Nº 3, donde la veta de carbón tenía entre dos y tres metros. Abandoné el bloque-hospital y me ubique en el grupo que salía a trabajar temprano. El capo del sector era un yugoslavo, de nombre Branco. Le caí bien y entablamos cierta amistad. El idioma no era un escollo, el yugoslavo es algo parecido al polaco. Le pregunté por qué él se encontraba en un campo de concentración. Me contestó que en su país estaba integrado a la guerrilla del líder Tito. Fue sorprendido por los búlgaros nazis cuando trasladaba armas hacia otra localidad vecina. No lo fusilaron porque era de una familia muy respetable. Fue confinado a un campo de trabajo forzado y luego lo transfirieron a este lugar. Por tener buen físico lo nombraron capataz o capo del grupo que trabajó en la luma en el sector N" 3.

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