Baila, baila, baila (50 page)

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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Fantástico, #Drama

BOOK: Baila, baila, baila
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¿Por ejemplo?

Por ejemplo, no me gustaba nada el rostro inexpresivo de Yuki cuando estaba con Ame. Tampoco la mirada vidriosa de Ame cuando estaba con Yuki. Eso no auguraba nada bueno. Yo adoraba a Yuki. Era una chica lista. A veces muy terca, pero en el fondo dulce. También sentía cierta simpatía por Ame. Cuando hablé a solas con ella, me pareció una mujer fascinante. Poseía talento a raudales y estaba indefensa. En cierto sentido, era mucho más infantil que Yuki. Pero la combinación de ambas se me antojaba devastadora. De alguna forma entendí a Hiraku Makimura cuando dijo que las dos habían consumido su talento.

Sí, las dos juntas emanaban una especie de poder.

Hasta entonces Dick North había mediado entre ellas. Pero ahora ya no. En cierto sentido, yo era el único que quedaba para mediar entre ellas.

Eso, por poner un ejemplo.

Llamé a Yumiyoshi y quedé con Gotanda en varias ocasiones. Con respecto a Yumiyoshi, aunque por lo general se mostraba fría, notaba en el tono de su voz que se alegraba un poco cuando la telefoneaba. Por lo menos, mis llamadas no parecían importunarla. No faltaba nunca a sus clases de natación y en los días de descanso salía a veces con un chico.

—El domingo pasado fuimos de paseo en coche hasta un lago —me dijo—, pero no hay nada entre los dos. Sólo somos amigos. Fuimos compañeros de clase en el instituto y ahora trabaja en Sapporo. Sólo eso.

Le dije que no estaba preocupado.

Lo cierto era que, a mí, que fuera a un lago o subiera una montaña con ese noviete me daba igual. Lo que me inquietaban eran las clases de natación.

—Pensé que sería mejor decírtelo —siguió—. No me gusta ocultar nada.

—No te preocupes, de verdad —repetí—. Yo lo que quiero es poder volver a Sapporo para verte y hablar contigo. Tú puedes salir con quien te dé la gana. No tiene nada que ver con nuestra relación. Yo no dejo de pensar en ti. Como ya te he dicho alguna vez, entre nosotros existe algún nexo.

—¿Un nexo?

—Por ejemplo, el hotel —le dije—. Es tu sitio y el mío. Por así decirlo, es un lugar especial para los dos.

—Mmm —dijo. Ese «Mmm» ni afirmaba ni negaba, sino que era más bien neutro.

—Desde que nos despedimos he conocido a varias personas. Me han ocurrido muchas cosas. Pero nunca he dejado de pensar en ti. Tengo muchas ganas de verte. De todas formas, aún no puedo ir. Todavía tengo un asunto que arreglar. —Había emoción contenida en mis palabras, pero la explicación resultaba poco lógica. Propio de mí.

Se hizo un silencio de duración media. Un silencio de cariz ligeramente más positivo que neutro. Pero, al fin y al cabo, un silencio. Quizá estaba siendo demasiado optimista.

—¿Y va bien ese asunto pendiente? —inquirió.

—Creo que sí. Sí. Es lo que quiero pensar —contesté.

—Ojalá lo hayas resuelto antes de la próxima primavera.

—Sí, ojalá —dije.

Gotanda parecía cansado cuando nos veíamos. Debido a que su agenda de trabajo era muy apretada, tenía que hacer malabarismos para poder verse con su ex a escondidas, siempre tratando de pasar inadvertido.

—No podemos seguir así: es lo único que tengo claro —suspiró—. No estoy hecho para esta vida tan agitada, siempre en los límites. Soy un tipo más bien hogareño. Por eso estoy rendido. Tengo la sensación de que se me tensan los nervios —dijo, y abrió ambos brazos como si tensara un cordón elástico.

—Deberías tomarte unas vacaciones y marcharte con ella a Hawai —le dije.

—Si pudiera… —sonrió débilmente—. Si pudiera, sería maravilloso. Poder pasar el día los dos tumbados en la playa, distraídos, sin pensar en nada… Cinco días estaría bien. No, no quiero ser exigente. Con tres días sería suficiente. Creo que con tres días me quitaría de encima todo el cansancio.

Esa noche estábamos en su apartamento en Azabu. Nos habíamos acomodado en su sofá
chic
y, con una copa en la mano, estábamos viendo un vídeo que recogía sus anuncios de televisión. Uno era de un medicamento para el estómago. Era la primera vez que lo veía. Unos ascensores en una oficina. Cuatro ascensores totalmente abiertos, sin paredes ni puerta de ningún tipo, subiendo y bajando a bastante velocidad. Gotanda, con traje negro y un maletín en la mano, iba en uno de ellos. Tenía el aspecto de un hombre de negocios y saltaba ágilmente de un ascensor a otro. Cuando uno de sus superiores subía a un ascensor, él iba hasta allí y le consultaba cosas relacionadas con el trabajo; cuando una bella secretaria subía a otro, acordaban una cita; cuando en uno de los ascensores había trabajo pendiente, iba hasta allí y lo despachaba a toda velocidad. En el otro sonaba un teléfono. No debía de ser fácil saltar de un ascensor a otro moviéndose a tal velocidad. Gotanda brincaba, pero su gesto impasible nunca se alteraba.

Entonces se oía un comentario en
off
: «La agotadora rutina del día a día. El cansancio que se acumula en el estómago. Un medicamento que lo aliviará en momentos de estrés…».

Me eché a reír.

—¡Qué gracioso!

—Lo mismo opino yo. Es una imbecilidad, pero tiene gracia. Los anuncios suelen ser todos una basura. Pero éste no está mal. Es de mejor calidad que la mayoría de las películas en las que he actuado. Estos anuncios cuestan mucho dinero, sobre todo por el plató y los efectos especiales. Pero en publicidad no se escatima en gastos. La idea es interesante.

—Y casi es como tu biografía.

—Tienes razón —admitió riéndose—. Se parece mucho. Hago malabarismos para saltar de un lado a otro. Me juego la vida haciéndolo. El cansancio se me concentra en el estómago. Pero ese medicamento no surte efecto: me dieron una docena de cajas y lo probé, y no funciona en absoluto.

—Con todo, saltas con mucha agilidad —dije yo, mientras rebobinaba el anuncio con el mando a distancia y volvía a verlo—. Me recuerda el humor de Buster Keaton. Puede que te vaya bien este tipo de papeles.

Gotanda asintió con una sonrisa.

—Es cierto. Me gustan los papeles cómicos. Siempre me han interesado. Siento que tengo alguna posibilidad en ese campo. Sería interesante lograr sacar el lado humorístico a un tipo serio que interpreta papeles serios como yo. Intento conservar la seriedad en este mundo intrincado y tortuoso. Sin embargo, ese modo de vida resulta cómico. ¿Entiendes a qué me refiero?

—Sí.

—No hace falta que haga nada especialmente gracioso. Sólo tengo que comportarme con naturalidad. Lo que ya de por sí resulta bastante gracioso. Me interesa ese tipo de interpretación. Hoy en día no hay en el país actores que se dediquen a esto. Cuando se trata de hacer comedia, la mayoría de la gente exagera y sobreactúa. Yo quiero hacer lo contrario: no interpretar. —Gotanda se tomó un trago y miró al techo—. Pero nadie me ofrece papeles así. Porque no tienen ninguna imaginación. Lo único que les presentan a mis agentes son papeles de médico, profesor o abogado. Ya estoy harto. Me gustaría rechazarlos, pero no puedo. Y el cansancio se me concentra en el estómago.

A raíz de las buenas críticas que el anuncio había recibido, se habían rodado varias secuelas. El patrón era siempre el mismo: Gotanda, un joven apuesto ataviado con un traje de hombre de negocios, saltaba en el último minuto a trenes, autobuses y aviones. O se agarraba a las paredes de un rascacielos con los documentos debajo del brazo, trepaba por una cuerda y se desplazaba de una oficina a otra. Todos estaban bien rodados. Lo mejor era que Gotanda se mantenía siempre impertérrito.

—Al principio, el director me dijo que pusiera cara de estar muy cansado. Que lo hiciera como si estuviera tan rendido que fuera a morirme. Pero yo le dije que no. Que no era así, que quedaría mejor si me mostraba impasible. Naturalmente, como son unos imbéciles, no se fiaron de mí. Pero yo no di mi brazo a torcer. Si salía en el anuncio no era porque me gustara. Lo hacía solamente por dinero. Aun así, tenía la sensación de que haciéndolo a mi manera se obtendría un buen resultado. Monté un número. Al final hicimos dos versiones. Cómo no, la versión que yo proponía tuvo mayor éxito. Pero cuando el anuncio triunfó, el director y los productores se llevaron todos los elogios, e incluso algún premio. A mí eso me importa poco. Yo sólo soy un actor. Me trae sin cuidado cómo valoren a los demás. Eso sí, me toca las narices que esa chusma campe a sus anchas con esos humos. Me juego lo que sea a que hoy ya se creen que la idea del anuncio se les ocurrió a ellos. Así son. Tipos tan faltos de imaginación que enseguida se autoengañan. Y que creen que soy un pésimo actor, sólo que guapo, al que le gusta montar numeritos.

—Pues a mí me parece que tienes algo especial, y no lo digo por hacerte la pelota. Sinceramente, no me había dado cuenta hasta verte en persona y hablar contigo. Había visto varias de tus películas y, para serte franco, todas me habían parecido unos bodrios, en mayor o menor medida. Hasta tú estabas mal.

Gotanda apagó el reproductor de vídeo, se preparó otra copa y puso un disco de Bill Evans; luego volvió al sofá y se tomó un trago. Como siempre, lo hizo todo con elegancia.

—Tienes razón. Toda la razón. Me doy cuenta de que salir en toda esa basura ha hecho mella en mi interpretación. Me veo lamentable. Pero, como sabes, no tengo elección. No puedo permitirme rechazar papeles. Ni siquiera me dejan escoger el color de la corbata. Son una panda de imbéciles que se creen muy listos, unos animales que se tienen por exquisitos y hacen de mí un pelele. Vete a tal sitio, ven aquí, haz esto, conduce este coche, acuéstate con ésa. Escoria tan deplorable como esas películas. Y no veo el final. ¿Hasta cuándo durará? Ni yo mismo lo sé, y eso que ya tengo treinta y cuatro años. Dentro de un mes cumplo los treinta y cinco.

—¿Por qué no lo abandonas todo y empiezas de cero? Tú puedes conseguirlo. Deja la agencia, dedícate a lo que te guste y ve pagando poco a poco las deudas.

—No creas que no lo he pensado. Si estuviera solo, seguro que lo haría. Seguramente podría hacer teatro del que a mí me gusta con alguna compañía. Con eso sería feliz. En cuanto al dinero, me las apañaría de alguna forma. Pero ¿sabes?, si empezara de cero, ella me dejaría, de todas todas. Ella sólo sabe respirar en este mundo. Si yo me fuera, y ella conmigo, tendría dificultades para respirar. No es algo bueno ni malo. Ha nacido así. Siempre ha vivido bajo la presión del
star system
y exige la misma presión a su compañero. Y yo la amo. Nunca podría separarme de ella. Ése es el único problema.

No había solución.

—Estoy en un callejón sin salida —dijo Gotanda sonriendo—. Cambiemos de tema. Aunque hablásemos de esto toda la noche, no llegaría a ninguna parte.

Hablamos de Kiki. Él me preguntó por mi relación con ella.

—Pese a que Kiki ha sido el eslabón que ha permitido que nos reencontremos, he caído en la cuenta de que apenas hablas de ella —me dijo Gotanda. Y me preguntó si me resultaba complicado hablar de ese asunto. Porque, si era así, no me preguntaría por ella.

Le contesté que no, que no me resultaba complicado.

Le hablé del día en que Kiki y yo nos conocimos, y le dije que acabamos viviendo juntos. Se coló en mi vida como un gas que se infiltra calladamente y de forma natural en un espacio vacío.

—Fue todo muy natural —le conté—. No sé cómo explicarlo. Todo transcurrió con toda naturalidad. Por eso en aquel momento no me pareció extraño. Pero más tarde comprendí que muchas cosas habían sido ilógicas e irreales. Absurdas, dicho de otra manera. Por eso hasta ahora no se lo he contado a nadie. —Bebí un trago y agité los cubitos del vaso—. En esa época, Kiki trabajaba de modelo publicitaria de orejas, y fue mirando fotos de sus orejas como me fijé en ella. Tenía unas orejas perfectas. Yo trabajaba para agencias de publicidad, y hacía anuncios a partir de ese tipo de fotos. Mi trabajo consistía en ponerles un eslogan. No recuerdo de qué iba el anuncio, pero alguien me había enviado fotos. Unas fotos ampliadas a gran tamaño de las orejas de Kiki. Hasta se veía la pelusilla de la piel. Las colgué en la pared de la oficina y todos los días las contemplaba. Primero lo hacía para inspirarme, pero al poco tiempo observarlas se convirtió en una rutina. Aun después de terminar aquel trabajo, seguí observándolas. Eran unas orejas preciosas. Me habría gustado mostrártelas. Eran perfectas.

—Ahora que lo dices, recuerdo que comentaste algo acerca de sus orejas —me dijo Gotanda.

—Sí. Y entonces me dije que tenía que conocer a toda costa a la chica que tenía aquellas orejas. Sentía que, si no la conocía, mi vida no avanzaría ni un paso. No sé por qué, pero tenía esa fijación. La llamé por teléfono. Ella accedió a quedar conmigo. Y el primer día que quedamos Kiki me
enseñó
las orejas
en privado
, no por nada relacionado con el trabajo, sino
en privado
. En carne y hueso eran mucho más fabulosas que en fotografía. Eran realmente preciosas. Cuando las enseñaba por trabajo, es decir, cuando hacía de modelo, las bloqueaba, me dijo. Por eso la impresión que daban en privado era muy distinta: daba la sensación de que se transformaba todo lo que las rodeaba. El mundo entero cambiaba. Quizá te parezca exagerado, pero no sé expresarlo de otro modo.

Gotanda se quedó pensativo.

—¿Qué quieres decir con que bloqueaba las orejas?

—Que separaba orejas y conciencia, en otras palabras.

—Ajá —dijo él.

—Las desenchufaba.

—Ajá.

—Parece un disparate, pero es cierto.

—Te creo, te creo. Sólo intento comprenderlo. No estoy burlándome de ti.

Recostado en el sofá, observé los cuadros colgados de la pared.

—Además, sus orejas poseen un poder especial: perciben algo y guían a las personas al lugar adecuado.

Gotanda volvió a quedarse pensativo.

—Entonces —dijo—, ¿Kiki te guió a alguna parte? ¿Al lugar adecuado?

Asentí. Pero no dije nada al respecto. Era una historia larga y no tenía demasiadas ganas de contarla. Gotanda tampoco hizo más preguntas.

—Ahora también intenta guiarme a algún lado —le dije—. Lo percibo con claridad. No he dejado de sentirlo en los últimos meses. Tirando del hilo, he ido aproximándome poco a poco. Como si me arrastrara. El hilo es fino y varias veces ha estado a punto de romperse. Sin embargo, al final he conseguido llegar hasta aquí. Entretanto, he vuelto a ver y he conocido a varias personas. Tú eres una de ellas. Una de las principales. Pero todavía no sé lo que pretende. Y dos personas han muerto: Mei y un poeta manco. Hay movimiento, pero no llego a ninguna parte.

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