Me arrodillé junto a Carolinus. Había cumplido con su deber, pero se había desangrado mientras el hechicero se ocupaba de invocar al horror a su lado, en la oscuridad. Vi la espada de trinchera rota caída junto a él.Tenía los ojos abiertos. Se los cerré y aferré el arma.
—¿Puede decirse que, una vez invocadas las criaturas, tu trabajo ha terminado?
Adelweid seguía vuelto en dirección este, contemplando la terrible devastación causada por aquellas cosas, con una mezcla de lujuria y orgullo en el rostro.
—Una vez invocadas, las criaturas completan su misión, para después regresar a su mundo.
Estaba tan absorto en la carnicería que no prestó atención cuando me situé a su lado, y apenas lo hizo cuando introduje la espada de trinchera a través de su túnica de exquisita factura. El grito quedó ahogado por los sonidos que reverberaban procedentes de las líneas dren. Retiré la hoja y la arrojé a un lado. El cadáver de Adelweid rodó desmadejado colina abajo.
Había llegado a la conclusión de que alguien tenía que pagar lo sucedido a Saavedra y los demás, y como no podía alcanzar a nadie situado más arriba en la cadena de mando, tendría que contentarme con Adelweid.También estaba convencido de que el mundo estaría mejor sin él.
Regresé a nuestras líneas e informé del éxito de la misión, a pesar de las elevadas bajas sufridas. Al mayor no le preocuparon nuestras bajas, ni mis hombres ni el hechicero. Era una noche importante, la víspera antes de la última carga que quebraría el espinazo de la república dren, y había muchos preparativos que hacer. Al alba formé la sección para participar en un ataque en toda regla para tomar unas posiciones que, en otras circunstancias, no habríamos sido capaces de tomar con menos de diez mil bajas. Pero sus defensas resultaron ser pan comido, sectores enteros de trincheras enemigas ocupadas por cadáveres cuyos rostros eran una mueca de horror. Nadie supo determinar la causa de su muerte a plena luz del día. Los dren supervivientes se habían dispersado, eso cuando no habían perdido totalmente la voluntad de presentar resistencia.
Aquella tarde, el general Bors aceptó la capitulación de la capital, y al día siguiente obtuvo la rendición incondicional ofrecida por Wilhelm van Agt, el último y más grande de los gobernadores que tuvo la república de los Estados Dren.
No es cómo lo cuentan en la festividad del Día de la Victoria, y no creo que llegue a figurar relatado de este modo en los libros de historia, pero yo estuve allí y así fue como terminó la guerra. Obtuve una medalla. De hecho, toda la compañía fue condecorada por ser la primera unidad que pisó Donknacht, oro baqueteado con un piquero de pie sobre un águila de dren. La cambié por una botella de buen licor y una noche con una furcia de Nestriann. Sigo pensando que salí ganando con el cambio.
Cuando terminé de relatar aquellos fragmentos de la historia que eran aptos para el consumo del gran público, el Crane se sirvió un vaso de su apestoso remedio medicinal y tomó lentamente un sorbo, temblando. Jamás había visto al Crane asustado. No fue un buen augurio para mi futuro inmediato.
—¿Estás seguro de que el monstruo de Adelweid era la misma criatura que asesinó al kireno?
—Dejó una vívida impresión en mí.
—Una criatura del vacío exterior suelta en las calles de la parte baja de la ciudad. —Apuró el resto del bebedizo y se limpió los labios con el dorso de la huesuda muñeca—. ¡Por el Juramentado!
—¿Qué puedes contarme al respecto?
—He oído leyendas. Se dice que Atrum Noctal, el falso monje de Narcassi, era capaz de auscultar la nada que media entre los mundos, y que las cosas que veía allí respondían a veces cuando él las llamaba. Hace sesenta años, mi maestro, Roan el Severo, encabezó a los hechiceros del reino contra la Orden del Círculo Cuadrado, cuyas violaciones de las leyes supremas eran tan flagrantes que todos los registros de sus actividades fueron destruidos. Pero por experiencia personal... —Encogió los hombros—. Carezco de ella. El estudio del Arte es un camino tortuoso en el que abundan las ramificaciones. Antes de la creación de la Academia para el Progreso de las Artes Mágicas, los practicantes aprendían lo que sus maestros podían enseñarles, y estudiaban aquellos campos adonde les llevaran sus gustos o inclinaciones. Roan no quiso tener nada que ver con lo oscuro, y aunque abandoné su servicio, he sido fiel a sus preceptos.
Entonces sonrió y comprendí, con sorpresa, que era su primera sonrisa desde mi llegada. ¡Por el Juramentado!, cómo envejecía.
—Para mí, el Arte jamás supuso una vía para acceder al poder, ni un modo de bucear en los secretos ocultos donde no mora ningún ser vivo. —De sus manos emanó una luz suave y azulada cuyo fulgor dio forma poco a poco a un globo centelleante que flotó sobre sus brazos. A menudo había efectuado con anterioridad ese truco, para deleite de Celia y mío, cuando éramos niños, y movía la esfera entre las mesas y las sillas, siempre lejos de nuestro alcance—. Mis dones los destiné a la curación y la protección, a proporcionar cobijo al débil y servir de respiro al fatigado. Nunca quise ser capaz de hacer nada más.
Dos breves golpes en la puerta anunciaron la llegada de Celia. Las ilusiones perdieron fuerza, antes de desaparecer.
El Crane volvió rápidamente la mirada hacia ella.
—Celia, querida, ¡mira quién ha vuelto!
Percibí una extraña nota en su tono de voz.
Celia cruzó la estancia. El vestido de color verde claro ondulaba al compás de sus movimientos. Me incliné, ella me besó la mejilla y sus dedos me rozaron el rostro. En su dedo índice llevaba un anillo de plata con un llamativo zafiro, símbolo de su ascenso a hechicera de primer grado.
—Qué agradable sorpresa. El maestro sospechaba que no volveríamos a verte, que tu visita había sido un hecho aislado. Pero yo sabía que volverías.
—Cierto.Tenías razón, querida. ¡No te equivocaste! —Su sonrisa se dibujó, tensa, en las facciones envejecidas—.Y ahora ya estamos los tres juntos, como antes. —Extendió las manos, que apoyó con suavidad en nuestros hombros—.Tal como debía ser.
Agradecí entonces que Celia se apartara, lo que me permitió librarme de la mano del maestro. Los labios de Celia se curvaron en un esbozo de sonrisa.
—Por mucho que quiera creer que esta visita es puramente social, no puedo evitar preguntarme por la conversación susurrada que manteníais antes de mi llegada.
Volví la mirada hacia el Crane, esperando que mantuviera en secreto los pormenores de nuestra discusión, pero o bien no reparó en el gesto, o bien lo ignoró.
—Nuestro amigo quiere saber más acerca de la criatura que lo atacó. Dice que vio una parecida durante la guerra. ¡Creo que ha concebido la idea de convertirse en otro Guy el Puro, cazador de enemigos de Sakra, armado con la espada de la hoja llameante! —Su risa forzada se convirtió en tos.
Celia tomó de sus manos el vaso vacío, y se acercó a la jarra para llenarlo de nuevo y devolvérselo.
—Pensé que ya te habías hecho bastante el héroe. Pocos sobreviven a un encuentro con el vacío, y quienes lo hacen no ansían repetir la experiencia.
—He sobrevivido a algunas cosas. Y, Primogénito mediante, sobreviviré a unas cuantas más.
—Tu valentía es inspiradora. Nos aseguraremos de encargar un poema épico cuando metan tu cadáver en un ataúd.
—Procurad que no le pongan música. Siempre pensé que me merecía una oda.
Creí que eso al menos les arrancaría una sonrisa, pero Celia no estaba por la labor y el Crane no pareció escucharme.
—Puede que no dependa de mí —dije—. Ha desaparecido otra joven.
Esta información despertó al Crane de su descanso, y sus ojos exangües se clavaron en mi rostro antes de cruzar la mirada con Celia.
—No lo sabía. Creía que... —Tartamudeó hasta guardar silencio, luego apuró el vaso. A saber qué llevaba esa bebida.
Celia puso una mano en el hombro del maestro y lo condujo hacia un sillón. Él dio un leve respingo, pero se dejó guiar. Una vez sentado, se quedó contemplando la nada. Ella se inclinó para acariciarle la cabeza. El collar de madera le colgaba sobre el escote bajo del vestido, y se le pegó a la piel cuando se irguió.
—Eso son malas noticias, pero no entiendo qué tiene que ver contigo.
—La Corona está al corriente del papel que representé en la reciente investigación. Es cuestión de tiempo que vengan a hacerme una visita, y si no tengo nada que ofrecerles... la cosa podría acabar mal.
—¡Pero careces de habilidad con el Arte! Lo entenderán. Además, trabajaste para ellos. ¡No tendrán más remedio que escucharte!
—No me retiré del servicio de la Corona con honores, me despojaron del rango. La perspectiva de colgarme un muerto les permitirá matar dos pájaros de un tiro. —Qué extraño concepto de las fuerzas de la ley tiene la clase alta—. No estamos hablando de gente precisamente cordial.
—De acuerdo. Si tú estás metido, nosotros también lo estamos —aseguró Celia, seria como una tumba—. ¿Cuál es nuestro siguiente paso?
—¿«Nuestro»?
—Por mucho que satisfaga tu vanidad comportarte como un lobo solitario, no eres la única persona a la que le preocupa lo que suceda en la parte baja de la ciudad.Y por mucho que te cueste creerlo, ha pasado el tiempo dentro del Aerie igual que lo ha hecho fuera. —Alzó la mano hacia la luz y su anillo me llamó de nuevo la atención—. Dada la naturaleza de tu investigación, tal vez no sea tan ilógico confiar en la ayuda del primer mago del reino.
—Tal vez no —admití.
Se mordió los labios mientras reflexionaba. Intenté no reparar en su madurez, ni en el hecho de que su lápiz de labios le resaltaba el color de los ojos.
—Espera aquí.Tengo algo que puede ayudarte.
La observé marcharse antes de volverme hacia el Crane.
—He ahí a tu alumna asumiendo sus nuevas responsabilidades.
Respondió sin levantar la mirada.
—No es la misma joven de siempre.
Iba a añadir algo cuando reparé en su rostro a la luz moribunda. Era tan frágil que pareció convertirse en polvo, cambié de idea y esperé en silencio a que regresara Celia.
—Quítate la camisa —me ordenó.
—Soy muy consciente de mi increíble atractivo, pero no creo que éste sea momento de que sucumbas a él.
Puso los ojos en blanco e hizo un gesto para apresurarme. Dejé la casaca sobre el respaldo de un sillón cercano y me saqué la túnica. Una vez estuve desnudo, reparé en que había una leve corriente en la habitación. Confiaba en que el propósito de Celia no fuera una pérdida de tiempo.
Metió la mano en el bolsillo del vestido y sacó un zafiro de perfecto color azul que tenía el tamaño de mi pulgar.
—Lo he desengastado. Si lo notas caliente, o si te provoca dolor, significará que estás en presencia de la magia oscura, ya sea en presencia de un practicante o de un asociado. —Presionó el pedrusco contra mi pecho, bajo el hombro. Sentí una fuerte quemazón, y cuando apartó el dedo me había introducido la joya en el cuerpo.
Solté un grito y me froté la piel que rodeaba la joya.
—¿Por qué no me has advertido de lo que ibas a hacer?
—Pensé que lo encajarías mejor si te sorprendía.
—Ha sido una insensatez —dije.
—Acabo de hacerte un regalo muy valioso que podría salvarte la vida, y a ti sólo se te ocurre quejarte del dolor que te he causado al implantarlo.
—Tienes razón. Gracias. —Sentí que tenía que añadir algo más, pero la gratitud es una emoción que rara vez tengo ocasión de demostrar, y el hecho de que se hubieran invertido nuestros papeles tradicionales me cogió por sorpresa—. Gracias —repetí, torpe.
—No tienes que darme las gracias. Sabes que haría cualquier cosa por ti. —Pestañeó mientras bajaba los ojos hacia mi pecho desnudo—. Cualquier cosa.
Me puse la camisa y extendí el brazo para alcanzar la casaca, lo que fuese con tal de disimular mi incapacidad para expresarme.
—Y ahora, ¿qué? —preguntó Celia, con un tono muy profesional.
—Tengo algunas ideas. Me acercaré dentro de uno o dos días, y os haré saber si ha sucedido algo.
—De acuerdo. Me pondré en contacto con algunos conocidos míos de la Oficina de Asuntos Mágicos para averiguar si tienen alguna excusa para citarme.
El Crane rompió su silencio con otro acceso de tos, y decidí que había llegado la hora de irme. Di las gracias al maestro, que me despidió con un breve gesto.
Celia me acompañó a la puerta.
—Presta atención a la joya —me pidió muy seria—.Te llevará al culpable.
Volví la vista atrás mientras bajaba la escalera. La tos del Crane reverberó en la piedra azul, y desde el descansillo Celia me observó con sus ojos oscuros mientras bajaba. Había preocupación en su rostro.
Aparte de los recientes infortunios, me ganaba malamente la vida vendiendo drogas, y no me serviría de gran cosa evitar a la Corona si perdía el negocio en el proceso. Además, después de aquella jornada caótica, la perspectiva de hacer un trapicheo me pareció lo más adecuado para tranquilizar los ánimos.Yancey me había pedido que me acercara a la mansión de uno de los nobles para los que declamaba, con la promesa de que habría dinero. Hice una parada en el puesto de un isleño cerca del muelle, al que compré una ración de pollo con especias, antes de echar a andar.
Cuando se camina al norte desde el centro se llega a Kor’s Heights, donde las familias de toda la vida y los nuevos ricos han erigido un paraíso situado fuera de la vista de la masa. El aire limpio sustituye al hedor de las fundiciones de hierro y la podredumbre del puerto, mientras que los callejones angostos y los edificios compactos dan paso a amplias vías y mansiones cuidadas con gran esmero. Nunca me gustó ir allí, cualquier guardia que se gane el soborno sabría que yo estaba de más en aquel lugar, claro que tampoco podía pedir a los clientes de altura, interesados en comprar diez ocres de pérdida de cerebro, que se reunieran conmigo a la salida de El Conde. Hundí las manos en los bolsillos y apreté el paso, intentando no aparentar que estaba inmerso en un empeño de dudosa legalidad.
Me detuve al llegar a la dirección que me había dado Yancey. A través de la reja de hierro distinguí hectáreas de césped cuidado, incluso a la tenue luz nocturna destacaban las flores y los arbustos recortados con formas de animales. Seguí la pared de ladrillo hacia la parte trasera de la finca, puesto que los caballeros de mi profesión rara vez utilizan la puerta principal.Tras recorrer varios cientos de metros, llegué a una entrada mucho más pequeña, nada vistosa. La entrada del servicio.