Bajos fondos (19 page)

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Authors: Daniel Polansky

Tags: #Fantástico, Intriga, Otros

BOOK: Bajos fondos
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—No tengo por costumbre tener compañía después de medianoche, sobre todo tratándose de desconocidos. Sin embargo, los Daevas nos conminaron a mostrarnos amables con todas las visitas, y no seré yo quien los desobedezca. ¿Qué queréis de mí?

—¿Eres la Grulla Azul? —pregunté.

—Así es.

—¿Aquel a quien llaman salvador de la parte baja de la ciudad?

—Sí, así es como me llaman.

Empujé a Celia hacia él.

—Entonces, sálvala. Necesita ayuda, no tiene adonde ir.

El Crane la miró de arriba abajo y luego se volvió de nuevo hacia mí.

—¿Y tú? ¿Qué necesitas tú?

El agua me resbaló por el extremo de la sonrisa torcida.

—Nada en absoluto.

Asintió antes de flexionar la rodilla, inclinándose con una extraordinaria falta de pretensión para tratarse de alguien que era uno de los hombres más poderosos del Imperio.

—Hola, niña. La gente me conoce por el nombre de Grulla Azul. Sé que es un nombre gracioso. ¿Tienes un nombre que quieras compartir conmigo?

La joven me miró, como pidiendo permiso. Le di una palmadita en la espalda.

—Celia —respondió, al cabo.

Los ojos del Crane adoptaron un brillo burlón.

—¡Pero si es mi nombre favorito! Llevo toda la vida deseando conocer a alguien con ese nombre, ¡y resulta que te presentas en mi puerta en plena noche! —Celia dio la impresión de querer reír, pero sin recordar muy bien cómo. El Crane le tendió la mano—. Tomemos una taza de té, y así me podrás contar qué tal es eso de llamarse Celia. Estoy seguro de que es muy emocionante.

Esto último le arrancó una leve sonrisa, la primera que le había visto esbozar en toda la noche.Tomó la mano del Crane, que se incorporó con cuidado, conduciéndola después al interior de la torre. Se dio la vuelta y me invitó a entrar con la mirada.

—No tardaré en volver, para ver cómo se encuentra —prometí.

Celia se dio la vuelta para mirarme, consciente por fin de que yo no entraría con ella. No dijo nada, pero le temblaron los ojos. Yo tenía el pecho lleno de fuego, y sentí una claridad que se me desató de las entrañas y me subió por el estómago. Eché a correr hasta fundirme en la noche, dejándolos allí de pie, juntos, iluminados por la tenue luz procedente de la entrada.

CAPÍTULO 19

Pensaba en la última vez que llevé a un huérfano al Crane, mientras intentaba llamar la atención del guardián. No funcionaba. Solté una sarta de epítetos al tiempo que arrojé una piedra a la gárgola, que rebotó sin provocar la menor reacción por su parte.

—¿Por qué lo haces? —preguntó Wren, subido a la pared más cercana del laberinto.

—Por lo general, responde.

—¿Quién?

—Pues el mágico monstruo parlanchín que descansa sobre la puerta.

Wren mostró el sentido común necesario para no insistir. Me senté a su lado, saqué la bolsita de tabaco y empecé a liar un cigarrillo.

—Maldita magia. Nos iría mejor sin ella.

—Eso es una bobada —dijo Wren, extrañamente apasionado.

—¿Lo es? Dime una sola cosa buena que haya resultado del Arte.

—La salvaguarda del Crane.

Encendí el cigarrillo, protegiendo la cerilla con una mano.

—De acuerdo. Dime otra.

—He oído que Frater Hallowell tiene el don, y que cura a la gente en la iglesia de Prachetas la Matriarca.

—¿Alguna vez te ha curado Frater Hallowell? —pregunté, llenando mis pulmones de veneno de baja intensidad.

—No.

—¿Ha curado a alguien que tú conozcas?

Wren hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Entonces, ¿cómo sabes que es capaz de hacerlo?

—No lo sé —respondió, rápido como de costumbre a la hora de entender conceptos—. En realidad, no.

—No le des más vueltas. La pareja que vive en el Aerie es una anomalía, una excepción que demuestra la regla. Pensar de otra forma te confundirá.

El muchacho meditó mis palabras mientras me terminaba el cigarrillo.

—¿Cuánto hace que conoces a la Grulla Azul?

—Veinticinco años.

—Entonces, ¿por qué no te deja entrar en la torre?

Eso, ¿por qué? Incluso en las contadas ocasiones en que el Crane no me había concedido audiencia, su portero siempre se había movido para rechazar mi petición. Si las defensas del Aerie estaban en mal estado, la salud del Crane era peor de lo que había supuesto. Recogí otra piedra, mayor que la anterior, y se la arrojé al guardián. No obtuvo mejores resultados que las demás, y me recosté.

Intenté tranquilizarme. Aún había trabajo por hacer. Wren columpió las piernas sobre la piedra blanca.Yo hice lo mismo y miramos en dirección a la ciudad.

—Me gusta este laberinto —dijo Wren.

—Posee un único camino que conduce al centro —explicó una voz de mujer—. Los hay que tienen muchos caminos distintos, y se puede decir que termina allá donde encuentras una salida.

Me levanté para saludar a Celia. Su vestido tenía una textura sedosa a la luz del atardecer. Sonreía.

—Siento haberte hecho esperar. Me he hecho cargo de la gestión del Aerie, pero aún no he podido averiguar cómo funciona el guardián. —Me cogió con suavidad de la mano—. ¿Quién es él? —preguntó.

Cuando aparté la vista reparé en que Wren había compuesto una mueca que atribuí al instinto perverso que mueve a los adolescentes que conocen a un miembro de su sexo preferido. Él era un muchacho en la pubertad y Celia una joven hermosa y culta. Hay pocas mujeres que transiten las calles de la parte baja de la ciudad que puedan compararse con Celia.

—Wren, te presento a Celia. Celia, éste es Wren. No te preocupes por su cara, creo que ayer tropezó y se dio de bruces con un hierro herrumbroso. Creo que ha contraído el tétanos.

—Bueno, en ese caso me alegro de que te haya acompañado. Haremos que el maestro le eche un vistazo. —Pero fracasó el intento de Celia de ganarse el afecto del muchacho tras la mueca de éste; si acaso, la mueca se convirtió en un tic. Celia se encogió de hombros y volcó de nuevo su atención en mí—. Veo que aún vas por ahí recogiendo gandules.

—Más bien es un aprendiz. ¿Seguimos discutiendo en la calle o tenías planeado invitarnos a entrar?

Ella se rió suavemente. Siempre la hacía reír. Subimos a lo alto de la torre, y Celia nos condujo al interior del salón del Crane.

—El maestro no tardará en llegar, puesto que le avisé de vuestra llegada antes de bajar a saludaros.

Observamos cómo el sol del atardecer caía por la ventana que daba al sur.Wren, de pie, cerca, contemplaba los tesoros del Crane con la avidez de alguien cuyas posesiones reunidas podrían caber sin estrecheces en el morral.

Se abrió la puerta del dormitorio y entró el Crane, alegre pero con cierta tirantez que su buen humor no pudo disimular.

—Sin duda debemos tu vuelta a un propósito clandestino —empezó diciendo, antes de reparar en la presencia del muchacho que estaba a mi lado.

Entonces sus ojos se iluminaron como solían hacerlo y pareció sacudirse los años de encima. Me alegró haberme tomado la molestia de arrastrar a Wren fuera de El Conde.

—Veo que traes un invitado.Ven aquí, hijo. Soy mayor, y ya no tengo tan buena vista como solía.

Al contrario de la frialdad con que había saludado a Celia, Wren se le acercó sin más, y de nuevo me sorprendió la facilidad que tenía el Crane para tratar con los niños.

—Te veo más delgado de lo que debería ser un joven de tu edad, claro que también él lo fue. Tenía el pecho delgado como un palo de escoba. ¿Cómo te llamas?

—Wren.

—¿Wren? —La risa del Crane reverberó en la estancia sin que por una vez la siguiera la tos—. ¡Wren y Crane! ¡Podríamos ser hermanos! Claro que, lo que en nuestro idioma equivale a Crane, o sea, la grulla, es un ave digna y rebosante de confianza en sí misma, mientras que la tuya, el reyezuelo, es más bien boba y conocida por su exasperante canto.

No bastó con eso para arrancar una sonrisa al muchacho, pero estuvo a punto, muy cerca tratándose de Wren.

—De acuerdo, Wren. ¿Vas a obsequiarnos con una melodía?

El joven negó con la cabeza.

—En ese caso, yo me encargaré del divertimento. —Con una jovial muestra de velocidad, se desplazó hasta el estante situado sobre el hogar y cogió una antigua creación suya, un instrumento de aspecto extraño, a medio camino de la trompeta y el cuerno de caza. Se la llevó a los labios y sopló con fuerza. El resultado fue una especie de mugido de toro al tiempo que proyectaba por el extremo una lluvia caleidoscópica de chispas rojas y anaranjadas que se arremolinó en el ambiente.

Wren arañó la rutilante luz que flotaba en el aire. De niño me encantaba cuando hacía eso, y me pareció extraño que hubiera pasado tanto desde la última vez que me había acordado de ello.

—Maestro —interrumpió Celia—, si fueras tan amable de atender a nuestro nuevo amigo, querría conversar en privado con el viejo.

Pensé que el Crane pondría alguna objeción, pero en su lugar me dedicó una sonrisa fugaz antes de volverse hacia el joven.

—Cada nota produce un color distinto, ¿lo ves? —Sopló de nuevo la trompeta, que expulsó por el extremo una rociada verdiazul que era como espuma de mar.

Bajamos en silencio al invernadero. El calor había empañado la puerta de cristal. Celia la abrió y me invitó a entrar. Antes de que tuviese tiempo de apreciar los nuevos especímenes que habían florecido, Celia inició la conversación.

—¿Y bien? ¿Qué hay de nuestra investigación?

—¿No deberíamos incluir en esto al Crane?

—Allá tú. Si quieres apartar a un hombre moribundo de uno de los pocos placeres que le quedan...

Lo había visto dos veces en poco tiempo, así que la noticia no me sorprendió. De todos modos, no me gustó ver confirmadas mis sospechas.

—¿Se está muriendo?

Celia se sentó en un taburete situado junto a una orquídea rosa y asintió con tristeza.

—¿Qué le pasa?

—Es mayor. No me da detalles, pero por lo menos tiene setenta y cinco años.

—Lo siento.

—Yo también —dijo antes de cambiar rápidamente de tema—. Este asunto de las niñas lo tiene muy preocupado. Siempre tuvo el corazón... tierno.

—No estoy seguro de que sea necesario tener el corazón muy tierno para que te perturbe el asesinato de un niño —comenté, mientras intentaba sacar un grano de polen del lagrimal al tiempo que hacía esfuerzos por no estornudar.

—No me refería a eso. Lo que le ha pasado a esas niñas es terrible. Pero no hay mucho que el maestro pueda hacer al respecto. No es el mismo de siempre. —Mantuvo la mirada firme—. El Crane lleva medio siglo sirviendo a los habitantes de esta ciudad. Merece vivir en paz lo que le queda de vida. Coincidirás conmigo en que al menos tú le debes eso.

—Tengo contraída una deuda con el maestro que jamás podré satisfacer. —Recordé de pronto al Crane tal como fue, con los ojos que destilaban ingenio y picardía, sin la espalda encorvada...—. Pero no se trata de eso. Hay que zanjar este asunto, y no dispongo de los recursos necesarios para permitirme el lujo de prescindir de un aliado. —Reí, cáustico—. Dentro de una semana la cosa no tendrá mayor importancia.

—¿A qué te refieres?

—Olvídalo, ha sido un lamentable intento de hacer un chiste.

No se mostró muy convencida, pero no insistió.

—No pienso abandonarte. Si necesitas ayuda... No podré igualar en destreza al Crane, y tampoco en sabiduría, pero soy hechicera de primer grado. —Señaló con una inclinación de cabeza el anillo que lo atestiguaba—. El maestro lleva mucho tiempo cuidando de la parte baja de la ciudad, desde que se instaló en el Aerie, y tal vez haya llegado para mí el momento de asumir todo el peso.

Los años que pasamos sin vernos habían madurado a Celia. Ya no era la niña que llevé al Aerie décadas atrás, aunque a veces hablara como tal. «Asumir todo el peso», que los Daevas nos guardaran.

Celia interpretó que quien calla otorga.

—¿Tienes alguna pista?

—Tengo sospechas. Siempre tengo sospechas.

—No me permitas meterte prisas. Si tienes algún otro asunto más apremiante, ocúpate de él.

—Visité una fiesta organizada por lord Beaconfield, al que llaman la Hoja Sonriente. Cuando estuve hablando con él, tu piedra no dejó de dolerme en el pecho.

—¿Y no te pareció que ésa era una información que podría beneficiarse de ser compartida?

—Eso no significa lo que tú crees; en lo que a la ley concierne, no significa nada en absoluto. Si fuera un vagabundo de la parte baja de la ciudad no habría problema, me bastaría con señalarlo con la mano para que el Viejo lo arrastrara a Black House y lo registrara de arriba abajo en busca de manchas. Pero ¿un noble? Hay que regirse por la jurisprudencia, y eso significa que no puedes arrancar a un tipo de su casa y empapelarlo por la corazonada que ha tenido un ex agente gracias al uso de un talismán mágico adquirido de forma ilegal.

—No —dijo ella, alicaída—. Supongo que no.

—Además, no estoy seguro de que el amuleto señale en la dirección correcta. Hablé con Beaconfield, Me pareció un hombre violento, de los que abundan entre la clase alta. Pero asesinar niños, invocar demonios... Está fuera de lugar. La aristocracia tiende a ser demasiado vaga para comprometerse con la maldad. Es más sencillo gastarse la herencia en trajes de gala y zorras caras.

—¿Es posible que lo sobrestimes?

—Ése no es un error que suela cometer. Pero pongamos que sí, demos por sentado que el duque es el responsable. No hablamos de un practicante. De hecho, me sorprendería descubrir que es capaz de llevar sus propias cuentas. ¿Cómo iba a ponerse en contacto con el vacío?

—Hay practicantes que consideran adecuado poner su habilidad al servicio del mejor postor. ¿Ese tal Beaconfield tenía a alguien a su alrededor que encajase con esa descripción?

—Sí —respondí—. En efecto.

Celia cruzó las piernas, apenas visible el tono rosáceo de los muslos bajo el vestido.

—Quizá quieras profundizar en ello.

—Quizá. —Lo medité, antes de añadir—: De hecho, hay otra cosa que quería comentarte, algo en lo que incluso podría ayudarme el maestro.

—Ya te lo he dicho, estoy aquí para ayudar.

—Me gustaría que me hablaras de la época que pasaste en la Academia.

—¿Por qué?

—Soy presa del vil aburrimiento. No tengo nada con que ocupar mi mente, y esperaba que tus relatos de fiestas juveniles bastaran para aliviarlo.

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