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Authors: Daniel Polansky

Tags: #Fantástico, Intriga, Otros

Bajos fondos (20 page)

BOOK: Bajos fondos
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Ella esbozó una sonrisa que al poco se convirtió en risilla, tan leve que apenas escapó de sus labios. Se produjo una breve pausa que aprovechó para sopesar sus palabras.

—Ha llovido mucho desde entonces. Yo era joven. Todos lo éramos. Al maestro, a los demás practicantes de su índole, no les interesaba dedicarse a enseñar, así que nosotros, los aprendices, débiles e inmaduros, íbamos a nuestro aire. Los instructores, si se les puede llamar de ese modo, apenas eran mayores que nosotros, y rara vez podía considerárseles competentes. En realidad no había un programa de estudios, ni entonces ni desde que comenzó. Ellos se limitaban a... meternos en una sala y dejarnos ahí sueltos. Pero fue la primera vez que sucedió algo parecido, la primera vez que alguien nos animó a compartir nuestros conocimientos, en lugar de enterrarlos en grimorios y libros de hechizos cifrados salvaguardados por trampas dobles.

—¿Llegaste a conocer a un hombre llamado Adelweid?

Entornó los ojos y se mordió los labios.

—El nuestro no era un grupo numeroso. Todos nos conocíamos. Más o menos. —Celia pertenecía a la clase de personas que habría pasado perfectamente la vida aislada del resto de la humanidad, pero tenía problemas para hablar mal de un miembro concreto de ella—. El hechicero Adelweid tenía mucho... talento. —Pensé que iba a continuar, pero entonces cerró los labios y negó con la cabeza, y ahí acabó todo.

Razón por la cual pensé que había llegado el momento de aportar algo.

—Adelweid tomó parte en un proyecto militar ejecutado en los últimos días de la guerra. La operación Acceso.

—El maestro me contó lo que te sucedió.

—Entonces, ¿estás al corriente?

—Tal como he dicho, cada uno de nosotros pudo dedicarse sin traba alguna a los campos de conocimiento que nos interesaban. Adelweid y yo tomamos direcciones distintas. Oí rumores, cosas desagradables, nada específico. Si supiera algo que pudiera ayudarte ya te lo habría contado. —Se encogió de hombros, deseando enterrar el tema—. Adelweid está muerto. Hace tiempo que murió.

Y así era.

—Pero Adelweid no fue el único que estuvo involucrado. Quien asesinó al kireno tuvo que tomar parte en ello.Y algo así, un proyecto militar... Redactarían algún informe, digo yo.

Ella alzó la barbilla.

—Lo habrán mantenido en secreto —dijo—. Estarán escondidos. No podrás acceder a ellos.

—Seguro que están bien ocultos, y no creo que el encargado de los informes clasificados del ejército tenga la menor intención de compartirlos conmigo. Por suerte dispongo de otros medios de acceso.

—¿Otros medios de acceso?

—Crispin, mi antiguo compañero. Le he pedido que lo investigue.

—Crispin —repitió ella—. ¿Confías en él? ¿Dará la cara por ti... después de todo el tiempo que lleváis separados?

—No creo que le haga muy feliz hacerme este favor, pero no permitirá que eso se lo impida. Crispin... Crispin es un tipo de una pieza. No importa lo que haya entre ambos. Podría servirnos para impedir más asesinatos. Es lo correcto. Él lo sabe y lo hará.

Celia asintió lentamente, rehuyéndome la mirada.

—Crispin.

A nuestro alrededor, una legión de abejas zumbaba feliz, revoloteando de pétalo en tallo en estípula. La tonalidad de aquel zumbido constante poseía una cualidad soporífera.

Celia se levantó del taburete. Sus ojos castaños destacaban en la piel de color miel.

—Me alegro de... —Negó con la cabeza, como para refrescar la prosa, y el largo cabello negro osciló como un columpio, acompañado en el vaivén por el collar que le colgaba del cuello—. Me ha alegrado volver a verte, a pesar de las circunstancias. En cierto modo, me siento afortunada de que te hayas involucrado en este lío. —Me tomó una mano y me miró a los ojos sin pestañear.

El pulso se le había acelerado bajo la piel, y el mío no tardó más que un instante en ponerse a la altura. Pensé en todos los motivos que hacían que fuese una mala idea, pensé en lo podrido, ruinoso y fácil que era todo aquello. Entonces volví a pensar en ellos. Me había resultado más sencillo hacía diez años.

—El maestro y tú nunca os habéis alejado de mis pensamientos —confesé en voz baja.

—¿Eso es todo cuanto estás dispuesto a decir? ¿Que no me has desterrado totalmente de tu memoria?

—Tengo que ver cómo se desenvuelve Wren. —Pobre excusa, por mucho que fuese verdad.

Ella inclinó la cabeza y me acompañó a la puerta. Había en su rostro en forma de corazón una expresión abatida.

Arriba, en la sala principal, el Crane estaba sentado en un viejo sillón que daba la espalda a la puerta, riendo y dando palmadas para seguir el ritmo. Cada vez que lo hacía, la miríada de chispas que giraba en torbellino en la antecámara cambiaba de color, flotando en dirección al techo antes de precipitarse hacia la ventana. Wren no se había sumado a la alegría del maestro, pero para mi sorpresa sonreía con sinceridad, algo que se apreciaba sobre todo en sus ojos, puesto que temía que alguien pudiese reparar en ello. Su sonrisa desapareció en cuanto Celia y yo entramos en la sala.

El Crane debió de interpretar por el cambio de su expresión que habíamos vuelto, porque dejó de dar palmadas y las chispas cayeron lentamente antes de desaparecer en el éter. Puse la mano en la espalda del Crane. Noté el omóplato huesudo bajo la túnica.

—Siempre me gustó ese juguete.

El Crane rió de nuevo, una sonrisa luminosa, como sus fuegos artificiales. La echaría mucho de menos cuando desapareciera. Entonces se desvaneció y levantó la vista hacia mí.

—Ese asunto del que hablamos la última vez...

Celia lo interrumpió.

—Todo ha ido bien, maestro. Precisamente el motivo de su visita es que quería venir a contárnoslo. Todo está resuelto, no tienes que darle más vueltas.

El Crane miró fugazmente a Celia, luego me miró a los ojos en busca de confirmación. Hice algo a medio camino entre el encogimiento de hombros y el asentimiento. Estaba mayor, y cansado, y lo interpretó como lo segundo. Esbozó una sonrisa, o al menos algo bastante similar, y luego se volvió hacia Wren.

—Eres un muchacho estupendo. No como éste... —dijo, señalándome con un gesto de desaprobación.

Pero Wren no estaba dispuesto a dejarse engatusar más, y como si estuviera decidido a compensar el hecho de haber bajado la guardia, había adquirido una expresión desabrida, y tan sólo inclinó un poco la cabeza ante el maestro a modo de despedida.

El Crane contaba con años de experiencia, bregando con la ingratitud de jóvenes orgullosos, así que encajó con elegancia el desprecio.

—Ha sido un placer tener la oportunidad de haberte entretenido, maese Wren. —Y siguió con la misma rigidez burlona—:Y tú, señor, que sepas que, como siempre, eres bienvenido en esta casa.

«Eso díselo a la gárgola que hay ahí fuera», pensé, pero lo vi tan feliz y contento que mantuve la boca cerrada.

Celia se hallaba junto a la escalera, y se inclinó un poco para saludar a Wren cuando se le acercó.

—Ha sido un placer conocerte. Quizá cuando vuelvas por aquí tengamos ocasión de charlar.

Pero Wren no respondió. Celia conservó la expresión amistosa y nos saludó con la mano al pasar.

Abandonamos el Aerie y echamos a caminar en dirección norte. Pasamos de largo algunas manzanas mientras repasaba todo lo que había averiguado, cribando los detalles insignificantes en busca de algo valioso, algo que encajase con el resto.

Wren interrumpió el curso de mis reflexiones.

—Me ha gustado esa torre.

Asentí.

—Y también el Crane.

Esperé a que añadiese algo más, pero no lo hizo. Seguimos caminando en silencio.

CAPÍTULO 20

Me reuní con Guiscard al cabo de más o menos una hora, frente a un pequeño almacén situado a unas manzanas de distancia de Black House. Como ya había disfrutado ese mismo día de la hospitalidad de mis antiguos jefes, no veía con buenos ojos el hecho de volver al barrio, pero me consolé pensando que si el Viejo me quería muerto, la proximidad no sería problema. No era exactamente la clase de consuelo que te permite dormir como un tronco de noche, pero era todo lo que tenía.

El edificio era la clase de construcción que parecía levantado específicamente para no dar una sola pista de las actividades que se llevaban a cabo en su interior. De haberse visto obligado a ello, cualquiera habría intuido que se trataba de un espacio de almacenaje, a falta de una idea aún menos concreta. Al contrario que Black House, el valor de la Caja no aumentaba por el hecho de que todo el mundo lo conociera. No era secreto, a pesar de que la mayoría de los habitantes de Rigus fingiesen desconocerlo. Porque dentro de la Caja anidaban los adivinos, y llamar su atención equivalía a dar a conocer todos tus secretos, y ¿qué hombre no preferiría guardarse algunas cosas para sí?

El muchacho me había seguido en silencio desde que salimos del Aerie, muy callado incluso teniendo en cuenta lo discreto que era habitualmente. Ni me molesté en ahuyentarlo.Tenía otras cosas de que preocuparme.

Mi agente favorito, después de Crowley, aguardaba hosco junto a la puerta, fumando un cigarrillo como si lo hiciera por pose y no por adicción. Nos vio a un centenar de metros de distancia, pero fingió no hacerlo, ganando tiempo para que su teatralidad diera fruto. No le agradaba la idea de estar solo en ese encargo de segunda, y quería que yo lo supiera.

Cuando nos encontramos lo bastante cerca para que pudiera seguir fingiendo no vernos, arrojó al barro el cigarrillo a medio fumar y me miró de arriba abajo con su ternura de costumbre, antes de inspeccionar del mismo modo al muchacho.

—Vaya, vaya, pero ¿qué tenemos aquí? —preguntó, casi con educación, antes de engallarse y devolver a sus labios delgados la mueca de costumbre.

—¿Ves el parecido? —Empujé a Wren hacia adelante—. La nariz fina, la elegancia y porte que remiten a alguien de sangre noble. Tú tenías catorce, eras superficial, un soso. Ella era la doncella cojitranca con la mandíbula salida. Cuando tus padres descubrieron que estabais liados, la metieron en un convento y enviaron bien lejos al fruto de vuestro amor. —Tiré del pelo del muchacho—. Pero aquí lo tienes. Supongo que tendréis mucho de que hablar.

Wren sonrió un poco. Guiscard movió con desdén la cabeza ante una burla que no había ingeniado él.

—Me alegra ver que conservas el sentido del humor. Con la que está cayendo, quién iba a pensar que tendrías tiempo para bromas pueriles.

—No me lo recuerdes, que en lo que va de día ya me he cambiado dos veces los calzones.

Hasta ahí llegó su capacidad de cruzar pullas, al menos sin contar con ayuda externa, y al caer en la cuenta se metió dentro.

—Saldré dentro de unos minutos —dije al muchacho—. Procura evitar cualquier cosa que lleve a Adolphus a darme una paliza de muerte.

—Y tú no dejes que ese muñeco de nieve se meta contigo —dijo.

Reí, sorprendido por su comentario, algo halagado al comprobar que el joven hacía suyas mis enemistades.

—No permito que nadie se meta conmigo —dije, aunque, durante buena parte de mi vida no parecía haber hecho otra cosa.

Se sonrojó y lo dejé mirándose los pies.Yo seguí a Guiscard al interior del edificio.

Los adivinos son una especie peculiar, lo bastante para tener su propio cuartel general, lejos de Black House, y no sólo porque parte de sus responsabilidades incluyan la inspección y el análisis minucioso o la disección de cadáveres. Intervienen en casos importantes, asesinatos, agresiones y alguna que otra violación. A veces obtienen impresiones, imágenes o perciben recuerdos, retales de información rara vez coherentes, pero que en ocasiones resultan muy útiles. No son practicantes, al menos no lo que yo entiendo por tales: no poseen la menor habilidad para afectar al mundo físico, sino una especie de receptividad pasiva del mismo, un sentido adicional del que carecemos el resto de los mortales.

Aunque mejor diría que tenemos la suerte de carecer de él. El mundo es un lugar feo, y deberíamos sentirnos agradecidos por las barreras que limitan nuestra comprensión del mismo. Es mejor recorrer la superficie que bucear en las perniciosas aguas que lo cubren. Su «don» pertenece a la clase que impide llevar una vida normal, puesto que las corrientes subterráneas de la existencia burbujean en el momento menos oportuno. Quienes nacen con él son reclutados sin excepción al servicio del gobierno, sencillamente porque para ellos cualquier otra clase de trabajo resulta más o menos imposible. Hay que imaginárselos intentando vender unos zapatos a un cliente, a quien de pronto ven golpeando a sus hijos o asfixiando a su esposa con un saco. Llevan una vida desagradable, y la mayoría de los investigadores son alcohólicos redomados o auténticos lunáticos. He tenido a alguno como cliente, principalmente de raíz de ouroboro, aunque en cuanto se pasan a lo más duro no transcurre mucho tiempo hasta que la guardia me viene con preguntas, eso cuando no deciden pasarse por el forro la autoridad arrojándose a un río o metiéndose entre pecho y espalda media jarra de aliento. Entre los de su especie es normal acabar así, y son muy pocos los que mueren por causas naturales.

En fin, son bastante útiles a la hora de llevar a cabo una investigación, siempre y cuando no se dependa mucho de su juicio. Lo de su otra visión supone un tema sensible, y por cada pista decente obtenida gracias a ellos, otras dos te llevan a callejones sin salida y una tercera te conduce por un sendero falso. Una vez me pasé un mes investigando cada agujero de la mitad isleña de la parte baja de la ciudad, para acabar averiguando que el tipo con el que estaba trabajando nunca había visto un miradno, y había confundido el color canela del asesino de su visión por el tono bronceado de un marinero. Después de eso no pasé más que el tiempo justo en la Caja, aunque ya no solicitaron mucho mi presencia después de que lanzase al mencionado adivino por la ventana de un primer piso.

Entré en una antesala regentada por un isleño veterano, que se levantó de la silla de madera en la que había estado dormitando para abrir la puerta que daba al interior. Había muchas cerraduras, y el portero se movía en la difusa línea que separa lo venerable de lo vetusto, así que hubo ocasión de conversar.

—¿A quién vamos a ver? —pregunté.

El hecho de conocer algo que yo ignoraba hizo que Guiscard se animara un poco.

—Crispin quiere al mejor trabajando en este asunto, y se inclina por Marieke. ¿La recuerdas? Cuando te expulsaron debía de llevar muy poco en el puesto.

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