Los Justicieros y los Guardaespaldas se aniquilaron en su propia redundancia. Su declive fue lento: las invasiones del escenario se volvieron esporádicas, el alto precio de las entradas redujo su número y un público mayoritariamente conformista los fue aplacando a fuerza de chistidos.
Hoy, ya domesticadas las muchedumbres burguesas por la vasta acción homogeneizante de la televisión, nadie se indigna ante las bajezas artísticas. Los Reventadores, Los Justicieros y aun los Guardaespaldas han desaparecido de los teatros.
De Enrique Argenti no se tenían noticias. Pero la otra noche, a la hora en que estaba a punto de terminar la telenovela más exitosa, mientras los vecinos obedientes de la ciudad aceptaban pasivamente un casamiento imperdonable, se oyó una voz que resonaba desde algún patio:
—¡Hijos de puta! ¡Despierten! El arte es grande y la vida es breve. Apaguen el televisor y salgan a la calle a vivir, a vivir que nos estamos muriendo...
Buenos Aires, 1 de julio de 1984
Señor director de la revista
Tradiciones históricas,
DR. MARIO P. LOZANO
Todos hemos oído decir que el inolvidable payador Julián Maidana nació en Teodelina, provincia de Santa Fe. Lo garantizaba la más célebre de sus composiciones, una quintilla que solía entonar a manera de saludo.
Es paisaje en la neblina
el canto que dejaré:
soy una voz argentina
he nacido en Teodelina,
provincia de Santa Fe.
Sin embargo, le aseguro que el historiador aficionado no tarda en llevarse por delante opiniones diferentes. Algunos juran que Maidana nació en Hurlingham, un pueblo cuya rima imposible lo indujo a falsificar su origen. No falta el que sostiene que el verdadero apellido no era Maidana, sino el itálico y prosaico Bolognini.
Unos talabarteros de San Pedro que organizaban domas de potros y carreras de sortija me han dicho que el payador nació en ese pueblo y que se llamaba Nardelli. En cambio, unos periodistas rosarinos se pronunciaron, durante un asado, por Arroyo Seco y el apelativo Bejerman.
Ni siquiera es fácil encontrar coincidencias en la descripción de sus virtudes artísticas. El musicólogo Ángel Belahunde, en su obra
Repentinos de mi provincia
Buenos Aires 1920 ha escrito: «Julián Maidana es el más rápido de los payadores que he conocido. Sus décimas presentan desprolijidades pero son despachadas a través de una milonga firme, sin calderones ni ritornellos. Por momentos, parece que no pensara».
Como bien sabrá el señor director, la velocidad de Maidana ha sido siempre un tópico en las conversaciones entre payadores y aficionados. Pero existen testimonios en disidencia.
El Día
de La Plata, comentando una presentación del año 1919, es terminante: «Julián Maidana estuvo muy bien en las canciones preparadas. A la hora de improvisar, sus versos, acaso interesantes, se vieron menoscabados por la exasperante lentitud del payador».
En 1954, el poeta Mario Alderete, que lo había conocido en su juventud, declaró a la revista
Mundo argentino
que Maidana era veloz porque era fraudulento. Explicó que el hombre manejaba una colección de diez o quince décimas con las cuales contestaba cualquier pregunta, sin que le preocupara mayormente la pertinencia de los versos que cantaba.
Como modesta contribución, he tenido la prolijidad de recopilar centenares de versiones taquigráficas que se tomaban en aquel entonces en los desafíos de contrapunto. Especialmente útiles han sido los cuadernos del taquígrafo de apellido Dubois, que siguió a Maidana a lo largo de veinte años. En sus registros pueden hallarse —tal como opinaba Alderete— algunas décimas que se repiten y contestan preguntas muy diferentes.
La siguiente, con pequeñísimas variantes, ha sido anotada por Dubois en noventa y siete ocasiones. Sucesivamente ha servido para responder enigmas tales como: ¿qué es el silencio?, ¿qué es la nada?, ¿quién apaga las estrellas?, ¿dónde se guardan los vientos?, ¿a qué hora pasa el Cuyano por Justo Daract?, ¿por qué no se da la uva en Tres Arroyos?
Compañero payador
su espíritu indagatorio
ante este vasto auditorio
ha mostrado su esplendor.
Pero este humilde cantor
responde, en sentido inverso
que los vientos
[2]
y los versos,la nieve, el fuego, el rosal
siguen de un modo fatal
órdenes del universo.
Pero la taquigrafía, señor director, también muestra algunas veces versos cuyo carácter súbito resulta indiscutible. Algunos de ellos cumplen estrictamente las reglas métricas de la décima pero carecen de todo sentido.
En la tiniebla silente
donde relincha el hornero
hay una voz, compañero
que me grita: ¡viene gente!
La pava gime, caliente,
toca el cura su campana,
en la laguna las ranas
construyen su alegre nido,
hasta que se oye un chistido
¿Sabe quién era?: su hermana.
Enfatizo ante el señor director el carácter contradictorio de algunas afirmaciones sobre el arte de Maidana.
El Faro
de Azul lo ha presentado como un guitarrista habilidoso pero de voz pequeña.
El Diario
de San Luis se atrevió a decir que era más cantor que guitarrista; el maestro Abel Zielinsky, que lo había escuchado en San Rafael, lo recordaba como un tenor de garganta; la
Crónica de Banderaló
lo describió como un barítono demasiado grave para el género. ¿A qué testimonios debemos atenernos? ¿Cómo cantaba Maidana? ¿Era lento o era rápido? ¿Era agudo o era profundo?
El señor director podrá decir que los juicios artísticos están teñidos de capricho y que varían considerablemente de una persona a otra. Muy bien. Pero, ¿qué me dice del aspecto físico? A pesar de la carencia de fotografías, siempre se ha creído que los versos de Maidana permitían conjeturar su apariencia.
Soy un paisano morocho,
de mirada arisca y dura,
¿quiere saber mi estatura?
Un metro sesenta y ocho.
Aunque salud no derrocho,
ando bien alimentao,
me estoy quedando pelao
y en señas particulares
anóteme dos lunares
y mi poncho colorao.
La descripción parece definitiva. Sin embargo, en la peña El rodeo de El Palomar se conserva registrado un contrapunto entre Maidana y un repentino de apellido Cabrera. Cerca del final, Cabrera describe a su antagonista.
Le dejo mi admiración,
por su valor y su arrojo,
arde en su cabello rojo
un fuego de inspiración...
Como si estas contradicciones no fueran suficientes, hace algún tiempo se presentó en mi estudio un tal Roberto Lamotta, que dijo ser sobrino nieto de Maidana. Me mostró unos modestos recortes y —por fin— una foto del payador. Era una imagen tan borrosa y había tanta gente amontonada que la mancha señalada como Maidana podía pasar por cualquiera.
Lamotta me dijo que los numerosos amores clandestinos de Maidana eran una leyenda en la familia y que probablemente hubieran dejado algún rastro en los pueblos visitados por el cantor.
Examinando los papeles de Dubois pude reconstruir un itinerario y hasta algunas fechas de 1923: Chivilcoy, Bragado, Pehuajó, 9 de Julio, Trenque Lauquen. Revisé los archivos de los diarios, hablé con historiadores, pregunté en los museos y busqué en los registros de los hoteles. Un día, recibí una comunicación del comisario de Carlos Casares quien, recordando mis investigaciones, dijo conocer a una anciana, la señora Rosa Fittipaldi que —según ella misma contaba— había tenido amores con Julián Maidana. Gracias a los datos del comisario me puse en contacto epistolar con esta dama y ella, con elegante prosa, me hizo algunas confidencias. Aprecie el señor director estas cinco líneas:
Conocí a Maidana en 1924. Yo entonces era linda. La verdad es que todavía no me acostumbro a ser una vieja. Perder la belleza y la atracción es como perder el nombre, es como dejar de ser una. Desde 1940 vivo algo así como un destino ajeno, en un cuerpo al que he venido a dar misteriosamente, después de vaya a saber qué catástrofes.
Doña Rosa me contó que estuvo dos noches con Maidana. La primera, en los galpones de la estación y la segunda en un hotel de 9 de Julio. Describió al payador como un hombre de unos cuarenta años, robusto, moreno y sorprendentemente parco. También me anotó unos dodecasílabos en forma de huella que, según dijo, tenía en su casa, escritos de puño y letra por el mismo Maidana.
A la huella, mi china, cuando me vaya
será inútil que digas lo que ahora callas.
A la huella, a la huella, cuando me quede
será inútil que digas que no se puede.
A la huella, a la huella, cuando regrese
has de decir al verme, ¿quién será ése?
Hay una sola huella: la del olvido.
Es inútil que sepas que te he querido.
Casualmente, reconocí esos versos por haberlos visto muchas veces en los papeles de Dubois. Pero mi sorpresa fue aún mayor cuando, a las pocas semanas, recibí carta de una señora de O'Brien que —conociendo mi interés— no vaciló en confesar unos entreveros con Maidana ocurridos en 1926. Voy calculando el asombro del señor director cuando sepa que esta mujer me describió al payador como más bien rubio y jovencito.
Para no ser redundante bastará con decir que junté hasta once novias del cantor. Ocho de ellas lo pintaban de tres maneras diferentes. Pude apreciar también una relación entre la geografía, el tiempo y las fisonomías. Al norte del ferrocarril Pacífico, Maidana era joven y pelirrojo. En la línea del Oeste, moreno y robusto. Al sur, y después de 1926, se convertía, redondamente, en un pelado de bigotes.
Sin ánimo de presumir, le informo que ordené la taquigrafía de los versos según los pueblos y los años. Y ahí también descubrí que ciertas coplas se repetían únicamente en algunas regiones.
La célebre décima «Soy hijo de Martín Fierro», con la que tropecé veinticuatro veces, nunca había sido cantada al norte del Río Salado. La que comienza con el verso «Si pública es la mujer» no aparece jamás después de 1920 y la quintilla «No me agacho por dos pesos» sólo aparece en los pueblos del ferrocarril Sur.
La muerte de Maidana siempre fue un misterio para los aficionados. Después de 1940, su rastro se fue perdiendo. La última noticia cierta que se tiene de él proviene de la ciudad de Mercedes, en la República Oriental, donde al parecer actuó en 1942. Jamás fue visto de nuevo y jamás nadie informó acerca de su muerte. ¿Acaso vive Maidana? La semana pasada, señor director, recibí el último y definitivo testimonio acerca de estos asuntos que hoy pongo a su consideración. Al llegar a mi estudio, me encontré con un anciano que me esperaba desde hacía horas. Vestía solemnemente de negro y llevaba un prolijo estuche de guitarra. Imagíneselo bien, señor director, era como un funebrero. Me puso la mano en el hombro y me dijo:
—Así que usted está interesado en Julián Maidana... Si es inteligente, ya se habrá dado cuenta de todo.
Entonces le dije lo que le estoy diciendo a usted ahora: que había más de un Maidana, que había usurpadores que se hacían pasar por él o que existía una sociedad de al menos tres payadores que se repartían el trabajo. El hombre sacó dos recortes cuya fotocopia adjunto al señor director. Como usted podrá apreciar, se trata de la reseña de dos actuaciones de Julián Maidana en la noche del 21 de junio de 1923. Una, en James Craig, provincia de Córdoba. La otra en González Chávez, provincia de Buenos Aires. Después, casi como quien declama, recordó:
—Todo empezó por casualidad. Una noche, Maidana tenía que cantar en Tapalqué y se sintió enfermo. A último momento, se le ocurrió mandar en su lugar a otro payador amigo. No está claro si se trataba del pardo Cingolani o de Anselmo Rufette. Nadie se dio cuenta de nada. Después, cuando creció su fama, Julián tomó la costumbre de arreglar presentaciones en todas partes, aunque no pudiera ir, y mandaba a cualquiera. En aquel entonces era fácil hacerlo, había pocas fotos y ninguna televisión. Como Homero, Maidana fue muchos cantores. Un hombre plural. Casi todos sus amigos payadores fueron Maidana alguna vez. Pero sucedió algo inesperado. Como usted sabrá, Maidana era un seudónimo. En realidad, nadie se llamaba así. Muy pronto, algunos de los artistas que tomaban ese nombre le disputaron al Maidana original el honor de haber creado aquel personaje. Y lo hicieron con tanto éxito que hoy ya no se sabe cuál de ellos fue el primero. Esta controversia fue aprovechada por nuevos Maidanas, muchas veces insolventes, que ocuparon aquella identidad vacante.
Quise reconstruir estas palabras en estilo directo para que el señor director pudiera conjeturar mi emoción y mi sorpresa al escucharlas. Pero ahora viene lo mejor. El hombre se me acercó hasta resultar indiscreto y me gritó en la cara:
—¡Maidana no ha muerto! Más aún... Maidana no morirá. Está en nosotros hacerlo vivir. Si muchos hombres han sido Julián Maidana, muchos otros pueden seguir siéndolo. ¿Por qué interrumpir la serie? Usted y yo podemos reanudar la vida del payador inmortal.
Le pregunté torpemente si él había sido alguna vez Maidana, o si pensaba serlo ahora.
—Cualquiera es Maidana, si es un buen payador.
Desenfundó la guitarra e improvisó —o repitió— para mí esta décima:
Me llamo Julián Maidana,
soy el que usté está escuchando,
o quizá el que anda cantando
por otras tierras lejanas.
Soy madre, novia y hermana,
soy recuerdo y soy olvido,
soy el retrato querido
de alguien que no volvió más,
soy el amigo que está
y soy el que ya se ha ido.
Hago mía esta décima, señor director, y lo invito a usted y a los periodistas de su destacada publicación al recital que ofrecerá el improvisador Julián Maidana en el Teatro Marconi de Saladillo, el 14 de julio a las 21 horas.
Saludo al señor director con mi mayor consideración.
Lauro Fedelli
REPRESENTANTE DE ARTISTAS
L
a Reina de las diosas desea nuestra desgracia. Pero no es eso lo que debe preocuparnos, sobrino mío. Aunque los dioses todos se dispusieran a favorecernos, nuestro destino siempre sería desdichado.