—Está usted hablando por mí —dijo Barbagrís.
—Es el papel de los sabios; pero escuchar también lo es. —Jingadangelow apuró su bebida y se inclinó sobre el vaso vacío—. ¿No es preferible este heterogéneo presente a ese otro presente mecanizado, organizado y desodorizado en el que nos habríamos encontrado inmersos, simplemente porque en este presente podemos vivir a escala humana? En ese otro presente que nos fue arrebatado por la diferencia de un neutrón, ¿no habría llegado la megalomanía hasta el punto de sofocar la sencilla riqueza de una vida individual?
—Indudablemente, hubo muchas cosas mal enfocadas en la forma de vida del siglo veinte.
—No hubo ninguna bien.
—No, usted exagera. Algunas cosas…
—¿No cree que si todo lo espiritual estaba mal enfocado, todo lo estaba? No sirve de nada ponerse nostálgico. No todo fueron medicinas y educación. ¿No fue también la necesidad de medicinas y la falta de educación? ¿No fue el clímax y el orgasmo de la Edad de la Máquina? ¿No fue Mons y Belsen, Bataan, Stalingrado, Hiroshima y el resto? ¿No hicimos bien en terminar con nosotros mismos?
—Usted sólo hace preguntas —dijo Barbagrís.
—Se responden ellas mismas.
—Esto es un galimatías. Me está hablando de una manera imposible de descifrar. No, espere… mire, deseo seguir hablando con usted. Esta es una conversación interesante… Le pagaré lo que sea. Déjeme ir a buscar a mi esposa y mis amigos.
Barbagrís se puso en pie. La bebida que había ingerido era fuerte, la habitación estaba caliente y llena de ruidos, y él se haHaba sobreexcitado. Era muy poco frecuente que alguien hablara de otra cosa que el tiempo o un dolor de muelas. Miró a su alrededor en busca de Martha y no la vio.
Atravesó la habitación. Una escalera conducía al piso superior. Vio que las mujeres pintadas no eran ni tan voluptuosas ni tan inquietantes como al principio le habían parccido. Aunque iban llamativamente vestidas y pintadas, su piel denunciaba las huellas del hígado y los achaques de la edad, y sus ojos eran fríos. Sonriendo con extravagancia, le tendieron las manos. El se abrió paso entre ellas. Olían a alcohol, tosían, reían y temblaban mientras él pasaba junto a ellas. La habitación estaba llena de sus movimientos, como una jaula de cornejas cautivas.
Las mujeres agitaban la mano —¿había soñado con ellas alguna vez?—, pero él no se dio cuenta siquiera. Martha se babia ido. Charley y el viejo Pitt se habían ido. Viendo que ya se encontraba bien, debieron regresar a montar guardia junto a las barcas. Y Towin y Becky… no, ellos no habían estado allí… Se acordó de lo que le impulsó a buscar a Bunny Jingadangelow; en vez de irse, volvió al apartado rincón, donde otra bebida le esperaba y el doctor se divertía con una mujer octogenaria encima de las rodillas. La mujer tenía una mano alrededor de su cuello y con la otra acariciaba la cabeza de los conejos de su abrigo.
—Escuche, doctor, he venido a buscarle para un matrimonio que forma parte de mi grupo, no para mí —dijo Barbagrís, inclinándose sobre la mesa—. Se trata de una mujer, Becky; ella dice que está embarazada, aunque ya debe de tener más de setenta años. Quiero que la examine y averigüe si lo que dice es verdad.
—Siéntese, amigo mío, y hablemos de esta señora embarazada que le preocupa —dijo Jingadangelow—. Tómese su bebida, porque me imagino que será usted el que pague la ronda. Las ilusiones de las damas ancianas constituyen un tópico para esta hora de la noche, ¿eh, Jean? Sin duda alguna, habrán olvidado ese poema, ¿cómo era?… «mirándome al espejo para ver las arrugas de mi piel», y… sí…
»Pero el tiempo, para hacerme sufrir
,en parte roba, en parte tolera
,y sacude mi cuerpo frágil al atardecer
con temblores de mediodía
.
»Patético, ¿verdad? Me da la impresión de que a esa señora no le queda más que eso, nada más. Pero, naturalmente, iré a verla. Es mi deber. No dejaré de decirle que está en camino de formar una familia, si esto es lo que ella quiere oír. —Unió ambas manos y frunció el ceño.
—¿No existe realmente ninguna posibilidad de que esté esperando un niño?
—Mi querido Timberlane, si me permite que no le llame por su apodo, la esperanza es lo último que se pierde, pero me sorprende ver que usted parece compartir su optimista punto de vista.
—Supongo que así es. Usted mismo ha dicho que es lo último que se pierde.
—No sólo eso; la esperanza es necesaria. Pero debemos reservarla para nosotros mismos; cuando la centramos en otras personas, llegamos a decepcionarnos invariablemente. Nuestros sueños sólo tienen jurisdicción sobre nosotros mismos. Conociéndole como le conozco, veo que en realidad ha venido a verme pensando en su propia conveniencia. Me alegro mucho. Amigo mío, usted ama la vida, usted ama esta vida a pesar de todas sus imperfecciones, sus factores positivos y negativos… además, anhela mi cura para alcanzar la inmortalidad, ¿no es cierto?
Apoyando la cabeza en una mano, Barbagrís bebió un trago y dijo:
—Hace muchos años, cuando estaba en Oxford, en Cowley, para ser exactos, oí hablar de un tratamiento, sólo era un rumor, un tratamiento que servía para prolongar la vida durante varios cientos de años. Estaban investigándolo en un hospital de la ciudad. ¿Es posible que lo hayan logrado? Necesito pruebas científicas para creerlo.
—Claro que las necesita, naturalmente, indiscutiblemente, y no esperaba otra cosa de un hombre como usted —dijo Jingadangelow, asintiendo con tanto vigor que la mujer sentada sobre sus rodillas estuvo a punto de caerse—. La mejor de todas las pruebas científicas es empírica. Obtendrá una prueba empírica. Le someterán al tratamiento completo, estoy seguro de que puede usted permitírselo, y entonces podrá ver por sí mismo que no envejece ni un solo día.
Mirándole irónicamente de soslayo, Barbagrís preguntó:
—¿Tendré que ir a Mockweagles?
—Ajá, es muy listo, ¿verdad, Ruthie? Se ha preparado espléndidamente el camino. Esta es la clase de hombre con el que prefiero tratar. Yo…
—¿Dónde está Mockweagles? —preguntó Barbagrís.
—Es lo que podríamos llamar mi cuartel general. Resido allí cuando no viajo.
—Lo sé, lo sé. Tiene usted pocos secretos para mí, doctor Jingadangelow. Tiene veintinueve pisos de altura, se parece más a un rascacielos que a un castillo…
—Es posible que sus informadores hayan exagerado un poco, Timberlane, pero la descripción general es sorprendentemente exacta, tal como Joan podría decirle, ¿eh, gatita? Pero primero tengo que saber algunos detalles; ¿querrá que su hermosa mujer se someta asimismo al tratamiento?
—Claro que sí, viejo tonto. Yo también sé recitar poesías, ¿sabe?; para ser miembro de DOUCH (1) hay que estar educado. «Permitidme que a la unión de dos mentes no omita impedimento…» ¿Cómo sigue? Shakespeare, doctor, Shakespeare. ¿Ha oído hablar de él? Un verdadero sabio… ¡Oh, ahí está mi esposa! ¡Martha!
Se puso apresuradamente en pie, volcando el vaso. Martha corrió hacia él, con la ansiedad plasmada en el rostro. Charley Samuels la siguió de cerca, llevando a «Isaac» en brazos.
—Oh, Algy, Algy, tienes que venir en seguida. ¡Nos han robado!
—¿Qué quieres decir? —inquirió él, mirándola inexpresivamente, como si no asimilara el brusco giro de la conversación.
—Mientras te traíamos aquí después de que te atacaran, los ladrones han asaltado nuestros botes y se han llevado todo lo que han podido.
—¡Las ovejas!
—Han desaparecido, igual que las provisiones.
Barbagrís se volvió hacia Jingadangelow e hizo un vago gesto de cortesía.
—Hasta pronto, doctor. Tengo que irme… Guarida de ladrones; nos han robado.
—Siempre me impresiona ver sufrir a un sabio, señor Timberlane —dijo Jingadangelow, inclinando la cabeza en dirección a Martha, pero sin dar muestras de querer levantarse.
Mientras salía al exterior con Martha y Charley, Barbagrís preguntó bruscamente:
—¿Por qué abandonasteis las barcas?
—¡Ya sabes por qué! No tuvimos más remedio al enterarnos de que estabas en dificultades. Te han dado una buena paliza. Todo ha desaparecido, excepto las barcas.
—¡Mi rifle!
—Afortunadamente, Jeff Pitt se lo habla llevado.
Chariey dejó el zorro en el suelo, y el animal tiró con fuerza de la correa. Se internaron en la oscuridad, por la desigual carretera. Brillaban muy pocas luces. Barbagrís se dio cuenta de lo tarde que era; había perdido la noción del tiempo. La taberna Potsluck tenía atrancada su única ventana. Las fogatas no eran más que humeantes conos de ceniza. Aparte de uno o dos propietarios que cerraban sus barracas, el lugar estaba en silencio. Un minúsculo fragmento de luna brillaba sobre la extensión de agua estancada que se abría paso a través del terreno a oscuras. El pulso de Barbagrís se normalizó con el frío aire nocturno.
—Ese Jingadangelow está detrás de todo esto —dijo violentamente Charley—. Por lo que he visto y oído, tiene a todos los viajeros en un puño. Es un charlatán. No tendrías que haberte puesto en contacto con él, Barbagrís.
—Los charlatanes tienen sus ambivalencias —repuso Barbagrís, admitiendo la ridiculez de esas palabras en su subconsciente. Después, se apresuró a añadir—: ¿Dónde están Becky y Towin?
—Están con Jeff, en el río. Al principio no les encontrábamos, pero no tardaron en volver. Habían estado celebrándolo.
Al salir de la carretera e internarse en terreno arenoso, vieron al trío cerca del esquife, sosteniendo un par de linternas. Cuando llegaron junto a ellos, nadie dijo nada. La celebración había terminado. «Isaac» removió inquietamente la arena, hasta que Charley se compadeció de él y lo cogió en brazos.
—Lo mejor sería irnos inmediatamente de aquí —dijo Barbagrís, cuando hubo comprobado que aunque las dos barcas era lo único que les quedaba, estaban intactas—. Este no es sitio para nosotros, y me avergüenzo de la parte que he tomado en los sucesos de esta tarde.
—Si hubieras seguido mi consejo, nunca habrías dejado la barca —dijo Pitt—. Aquí hay muchos bribones. Lo que más me aflige es la pérdida de las ovejas.
—Podrías haberte quedado junto a las barcas tal como te recomendamos —observó malhumoradamente Barbagrís. Volviéndose hacia los demás, dijo—: Mi impresión es que debemos seguir adelante. Hace una noche espléndida, y el alcohol que llevo en las venas me dará ánimos para remar. Mañana podemos haber llegado a Oxford, donde encontraremos trabajo y refugio. Habrá cambiado mucho desde que Martha y yo estuvimos allí, ya no sé ni cuántos años hace. ¿Estáis todos de acuerdo en abandonar cuanto antes esta guarida de ladrones?
Towin tosió, cambiando la linterna de una mano a otra.
—La verdad es que mi mujer y yo estábamos pensando en quedarnos aquí, ¿sabes? Nos hemos hecho grandes amigos de un matrimonio, se llaman Liz y Bob, y hemos pensado unirnos a ellos… Si no tenéis inconveniente. Como ya sabéis, no nos convence la idea de seguir río abajo. —A la luz de la luna, esbozó su característica sonrísa de lobo y agitó los ojos.
—En mi estado, necesito descanso —dijo Becky. Habló con más firmeza que su marido, observándoles desafiantemente a través de la mortecina luz de las linternas—. Ya estoy harta de viajar en ese horrible bote. Estaremos mucho mejor con estos amigos nuestros.
—No puedo creer que eso sea cierto, Becky —dijo Martha.
—¡Cómo que no! Acabaría muriéndome de frío en ese bote, en mi estado. Tow está de acuerdo conmigo.
—No tiene más remedio —observó Pitt.
El silencio los envolvió mientras permanecían, juntos y separados al mismo tiempo, en la oscuridad. Había mucho entre ellos que nunca habrían podido expresar, corrientes de simpatía y resentimiento, afinidad y aversión: vagas, pero no por eso menos fuertes.
—De acuerdo, si ya lo habéis decidido, continuaremos sin vosotros —dijo Barbagrís—. Vigilad vuestras pertenencias, es todo lo que tengo que deciros.
—No nos gusta dejarte, Barbagrís —dijo Towin—. Tú y Charley podéis quedaros con el dinero que me debéis.
—Vosotros lo habéis querido.
—Es lo que yo he dicho —intervino Becky—. Ya somos mayorcitos para cuidar de nosotros mismos; ¡no faltaría más!
Mientras se estrechaban las manos, despidiéndose de unos y otros, Charley empezó a brincar y agitarse.
—Este zorro ha recogido todas las pulgas de la cristiandad. ¡«Isaac», vas a traspasármelas, maldito!
Dejando al zorro en el suelo, le ordenó que avanzara hacia el agua. El zorro entendió lo que se le pedía. Fue retrocediendo lentamente hasta mojarse la cola, el cuerpo, y finalmente la cabeza. Pitt levantó una linterna para verlo mejor.
—¿Qué hace? ¿Es que quiere ahogarse? —preguntó Martha con ansiedad.
—No, Martha, sólo los humanos se quitan la vida —dijo Charley—. Los animales tienen más fe. «Isaac» sabe que las pulgas odian el agua. Esta es su forma de librarse de ellas. Trepan por todo su cuerpo hasta llegar al hocico, tratando de no mojarse, ¿lo ves? Observa con atención.
Sólo parte de la cabeza del zorro sobresalía por encima del agua. El animal se sumergió hasta no dejar más que el hocico fuera de ella. Después se hundió completamente. Un círculo de diminutas pulgas fue lo único que quedó en la superficie. «Isaac» reapareció a un metro de distancia, salió a la orilla, se sacudió, y describió varios círculos en una loca carrera antes de regresar junto a su amo.
—Nunca habla visto un truco tan astuto —dijo Towin a Becky, meneando la cabeza, mientras los demás se encaramaban a los botes—. Debe de ser algo así lo que el mundo está haciendo a los seres humanos, si lo piensas bien… sacudírselos de encima.
—No dices más que tonterías, Towin Thomas —repuso ella.
Agitaron los brazos en señal de despedida mientras los botes se alejaban lentamente. Towin siguió su silueta con los ojos hasta que se perdió en la oscuridad reinante.
—Bueno, ahí se quedan —dijo Charley, impulsando la embarcación con un remo—. Ella es una deslenguada, pero lamento dejarles en una guarida de ladrones como ésa.
Habían decidido remolcar la barca de Jeff Pitt para que éste pudiera ir con ellos. El antiguo guardia comentó:
—¿Quiénes son los ladrones? Es posible que los propios hombres de Jingadangelow se hayan llevado nuestras cosas. Por otra parte, tampoco me extrañaría que hubiera sido el viejo Towin. Nunca he confiado en ese viejo ladino.