Al llegar a los barracones, se deslizaron a través de la puerta de entrada y desembarcaron. El cabo les precedió hasta una lejana arcada. El calor de la plazoleta central resultaba agobiante; la atravesaron apresuradamente, traspusieron una puerta, recorrieron un pasillo, y subieron a zonas más frescas. El cabo conferenció con otro hombre, que les hizo entrar en otra estancia, donde aguardaba una serie de personas de semblante preocupado, muchas de las cuales llevaban máscaras para protegerse del cólera.
Tuvieron que esperar media hora antes de que les llamaran. Finalmente, fueron introducidos en una espaciosa habitación cuyo mobiliario denunciaba su anterior utilización como comedor de oficiales. Una gran mesa de caoba y tres mesas de caballete ocupaban la mitad de la estancia. Había varios hombres sentados a esas mesas, algunos de los cuales tenían mapas y documentos frente a sí; sólo el hombre sentado a la mesa de caoba no tenía otra cosa más que una agenda de notas ante él; era el único hombre que no parecía estar ocioso. El hombre instalado tras la mesa de caoba era el comandante Peter Croucher.
Parecía sólido, sensual y duro. Su rostro era grande y desprovisto de toda belleza, pero no era el rostro de un tonto ni un bruto. Su escaso cabello gris estaba peinado hacia atrás; su traje era pulcro, todo su aspecto podía compararse al de un hombre de negocios. No debía tener más de diez años más que Timberlane; unos cincuenta y tres o cincuenta y cuatro. Miró a los Timberlane con ojos cansados y escrutadores.
Martha conocía su reputación. Habían oído hablar de aquel hombre mucho antes de que las diversas oleadas de violencia les obligaran a abandonar Londres. La mayor industria de Oxford era la producción de automóviles y MET (Maquinaria de Efecto Terrestre), particularmente de Windrush. Croucher era el jefe de personal de la fábrica más importante. El Gobierno de Unidad Nacional le nombró oficial adjunto del distrito de Oxfordshire. Tras la caída del gobierno, el oficial del distrito fue encontrado muerto en misteriosas circunstancias, y Croucher se hizo cargo de los viejos controles, estirando aún más los hilos.
Habló sin moverse. Dijo:
—Nadie la ha invitado a venir, señora Timberlane.
—Siempre acompaño a mi marido, comandante.
—Excepto cuando yo ordeno lo contrario. ¡Guardia!
—Señor. —El cabo dio un paso adelante con una parodia de la instrucción militar.
—Ha infringido usted las reglas trayendo aquí a esa mujer, cabo Pitt. Encárguese inmediatamente de que se vaya. Puede esperar fuera.
Martha empezó a protestar. Timberlane la hizo callar, con un apretón de manos, y ella se dejó conducir fuera de la estancia. Croucher se levantó y dio la vuelta a la mesa.
—Timberlane, usted es el único hombre de DOUCH (1) que hay en el territorio sometido a mi control. Convénzase de que ésta es la única razón que me impulsa hacia usted. Le quiero a mi lado.
—Estaré a su lado cuando trate debidamente a mi esposa.
Croucher hizo una mueca que demostró la poca importancia que confería a esa observación.
—De todos modos, ¿qué factores de utilidad puede usted ofrecerme? —El carácter semiliterario de su forma de expresarse se añadió a su amenaza en la estimación de Barbagrís.
—Estoy bien informado, comandante. Mi idea es que debe usted defender Oxfordshire y Gloucestershire de los Midlands y el Norte, si es que sus fuerzas son bastante poderosas. Si me deja un mapa…
Croucher alzó una mano.
—Mire, será mejor que abandone sus aires de importancia, amigo mío. Debe usted comprender que no necesito las descabelladas ideas intelectuales de un supuesto maestro como usted. ¿Ve a todos estos hombres? Disfrutan del beneficio mutuo que constituye ejecutar mis pensamientos, utilizando provechosamente una de las ventajas de tener una
terra firma
en una ciudad universitaria como Oxford. La batalla de la ciudad contra la Universidad ya ha tenido lugar, señor Timberlane, y usted lo sabría si no hubiese permanecido tanto tiempo en Londres. Yo la decidí y la llevé a cabo. Gobierno todo Oxford para bien de todos y cada uno de sus habitantes. Estos individuos son la crema y nata de las Universidades que hay en la ciudad. ¿Ve a ese tipo que hay allí, el de las manos temblorosas y las gafas rotas? Es el catedrático de Guerra de la Universidad de Chichele, Harold Biggs. Aquel del fondo es sir Maurice Rigg, uno de los mayores eruditos de historia que se conocen. De modo que, si le pregunto acerca de DOUCH (1), no es para saber cómo actuaría usted si se hallara en mi lugar.
—Indudablemente, cualquiera de sus intelectuales podría decirle lo que quiere saber acerca de DOUCH (1).
—No, no pueden. Esta es la razón de que usted esté aquí. Verá, los únicos datos sobre DOUCH (1) que he logrado obtener son que es una especie de oficina de información secreta con sede en Londres. En este momento, las organizaciones londinenses me inspiran graves sospechas, por razones obvias. A menos que quiera ser tomado por espía, le aconsejo que me explique lo que se propone hacer aquí.
—Me parece que me ha interpretado usted mal, señor. Estoy dispuesto a informarle acerca de DOUCH (1); no soy ningún espía. Aunque se me ha traído aquí como a un cautivo, ya había solicitado una entrevista con usted para verle mañana y ofrecerle mi ayuda.
—No soy su dentista. No se puede solicitar una entrevista conmigo… se implora una audiencia. —Golpeó la mesa con los nudillos—. ¡No me gusta su actitud equívoca! Dése cuenta de la realidad de la situación; puedo mandarle fusilar cuando me plazca si continúa negándose a cooperar.
Timberlane no replicó. En voz más razonable, Croucher continuó:
—Muy bien, sepamos lo que DOUCH (1) es exactamente y cómo funciona.
—No es más que una entidad académica, señor, aunque dispone de mayor poder que otras entidades de este tipo. ¿Puedo explicárselo en privado? La naturaleza del trabajo efectuado por la entidad es confidencial.
Croucher enarcó las cejas, se volvió para mirar a los cansados hombres que trabajaban frente a las mesas de caballete, y lanzó una ojeada hacia los dos guardias.
—No tengo inconveniente en cambiar de escenario. Trabajo muchas horas.
Se trasladaron a la habitación contigua. Los guardias entraron con ellos. Aunque la estancia era pequeña y calurosa, fue un alivio sustraerse a las ociosas miradas de todos aquellos hombres. A una seña de Croucher, uno de los guardias abrió una ventana.
—¿Qué es exactamente ese «trabajo confidencial»? —preguntó Croucher.
—Es una tarea de documentación —respondió Timberlane—. Como ya sabe, el accidente que esterilizó al hombre y a la mayor parte de los mamíferos ocurrió en 1981. Los americanos fueron los primeros en darse cuenta de todas las implicaciones de lo que sucedía. En los años noventa, varias fundaciones colaboraron en la organización de DOUCH en Washington. Allí decidieron que, dadas las inauditas condiciones del globo, tenía que establecerse un grupo especial de estudio con carácter de urgencia. Este grupo débía equiparse para funcionar durante setenta y cinco años, tanto si el hombre recuperaba eventualmente su capacidad de procrear como si no conseguía hacerlo y llegaba a extinguirse. Sus miembros fueron escogidos a lo largo y lo ancho del mundo y se les adiestró para que interpretaran objetivamente los sufrimientos de su país y dejaran constancia de ellos por escrito.
»Este grupo fue denominado Documentación Universal Contemporánea Histórica. La I entre paréntesis significa que pertenezco a la rama inglesa. Entré a formar parte de la organización muy pronto, y fui adiestrado en Washington en el año 2001. En aquellos días, la organización trataba de ser lo más pesimista posible. Gracias a su concepto realista de las cosas, podríamos seguir trabajando individualmente aunque los contactos nacionales e internacionales llegaran a romperse.
—Tal como ha ocurrido ahora. El presidente fue eliminado por un hatajo de estafadores. Los Estados Unidos se encuentran en un estado de anarquía total. ¿Lo sabía?
—Igual que Inglaterra.
—No. Aquí no hay anarquía, no conocemos el significado de esa palabra. Sé cómo mantener el orden, de eso puede estar seguro. Asolados como estamos por la plaga, no tenemos desórdenes y la justicia británica prevalece.
—El cólera no ha hecho más que empezar, comandante Croncher. Y las ejecuciones en masa no son una manifestación del orden.
Airadamente, Croucher dijo:
—¡Al infierno con las manifestaciones! Mañana, todos los del hospital Churchill serán fusilados. Sin duda alguna, esto será un nuevo motivo de escándalo para usted. Pero veo que no comprende nada. Debe erradicar todos sus conceptos erróneos. Yo no quiero matar. Lo único que quiero es mantener el orden.
—Tiene que haberse leído mucha historia para saber lo vacías que suenan esas palabras.
—¡Es verdad! ¡El caos y la guerra civil son cosas que voy a impedir a toda costa! Escuche, lo que me ha contado de DOUCH (1) confirma lo que ya sabía. No me ha mentido, así que…
—¿Por qué iba a mentirle? Si es usted el benefactor que dice ser, sería absurdo que me inspirara miedo.
—Si fuera el loco que usted cree, mi principal objetivo sería matar a cualquier observador objetivo de mi régimen. Considero que mi trabajo es mantener el orden, eso es todo. Por lo tanto, puedo utilizar su organización de DOUCH (1). Le quiero a usted aquí, anotándolo todo. Su testimonio me justificará, a mí y a las medidas que estoy obligado a tomar.
—¿Justificarie ante quién? ¿Ante la posteridad? No habrá ninguna posteridad; no sé si lo recuerda.
Ambos sudaban abundantemente. El guardia que había a su espalda arrastraba sus cansados pies. Croucher extrajo un tubo de pastillas mentoladas de su bolsillo y se metió una en la boca.
Dijo:
—¿Cuánto tiempo piensa seguir haciendo el trabajo de DOUCH (1), señor Timberlane?
—Hasta que me muera o me maten.
—¿Tomando notas?
—Sí, tomando notas y filmando películas.
—¿Para la posteridad?
Tras un momento de silencio, Timberlane dijo:
—De acuerdo, los dos creemos saber dónde se encuentra nuestro deber. Pero yo no tengo que fusilar a todos los pobres desgraciados del hospital Churchill.
Croucher mordió la pastilla de menta. Sus ojos, hundidos en su desagradable rostro, miraron al suelo mientras hablaba.
—Voy a proporcionarle cierta información para que también la anote. Durante los últimos diez años, el Churchill se ha dedicado a una línea de investigación y nada más que una. Sus médicos y personal incluyen a algunos expertos bioquímicos. Su proyecto y empeño es prolongar la vida. No sólo están estudiando ger… bueno, creo que lo llaman geriatría; están buscando una droga, una hormona; yo no soy ningún especialista médico, y no distingo a una de la otra, pero están buscando un medio de que la gente como yo y como usted viva doscientos o dos mil años. ¡Un verdadero disparate! ¡Toda una organización a la caza de un fantasma! ¡No puedo dejar que ese hospital ruede hacia el abismo! Quiero utilizarlo para fines más productivos.
—¿Acaso el gobierno subvencionaba el hospital?
—Así es. Los corrompidos políticos de Westminster aspiraban a descubrir este elixir de vida y perpetuarla para su propia ventaja personal. No vamos a preocuparnos por cosas tan estúpidas. La vida es demasiado corta.
Se miraron fijamente.
—Aceptaré su oferta —dijo Timberlane—, aunque no veo en qué sentido le beneficia. Anotaré todo lo que usted haga en el Churchill. Querría ver los documentos que demuestran la veracidad de su proyecto acerca de la longevidad.
—¡Documentos! Habla igual que los eruditos catedráticos que hay en la otra habitación. Respeto el saber, pero no la pedantería, acuérdese bien. Escuche, voy a sacar a todo ese hatajo de ladrones del hospital, a ellos y a sus necias ideas; no creo en el pasado… creo en el futuro.
A Timberlane esto le sonó como una admisión de la locura. Dijo:
—No hay futuro, ¿sabe? Lo matamos en el pasado.
Croucher desenvolvió otra pastilla de menta; la cogió directamente de la palma de la mano con sus gruesos labios.
—Venga mañana conmigo y le enseñaré el futuro. La esterilidad no fue total, ¿sabe? Habíla, incluso ahora los hay, un ínfimo número de niños que siguen naciendo en algunos rincones del mundo… incluso de Gran Bretaña. La mayoría de ellos son anormales… monstruos como usted no puede llegar a imaginarse.
—Sé a lo que se refiere. ¿Se acuerda del Cuerpo Infantop que operó durante los años de la guerra? Era el equivalente británico del Proyecto Infantil Americano. Yo formaba parte de él. Estoy al corriente de todo tipo de monstruosidades. Mi opinión es que lo más cuerdo sería matar a la mayoría de ellos en el momento de nacer.
—Un porcentaje determinado de ellos no son eliminados; ya sabemos lo que es el amor maternal. —Croucher se volvió hacia los guardias que hablaban en susurros a su espalda, y les ordenó guardar silencio. Prosiguió—: Estoy reuniendo a todas esas criaturas, por muy distintas que sean. Algunas de ellas no tienen extremidades. A veces carecen de inteligencia y son totalmente estúpidas. A veces nacen al revés, y entonces se van muriendo progresivamente —aunque tenemos a un niño que sobrevive a pesar de su sistema digestivo—, ya que tienen el estómago, los intestinos y el ano fuera del cuerpo, en una bolsa. Es un panorama realmente horroroso. Oh, tenemos toda clase y variedad de criaturas semihumanas. Serán encerradas en el Churchill para su supervisión. Ellas son el futuro. —Al ver que Timberlane no decía nada, añadió—-: Lo admito, es un horrible futuro, pero puede ser el único. Debemos trabajar bajo el convencimiento de que, cuando estas criaturas lleguen a la edad adulta, engendrarán hijos normales. Nosotros les cuidaremos y haremos que procreen. Convénzase de que es mejor un mundo habitado por monstruos que un mundo muerto.
Croucher observó a Timberlane con una mirada de desafío, como si esperara que se mostrase contrario a sus ideas. En lugar de ello, Timberlane dijo:
—Vendré mañana a verle. ¿Someterá mis escritos a la censura?
—Estará acompañado por un guardia por cuestiones de seguridad. El cabo Pitt, al que ya conoce, es el encargado de esa tarea. No quiero que sus informes caigan en manos hostiles.
—¿Eso es todo?
—No; usted mismo entra en el concepto de manos hostiles. Hasta que se demuestre lo contrario, su esposa vivirá en este cuartel como prueba de buena voluntad. Usted también se alojará aquí. Verá que nuestras comodidades superan ampliamente las de su piso. Sus pertenencias ya están siendo trasladadas.