Bautismo de fuego (40 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: Bautismo de fuego
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—Y así se termina esta conversación banal —dijo—. La logia exige de nosotras solamente lealtad mutua. La amistad, por suerte, no es obliga­toria.

—Se ha teleportado —afirmó fría y sin emoción Francesca Findabair en cuanto que se calmó el barullo que la desaparición de Yennefer había pro­vocado—. No hay por qué quebrarse la cabeza, señoras mías. Ahora ya no podemos hacer nada. Ha sido un error mío. Sospechaba que su estrella de obsidiana enmascaraba el eco de un hechizo...

—Pero, ¿cómo lo ha hecho, maldita sea? —gritó Filippa—. Un eco se puede atenuar, no es difícil. Pero, ¿por qué milagro pudo abrir un portal? ¡Montecalvo tiene un bloqueo!

—Nunca me ha gustado. —Sheala de Tancarville encogió los hombros—. Nunca he alabado su estilo de vida. Pero jamás he cuestionado su talento.

—¡Ella lo va a cantar todo! —se desahogó Sabrina Glevissig—. ¡Todo sobre la logia! Irá derecha a...

—Tonterías —interrumpió con viveza Triss Merigold, mirando a Frances­ca y a Ida Emean—. Yennefer no nos traicionará. No huyó de aquí para traicionarnos.

—Triss tiene razón —la apoyó Margarita Laux-Antille—. Yo sé por qué huyó, a quién quiere salvar. Yo las he visto a las dos juntas, a ella y a Ciri. Y lo comprendo todo.

—¡Y yo no entiendo nada! —gritó Sabrina, y de nuevo comenzó el barullo.

Assire var Anahid se inclinó hacia su amiga.

—No pregunto por qué lo hiciste —susurró—. No pregunto cómo lo hi­ciste. Pregunto: ¿adonde?

Fringilla Vigo sonrió levemente, acariciando con los dedos la figura ta­llada de la esfinge en el brazo del sillón.

—¿Y cómo voy a saber —respondió en un susurro— de qué playa proce­den estas ostras?

Capítulo séptimo

Itlina, en realidad Ithlinne Aegli hija de Aevenien, legendaria sanadora élfica, astróloga y vidente, famosa por sus visiones, augurios y proferías de las que la más conocida es Aen Ithlinnespeath, La predicción de Itlina. Multitud de veces copiada y editada en muchas formas, la Predic­ción gozó de gran popularidad en distintos momentos, y los comentarios,claves y explicaciones a ella añadidos adaptaron el texto a los acontecimientos en curso, lo que reforzó la convicción del gran don de profecía de I. En concreto, se piensa que predijo las Guerras del Norte (1239-1268), las Grandes Epidemias (1268, 1272 y 1294), la sangrienta, guerra, de los Dos Unicornios (1309-1318) y el ataque de los haakos (1350). Profetizó también los cambios climáticos («el Frío Blanco») que se observaron desde finales del siglo XIII. Estos cambios fueron siempre considerados por la superstición como el principio delfín del mundo y ella los unió a la profe­tizada venida de la Destructora (vid.) Cierta estrofa de la Predicción dio origen a la tristemente célebre caza de brujas (1272-76) y fue causa de la muerte de muchas infelices mujeres y muchachas, tenidas por la encar­nación de la Destructora. Hoy muchos investigadores tienen a I. por una figura legendaria y a sus «proferías» por un apócrifo completamente mo­derno y una astuta falsificación literaria,

Effenberg y Talbot, Encyclopaedia Maxima Mundi, tomo X

 

Los niños que rodeaban como una guirnalda a Silbón, cuentista vagabun­do, expresaron su protesta levantando un indescriptible y caótico alboroto. Por fin Connor, hijo de los herreros, el mayor, el más fuerte y atrevido y además el que le había traído al cuentista un cuenco lleno de sopa de col y unas patatas aderezadas con torreznos, hizo de portavoz y expresó la opi­nión del común.

—¿Y cómo eso es? —gritó—. ¿Cómo es, tío? ¿Cómo que fin pa hoy? ¿Ta bien eso, acabar el cuento a medias? ¿Dejainos en lo mejor? ¡Queremos saber qué pasó aluego! ¡No vamos a esperar a que sus dé la gana de pasar otra vez por el pueblo, porque a lo mismo pasará medio año o uno entero! ¡Seguir contando!

—El solete sa metió —respondió el viejo—. Yas hora de que sus vayáis a la cama, gorriones. ¿Qué dirán los vuestros padres cuando mañana sus pongáis a echar bostezos en la era? Yo sé bien qué dirán. Otra vez el viejo Silbón contó cuentos hasta medianoche, les metió romances en el seso a los crios, no les dejó dormir. Y antonces, cuando pase otra vez por el pue­blo, no le vamos a dar na, ni gachas, ni algóndigas, ni torreznos, le vamos a echar al pilón, al viejo, pos sus cuentos no son de provecho.

—¡Que no lo dirán! —gritaron los niños a coro—. ¡Contar más, tío! ¡Por favor!

—Humm —murmuró el viejecillo, mirando cómo el sol desaparecía de­trás de las copas de los árboles en la otra orilla del Yaruga—. Sea. Mas un trato nos haremos: uno echará una carrera hasta la palloza y me traerá leche cortada, pa tener algo pa mojar el garguero. Y los otros habréis de pensar de quién he de contar las suertes, pos no soy capaz de contar de todos, nos tiraríamos hasta el día de mañana. Así que, hala, a decidir: de quién agora y de quién la vez siguiente.

Los muchachos otra vez alzaron un griterío, unos por encima de los otros.

—¡Silencio! —gritó Silbón, meneando el bastón—. ¡Sus dije a alegir, mas no chirriando como ruiseñores, ret-tret, ret-tret, ret-tret! Entonces, ¿qué? ¿De quién he de contar?

—De Yennefer —chilló Nimue, la más joven de los oyentes, a causa de su estatura llamada Pulgarcita y que acariciaba a un gato que estaba dur­miendo en el suelo—. Contar la suerte que corrió la hechicera, tío. Y cómo del tal cone... conpento en la Montaña Calva huyó mágicamente para sal­var a Ciri. Estaría contenta de escucharlo. Pues yo, cuando crezca, hechi­cera seré.

—¡Seguramente! —gritó Bronik, hijo del molinero—. ¡Los mocos de la jeta límpiate, Pulgarcita, pos pa los estudios de hechicero no cogen gente con mocos! Y vos, tío, contarnus no sobre Yennefer, sino de Ciri y los Ra­tas, y cómo iban a robar y a dar leña...

—Callarsus —dijo Connor, sombrío y pensativo—. Sois unos gandum­bas y eso es to. Si habernos de escuchar algo hoy, pos que sea algo güeno. Contadnos, tío, del brujo y su gente, y cómo se fueron del Yaruga.

—Yo quiero de Yennefer —gritó Nimue.

—Yo también —dijo Orla, su hermana mayor—. De los amores de ella y el brujo. Cómo se querían. ¡Mas que termine bien, tío! ¡No quiero que con­téis de muertes, no!

—¡Calla, boba, a quién le interesan los amoríos! ¡De guerra queremos, de luchas!

—¡De la espada del brujo!

—¡De Ciri y los Ratas!

—Cerrar el pico, mastuerzos. —Connor miró a su alrededor con aire de amenaza—. ¡Porque magarro un palo y sus avío, cagones! Lo he dicho: con orden. Que el tío nos cuente más del brujo, de cómo de camino con Jaskier iba. De Milva...

—¡Sí! —chilló de nuevo Nimue—. ¡De Milva quiero oír, de Milva! ¡Porque yo, si no me quieren para hechicera, pos me haré arquera!

—Entonces ta claro —dijo Connor—. Y a buena hora, pos el tío, mirar, da cabezadas, ya la testa gris menea, la nariz se le abaja como una gual­drapa... ¡Eh, tío! ¡No sus durmáis! Contarnus algo del brujo Geralt. A par­tir de cuando formaron su cuadrilla al pie del Yaruga.

—Mas en principiando —se metió Bronik—, pa que la curiosedad no se nos coma, contarnos, tío, aunque sea una miaja de los otros. Qué les pasó. Más leve nos será esperar a que vulváis al pueblo pa seguir el cuento. Contar aunque sea un poquino. De Yennefer y Ciri. Por favor.

—Yennefer —el viejo Silbón se rió— voló con el hechizo, escapando del castillo hechiceril que se llamaba Montaña Calva. Y directita que se fue al mar. En el océano las olas revueltas, altos acantilados. Mas no tengáis miedo, que eso es pan comido para un mago, no, no se ahogó. Llegose a las islas Skellige, allá encontró aliados. Porque habréis de saber que le había crecido un enorme odio contra el hechicero Vilgefortz. Convencida de que él había raptado a Ciri, pensó en matarlo, llevando a cabo una terrible venganza, y liberar a Ciri. Y eso es todo. Otra vez os contaré cómo fue.

—¿Y Ciri?

—Ciri seguía con los Ratas, escondiéndose bajo el nombre de Falka. Le tomó gusto a la vida de bandolero puesto que, aunque entonces nadie sabía de ello, había en aquella moza maldad y crueldad, todo lo peor, lo que está oculto en cada persona, lo cual se salió de ella y poco a poco se tomó ventaja sobre lo bueno. ¡Oh, gran error cometieron los brujos de Kaer Morhen, que la enseñaron a matar! Ella, sin embargo, no imaginaba, al dar muerte, que la Parca le venía pisando a ella misma los talones. Porque ya el terrible Bonhart la iba siguiendo, en sus huellas estaba. Estaba escri­to que se iban a encontrar, Bonhart y Ciri. Pero de esto hablaré otro día. Ahora el cuento sobre el brujo habéis de oír.

Los niños se callaron, se sentaron en círculo alrededor del anciano. Escucharon. Caía la oscuridad. El cáñamo, la frambuesa y la malva que crecían no lejos de las chozas se transformaron de pronto en un increíble y oscuro bosque. ¿Qué es lo que susurra allá dentro? ¿Es un ratón o un elfo terrible de ojos de fuego? ¿O quizá una estrige o Baba Yaga, que quiere comerse a los niños? ¿Es el buey en el establo el que patalea o es el retum­bar de los caballos de guerra de los crueles invasores que cruzan otra vez, como hace cien años, el Yaruga? ¿Fue el chotacabras el que voló por enci­ma del tejado o fue un vampiro sediento de sangre? ¿O fue la hermosa hechicera que volaba sobre un hechizo mágico hacia el lejano mar?

—El brujo Geralt —comenzó el cuentista—, junto con su nueva compa­ñía, se fue hacia Angren, donde los pantanos y los bosques. Antaño había por allá bosques, ja, ja, no lo que agora, agora ya no hay tales bosques, quizá en Brokilón... La cuadrilla anduvo hacia el este, Yaruga arriba, en dirección a los lugares santos del Bosque Negro. Al principio se les dio bien, pero luego, jo, jo... Os contaré lo que pasó...

Fluía y avanzaba, el cuento sobre tiempos pasados, olvidados. Los niños escuchaban.

El brujo estaba sentado en un tronco, en la cima de un barranco desde la que se extendía la vista sobre los humedales y los cañaverales de la orilla del Yaruga. El sol se estaba poniendo. Las grullas alzaban el vuelo desde la ciénaga, chillaban, volaban en triángulo.

Todo se ha jodido, pensó el brujo, mirando las ruinas de la choza de leñador y el poquito de humo que surgía del fuego de Milva. Todo se ha ido al garete. Y la verdad es que ya había salido demasiado bien. Era extraña esta mi compañía, pero era mía de verdad. Teníamos un objetivo, cercano, real, concreto. A través de Angren al este, hacia Caed Dhu. Nos fue perfec­tamente. Pero se tuvo que joder. ¿Mala suerte o el hado?

Las grullas tocaron su trompeta.

Emiel Regis Rohellec Terzieff-Godefroy les dirigía, montado en un bayo nilfgaardiano, capturado por el brujo en Armería. El semental, aunque al principio rebufó un poco ante el vampiro y su olor a hierbas, se acostum­bró pronto y no causó más problemas que Sardinilla, que iba al lado y que cuando le picaban los tábanos era capaz de cocear con fuerza. Detrás de Regis y Geralt iba Jaskier montado en Pegaso, con la cabeza vendada y aspecto guerrero. Por el camino el poeta había compuesto un rítmico can­tar de gesta en el que unas bélicas rimas y una guerrera melodía resona­ban con reminiscencias de las recientes aventuras. La forma de la obra sugería claramente que, durante tales aventuras, precisamente el autor e intérprete se había mostrado como el más valiente de todos los valientes. La marcha la cerraban Milva y Cahir Mawr Dyffryn aep Ceallach. Cahir iba en el recuperado caballo castaño y tiraba de un caballo gris que llevaba en las albardas parte de su modesto equipo.

Salieron por fin de los humedales ribereños hacia un terreno seco si­tuado más arriba, en una colina, desde la que pudieron observar al sur la cinta refulgente del Gran Yaruga, mientras que al norte se veían las altas y rocosas laderas de la cordillera de Mahakam. El tiempo era precioso, el sol calentaba, los mosquitos habían dejado de picar y zumbar junto a los oí­dos. Las botas y las perneras se secaron. Los arbustos de zarzamoras de los soleados barrancos estaban negros de tantos frutos, los caballos mordisqueaban la hierba, los arroyuelos que se deslizaban desde la cum­bre bajaban un agua cristalina y limpia y estaban llenos de truchas. Cuan­do cayó la noche, se pudo encender un fuego e incluso tenderse junto a él. En una palabra, era maravilloso, y sus ánimos deberían haber mejorado de inmediato. Pero no lo hicieron. Por qué fue así, se mostró en uno de los primeros vivacs.

—Espera un momento, Geralt —comenzó el poeta, mirando alrededor y carraspeando—. No te des tanta prisa en volver al campamento. Queremos estar aquí, en privado, hablar contigo, yo y Milva. Se trata de... bueno, de Regis.

—Ajá. —El brujo depositó en el suelo un brazado de leña—. ¿Habéis comenzado a tener miedo de él? Ya era hora.

—Cállate. —Jaskier enarcó las cejas—. Lo hemos aceptado como com­pañero, nos ofreció apoyo para buscar a Ciri. Me sacó el cuello de la soga, eso no lo olvidaré. Pero, joder, sentimos algo parecido al miedo. ¿Te extra­ñas? Toda la vida has perseguido y matado a tales como él.

—A él no lo he matado. Ni tengo intenciones. ¿Te basta esa declara­ción? Si no, aunque la pena me encoge el corazón, no me siento capaz de curar los estados de miedo. Es paradójico, pero entre nosotros el único que sabe de curar es precisamente él, Regis.

—Te dije que te callaras. —El trovador se puso nervioso—. No estás hablando con Yennefer, ahórrate y ahórranos tu retorcida elocuencia. Res­ponde directamente a preguntas directas.

—Haz las preguntas. Sin retorcida elocuencia.

—Regis es un vampiro. No es un secreto de lo que se alimentan los vam­piros. ¿Qué va a pasar si tiene hambre de verdad? Sí, hemos visto cómo comía sopa de pescado, desde entonces come y bebe con nosotros, totalmen­te normal, como cada uno de nosotros. Pero... pero, ¿va a ser capaz de con­trolar su deseo...? Geralt, pero, ¿es que te voy a tener que tirar de la lengua?

—Controló su deseo de sangre, aunque estaba cerca, cuando la sangre te corría por la cabeza. Cuando te vendó ni siquiera se lamió los dedos. Y entonces, durante la luna llena, cuando nos emborrachamos con su orujo de mandrágora y dormimos en su choza, tuvo una estupenda ocasión de pillarnos. ¿Has mirado si tienes alguna señal en tu cuello de cisne?

—No te burles, brujo —bufó Milva—. Que tú más de vamperos sabes que nosotros. Te burlas de Jaskier, mas a mí me has de responder. Yo me crié en los montes, a la escuela no fui, soy una ignoranta. Y pos no es culpa mía, no es de recibo el hacer mofa. Yo, vergüenza da el decillo, también tengo una miaja de miedo del tal... Regis.

—Y no sin motivo. —Él asintió con la cabeza—. Es uno de los llamados vampiros superiores. Extraordinariamente peligroso. Si fuera nuestro ene­migo, yo también tendría miedo. Pero, diablos, él, por causas que no co­nozco, es nuestro compañero. Ahora nos está conduciendo a Caed Dhu, a ver a los druidas que pueden ayudarme a encontrar información sobre Ciri. Estoy desesperado, así que quiero probar esta oportunidad, no re­nuncio a ello. Y por ello acepto su vampírica compañía.

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