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Authors: Claudia Piñeiro

Tags: #Humor, Policíaco

Betibú (18 page)

BOOK: Betibú
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Los tres —Nurit Iscar, Jaime Brena y el pibe de Policiales— están conmocionados con la revelación, pero lo que sienten es como una rara mezcla de excitación y de perplejidad. Y el pibe de Policiales, además, está impresionado por la intuición de sus compañeros. Más allá de cualquier explicación lógica que ellos le quieran dar al asunto, él empieza a sospechar que en todo esto —y cuando piensa en «esto» es porque no puede poner otras palabras: muerte, crimen, asesinato— hay una conexión, una cierta percepción especial que a Nurit Iscar y Brena les hizo sentir —sentir, no pensar— cuando se enfrentaron a esa mesa llena de portarretratos, que aquel que estaba vacío escondía una clave. Un don, se dice el pibe, estos dos tienen un don.

Gladys Varela les avisa que tiene que irse, que la esperan en su casa. Nadie la detiene, ellos no tienen mucho más que preguntar por el momento y necesitan quedarse solos para poder ordenar sus cabezas. Es demasiada información, demasiadas puntas para seguir, demasiadas dudas nuevas. ¿Y la foto?, pregunta Gladys antes de salir. Nurit y Jaime Brena no entienden su pregunta, siguen impresionados, no pueden pensar en otra foto que no sea la de los muertos que acaban de conocer. Reacciona el pibe, y saca su Blackberry. Ahora, dice. ¿Con eso la vas a sacar?, le pregunta la mujer. Sí, saca mejor que una cámara, se defiende el pibe, y le muestra cómo se ve en la pantalla cuando encuadra para tomar una foto. Ah, dice ella, ¿mejor que una cámara? Mejor que una cámara, repite el pibe. Además, como tiene conexión a Internet la mando de acá directo al diario y vos la podés ver en la edición de papel o en el cíber. Ah, sí, la veo en el cíber, dice ella y luego: ¿Dónde me pongo?, pregunta. Junto a la ventana, dice el pibe, la acomoda en el lugar, toma distancia, encuadra y saca la foto. Se la muestra a Gladys Varela, ¿te gusta? Sí, ¿no?, dice ella. Sí, salió muy bien, confirma él, igual te saco dos más por las dudas, dice y lo hace. ¿Y cuándo aparece el reportaje?, le pregunta la mujer. En unos días, le contesta el pibe de Policiales, vamos a tener que chequear algunos datos antes, pero en unos días sale. Te avisamos al celular, Gladys, vos quedate tranquila. El pibe se ofrece a acompañarla hasta la puerta para arreglar con el remisero el pago por el traslado y Gladys Varela acepta, se despide y se para, dispuesta a irse. Antes de que salgan de la habitación, Nurit Iscar los detiene. Una pregunta más, dice y se dirige a la mujer, la última, le prometo, uno de los otros hombres que estaban en la foto, ¿puede ser Luis Collazo? Sí, sí, el señor Collazo estaba en la foto, confirma Gladys, pero ése sigue vivo, que yo sepa. Ése sigue vivo, sí, contesta Nurit.

CAPÍTULO 16

La improvisada y multitudinaria reunión social que se armó en la casa donde Nurit Iscar se hospeda es arrasada por los acontecimientos. Los hijos, amigos, novias y perro, luego de concluir que nadie los atenderá en lo que resta del día, que nadie está pensando en la cena de ellos para esa noche, ni nadie está preparando camas donde puedan dormir, deciden aceptar una invitación de último momento a un asado en Banfield, pero aseguran que si el domingo sigue el buen tiempo, vuelven. Viviana Mansini se queja de que no le avisaron que la reunión incluía quedarse a dormir: No cerré las ventanas, no dejé comida para los chicos. Por suerte, mis chicos se cocinan solos, dice Carmen. Yo nunca dejo las ventanas abiertas, por los murciélagos, ¿viste?, dice Paula. Al oír la palabra «murciélago», Viviana Mansini se estremece: en mi casa no hay murciélagos. Qué raro, contesta Carmen, todo Buenos Aires está lleno de murciélagos. Nurit acompaña al pibe de Policiales y a Jaime Brena hasta su auto. ¿Cómo seguimos?, pregunta el pibe de Policiales. Creo que lo mejor es manejar esta información sólo entre nosotros hasta que esté chequeada, dice Jaime Brena. Yo opino lo mismo, dice Nurit. Y yo soy el pelotudo al que Lorenzo Rinaldi va a cagar a puteadas por no haber dado la primicia cuando se nos adelante alguien, se queja el pibe. Jaime Brena se queda mirándolo, recién en ese momento toma conciencia de que, mal que aún le pese, él ya nada tiene que ver con el manejo de la información acerca de la muerte de Chazarreta. Entonces dice, sin enojo ni poniéndose en lugar de víctima, sino con resignada convicción: La decisión es tuya, vos sos el que maneja Policiales, o tuya y de Nurit, yo ya no soy parte. Vos sos nuestro asesor honorario, Brena, dice Nurit. Honorario y ad honorem, aclara el pibe, ¿aceptás? Brena se queda un instante en silencio y luego dice: ¿Ni un billete hay? Los tres se ríen. No lo dice, pero lo cierto es que Jaime Brena hasta pagaría por hacer ese trabajo: después de un tiempo de no sentir nada cuando está trabajando en un informe o una nota —o sentir, sí, pero pereza, frustración, hartazgo, bronca—, otra vez palpa aquel vértigo, aquella pasión por los que eligió ser periodista. Mi opinión honoraria y ad honorem es que tenés que guardar la primicia para cuando esté más redonda, pibe, no podés mandarte a publicar esto con tan pocos datos. ¿Y a la policía?, pregunta el pibe de Policiales, ¿deberíamos decirle algo? Sólo sabemos que hace tiempo robaron una foto de la casa de Chazarreta, y eso ya se lo dije yo mismo al comisario Venturini y no le importó ni mierda. No creo que sea necesario, por el momento, avisarle que en esa foto están incluidas tres personas que, casualmente o no, murieron, dos de ellas, en accidentes. Yo no creo en las casualidades, dice Nurit. Y yo no creo en los trabajos a los que se refería Gladys Varela, dice el pibe de Policiales. Yo no creo en ninguna de las dos cosas, dice Jaime Brena, pero sí creo en que en el mundo hay asesinos. Empecemos por averiguar a qué colegio fue Chazarreta y quiénes eran sus amigos más cercanos, propone. Por el lado del comisario Venturini no quiero insistir, se va a hartar y me va a cortar el chorro. Yo voy a intentar ser más sociable con los vecinos de La Maravillosa; alguno, además de Collazo, tiene que saber, dice Nurit. Y yo, por supuesto, y cuando el pibe dice por supuesto mira a Jaime Brena como si le estuviera dedicando lo que está por decir, voy a sumergirme en Internet, en alguna parte de la red debe decir dónde hizo Chazarreta el secundario. Los dos hombres saludan con un beso a Nurit y se suben al auto. Ella se queda parada ahí, esperando que arranquen. Siente frío. El rocío de la noche sumado a un viento lento e intermitente que se arremolina justo frente a la casa hacen que Nurit Iscar junte los brazos sobre su pecho y se los frote en el mismo momento en que Jaime Brena baja la ventanilla buscando un poco de aire. Los hombres y las mujeres siempre tenemos distinto termostato, le dice. Sí, es un clásico, contesta ella. Vos debés ser de las que prefieren el ventilador de techo al aire acondicionado, le dice Jaime Brena. Y vos de los que prenden el aire hasta en invierno, contesta Nurit. ¿O sea que nuestra convivencia sería fatal?, pregunta Brena y ella se sonroja. Nunca se sabe, diría Nurit Iscar si fuera la protagonista de una novela que ella escribe. Pero no lo es, entonces no lo dice; sólo lo piensa y se sonríe. ¿Por qué pone tanta distancia? ¿Por qué pone aún más distancia cuando un hombre le gusta? A la edad que tiene, sigue sin entenderlo. Viviana Mansini viene corriendo apurada, se acaba de dar cuenta de que tiene el auto en la entrada del country. ¿Me alcanzan?, dice. Sí, claro, le contesta el pibe. La mujer le da un beso a Nurit y se sube al auto. Jaime Brena saluda con la mano, haciendo como que se saca un sombrero que no lleva puesto y lo vuelve a dejar sobre su cabeza, mientras el auto avanza por la grava gris y luego desaparece.

Nurit entra y se prepara un café. Aunque Paula Sibona y Carmen Terrada son casi sus hermanas, esta noche preferiría estar sola. La conversación de ellas le llega como si fuera el diálogo en inglés de una serie proyectada en una televisión encendida en la que no alcanza a leer los subtítulos. Se disculpa: Tengo que ir a escribir el informe para
El Tribuno
, y se va a su cuarto. Enciende la computadora. Nada de lo que escribe le importa, porque ahora lo único que tiene importancia, de verdad, es esa foto que falta y los muertos que incluye. Y de esa foto ella no puede hablar. No todavía. Entonces se dedica a describir la casa de Chazarreta, por dentro y por fuera, cada detalle, cada lugar donde estuvo, los colores de las paredes, las texturas de las telas que tapizan los sillones o que visten las ventanas, a qué huele esa casa, su sonido a pesar del vacío: el motor de la heladera todavía enchufada y un reloj despertador sobre la mesa de luz de Chazarreta que marca un tictac seco. Todo. Menos el portarretrato sin foto. Relee lo que escribió, no la conforma, no está a la altura de los otros informes. Ella sabe por qué, por el silencio, por lo que calla o esconde, eso que cuando escribía ficción se convertía en la parte del iceberg de Hemingway que quedaba sumergida debajo del océano para bien del relato pero que en este caso, un informe, un texto periodístico que saldrá en un diario, le resulta delator de su imposibilidad de decir lo que tendría que decir. Es lo que hay, piensa. Hoy es lo que hay. Tipea dos o tres oraciones más y luego remata el informe que se trata casi en su totalidad de la descripción de la casa de Chazarreta con lo siguiente:

«Si la casa de Pedro Chazarreta pudiera hablar sabríamos quién fue el asesino. Porque esa casa fue el único testigo del crimen que allí se cometió. En esa casa está la verdad. En sus pisos, en sus paredes, en los muebles y adornos que aún la visten. Todos testigos mudos.

Si el fantasma de Pedro Chazarreta pudiera presentarse ante nosotros, como se presentó el fantasma del padre muerto de Hamlet a decir su verdad, también sabríamos quién lo mató. Siempre que ese fantasma estuviera dispuesto a contárnoslo, cosa que en este caso rodeado de secretos, mentiras y ocultamientos en los que también estaba involucrado el muerto no parece tan claro como en el caso del padre de Hamlet, rey de Dinamarca.

Si el asesino se quebrara, si quien mató a Pedro Chazarreta no pudiera guardar más su secreto, viniera ante nosotros y dijera, arrepentido o no: ‘Yo lo hice’, tendríamos otra oportunidad de saber la verdad.

¿Cuál de las tres alternativas es más probable y cuál menos?

He visto muy pocos asesinos de este tipo de crímenes quebrados.

Una casa no tiene voz.

Los fantasmas no existen.

Marcelo dijo en el primer acto de Hamlet, después de conocer la versión del fantasma: ‘Algo está podrido en el reino de Dinamarca’. Y yo después de estar dentro de la casa de Pedro Chazarreta digo lo mismo, algo está podrido, algo huele mal.

Una casa no tiene voz, ¿pero puede hablar de alguna otra manera?

Algo huele mal, no sólo en esa casa. Algo huele mal en La Maravillosa.»

Guarda el archivo. Le gustaría mandárselo a Jaime Brena para que le dé su opinión. Pero Nurit Iscar se da cuenta de que no tiene un mail de él, ni un número de teléfono. Nada. Ni él de ella. Si quiere contactarlo, no tendrá más alternativa que llamarlo al diario el lunes. Pero por qué lo haría, con qué excusa. ¿La necesita?, ¿necesita una excusa para llamarlo? No, si ahora están juntos en este lío, se responde. Y trata de pensar en otra cosa. Nurit adjunta el archivo a un nuevo correo y se lo envía al pibe de Policiales. Esta vez se olvida por completo de enviárselo a Lorenzo Rinaldi.

En el momento en que Nurit apaga la computadora y baja a cenar con sus amigas, Jaime Brena está en la cocina de su departamento cocinando un churrasco que encontró perdido en su heladera y que, a pesar de su mustio color, lo salvará de bajar a comprar algo para la cena de esa noche. Las empanadas del mediodía y los buñuelos de banana de la tarde hace rato desaparecieron de su estómago que está, otra vez, pendiente de que alguien se ocupe de él. Mientras el churrasco se cocina se acerca al mueble donde tiene los pocos libros que compró o le regalaron después de la separación, y los DVD. Los DVD sí los recuperó, seguramente porque a Irina nunca le gustó el mismo cine que a él. ¿Qué cine le gusta a su ex mujer? ¿Le gusta el cine a ella? No está seguro, y le sorprende cómo se le van borrando de Irina no sólo la cara sino sus gestos, sus gustos, las anécdotas que compartieron. ¿Será eso lo que llaman «el duelo»? ¿O será que por fin el duelo terminó? Pero no se le borra que ella le debe sus libros. Eso no. Jaime Brena busca en su propio desorden hasta que encuentra el DVD que quiere, lo saca de la pila. Mira la caja un instante. Lee: Betty Boop y sus amigos, 90 minutos de dibujos animados. Lo da vuelta y revisa el índice: No! No! No! Un millón de veces No!, Pobre Cenicienta, Betty Boop y el pequeño Jimmy, Betty Boop y el pequeño Rey, Matar a la Mosca, Montañeses músicos, Betty en Disparatelandia. El churrasco chirrea desde la cocina, Jaime Brena va hacia allá con el DVD en la mano y sin dejar de leer: También un automóvil, Cupido Flecha su Hombre, Pudgy En Feliz Tu Allegre Yo, Grampy en Blues de Limpieza de la Casa. El humo y el olor a carne asada invaden la cocina, Jaime Brena sala el churrasco, lo da vuelta y lo sala del otro lado. Se sirve un vaso de vino. Grampy con el Bromista Poco Práctico, Pingüinos Curiosos, Grampy en el Candidato Cándido. Busca los cubiertos y los pone sobre la mesa. Deja un plato junto a la plancha para cuando el churrasco esté listo. Y el DVD de Betty Boop a un lado. En un rato, cuando se vaya a dormir, se va a fumar un porro, va a poner ese DVD y, cuando sea, se va a dormir. Con Betty Boop cantándole Boop, Boop a Doop como si fuera una canción de cuna. ¿Se animará alguna vez a contarle a Nurit Iscar que fue él quien la bautizó Betibú? ¿Le contará que tenía en su escritorio pegada la foto de ella que salió en la revista del diario cuando publicó Morir de a ratos, su novela preferida? ¿Le contará que Rinaldi no hizo más que copiarlo? ¿Le contará alguna vez a ella, Nurit Iscar, Betibú, que él estuvo enamorado a la distancia —como alguien puede estar enamorado de una actriz de cine— no sólo de esos rulos sino de la cabeza que inventaba esas historias, que elegía esas palabras, que creaba esos personajes? No, no cree que se anime. Y mucho menos se animará a contarle que la tarde en que se dio cuenta de que ella y Rinaldi eran amantes, despegó la foto de su escritorio y la tiró a la basura.

Jaime Brena empieza a comer su churrasco, se sirve más vino, y mira de reojo el DVD que dejó sobre la mesada, en el mismo momento en que el pibe de Policiales enciende su computadora. El pibe revisa su casilla y encuentra el informe de Nurit Iscar. Lo lee. A pesar de las dudas de ella, que él desconoce, al pibe de Policiales le parece muy bueno. Lo reenvía a la redacción para que entre antes del cierre. Se lo reenvía a Jaime Brena, y agrega una posdata: El que se murió esquiando se llamaba José Miguel Bengoechea, lo encontré en Internet, claro. Pero Jaime Brena no revisa mails en su casa, nunca, a menos que alguien lo llame por teléfono, le avise que es algo urgente y no le quede más remedio que hacerlo. Y el pibe no lo llama, sólo le reenvía el mail de Nurit Iscar. A él, en cambio, al pibe de Policiales, una vez que enciende la computadora le cuesta dejarla. Es una compañía incondicional, como para Jaime Brena la fantasía de tener un perro. El pibe revisa los tweets, a ver si entró alguno nuevo que importe, los hace pasar rápido; la mayoría, como pasa todos los fines de semana, son reflexiones más egocéntricas que interesantes. Y después se mete en Google a buscar información acerca del colegio al que fue Pedro Chazarreta. Pone en el buscador: Chazarreta+Gandolfini+Collazo+colegio secundario. No aparece nada que sirva. Intenta probando sacar alguna de las variables. Empieza eliminando uno de los apellidos. Tampoco. Prueba rotando el apellido que elimina. Nada. Elimina dos apellidos cada vez. No funciona. Cambia «colegio secundario», por «escuela», luego por «instituto», luego por «colegio» solo, luego por «secundaria» sola. No. Cambia de estrategia, busca ahora todos los colegios que tienen nombre de santo. Incluso eligiendo de entre las respuestas sólo los colegios que están en la ciudad de Buenos Aires, esa lista es interminable. Descarta los colegios con nombre de santos «conocidos», como dijo Gladys Varela. Se queda con San Ildefonso, San Bartolomé, San Anselmo, San Viator, San Silvestre, San Hermenegildo. Prueba con ésos, ingresa en cada uno, ninguno tiene lista de nombres de egresados. Se levanta a hacerse un café, mira por la ventana de su departamento, se despereza, piensa. Se da cuenta de que su novia no lo llamó en todo el día y que a él no le importa. La noche ganó la calle. Las luces de los autos que van y vienen se confunden entre sí. Le gustaría salir, dar una vuelta. La noche es generosa, piensa, siempre te tira algo. Eso se lo dijo Cynthia, una ex novia, hace tiempo, hace tanto. ¿Qué será de la vida de Cynthia?, se pregunta. Debería salir. Al fin y al cabo, se pasó todo el sábado trabajando. Vuelve a la computadora y se mete en Facebook a ver si alguien organizó algo para ese final de sábado. Contesta dos o tres encuestas, mira un video, revisa las fotos del álbum de un amigo que no ve hace años. Y el álbum de un amigo de ese amigo. Busca en los eventos del día otra vez. Nada que le interese. ¿Y si sale a ver qué pasa, sin nada armado, sin rumbo fijo? No, él no es para ese tipo de salida a lo imprevisto. Puede terminar bajoneado mal, lo sabe. No se le cruza llamar a su novia. O se le cruza pero lo descarta inmediatamente, casi con desprecio. ¿Puede despreciar a alguien con quien durmió hace menos de 24 horas? No, debe ser que está enojado con ella, por lo de la bikini, o cansado. O medio podrido. O que la desprecia, sí. Pone el nombre completo de Cynthia en el buscador de Facebook, la encuentra entre varias opciones, sabe que es ella por la foto, porque está igual, revisa su muro, dice que está en pareja, entonces no le pide que sea su amiga, para qué. ¿Y si invita a salir a Karina Vives? Qué estupidez, si ni siquiera tiene el teléfono. Además ella debe ser como cinco o seis años mayor que él. ¿Le importa? También la busca en Facebook, la encuentra, verifica el año de nacimiento, siete años mayor que él, bueno tampoco es tanto, dice, pero no se atreve a pedirle que sea su amiga. Amiga en esa red social. A veces tiene la sensación de que ella cree que es un pelotudo. Sigue un rato más pensando en ella, revisa su muro en la pantalla, el de Karina Vives, su álbum de fotos; le extraña que no esté restringido sólo a amigos, si se atreviera a decirle que lo estuvo mirando, le aconsejaría que lo restrinja. Pero no le pide su amistad. No, eso no. Reinicia la página para ver si se sumó alguna noticia nueva. Funciona, hay una. Un amigo suyo se unió al grupo «Yo soy Fan de la 99 y odio al agente 86». Le causa gracia. ¿O le parece un idiota? ¿Se estará convirtiendo él también en un idiota? En Facebook hay grupos de lo que quieras, piensa. Y de lo que no quieras. Grupo de todo. Es entonces que se le ocurre, porque acaba de pensar «en Facebook hay grupos de lo que quieras y de lo que no quieras». Tipea en el buscador: «Yo fui al colegio San…» y le aparece una lista de 28 posibilidades. Descarta, otra vez, los de nombres de santos comunes y entra en San Ildefonso, San Anselmo, San Jerónimo Mártir y algunos otros. Todos los comentarios son de usuarios que buscan a ex compañeros, intentando organizar reuniones, encuentros, homenajes. Nadie de una generación cercana a Chazarreta. Mientras sigue revisando noticias antiguas, el pibe de Policiales se pone a pensar en su propia escuela secundaria. Le da miedo imaginar que sus ex compañeros estén tratando de juntarse. No le interesa. La escuela secundaria no fue una etapa feliz para él. Dos o tres ex compañeros lo engancharon en Facebook de manera individual, pero él no respondió al pedido de amistad. Si nunca socializó con ellos más que en los recreos y en algunas pocas salidas que siempre le resultaron aburridas, ¿por qué buscarlos ahora? Los busca. Ahí están. Lee los comentarios de varios de ellos y confirma lo mismo que pensaba en ese entonces: él no tiene nada que ver con esa gente ni le interesa saber de ellos. Pero sigue leyendo, y mirando fotos, y pensando «qué manga de boludos». Vuelve a los colegios a los que podría haber ido Chazarreta y en el San Jerónimo Mártir encuentra un comentario que lo pone alerta. No lo alerta lo que dice —Aguante el San Jerónimo Mártir, carajo—, sino quién lo hace. Es de uno de los miembros del grupo, Gonzalo Gandolfini. Gandolfini. Entra en su muro y se trata de un tipo joven, según dice en su perfil es del 83. No entiende por qué la gente pone su fecha de nacimiento con año y todo, él la omite, y omite la ciudad donde vive y su estado sentimental. Piensa que ese Gandolfini del 83 podría ser pariente del muerto, con suerte un hijo. Busca datos en sus comentarios y amistades, pero no encuentra nada más. Es amigo de otro Gandolfini, Marcos. Entra en el muro de Marcos. También fue al San Jerónimo Mártir, y es de 1987. ¿Hermanos? ¿Primos? Empieza a sospechar que tal vez el colegio sea de esos que conserva familias de generación en generación, colegios que se autodenominan «tradicionales». Le manda un mensaje a Gonzalo. Hola, cómo estás? Hace tiempo fui amigo de un Gandolfini que fue a este colegio —si el pibe de Policiales supiera el nombre de pila del Gandolfini muerto lo agregaría al mensaje, pero no lo sabe—, un tipo que hoy debe tener unos sesenta años. Luego me fui del país y le perdí el rastro. ¿Lo conocés, es algo tuyo? Era de la camada de Pedro Chazarreta y Luis Collazo. Me gustaría contactarlo. Tengo muchos recuerdos de ellos. El pibe envía el mensaje y espera un rato a ver si llega respuesta. Mientras tanto, pasea por otros muros. Se da cuenta de que es mejor que Gonzalo no sea el hijo de Gandolfini, si lo fuera, no cree que le resulte agradable recibir un mensaje que pregunte por su padre muerto. Pero no se arrepiente de haberlo hecho aun corriendo ese riesgo, es más, siente que está aplicando las enseñanzas de Jaime Brena como nunca. Si Brena vuelve a preguntarle, «¿te disfrazaste alguna vez?», «¿te hiciste pasar por policía y llamaste a la casa del muerto?», va a poder contestarle que sí, que empezó a hacerlo. A su modo. Las nuevas tecnologías aportaron miles de disfraces. Pasa el tiempo, el pibe de Policiales empieza a sentir el cansancio de un largo día. Gonzalo Gandolfini sigue sin contestar el mensaje, un chico joven, piensa, debe estar haciendo algún programa de sábado a la noche. Un chico tan joven como él. Pero él, el pibe de Policiales, decide que mejor se va a dormir, que lo más lógico que puede hacer esa noche de sábado que a través de la ventana todavía parece encendida, es cerrar los ojos y descansar.

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