Betibú (14 page)

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Authors: Claudia Piñeiro

Tags: #Humor, Policíaco

BOOK: Betibú
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El resto del camino lo hacen en silencio.

CAPÍTULO 12

Las primeras en llegar a la barrera de entrada a La Maravillosa son Carmen Terrada y Paula Sibona. Alguien llama desde la guardia para que Nurit les autorice el ingreso. Diez minutos después las mujeres estacionan el Ford K de Paula frente a la entrada de la casa donde Nurit Iscar se instaló porque se lo pidió Lorenzo Rinaldi. Falta que te hagan un Papanicolaou y la revisión de la entrada es más completa que el chequeo médico anual, dice Paula. No les des ideas, pide Nurit. Y luego les cuenta: Viene también el periodista que trabaja en Policiales en el diario
El Tribuno
, ¿no les molesta, no? Para nada, me encanta tener la oportunidad de conocer a Jaime Brena, dice Carmen. No, no es Jaime Brena, es un chico joven, yo no lo conocía, Brena pasó a otra sección, aclara Nurit. ¿A qué sección?, pregunta Carmen, si Jaime Brena es el mejor periodista de Policiales que nos queda. A mí me gusta más Zippo, interviene Paula. A vos te gusta más Zippo porque es morocho y bigotudo, pero el que escribe mejor es Brena, dice Carmen. Sí, coincide Nurit, leés sus notas y es como si estuvieras leyendo un cuento. Qué extraño que lo cambiaran de sección, ¿y ahora en qué sección escribe?, le pregunta Carmen. Ni idea, voy a averiguar, contesta Nurit y luego cambia de tema: No me animé a hacer un asado, así que compré empanadas y le pedí a Anabella que haga unas ensaladas. ¿Quién es Anabella? La señora que me está ayudando con la casa. Pileta y servicio doméstico un fin de semana, esto es un lujo, dice Paula. ¿Dónde me puedo cambiar así me pongo la malla?

Media hora después llaman de la guardia. Atiende Carmen y le pasa el teléfono a Nurit: De la puerta para que autorices que pase alguien. El pibe de Policiales, dice ella a sus amigas y luego al teléfono: Hola, sí. Pero el nombre que le dan del otro lado de la línea la confunde: ¿Quién?, no, yo esperaba a otra persona, ¿cómo dijo que se llama? Matías Gallo, responde el guardia, acá me dice que es un amigo de su hijo Rodrigo. Ah, sí, Matías, ¿pero qué hace Matías acá?, bueno, sí, dígale que pase. Nurit se inquieta, ¿por qué está entrando un amigo de Rodrigo en La Maravillosa?, tiene que haber pasado algo, ¿le habrán pedido que me traiga alguna mala noticia? Sus amigas tratan de tranquilizarla, pero la cara de Nurit demuestra que no lo logran. Ay, por favor, ¿por qué siempre tenés que ser tan dramática cuando se trata de tus hijos?, la reta Paula. Seguro que es una pavada, seguro que viene a la casa de alguna otra persona y pasa por acá a dejarte algo, o a saludarte, dice Carmen. No, si no hay tanta confianza, es un compañero de la facultad de Rodrigo, yo lo conozco, sé quién es, pero no tengo una relación con ese chico como para que se sienta obligado a venir a saludarme. A lo mejor te viene a dejar algo para Rodrigo, insiste Carmen. Él me habría avisado. ¿Te parece?, con los chicos se puede esperar cualquier cuelgue. Nurit llama al celular de su hijo: apagado. Carmen Terrada intenta sacar a relucir el principio de la navaja de Ockham. ¿La navaja de quién?, le pregunta Paula. Carmen explica: es un principio filosófico que enunció un tal Guillermo de Ockham, que dice que ante dos teorías que explican la misma consecuencia, es mucho más probable que la verdadera explicación esté en la teoría más simple; por ejemplo, si alguien a quien esperás no llega, un hijo por ejemplo, es mucho más lógico pensar que perdió el colectivo o se atrasó en la casa de un amigo, a que se mató en un accidente de tránsito. Paula y Nurit se la quedan mirando. Sí, okey, no fue un ejemplo feliz, pero la navaja de Ockham, bien aplicada, es útil para no hacerse mala sangre. Sus amigas siguen calladas, ella decide hacer lo mismo. Paula propone ir a la puerta y esperar allí a Matías, y eso hacen. No saben por dónde vendrá, el camino desde la entrada del country a la casa que Nurit Iscar ocupa puede hacerse por la izquierda o por la derecha, porque la calle sobre la que está es un semicírculo perfecto. Miran a un lado y al otro como si fuera un partido de tenis en cámara lenta. El tiempo parece no pasar. ¿Tanto tarda este chico desde la entrada hasta acá?, dice Paula, ¿en qué viene?, ¿en sulky? ¿Querés que lo salgamos a buscar con el auto?, propone. Me parece mejor, contesta Nurit y su amiga está a punto de ir a buscar las llaves en el mismo momento en que por la izquierda, a unos veinte metros de la casa, aparece detrás de la curva un muchacho que camina sin apuro. ¿Será ése?, pregunta Carmen. Y sin esperar que nadie conteste las tres salen corriendo a su encuentro. El chico las mira venir hacia él algo desconcertado, mochila al hombro y iPhone en los oídos. La primera en alcanzarlo es Nurit, que se para frente a él y mientras se aferra a sus hombros le pregunta: ¿Qué pasó? El chico se la queda mirando sin contestar. Decime ya qué pasó, insiste ella. ¿Qué pasó cuándo?, se anima a preguntar el amigo de su hijo. Cuando pasó lo que pasó, dice ella. ¿Qué pasó?, repite Matías. Eso es lo que quiero saber, le grita ahora Nurit. Matías mira a las otras mujeres como diciendo «tirame una cuerda, no sé qué hacer con esta loca». Nurit empieza a llorar. Paula, aunque sigue apostando a que no es para tanto, la abraza y la deja llorar en su hombro. El chico transpira, se pasa el brazo por la frente. Carmen trata de mantener la calma, pero con firmeza le pide: Lo que tengas que decir, sea lo que sea, decilo ya. El chico se queda pensando, se nota en su rostro que nada le gustaría tanto como acertar con la respuesta correcta a las preguntas de estas mujeres, pero no tiene la menor idea de qué esperan de él. Dale, hablá, insiste Carmen, decilo, tenés que decirlo. ¿Gracias?, dice Matías. ¿Gracias qué?, le pregunta Carmen sin entender. Gracias, señora Iscar, por invitarme a pasar el día en su quinta, completa el chico como si recitara. Nurit deja el hombro donde llora y dice: ¿Que yo te invité a qué? Bueno, usted no, Rodrigo, me invitó a pasar el fin de semana en su quinta. En mi quinta. Sí, a mí y a unos amigos, ¿no llegaron? No, dice Nurit después de un suspiro que le devuelve la calma y la llena de ganas de matar a su hijo. Ah, ellos vienen con una combi que sale de Plaza Italia, pero como yo vengo de la casa de mi abuela, en San Isidro, me corté solo. El conductor de un Audi les toca la bocina, apenas un toque discreto, para que lo dejen pasar. Sin darse cuenta, las mujeres y el chico ocupan toda la calle. Se corren hacia la banquina, dejan pasar el auto y luego van detrás de él hacia la casa. Y decime, le pregunta Nurit a Matías, ¿cuántos son esos que vienen en la combi? Y… pocos, unos cuatro o cinco. Cuatro o cinco, repite Nurit. Sin contar a Rodrigo, aclara el chico. Sí, a Rodrigo no lo contemos porque creo que va a sufrir un pequeño accidente doméstico, dice Paula. El chico no entiende el chiste. Ella se da cuenta, mira al cielo y concluye: Alabado sea el Señor que sólo me dio sobrinos.

Cuando entran en la casa, Anabella le cuenta a Nurit que llamó Viviana Mansini para avisar que va a llegar después de comer —¿quién invitó a Viviana Mansini?, pregunta Paula— y que otra vez llamaron de la guardia: Hay una visita en la puerta que tiene que autorizar, dice la mujer y sigue cortando lechuga. Ahora llamo, contesta Nurit mientras evalúa que la cantidad de verdura ya no será suficiente: Agregá una planta más de lechuga y dos o tres tomates que se nos sumaron unos invitados, yo en seguida pido más empanadas. Nurit llama a la guardia: Sí, me dijeron que tengo que autorizar el ingreso de alguien. Ella escucha el nombre de la nueva visita. ¿Juan?, dice, sí, sí, que pase, es mi hijo. Parece que viene Juan también, no me contestan los llamados pero se caen de sorpresa. ¿Le molesta si me pongo la malla y nado un rato mientras vienen Rodrigo y los chicos?, la interrumpe Matías. No, claro, hacé tranquilo como si la casa fuera tuya, dice Nurit con cierta ironía que el amigo de su hijo no advierte. Se lo queda mirando en silencio sin agregar una palabra más como para que el chico entienda que lo mejor que puede hacer es ir y zambullirse en la pileta. Bueno, parece que hoy no estreno el natatorio, dice Paula en cuanto Matías desaparece para cambiarse. ¿Por qué?, le pregunta Nurit. ¿Viste ese cuerpo?, ¿viste esa piel?, ¿viste esa juventud?, bueno, todo eso se va a multiplicar por cinco cuando llegue Rodrigo y por no sabemos cuántos cuando llegue Juan, y yo no estoy preparada para ese contraste. Ay, dejate de joder, somos mujeres grandes, nadie espera de nosotras juventud, le dice Carmen. No, juventud no, pero sí sentido crítico, respeto por los demás y dignidad. Más que nada dignidad. En eso coincido, dice Nurit, y se recuerda a sí misma unos días atrás frente al espejo sintiéndose indigna de que Lorenzo Rinaldi vea cómo su cuerpo envejeció en estos tres años. Yo tendría que haber hecho como Greta Garbo, dice Paula, o como Mina, que se retiraron de la vida pública a tiempo. ¿Mina la de Parole, parole?, pregunta Carmen. Sí, Mina. No sabía que se había retirado. Se recluyó, la vejez nos asusta a los artistas, somos seres estéticos, almas jóvenes en cuerpos que envejecen. Y algo ególatras, agrega Carmen Terrada. Ponele el nombre que quieras, pero yo también fui una artista consagrada aunque ese chico no parezca haberme reconocido, se queja Paula, ¿se dieron cuenta de que no tiene ni idea de quién soy? Pasó por al lado mío y me ignoró como a un poste. Con más razón, metete en la pileta tranquila que el chico ni te va a mirar, le sugiere Carmen. Sí, yo sé que el riesgo es bajo, pero existe, ¿qué pasa si uno de los amigos de Rodrigo me enganchó en una película vieja en el cable, me reconoce, saca una foto y la manda a un programa de chimentos? Me meto en la pileta mañana, total los chicos no se van a quedar a dormir, ¿o sí? A mí me pareció que este tal Matías habló de «fin de semana», dice Carmen. Las tres se miran. Paula se acerca a la ventana y, con el dedo índice y el meñique haciendo cuernitos, toca madera.

Juan no es sólo Juan, y llega en el auto que le prestó su padre. Casi lo convenzo al viejo de que venga, dice mientras saluda y ante el estupor de su madre. Trae con él a su novia —a la que Nurit no conocía hasta hoy—, a la hermana de su novia y al caniche toy de su novia. Bingo, canta Paula Sibona cuando ve el perro salticando en el jardín. No me dijiste nada que venías, le dice Nurit a su hijo mayor. Perdí el celular y no me acordaba de tu teléfono de memoria, ¿te jode que haya venido sin avisar? No, al contrario, lindo, dice ella y a pesar de la complicación que se deriva de recibir visitas inesperadas, Nurit Iscar no miente. Si siempre se queja en silencio de lo poco que los ve, su estadía en La Maravillosa ya le dio a esta altura un importante beneficio secundario. Está buena la quinta, vieja, le dice Juan mientras acerca unas reposeras para que se tumben su novia y la hermana. El caniche toy corre a ladrarle a alguien que se asoma detrás del ligustro. Un morocho con bigotes que no es Zippo, le avisa Paula a Nurit. Permiso, dice el hombre y pasa tratando de ignorar los ladridos histéricos del perro que salta a su alrededor. Bueno, la cosa mejora, dice Paula mientras Nurit se acerca a ver quién es y qué quiere. Comisario Venturini, mucho gusto, dice él, un admirador suyo y de sus novelas, señora Iscar, que espera con ansiedad la próxima. Gracias, pero ya no escribo novelas. Cómo que no escribe novelas. Por el momento, a lo mejor más adelante. Seguiré esperando, entonces, confío en que algún día volveré a tener entre mis manos una novela suya. Por los gestos parece galante el morocho, me gusta, le dice Paula a Carmen a unos metros de ellos. Ya me di cuenta de que te gusta, le contesta ella. Yo estaba en la zona, le dice el comisario Venturini a Nurit, y quedé con Jaime Brena que nos juntábamos para charlar un rato en su casa, si a usted no le molesta, claro. ¿Jaime Brena? Sí, me dijo que venía para acá. No sabía. ¿Cómo que no?, bueno, no sé…, pero delo por hecho, lo llamé hace una hora y ya estaba saliendo. Si usted lo dice, hoy ya perdí la lista de invitados, contesta Nurit con resignación y luego lo invita a pasar: Adelante, por favor. No, no se preocupe, vuelvo en un rato, tengo que darme una vuelta por la casa de Chazarreta a ver un tema con un colega. Nurit se pone alerta, le interesa mucho lo que acaba de escuchar, desde que llegó a La Maravillosa fue varias veces hasta la casa de Chazarreta pero nunca pudo pasar más allá de las cintas de plástico a rayas rojas y blancas que puso la policía el primer día, custodiadas por un hombre de la Bonaerense y por un guardia de La Maravillosa. No quiero ponerlo en un compromiso, comisario, pero ¿hay alguna posibilidad de que usted me lleve a conocer la casa? Bueno, no es lo habitual. Entiendo. Pero tratándose de usted, el comisario hace una pausa y le sonríe, yo creo que podremos encontrar la forma. Más tarde, cuando vuelvo para ver a Brena, se lo confirmo. Gracias, no sabe lo importante que será para mí. Antes de irse, el comisario Venturini dice: permiso, no quiero ser descortés con las señoras, y avanza hacia donde están las amigas de Nurit a las que saluda con un fuerte apretón de manos —usa las dos manos al saludar—, que a Carmen le molesta y a Paula la excita. Comisario Venturini, dice dos veces, mientras sostiene la mano de Carmen primero y la de Paula después. Y el «comisario» se le clava a Paula en medio del estómago y la deja muda. ¿Usted no es Paula Sibona?, le pregunta. Ella tarda unos segundos en reaccionar y luego dice: Sí, soy Paula Sibona. Pero qué emoción conocerla, usted es una de mis actrices favoritas. Me acuerdo de que la vi en esa película, cómo se llamaba… esa que usted hace de la mujer de un hombre muy poderoso…. El camino de la sal… ahí me salió… El camino de la sal. El camino al salitral, corrige ella. Eso, al salitral, me encantó, repite él que todavía sigue con la mano de Paula apretada en las suyas. Bueno, me voy y vuelvo en un rato, ya tendremos tiempo de charlar un poco más, Paula, dice el comisario, ¿la puedo llamar así? Así me llamo, contesta ella. El comisario Venturini se despide de las tres y se va. Te gustó, dice Nurit. Está que arde la hija de puta, confirma Carmen. Me emocionan los hombres que te aprietan la mano con esa firmeza, y si son morochos y bigotudos, más. Pero vos no sos de conformarte con que te aprieten sólo la mano, amiga, dice Carmen. ¿Qué querés decir? Que te lo vas a cojer, traduce Nurit. Me calienta, es cierto, pero no puedo. ¿Por qué? ¿Cómo por qué?: yo hice el Conservatorio, yo fui Medea y Lady Macbeth en el Teatro San Martín, ¡yo estuve en Teatro Abierto!, ¿entienden?, no me puedo cojer a un comisario… es una cuestión ideológica. ¿Y desde cuándo lo ideológico se te mezcla con el sexo?, se ríe Carmen. Desde siempre. ¿Querés que te nombre una seguidilla de ideológicamente incorrectos que te cojiste?, pregunta Nurit. No, prefiero olvidarlos y además, en todos los casos, me enteré después: primero fue el sexo, después la ideología. Parece un tipo agradable y además lee, dice Carmen, ¿no dice que leyó todas las novelas de Nurit? No insistan chicas, con un comisario me bloqueo y no acabo, yo sé lo que les digo.

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