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Authors: Claudia Piñeiro

Tags: #Humor, Policíaco

Betibú (9 page)

BOOK: Betibú
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CAPÍTULO 08

Pantalón negro y una blusa vaporosa, que no sea transparente pero sí sugestiva. Ésa fue la indicación de Paula Sibona con respecto al atuendo que debía ponerse Nurit Iscar para la reunión con Rinaldi al día siguiente. No importa que ya no exista nada entre ellos. No importa que Nurit haya tomado este compromiso sólo por cuestiones profesionales. Y de subsistencia. Y de reparación histórica. Nadie se enfrentaría a un antiguo amor, años después, en una edad tan ingrata para la mujer como los cincuenta y pico, sin producirse mínimamente, le dijo su amiga. Y Nurit Iscar sabe que su amiga tiene razón. Él, Lorenzo Rinaldi, estará como siempre, supone. Tiene la absurda sensación de que estos tres años pasaron sólo para ella. En la foto que acompaña los editoriales de Rinaldi se lo ve igual. Pero no sabe si creerle, los periodistas a partir de determinada edad no actualizan esas pequeñas fotografías que ilustran sus notas en los diarios. Los escritores tampoco las que aparecen en las solapas de sus libros. Cuando una de ellas sale bien, queda ésa eternamente. Sin embargo, a pesar de tener claro que las fotos engañan, Nurit no puede evitar esa absurda sensación: él debe estar igual. Lorenzo Rinaldi, sí. La debacle de los hombres no es a los cincuenta: o la vida ya los arruinó antes, o los arruina después. Ella, si no es la que era, tiene que disimularlo. O compensarlo. O buscar la ropa adecuada que realce lo que tiene que realzar y esconda lo que tiene que esconder. Por ejemplo, perdió su cintura. No tiene panza, y eso lo agradece, pero perdió su cintura. La cola se cayó, no demasiado, pero lo suficiente como para que un jean haga dos o tres pliegues debajo de las nalgas. Más se cayeron los muslos, se desparramaron hacia los costados y se arrugaron. La piel de las piernas se le empezó a poner transparente, y no transparente bebé sino transparente viejo. Además de una várice que odia y la acompaña desde hace mucho tiempo —se la quiso operar pero cuando le describieron que tenían que tirar de ella con algo parecido a una aguja de crochet porque es una vena que recorre toda la pierna y se inserta en el tronco a través de la vagina, casi se desmaya y descartó en el mismo momento cualquier cirugía—, en las pantorrillas le salieron más arañitas. Pero para compensar casi no le salen más pelos, lo que es una de las pocas ventajas del envejecimiento. Tiene ya algunas manchas en la cara que promete que algún día se va a hacer sacar con puntas de diamante o luz pulsada como hizo Viviana Mansini. Lo hará el año en que escriba varios libros como Desarma los nudos, que le dejen la cabeza destrozada pero un margen de ahorro. En cambio, en las manos no tiene manchas. Tampoco tiene demasiadas arrugas en la cara. Ni en el cuello que, aunque no echó todavía papada, perdió tonicidad. Nadie en su familia se arrugó mucho, ni su madre, ni su abuela, así que supone que ella continuará con la tradición familiar de mujeres tensas. Tensas en varios sentidos. Las tetas no se cayeron, se expandieron con equidistancia, hacia los costados, hacia arriba, hacia abajo. Siente que le salen desde más cerca de las clavículas y sabe, además, que se le marca el surco entre los dos pechos, algo que nunca antes había sucedido. Nurit se conforma diciendo que para sus cincuenta y cuatro años está demasiado bien. En ese sentido no se parece a Betty Boop, ella no es un cartoon, mientras el dibujo animado conserva intactos los rulos, la boca y las piernas, su cuerpo, el de Nurit Iscar, Betibú, va mutando año a año. ¿Cómo sería una Betty Boop de cincuenta y pico de años?, se pregunta. ¿La dibujarían preocupada —como ella lo está hoy, a minutos de ver al último hombre del que estuvo enamorada— por cómo luce su cuerpo? No se acuerda de haber pensado en sus manchas, ni en la cintura que perdió, ni en sus muslos en los últimos tiempos. En realidad, nunca se preocupó demasiado por estas cosas. Pero hoy, cuando la vea Lorenzo Rinaldi, quisiera estar —tiene que reconocerlo— por lo menos, digna. Un cuerpo digno. ¿Hasta cuándo una mujer sentirá que tiene la obligación de lucir «linda»? Cincuenta y cuatro años. Ella quisiera tener un poco menos. No pide veinte, ni treinta. Cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco, apenas una década de diferencia. Tendría que haberse separado entonces, aunque sus hijos fueran un poco chicos, igual los hubiera criado bien, está segura. Ésa fue su mejor edad. Pero entonces no lo supo, y ahora ya no importa. No se puede volver a atrás. Sólo se puede realzar lo que se tiene que realzar y esconder lo que se tiene que esconder.

Por eso acepta lo del pantalón negro que le propuso su amiga, aunque si se vistiera pensando que de allí va directo a un country se pondría un jean. Country da para jean, short o bermuda y ella short o bermuda no usa desde hace tiempo por esa maldita várice. Pantalón negro no está mal. Pero la camisa vaporosa sugerida por Sibona la cambia por una remera blanca, de mangas tres cuartos y escote redondo y generoso que resalta sus pechos, la parte del cuerpo de Nurit Iscar que ella considera con mejores posibilidades, a pesar de su expansión.

Baja del taxi con la valija y va a la recepción del diario. Entabla una pequeña discusión con la recepcionista acerca de si puede o no entrar en la redacción con la valija que lleva, pero finalmente la viene a buscar la secretaria de Rinaldi y eso le allana el camino. ¿Qué tal, señora Iscar? Hace mucho que no la veía por acá, le dice la mujer mientras van hacia el ascensor y Nurit no logra definir si en el tono con el que pronuncia la frase «hace mucho que no la veía por acá» hay un dejo de ironía o no. Tal vez es sólo ella que se siente perseguida por el pasado. Sí, hace mucho que no vengo, le contesta. Esa secretaria que la acompaña es la misma que asistía a Rinaldi cuando ellos estaban juntos y más de una vez la llamó en nombre de su jefe para pasarle mensajes, la mayoría de esas veces humillantes para Nurit, por ejemplo: Dice el señor Rinaldi que no lo espere, que no va a poder ir. O le mandó cosas de parte de él: entradas para algún espectáculo al que iban a ir juntos y luego Rinaldi canceló a último momento, pasajes, flores, bombones. Nurit Iscar se da cuenta de que el hecho de que aquella relación haya sido clandestina para Lorenzo Rinaldi la hace sentir a ella, aún hoy, incómoda. Como si la mirada de esa mujer, de alguna manera, la juzgara. O como si ella volviera a juzgarse a través de los ojos de esa mujer. Aunque Nurit sí se separó, aunque ella no engañó a nadie ni necesitaba clandestinidad, igual se siente molesta. ¿O será que lo que de verdad la molesta, la inquieta, la humilla, es que esa mujer sabe que Rinaldi no la eligió a ella, que a diferencia de Nurit él prefirió seguir casado y prolongar la relación en forma clandestina hasta donde durara y nada más? La elegida. No es fácil aceptar que una no es la elegida, piensa, una siempre sueña con serlo. La secretaria la hace sentarse en la recepción anterior a la oficina de Rinaldi y le ofrece un café. No, gracias, dice Nurit. Si ya le dolía el estómago, un café recalentado de cafetera de oficina enchufada las 24 horas no le va a hacer nada bien. Unos minutos después irrumpe en el pasillo un hombre joven que dice: Me espera Rinaldi, y avanza hacia la puerta de su oficina sin esperar la autorización de la secretaria, sin ni siquiera suponer que necesita algún tipo de autorización. Pero la mujer lo para en seco: A la señora también la espera el señor Rinaldi; sentate, en seguida los hace pasar. ¿Juntos?, pregunta él sin entender. Nurit no pregunta. Juntos, repite la secretaria y se levanta a hacer unas fotocopias. El hombre gira hacia donde está sentada Nurit, la mira, le hace un movimiento con la cabeza que no llega a ser un saludo y dice: Tendremos que esperar, entonces. Ella sonríe y repite lo mismo: Tendremos que esperar. Pero el pibe de Policiales no se sienta junto a ella para compartir la espera sino que se instala frente a la ventana y mira hacia afuera sin mirar.

Unos minutos después están los dos, el pibe de Policiales y Nurit Iscar, dentro de la oficina de Lorenzo Rinaldi. Ya se habrán presentado, dice él, y aunque ellos no lo hicieron Rinaldi continúa la charla como si cada uno supiera quién es el otro. Nurit Iscar se va a ocupar de darle a este caso un toque de non fiction, dice Lorenzo Rinaldi, y de buena escritura. Non fiction, repite el pibe de Policiales. Y vos vas a hacer el trabajo más de investigación, más policial, de pura técnica periodística, ¿me entendés? Más o menos. Ella se va a instalar en La Maravillosa, le alquilé una casa, se va a mezclar con la gente, va a escuchar, a observar y a escribir. A mí ese trabajo de campo también me vendría muy bien, dice el pibe de Policiales con tono tranquilo, tratando de que no se note que es una queja. Aunque lo es. Lo compensás con buenos contactos, y por supuesto si Nurit se entera de algo relevante te avisará; vos por tu lado lo mismo, cualquier dato concreto e importante que tengas la llamás o le mandas un mail. Allá hay una computadora instalada con wi-fi y todo lo necesario para que puedan estar en contacto permanente. Vos pasame tus notas directamente a mí, le dice al pibe, sin pasar por el pro-secretario, las voy a revisar yo mismo. Los informes de Nurit van a salir a partir de mañana o de pasado si es que hoy no llega con algo al cierre, dice Rinaldi, y luego agrega: Reservale media página. ¿Media página?, repite el pibe. Sí, ¿te parece poco o mucho?, le pregunta a su vez Rinaldi, aunque sabe la respuesta. No, no digo que sea poco o mucho con respecto a lo que ella tenga para contar, pero si ocupamos media página con su informe no va a quedar nada para otras notas, esta vez sí se queja el pibe. Si tenés tanta cosa buena para publicar y te falta espacio, le damos a ella una página especial, fuera de tu sección, no te preocupes, dice Rinaldi y se queda mirando directo a los ojos del pibe, que le sostiene la mirada como puede. Nurit asiste con incomodidad a esa pelea tácita pero no interviene, no corresponde que lo haga, se dice. No le gustaría empezar la tarea poniéndose en contra al pibe de Policiales, y menos aún cuando todavía no sabe si será él o Rinaldi mismo quien va a editarla, cortar la nota si es necesario, ilustrarla, hacer el copete y hasta cambiarle el título. Nada va a ser más importante para nuestros lectores que un informe escrito por Nurit Iscar, concluye Rinaldi y da por terminada la discusión. Nurit, vos mandame las cosas a mí con copia a él pero…, dice y ahora se dirige al pibe, lo de ella va sin edición ni corte. Okey, responde el pibe de Policiales, que a esa altura lo único que quiere es irse. Y con la siguiente pregunta Lorenzo Rinaldi le da la oportunidad de hacerlo: ¿Vos ya tenés algo para el cierre de hoy? En eso estoy, miente el chico y luego dice: Si es todo me voy, así me apuro a hacer unos llamados.

Estás igual, Betibú, le dice Rinaldi cuando quedan solos en su oficina. Y aunque sabe que miente, Nurit se sonríe: Vos también, devuelve ella. No, no creas, el Presidente que tenemos en este país me hizo envejecer dos o tres años por cada uno de los que pasaron desde que asumió. ¿De eso también tiene la culpa el Presidente? ¿De qué? ¿De tus canas y de tus arrugas? Sí, por supuesto, nadie me irritó y decepcionó tanto en estos últimos años como el Presidente. Ah, ya me imagino el titular de uno de estos días: «Director del diario
El Tribuno
con problemas de envejecimiento prematuro por culpa del Presidente de la Nación que no se aviene a pagarle los daños ocasionados». Qué chistosa, no me digas que vos todavía le creés. Ni a él ni a nadie, a ustedes tampoco. ¿En serio? Sí, muy en serio. ¿Y cómo hacés para pensar lo que pasa en el país en que vivís?, ¿o no te importa? Claro que me importa, mucho, leo todos los diarios, todos, el tuyo también, y después busco un promedio sobre la base de mi propio criterio. Qué trabajo. Son los tiempos que corren, ustedes nos obligan a eso. Vos siempre fuiste una mina desconfiada, Betibú. No lo suficiente, dice ella y se para, mejor me voy, que el camino hasta ese bendito country es largo. ¿Te parece que tendrás algo para hoy? No me presiones tanto, Rinaldi. En una época te gustaba que te presionara. En otra época, dice ella, ahora estamos grandes. Sólo pasaron tres años. Es que yo los mido como vos medís los del Presidente, dice ella y se sonríe. Él también. Lorenzo Rinaldi la acompaña hasta la puerta de su oficina y antes de que se vaya le dice: Te extrañé, Betibú. Y aunque ella, Nurit Iscar, siente que esas palabras se le clavan como un aguijón en el medio de la espalda, intenta seguir su camino pretendiendo no haberlas oído. En cuanto tenga algo que valga la pena, te lo mando, dice, y sale.

Nurit Iscar recorre el pasillo que bordea la redacción haciendo más ruido del que quisiera con las rueditas de su valija. ¿Habrá alineación y balanceo de valijas?, se pregunta. El pibe de Policiales, que la ve venir, le da la espalda a propósito, para evitar saludarla otra vez. Karina Vives, frente a la fotocopiadora, la reconoce, pero Nurit apenas la mira, no sabe que sabe quién es, no conoce su cara, aunque si alguien la nombrara, si alguien dijera: Karina Vives, en seguida sabría que esa mujer es quien firmaba la crítica con la que la destrozó
El Tribuno
cuando apareció su última novela,
Sólo si me amas
. Jaime Brena, que acaba de salir del ascensor, también se cruza con ella. Buenos días, dice. Buenos días, contesta Nurit Iscar. No se conocen, o mejor dicho, nadie los presentó antes, pero cada uno sabe quién es el otro. Los dos tienen portación de cara y a los dos les ha interesado en algún momento, con mayor o menor intensidad, el trabajo del otro. Jaime Brena se pone de costado de modo que ella tenga lugar para pasar con su valija. Ella le agradece. Pero las ruedas no se dejan gobernar como deberían y la valija termina pasando por encima del pie derecho de Brena. Ay, disculpá, qué torpe que soy. No te preocupes, le dice él, hace rato que estoy necesitando ver un pedicuro. Brena se sonríe, ella le devuelve la sonrisa aunque sigue un poco avergonzada de su torpeza. Buen viaje, le dice él cuando ya cada uno camina en sentido opuesto de espaldas al otro. Nurit Iscar responde: Gracias, y se mete en el ascensor. Brena se instala en su escritorio. Al instante se le acerca el pibe de Policiales. Me llamaste anoche, dice. Sí, no contestaba nadie y después me quedé dormido. ¿Qué hacía Betibú acá? ¿Quién? Nurit Iscar. Ah, la contrató Rinaldi para que escriba non fiction en el asesinato de Chazarreta, dice el pibe y pronuncia non fiction con cierta ironía. No es una mala idea, lo puede hacer muy bien, dice Brena. ¿Por qué?, ¿quién es? Pibe, ¿vos saliste de un tupper? No la conozco. Deberías, es una de las pocas escritoras de novelas policiales que hay en la Argentina, ¿no leíste Morir de a ratos? No. La tenés que leer, eso y todo lo que puedas tenés que leer, para abrir esa cabeza un poco. No tengo tiempo, a veces en las vacaciones leo algo de no ficción. Hacételo, el tiempo, hacételo, y leé ficción. Si querés ser un buen periodista, tenés que leer ficción, pibe, no hubo ni hay ningún gran periodista que no haya sido un buen lector, te lo aseguro. Jaime Brena saca de su morral el sobre que recibió la noche anterior del comisario Venturini. Tomá, fijate esto que me llegó de una fuente confiable, tiene información que te puede servir, le dice. El pibe toma el sobre y mira por encima el contenido delante de él. Sabe, a pesar de su inexperiencia, que lo que acaba de darle Brena vale mucho. Gracias, le dice. Que lo disfrutes, le contesta Brena y se pone a trabajar en su próximo informe: Los bebés varones lloran más, antes, y con voz más fuerte que los bebés mujeres. Maricones, masculla, y empieza a escribir. El pibe de Policiales vuelve y le pregunta: ¿Cómo dijiste que se llamaba? ¿Quién? La mina que escribe policiales. Nurit Iscar. Sí, pero antes dijiste otro nombre. Ah, sí, Betibú. ¿Por los rulos?, algo se parece, sí, confirma el pibe de Policiales. Hace unos años era idéntica a Betty Boop y así la llamábamos: Betibú. ¿Vos y quién más? Eso sí es secreto profesional, pibe. Brena da por terminada la conversación con el pibe de Policiales, se da vuelta hacia el escritorio de Karina Vives y le dice: ¿sabías que los bebés varones lloran más que los bebés mujeres? Y ella dice: No, no sabía, y se le llenan los ojos de lágrimas. ¿Pasa algo?, le pregunta él. Alergia, le dice ella, a esta altura del año siempre me lloran los ojos. Jaime Brena no le cree, pero respeta que, por ahora, su compañera de redacción no quiera decirle qué la hace llorar. Ya tendrán tiempo después, cuando salgan a la vereda a fumar un cigarrillo.

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